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Volverá a protagonizar en cine tras 12 años sin un rol principal Fotos: Marcelo Bonjour

Su padre lo acompañaba a todas las prácticas solo para verlo correr. No se perdió un partido de los que Alfonso Tort jugó en Progreso y Huracán Buceo. Se le frustró una negociación con un representante, pensó en irse a probar a Europa y no lo hizo.

A los 17 años sintió cierta presión, tenía edad para estar en primera y no había llegado. Abandonó. Probó con medicina y psicomotricidad. Su madre le sugirió que se inscribiera en la EMAD y “la clavó en el ángulo”.

Interpretó a Seba en 25 Watts (Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, 2001), más conocido por su apodo, ‘Marmota chico’. Ese personaje "tierno y querible" aún perdura en la mente del público, "hay gente que me ve y sigue viendo al ‘Marmota’ pero yo no me siento así. No me gusta repetirme y trabajo pila para no quedar encasillado". Pero el amigo del ‘Leche’ (Daniel Hendler) y Javi (Jorge Temponi) se mantuvo vigente al punto de que alguien creó un Facebook en su honor hace tres años. "Entré pero no sé si le puse me gusta, le tendría que haber pedido amistad, es muy gracioso", se ríe.

En el medio se radicó en Argentina y no volvió a protagonizar una película en Uruguay, sí en la vecina orilla, donde hizo Capital (todo el mundo va a Buenos Aires) de Augusto González (2007) y La gran carrera de los quesos (Vaca Bonsai, 2010). "En otros países pasa todo lo contrario, los tres se hacen híper famosos y todos se desesperan pero no recuerdo que nos hayan ofrecido hacer algo juntos después". Volvió a ponerse una casaca y entrar a una cancha de fútbol para encarnar al Negro Iono, un rol secundario en El 5 de talleres (Adrián Biniez, 2015). Y 12 años después retomará un papel principal en Uruguay también bajo la dirección de su amigo el Garza Biniez. Será Alfonso en Las Olas, "un tipo de mi edad, nadador, que se mete en el mar y cuando sale lo hace en distintas épocas de su vida. Es un género cercano a lo fantástico y se va a rodar en Uruguay".

Entretiempo.

En sus épocas de futbolista jugó de 9, era el que hacía los goles, se llevaba los aplausos y a la distancia encuentra cierta semejanza entre esa posición en la cancha y su posterior desempeño como actor. "El delantero tiene algo de personaje, es el que está más expuesto. No era consciente pero era muy actoral lo mío, era de buscar el fault, de hacer entrar al rival. Me acuerdo que me quedaba con dos o tres más a armar coreografías para festejar los goles. En ese entonces estaba de moda, Bebeto lo hacía".

—Llegaste a jugar contra Zalayeta y Olivera…

—Jugué contra ellos, el Ruso Pérez también estaba en Danubio creo. En Progreso y Huracán hubo jugadores que jugaron conmigo que llegaron a primera pero no fueron la mayoría, una pena. El filtro del fútbol está salado. Sería una buena película para hacer, la cara previa a ser profesional, lo difícil que es lograr llegar a ser un jugador de primera, depende de la suerte, de uno mismo. Es un filtro muy angosto.

—¿Nunca escribiste algo sobre eso?

—Escribí un corto sobre una historia real que me pasó en Progreso pero nunca lo filmé. Yo era de clase media y la mayoría de los que jugaban conmigo eran de menos guita. La Teja es un barrio obrero. Mario, un compañero, vivía en la Cachimba del Piojo, una villa. Él me insistía que quería ir a mi casa y me iba a llevar a la suya. Lo hicimos. Yo tenía 13 años y me abrió la cabeza. Fue un intercambio para los dos: no era ir en auto y ver una villa, ni ir en ómnibus o caminando y ver una casa de Punta Carretas, sino entrar a la casa, entrar a la villa, hacer ese intercambio.

—Eras el 9, ¿recordás algún gol?

—Yo soy hincha de Peñarol. De Progreso pasé a Huracán Buceo, era en cuarta división, primer partido contra Nacional y le meto dos goles. Mi viejo a veces filmaba pero se ponía tan nervioso que no podía hacer las dos cosas, gritar, grabar pero es el único gol mío que está registrado. No fue un gran gol, fue un centro y cabezazo. Además el golero era compañero mío del liceo, Germán, estuve toda la semana diciéndole, te voy a meter dos, tres goles y pasó eso. Yo tenía 17 años, tengo familia en Francia y llegamos a hablar de que me fuera a jugar allá. En ese entonces el presidente de Huracán era Atijas, me fue a ver con un representante y se frustró la negociación. Todo se empieza a complicar. Tu deseo tiene que estar puesto en eso 100% y yo no sé si lo estaba. Tampoco la frustración me generaba una depresión, cuando tuve que dejar, dejé y todo bien. Ese año jugué muy bien, el cuadro empezó a perder, yo me vine un poco abajo, se fue pinchando la idea y no viajé. Era chico y fue medio una fantasía, no sé si mis viejos me hubiesen dejado irme a los 17 años solo. Y menos mal que no lo hice, no sé qué hubiese pasado en mi vida.

