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Marina Abramovic, la que le puso el cuerpo al arte

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Suecos y turistas acudieron en masa a la muestra. Foto: Fabián Muro

La imagen de Marina Abramovic recibe en la puerta del Moderna Museet de Estocolmo con una llamativa humildad. Para ser una de las pocas auténticas estrellas del arte contemporáneo, el relativamente chico afiche no parece acorde a la estatura de Abramovic.

Pero adentro del museo es distinto. Está lleno y hay un considerable cuchicheo en el hall central del museo. Suecos y turistas van de acá para allá, buscando el lugar para dejar los abrigos (es invierno y hace un frío de unos pocos grados bajo cero), y ponerse en cola para comprar una entrada que cuesta 150 coronas (más o menos unos 450 pesos).

Muchos de los que ya compraron la entrada se sumaron a la primera propuesta de la muestra, que es retrospectiva e intenta abarcar lo más significativa de la trayectoria de Abramovic. Sentados a lo largo de una elongada mesa con una gran cavidad en el centro, los asistentes conjeturan cuántos granos de arroz puede haber en esa cavidad.

Hay varias instancias así en la muestra, estaciones en las cuales Abramovic le plantea a los visitantes que participen de alguna manera. No son la mayoría, claro. Pero hay algo refrescante en el hecho de poder tocar o sentir la ¿obra de arte? y anular esa distancia y reverencia que todo museo, por más moderno que sea, incluye en su diálogo y su relacionamiento con el público.

En otra de esas estaciones, Abramovic pone tres grandes trozos de un mineral negro en diferentes alturas, cosa que personas de diferente estatura puedan acercarse y apretar sus ojos, órganos genitales y muslos contra estos. La sensación es imprecisa, entre otras cosas porque uno de los minerales tapa la vista.

Pero no deja de ser divertido ver a todo tipo de gente pararse como un soldado de plomo o un muñeco de torta contra la pared de un museo.

Otra de las estaciones, llamada "Zapatos para partir" contiene dos pedazos de roca, a los cuales se les ha sacado una parte, para que asemejen unos grandes, pesados y algo amorfos calzados de piedra.

Esos zapatos están en un espacio que sale como una protuberancia de una de las paredes del edificio, con un ventanal que va del piso al techo, y que da hacia una parte del archipiélago de Estocolmo. ¿Qué nos está queriendo decir Abramovic? ¿Que esos zapatos sirven para empezar a navegar por los mares del mundo? ¿O nos incita a ponernos unos zapatos que, si lo usáramos y saliéramos hacia el agua, serían como ese castigo mafioso de "dormir con los peces"?

No se sabe, porque Abramovic, siendo la estrella que es, ya no participa como hacía antes de sus muestras de arte performático (hay otras expresiones artísticas también, pero el grueso de la obra de la artista tiene que ver con la performance).

En vez de eso, tercerizó las performances. Ahora son otros los que hacen eso que ella hacía antes y que la convirtió en una referente mundial del arte contemporáneo, amiga e inspiración de celebridades como Lady Gaga o Jay Z.

En una de las habitaciones, una mujer se peina frenéticamente mientras repite "El arte es hermoso. La artista es hermosa" incesantemente. En otro de los espacios del museo, otra tercerización. La persona contratada (en este caso, un hombre) lava un esqueleto, más o menos como un padre bañaría a su bebé. Tanto uno como el otro son reemplazados por nuevos extras cuando cumplen con su jornada laboral.

En medio de todo ese cúmulo de estímulos, uno va con el librito de la muestra, curada por Lena Essling, que cuenta lo medular de la trayectoria artística de Abramovic:

—"Una figura seminal en el campo del arte de la performance"

—"Opera en la intersección entre la performance y el arte visual".

—"Como estudiante de arte, trabajó con la pintura, obsesivamente repitiendo motivos como violentos accidentes de tránsito, o abstractos estudios de nubes".

—"Cuando encontré el arte performático, Abramovic abandonó otras formas de expresión, y fue más lejos que la mayoría".

—"El impulso general de disolver la diferencia entre cultura alta y subcultura en los 70 incluyó el ideal de fusionar arte y vida. Y pocos se involucraron tanto en eso como Marina Abramovic y el artista Ulay".

Esos pocos ítems alcanzan para un primer acercamiento a Abramovic. Si bien Ulay ya no figura como socio de Abramovic (hace años que se pelearon), la muestra da cuenta de una manera bastante certera de la relevancia de esta mujer, que puso literalmente su cuerpo al servicio de lo que ella y muchos otros entendieron y entienden por arte.

Cuando termino el recorrido, impactado por algunas de las asociaciones que Abramovic provoca con sus obras, igual me queda la pregunta: ¿Debemos agradecerle haberle puesto el cuerpo al arte performático para llevarlo, como escribe Essling, más lejos que la mayoría? ¿O maldecirla por haberle abierto la puerta a una legión de chantas cuyo mayor talento es la labia con la que convencen a curadores y directores de museos para ocupar espacios desde los cuales nos torturan con performances que provocan, casi únicamente, vergüenza ajena? La respuesta, mi amigo, sopla en el viento.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Suecos y turistas acudieron en masa a la muestra. Foto: Fabián Muro

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