Hasta El fútbol a sol y sombra (1995), la pelota y la intelectualidad parecían jugar en canchas completamente diferentes. Nunca fue tan así, pero el prestigio internacional de Eduardo Galeano permitió derribar los últimos alambrados que las separaban.
Tan hombre de fútbol como la mayoría de los uruguayos, su capacidad para crear imágenes a través de la palabra escrita permitió que muchos profanos conocieran las mil ricas historias que tiene este deporte y que los iniciados pudieran leerlas como nunca las habían leído, aunque supieran del Maracanazo y otras leyendas reales.
En realidad, Galeano ya había empezado a vincular ambos mundos mucho antes, con Su majestad el fútbol (1968), una compilación que hizo para la editorial Arca sobre reflexiones y comentarios futboleros de varios escritores.
Si bien siempre se reconoció partidario de Nacional y recordaba de su infancia haber pegado la figurita de Rinaldo Martino junto a un crucifijo, en el Galeano hincha se adivinaba más el gusto por el fútbol que la pasión irracional por ciertos colores. Incluso porque admiraba a los aurinegros Juan Alberto Schiaffino y Julio César Abbadie, acostumbraba salir de la comarca para asistir a partidos más universales y se presentaba como "un mendigo de buen fútbol", pasando su sombrero por los estadios del mundo.
Y cada cuatro años hacía cuestión de aislarse para ver los mundiales por televisión, cuando colocaba en su casa de Malvín el cartelito "Cerrado por fútbol".
Su muerte lleva hoy a recorrer sus trabajos para recordar sus frases sobre fútbol (incluso más que sus definiciones políticas), sentencias que describen de forma elegante y precisa lo que millones de hinchas sienten cada fin de semana. Uno de sus últimos hallazgos fue la teoría sobre la habilidad de Lionel Messi: no lleva la pelota atada al pie, como lo hacía Maradona, sino dentro del pie. LUIS PRATS
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