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El rostro del teatro nuevo

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Gustavo Saffores

En 24 horas Gustavo Saffores viajará a las Islas Canarias para sumarse al elenco de Los malditos, un proyecto que busca poner sobre el tapete la problemática de los refugiados que huyen hacia Europa. Protagonizada por un elenco internacional, la obra planea estrenarse en distintas ciudades del mundo. Una entrevista con uno de los actores más arriesgados de la escena local.

A los 43 años Gustavo Saffores se identifica con un teatro que se arriesga a quebrar el ideal clásico de cómo debería concebirse la actuación. Aquí una charla que demuestra de qué está hecho el actor de Ex- que revienten los actores, Proyecto Felisberto, Algo de Ricardo y Tebas Land.

—Mencionaste alguna vez que te diste cuenta de grande que servías para esto.

—Es que entré a la EMAD a los 24 años, y hasta los 23 solo había sido un espectador. Era de los más veteranos.

—¿Motivado por qué?

—Porque no tenía idea de qué hacer. No me gustaba estudiar, pero me atraía el teatro, un lugar al que mi madre me llevó desde que soy niño. Siempre me atrapó de chico ese espacio, la sala.

—¿Qué cosas?

—La oscuridad, el olor, las butacas. Luego, de adolescente, trabajé muchos años como animador en el exTeatro Astral cuando estaba abandonado. Se me dio por probar e hice un año en la escuela El Picadero, me fue bien y pasé a la EMAD, y ahí me di cuenta de que era eso lo que estaba buscando.

—Y mantuviste hasta hace poco una doble vida, porque trabajabas en un estudio contable de día y de noche actuabas.

—Trabajo desde que tengo 14 años, y desde los 18 hasta los 38 fui cadete en un estudio contable. Después cambié por otro trabajo de ocho horas, y nos fue muy mal. Nos fundimos al año y me quedé desempleado a los 40. Lo único que tenía para hacer era dedicarme al teatro.

—Dijiste que a veces te aburrís de escucharte a vos mismo, ¿cómo se sobrevive a 50 funciones de una obra?

—Sí, pero nunca me pasó al punto de cansarme, y eso que con Morir (o no) llegamos a 100 funciones.

—¿Hay algún personaje que no quisieras retomar?

—No. Con todos mantengo una buena relación. La culpa nunca la tiene el personaje, la puedo tener yo o la puede tener el entorno.

—¿Te gusta que tu familia te vaya a ver al teatro?

—No, soy bastante bicho. El día del estreno no invitaría a nadie. Ese día me gusta tomármelo para mí, no por vergüenza sino por egoísmo: quiero disfrutarlo con mis compañeros.

—¿En qué pensás antes de salir a escena?

—Pienso, "¿qué necesidad?" Porque generalmente no me siento ni seguro ni conforme. Siempre estoy nervioso, tengo miedo de trancarme, de que pasen cosas, pienso en si va a venir gente o no. En esos cinco minutos previos me dan ganas de estar en mi casa viendo la televisión.

—¿Tenés buena memoria?

—La tengo entrenada, y soy muy observador. Asocio mucho, por ejemplo palabras con hechos de otro momento, o palabras de hace un rato con escenas. Eso me ayuda mucho.

—¿Cómo ensayás?

—No soy de estudiar letra ni de analizar textos, no me gusta y no lo hago a no ser que me lo pida el director: prefiero que eso se incorpore a través de los ensayos.

—¿Cuál es tu método?

—Cuando tengo ciertas situaciones de los personajes, voy al almacén o a algún comercio y empiezo a desarrollar un comportamiento de ese personaje en ese ambiente. O trato de ejecutar acciones cotidianas pasando letra todo el tiempo, siempre en acción, no sentado estudiando. Mi familia ya se acostumbró a verme lavar los platos recitando Shakespeare, y en la calle me he encontrado con gente que me ve hablando solo y se asusta.

—¿De dónde sacás información para tus personajes?

—Para mí casi el 100% de la actuación es comportamiento. Y para eso observo cómo reacciona un personaje si le hablo desde determinado lugar. Creo que la construcción de los personajes va muy apoyada en lo que es uno en su día a día, porque no puedo construir a un personaje alejado de lo que soy. Pienso, por ejemplo, si me pasó algo fabuloso u horrible en el día, ¿cómo lo aplico al personaje? Es un trabajo de muchas horas que va más allá de los ensayos.

—¿Sos tímido?

—Más que tímido me dicen que soy seco, antipático, y antisocial.

—¿Cómo es que en el escenario parecés todo lo contrario?

