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Sebastián Francini: "En mi vida todo fue muy precoz"

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Sebastián Francini. Foto: difusión

EL CHIQUITITO QUE CRECIÓ

"Tengo que sanar constantemente mi pasado en Chiquititas", afirma el actor que tocó el cielo como una estrella más con apenas nueve años. 

Supo ser el niño más famoso de la televisión. Saltó a la fama en Chiquititas y se ganó el coprotagónico con Guillermo Francella en la película Papá es un ídolo. Pero enseguida el hechizo de la fama se apagó. Las chicas lo dejaron de perseguir en el shopping para que les firmara un autógrafo y pasó a trabajar en la ferretería de sus abuelos. Ahora, 18 años después de saborear las mieles del éxito masivo, quiere reconquistar a su público. Lanzó sus primeras canciones como solista e inició una recorrida por escenarios que ya lo trajo a Uruguay. La historia de Sebastián Francini.

Año 2000. Jorge Batlle había asumido como presidente en Uruguay y Fernando De la Rúa gobernaba en Argentina. Las radios repetían Waiting For Tonight de Jennifer López y Se me olvidó otra vez, de Maná. En televisión el personaje Waldo, creado por Álvaro Navia, copaba Videomatch. Y llegaba al cine una comedia argentina que se convertiría en la más exitosa de la época: Papá es un ídolo.

La película que mostraba las vacaciones en la nieve de un papá divorciado con su hijo arrasó en taquilla gracias a una dupla explosiva: Guillermo Francella en la cúspide de su carrera como comediante, y Sebastián Francini, la joven promesa de la televisión. El niño de apenas diez años venía de ganar el premio Martín Fierro por su trabajo en Chiquititas, con el que había enamorado al público.

Pasaron 18 años de aquellos días de gloria. "Yo no podía creer lo que me estaba pasando. Había exigencia, nerviosismo y mucho desconcierto", recuerda un Sebastián Francini adulto mientras revuelve un café en un restaurante de Montevideo.

Tiempo después de alejarse de la pantalla, Sebastián cazó una guitarra para presentar su propio proyecto musical. Quiere reconquistar al público que se transformó en adulto al mismo tiempo que él. Su incursión en la música y el impulso de la nostalgia que despierta entre la gente lo trajeron a Uruguay, donde actuó en conocidos boliches y piensa volver antes de fin de año. "Me convocaron gracias a que hay una recepción muy vinculada a Chiquititas, que fue algo que traspasó fronteras", se explica. Lo acompaña la banda La Vanguardia y ya tiene tres canciones dentro del género pop con el que empezó a recorrer escenarios: Esperando el momento, Error de conexión y Vivo.

Todavía lo persiguen los recuerdos de aquella niñez atípica, cuando todos los compañeros del colegio querían ser como él. No podía ir al cine porque la seguridad del shopping le rogaba que se fuera para que la situación no se saliera de control entre los presentes. Viajaba a Israel con giras teatrales de la telenovela y lo recibían "como un Rolling Stone". "Miraba desde el piso 24 de un hotel y se habían juntado 40.000 personas para verme", dice todavía impresionado.

Durante su adolescencia, Sebastián se sirvió del "poder de la popularidad" para "hacer desastres" en los boliches. "No me importaba nada. Chapaba mucho con varias chicas", admite a las risas. Reconoce que tuvo "aires de grandeza pero no faltó un bife para que me vuelva a poner los pies en la tierra".

Sebastián iba al colegio a la mañana y después grababa para la telenovela hasta las 12 de la noche. Luego, se quedaba de madrugada estudiando para el día siguiente. "Tenía siete años y trabajaba como un tipo de 40", sostiene. La televisión lo consumió hasta convertirlo en un "amigo y hermano ausente". "Tengo que sanar constantemente mi pasado de Chiquititas", confiesa.

Sebastián aprendió que la fama es un arma de doble filo. Durante su adolescencia, el éxito en los boliches llevó a que "la noche y la música" le acercaran drogas. "La curiosidad por ser actor me ha llevado a experimentar distintos estupefacientes", detalla. Pero su "entorno positivo y la buena educación" los lo alejaron de las sustancias. "La droga distrae de la vida. Fueron experiencias que por suerte quedaron como experiencias", evalúa.

Hay otro fantasma de esos años con el que Sebastián no se termina de reconciliar: considera que sus comienzos artísticos lo "encasillaron" como actor. Por ese motivo, llegó un momento en el que actuar ya no le entusiasmaba. "Trabajé en proyectos que me daban continuidad laboral pero que eran pobres a la hora de asumir un desafío, como seguir haciendo de príncipe u otras adaptaciones infantiles", explica. Quiso "romper con el prejuicio de ser el cara bonita" y piensa que su flamante desembarco en la música lo ayudó a matar al carilindo de las novelas para niños.

Los años después.

Sebastián vive actualmente junto a su abuelo de 85 años en Ciudad Celina, localidad ubicada en la zona de La Matanza en la provincia de Buenos Aires. Cuando el hechizo de la fama se apagó, Sebastián pasó de firmar autógrafos a trabajar en la ferretería familiar. "Vendí clavos y tornillos", señala.

Además de ferretero, Sebastián fue guardavidas, paramédico, profesor de windsurf y buscó trabajo en la costa. Estas actividades le permitieron darse cuenta de que su vida "no era la televisión sino el barrio y la familia". "No me voy a morir de angustia porque Cris Morena no me llame para su próxima ficción. Mi vida sigue", dice.

Al margen de lo artístico, el ex Chiquititas tuvo un acercamiento con lo espiritual en el último tiempo. Se incorporó en 2015 al movimiento budista Soka Gakkai Internacional. "Yo practico mis rituales a la mañana y a la noche, cuando hago mis oraciones de agradecimientos y peticiones", relata. "La fe es el combustible de las personas". El grupo religioso tiene sedes en varios países, incluido Uruguay, donde Sebastián tiene planeado participar de algunas actividades, como reuniones de diálogo y estudio.

El budismo le permitió convertirse en un artista con mayor compromiso social. De hecho, por medio de su nuevo proyecto musical promueve la iniciativa "Cada canción, una buena acción". Esta implica que el dinero recaudado por un single de su repertorio sea destinado a un comedor familiar. "El arte está para contener a la gente y no para que las discográficas se llenen de plata y contribuir al capitalismo", reflexiona. Ha invitado a otros artistas independientes a sumarse y quiere "contagiar estas ganas en Uruguay".

Para los años que vienen, Sebastián planea vivir de su música pero sin que su arte se aleje de ese compromiso social. Se niega a que el futuro de su carrera avance solo empujado por lo comercial. "No me interesa ser un Lalo Espósito", cierra en alusión a la estrella pop argentina.

TEATRO

Sebastián con un uruguayo

La última incursión de Francini actor fue en Beatnik, un espectáculo dirigido por Osvaldo Laport. "Es una persona muy abierta, nos invitaba a su casa en Escobar a ensayar y comer algún asado", elogia sobre el uruguayo. Se estrenó en 2015 y se mantuvo tres temporadas en cartel. Regresa al Teatro Maipo en el segundo semestre del año.

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