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"Con los años se me acentuó la imaginación"

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La nueva novela de Isabel Allende se edita en Uruguay este fin de semana.

Su nueva novela, El amante japonés (Plaza & Janés) enlaza sucesos históricos con la actualidad, para armar el perfil de Alma Mendel, una niña polaca que, ante la amenaza del nazismo es enviada a la casa de sus adinerados tíos en San Francisco.

Nathaniel, su primo, e Ichimei Fukuda, el hijo del jardinero japonés de los Belasco, logran en parte atenuar la tristeza y el desconcierto de la niña. "Creo que uno de los temas importantes de esta novela es la edad. Es envejecer, es la memoria. Y no es casual, porque estoy en los 70 y mis padres están muy viejitos, y porque veo envejecer a la gente que me rodea. ¿Cómo es posible que mi hijo esté perdiendo el pelo?", dice.

—En El amante japonés se refiere a un episodio poco conocido de la Segunda Guerra Mundial, ¿cómo lo investigó?

—Los campos de concentración para japoneses se mencionan apenas en los libros de historia. Y la colonia japonesa, que tiene un gran sentido de la dignidad personal y del honor, se sintió tan humillada con lo que había pasado, que toda una generación no lo mencionó. Son los hijos y nietos los que han resucitado la historia recientemente, y hay un museo, reciente también. Conocí gente que había estado en los campos; y la información está, pero no se publica.

—¿Se había propuesto escribir sobre la Segunda Guerra?

—No. Sabía que quería escribir una novela centrada en una mujer mayor. Como contrapartida, para equilibrar la cosa, hay una historia de amor de jóvenes, pero la novela es una historia de amor de gente de edad. Entonces, claro, tenía que estudiar la vida para atrás de esa persona. ¿Y cuáles fueron los acontecimientos más importantes en esa vida? Sin ninguna duda los de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos es un país de inmigrantes donde todo el mundo tiene una historia que puedes trazar para otros lados.

—¿Por qué en la novela no hay ningún vínculo con su país?

—En esta historia no cabía Chile por ninguna parte. Al principio tuve la tentación de hacer que Irina fuese chilena, pero no me resultó, salía forzado".

—En Lark House también habitan los fantasmas, ¿es difuso para usted el límite con los vivos?

—Yo estoy abierta a todas las posibilidades, a todas las cosas locas y mágicas y misteriosas. Mi hijo, Nicolás, que es completamente científico y zen para sus cosas, no entiende mi mentalidad, pero la acepta, y por lo tanto tiene una vida mucho más limitada que la mía, porque yo estoy abierta a muchas más dimensiones. En el caso de los fantasmas, yo no veo a mi hija que se me aparezca, pero la llevo en la memoria. Estoy muy consciente de que si yo estoy a medio dormir en la mañana, y siento que la Paula está ahí, es una cosa mía. No es que esté ahí, es que yo creo que ella está ahí o yo quiero que ella esté ahí, entonces es un ejercicio de amor y de memoria. Y hay veces que pasan cosas mágicas, cosas misteriosas.

—¿La ficción se confunde entonces con la memoria?

—Nadie puede decir cuál es el límite entre la imaginación y la memoria. Yo tengo la ventaja de que le escribo a mi mamá todos los días y ella me escribe todos los días. Le cuento lo que pasó, lo que recordé, lo que soñé, que peleé con el marido. Y al final del año mi mamá me devuelve las cartas y yo las meto en una caja de plástico en un clóset. Entonces si tú me preguntas qué pasó en el 2010, en octubre, ahí está, al día, pero esa es mi versión, de todos modos es subjetiva. Cuánto hay de memoria y cuánto de imaginación, no sé.

—Es decir, lleva una especie de diario, pero dirigido a su mamá.

—Claro, un diario que tiene respuestas.

—En el libro dice que la vejez no nos hace más sabios, si no que acentúa lo que hemos sido. ¿Qué rasgos se le han acentuado con el paso de los años?

—Por ejemplo, que soy muy botarate. Lo único que quiero es que se lleven todo. Según la gente que me conoce es una generosidad patológica, pero no es generosidad porque no tengo ningún apego. El Padre Hurtado dice que la generosidad es dar hasta que te duela, pero yo por más que dé no me duele nunca. Se me ha acentuado la imaginación, mucho más. Porque tengo más historias, tengo más experiencia, tengo más vida, relaciono más cosas. Escucho más, y mejor. No soy tan hiperactiva como antes. Se me ha acentuado la necesidad de estar sola y callada; no soporto el ruido. No veo televisión. Me he puesto muy poco sociable, hay que arrastrarme para afuera. Cada vez me gustan más los animales, ya no puedo vivir sin ellos. Tengo un par de perras, idiotas las dos, y las echo más de menos que a nada.

—La combinación fatal para un escritor, dice en su libro, es "ser grandioso en ideas y desordenado en hábitos".

—Yo soy muy ordenada en hábitos; escribo rigurosamente, soy trabajadora y disciplinada, y veo a mi marido, que escribe 11 minutos al día y cree que con eso es escritor. No pues, señor, se escribe, se investiga, se corrige hasta la saciedad, y si no, cómo vas a ser escritor. No hay que ser tan grandioso de ideas, porque si tú te planteas que vas a escribir la gran novela americana, nunca vas a salir de las primeras seis páginas. Hay que tener un poco de humildad.

—¿Qué viene ahora, después de tantos libros publicados?

—Estoy en un momento... Este año no voy a escribir nada porque tengo que hacer una tremenda promoción con este libro, y mi relación con Willy (su esposo) está en las cuerdas. Lo próximo no tengo idea lo que va a ser, posiblemente un libro muy personal, pero no sé. Nada me ha surgido. Hay veces que las historias te caen en las faldas y otras veces que se demoran.

—¿La escritura ha sido para usted un "poder irresistible", como dice Seth en la novela?

—Sí. Para mí es irresistible que alguien me cuente una historia y escribirla, contarla yo a mi vez, transformarla, unirla con otra historia, enredar las dos, cambiarlas en el tiempo. ¡Ay, qué maravilla!

El eterno femenino de una imaginativa pintora
La nueva novela de Isabel Allende se edita en Uruguay este fin de semana.

Isabel Allende

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