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Un hombre de múltiples intereses

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La muerte lo lleva cuando pensábamos que todavía podía aportarnos más.
Lincoln Maiztegui - Conferencia de historiadores por el 175 aniversario del Partido Nacional, en el Cabild. de Mvdeo., ND 20110811, foto Maria Ines Hiriart
Archivo El Pais

Otro que se nos va. Falleció ayer Lincoln Maiztegui Casas, periodista, docente, ensayista, autor de libros sobre política, historia y música... y fanático del ajedrez. En las últimas semanas sufría una seria insuficiencia respiratoria que finalmente terminó con él.

Había nacido en Montevideo el 11 de agosto de 1942, y cursó estudios en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Vivió en España entre 1976 y 1992, y allí se desempeñó como periodista en diversos medios de comunicación (El Noticiero Universal, el semanario El Independiente, el diario El País de Madrid, las revistas Nueva Historia y Destino) y dirigió la revista Jaque de Madrid.

De vuelta en Uruguay trabajó en el semanario Búsqueda, la revista Postdata y más cerca en el diario El Observador. Desde 1998 se desempeñó también como profesor de historia en Bachillerato. Su obra publicada incluye desde fascículos de varias colecciones sobre música y ajedrez (juego con el que participó y a veces ganó en diversos torneos locales e internacionales) hasta una significativa colección de libros en los que predomina la historia: Coloniaje y revolución (1973), Artigas (1973), Cinco ensayos sobre la realidad uruguaya (obra colectiva editada en Barcelona, España, en 1978), los cinco tomos de Orientales (vasta historia política del Uruguay, desde los orígenes hasta la primera presidencia de Tabaré Vázquez), los dos tomos de Caudillos (2011-2012), los dos tomos de Doctores (2014-2015). Pero sus pasiones abarcaban también la música (Mozart detrás de la máscara, 1997) y el cine (Lo que el cine se llevó, 2014).

Era fácil pelearse con él (lo hemos hecho en persona, y amistosamente) cuando opinaba sobre cine: su entusiasmo por ciertas película acicateaba su subjetividad, y podía ser un arbitrario y un caprichoso. No es difícil compartir su admiración por Hitchcock, por Wilder o por John Ford, ni su fastidio por mucha producción contemporánea que otros siguen elogiando, pero lucía más inseguro cuando se ensañaba con películas europeas a las que juzgaba demasiado "intelectuales" (siempre subestimó a Bergman), o cuando no terminaba de distinguir, incluso en el Hollywood que le gustaba, entre los grandes artesanos de los estudios que filmaban cualquier cosa (incluyendo el Michael Curtiz de su admirada Casablanca) y los auténticos autores que solían dejar en sus películas un sello personal (Ford es el ejemplo más claro) y que exigen una lectura que entienda su obra como un discurso consistente, que se desarrolla de una película a otra con variaciones y enriquecimientos.

Es más difícil pelearse con sus libros de historia, que son, en el más legítimo sentido del término, libros de "profesor" antes que de "historiador". Si uno quiere empezar a leer historia uruguaya, Orientales no es un mal comienzo: esos cinco tomos están escritos con fluidez, su visión de los hechos suele ser bastante sensata, y cuando se mete con temas polémicos Maiztegui suele dejar en claro que hay otras posturas al respecto además de la suya, y dirige al lector hacia fuentes complementarias.

El más voluminoso de sus tomos, y probablemente el más polémico de todos (el dedicado a la dictadura) es tal vez por donde un principiante debe comenzar si quiere entender lo que pasó en el Uruguay en esos años: pocos libros sobre el período han reunido tanta información e incurrido en menos esquematismos. Ello no implica, naturalmente, que haya que estar siempre de acuerdo con él. Maiztegui no escamotea su nacionalismo, y sus obvios héroes del siglo XX uruguayo son Luis Alberto de Herrera y Wilson Ferreira Aldunate. Pero tampoco retacea valoraciones positivas de gente de otras posturas políticas cuando cree que corresponde hacerlo.

Cambiar de opinión cuando se tienen motivos para ello es de sabios, y eso explica que Maiztegui pudiera pasar del socialismo de su juventud al "blanquismo" posterior, o del antisionismo de hace algunas décadas (él mismo reconocería en algún reportaje estar "ruborizado de haber dicho tanta imbecilidad y tanta idiotez") hasta el apoyo al estado de Israel en años más cercanos, en los que empezó a entender sin error al extremismo islámico (no al Islam en sí mismo) como un problema mayor.

Más allá de discrepancias puntuales y hasta del ocasional enojo que podían provocar algunas opiniones suyas, lanzadas a veces al aire con un tono dogmático que no correspondía, había algo irresistiblemente atractivo en la abundante curiosidad intelectual de Maiztegui. No es seguro que la comparación le gustara (fue bastante crítico de su libro El nacimiento del mundo moderno) pero no es difícil pensar en él como una suerte de versión uruguaya de Paul Johnson, con su variedad de intereses, su capacidad para poner la historia al alcance de un lector de cultura media, y hasta por la estructura de algunos de sus libros recientes: los dos tomos de Caudillos y los dos de Doctores pueden ponerse en la biblioteca cerca de Intelectuales, Héroes, Creadores o Humoristas de Johnson, a los que se parecen en su formato de capítulos cortos, rápidos de leer y concentrados en la información esencial.

Maiztegui tenía muy claro que esos libros no contaban, exhaustivamente, todo lo que había que decir sobre los personajes biografiados (en este caso, numerosos políticos e intelectuales uruguayos), pero llamaban la atención sobre un montón de gente que algunos conocen y otros solo saben que son el nombre de una calle.

Los lauros del ajedrecista.

Lincoln Maiztegui participó en las Olimpíadas de Ajedrez de Niza (1974) y Trípoli (1976). Estas últimas fueron en realidad un "contracampeonato" organizado por Gadafi para competir con Tel Aviv, lo que provocó algún roce luego olvidado de Maiztegui con amigos judíos. En 1981 ganó el Torneo Internacional de Ajedrez de Benasque, Aragón (España), y fue varias veces finalista del Campeonato Uruguayo. Durante mucho tiempo escribió una columna diaria de ajedrez en El País de Madrid.

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La muerte lo lleva cuando pensábamos que todavía podía aportarnos más.

A los 73 años falleció el historiador, periodista y escritor Lincoln MaizteguiGUILLERMO ZAPIOLA

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