—Todas las cosas que no puedo hacer en la vida las hago en el escenario, y por eso es una liberación. Esa capacidad del teatro fue un descubrimiento para mí. Una vez escuché decir a Alfredo Alcón que a nadie le gustaría ser un asesino serial, pero sin embargo en el teatro lo podés hacer y te debería llenar. Y ahí te das cuenta de que si lo podés hacer es porque algo de eso hay en vos, y que todos tenemos algo de todos, aunque esté ahí, solapado.

—¿Cuándo te diste cuenta de qué tipo de actor querés ser?

—Creo que aún no lo sé. Lo que sí tengo claro es que le tengo muchísimo respeto a la actuación. Soy un defensor del actor y de la actuación, y me lo tomo muy en serio. No hablo de hacer "teatro serio" o no porque esa clasificación no me interesa. Hablo de que espero que el director, los compañeros, el público, y yo estemos en la misma sintonía. Para mí la actuación no es un pasatiempo, no es catártico: es mi trabajo, y quiero que me vaya lo mejor posible.

—¿Cómo aprendiste a manejar el fracaso?

—Tengo dos maestros: como estudiante Omar Grasso, y como profesional Mariana Percovich, y ella siempre me dijo que escuchara los halagos y las críticas con "un oído abierto y otro cerrado". Creo que el fin de todo esto es que le guste a la gente, y si no pasa es que hay algo que estamos haciendo mal.

—¿Por qué decís que te "enfermás" con los proyectos?

—Omar Grasso me dijo una vez que "en el teatro hay dos cosas, la ética y la pasión". Él fue el tipo más apasionado que conocí, y me repetía "si vos no te enfermás con un proyecto difícilmente pase algo". Y eso surge de la discusión, de profundizar. Roberto Suárez es un ejemplo de esto que digo, porque es un tipo que dedica muchas horas a pensar lo que quiere de su proyecto y después eso lo defiende.

—¿Qué admirás en un actor?

—Admiro el trabajo y la experiencia. Jorge Bolani me parece una bestia. Pero me gusta ir a verlo a él: no quiero ver a sus personajes porque me interesa y aprendo viéndolo a él actuando. Me pasa lo mismo con Marisa Bentancur y con Gabriela Iribarren. Me gusta el actor que tiene personalidad, que tiene opinión. No creo que se pueda actuar alejado: hay que opinar en la actuación, ¿qué estás haciendo vos con eso?

—¿Qué te desestabiliza en escena?

—Cosas mías, como quedarme en blanco, que es algo muy feo. Pero no me molesta lo que pueda pasar afuera porque según mi visión yo no estoy siendo un personaje despegado del presente. No me puede perturbar que suene un celular: le tengo que pasar por alto. Eso de pedirle al público que haga silencio, que no se manifieste, para mí nos aleja, cuando deberíamos estar haciendo justamente lo contrario.

—Últimamente protagonizaste obras con lineamientos narrativos que se corren del encare clásico.

—Me pasó con Algo de Ricardo (junto a Percovich y Gabriel Calderón) y Tebas Land (junto a Bruno Pereyra y Sergio Blanco), son dos obras que desde lugares diferentes me movilizaron. Las dos propuestas planteaban el aquí y ahora del actor, no representar, no actuar, sino presentar y contar. El desafío era lograr que fuera algo vivo mucho más allá del discurso.

Esto generó un tipo de actuación que defiendo a muerte, aunque no es aplicable a todo. Es un método que tiene que ver con desarmar a un personaje, por ejemplo a un clásico, y traducirlo en la actuación: ¿Quién sería hoy un Agamenón? ¿Quién sería hoy un Romeo? Busquémoslos en el presente, y tomemos cosas de ellos. Esto es fascinante, y tiene mucho que ver con la historia de cada uno, con la apertura a la que estés dispuesto, y con tus ganas de investigar.

—¿Y cuáles son los riesgos?

—Que te estás corriendo del lugar de lo que uno espera ver, y por eso pueden tildarte de muchas cosas. Pero ese riesgo es lo que me interesa, y es lo que mantiene a la actuación siempre viva.

El pase a España.

Gustavo Saffores parte mañana a las Islas Canarias para ensayar durante dos meses la obra Los malditos, un proyecto ambicioso que reúne al actor uruguayo con un colega argentino, otra francesa, y uno africano, bajo la dirección del español Manuel Lozano. La obra, que trata sobre el drama de los refugiados, tendrá un recorrido por distintas ciudades de Europa y Latinoamérica hasta mayo del 2017. También se estrenará en Montevideo.

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