—¿Por qué menos mal?

—Porque estoy contento con ser actor, pero no sé... Me imaginé varias veces cómo hubiese sido mi vida futbolera pero nunca me arrepentí, hasta veo semejanzas entre la actuación y el fútbol.

—¿En qué se parece un camarín a un vestuario?

—El hecho de cambiarte, sacarte la ropa que tenés, ponerte un short, remera y medias para salir a hacer un deporte tiene algo de ritual que también lo tiene la actuación, ponerte otro vestuario que no es el tuyo, también hay un personaje. Hay nerviosismo, alguien que te va a ver, expectativa, cómo saldrá.

—¿Y una charla técnica y una con el director de teatro o cine?

—Terminás de hacer una pasada, una escena y hay una devolución; termina el primer tiempo y también. Te dice cómo pararte, cómo doblar, qué sale mal: hay algo similar.

—¿Hay algo comparable a gritar un gol en la actuación?

—Creo que lo más parecido es el teatro, sobre todo cuando me han tocado obras donde está tan comprometido el cuerpo, la voz: todo lo que hacés notás que llega al público, es la reacción, buena o mala, no importa, hay un contacto, creo que es lo más cercano a un gol, estar dialogando. A mí me obsesiona pila como actor ver qué le está pasando al público, seguir su atención, si se aburre o no, quizá tiene que ver con el fútbol.

—Por eso decís que en el teatro te sentís como un músico...

—Me interesa mucho lo que se genera con el público, estoy muy alerta y expectante del feedback. En Demonios (Marianella Morena, 2014) era más claro el ejemplo de convivencia, como si estuviera una banda de rock: el público sabe el tema, todo lo que se genera. En teatro me interesa generar ese tipo de vínculo, que te pasen cosas: o te da bronca lo que ves y no lo soportás o te reís o llorás, pero que te movilice.

—¿Trabajás para lograr eso al construir un personaje?

—Depende del proceso y de la obra. En Los Elegidos (Jorge Denevi, 2015) no tanto porque no da el tipo de obra, de personaje, la puesta. No sé si es lo que más me interesa a nivel de puesta. Lo considero un teatro más comercial, que no digo que sea mejor ni peor, pero son públicos distintos y venía más acostumbrado a otra cosa. En Demonios había de todo, gente que se paraba y se iba. Me interesa un teatro más vivo, que el público tenga su participación.

—Como en la cancha

—Como en la cancha. Acá es más como un partido de tenis. Pero para mí también es un desafío hacer teatro más comercial, está bueno cambiar y ver otras formas de hacer teatro.

Jugadas.

La mayoría de edad lo encontró en cuarta división y no en primera, eso le generó cierta tensión, tiró la toalla y se dedicó a otra cosa. Llegó tarde a inscribirse a la psicomotricidad, entonces se anotó en medicina pero no completó ni un año porque sus padres le pagaron la carrera que quería hacer en un instituto privado. En tanto, le ofrecieron que empezara a trabajar con ellos en el taller de artesanos de la familia. Una tarde, su madre escuchó un anuncio en la radio donde invitaban a inscribirse en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) y se lo comentó. La reacción de Alfonso fue, ¿qué? Nunca hice teatro. No, no, te desubicás. Llamale instinto maternal o no sé, pero la clavó en el ángulo. No sé por qué pero me empezó a gustar la idea. Había algo del fútbol, del personaje, siempre fui el que llamaba la atención en mi grupo de amigos: todo eso estaba latente y apareció. Entré a la EMAD y al año ya estaba copado".

—En tu época de futbolista eras socio de Cinemateca también, ¿no?

—Mi hermana mayor era socia y no sé si fue influencia de ella o qué. Al pertenecer a la clase media, ir a un liceo más cerca del Centro, el Suárez, con gente más intelectual, tenía esa doble faceta. Cada tanto iba a ver una película y me empezó a gustar el cine y a fantasear con la idea de actuar, de decir, qué bueno hacer una película.

—Te quedaste con ganas de hacer otra cosa popular, como el Carnaval…

—Histeriqueo con eso. Cuando veo Carnaval me gusta algo de lo popular, me gusta mucho la murga, me causan gracia las coreografías de los parodistas pero es más un chiste. Es bastante desgastante, es el verano, ensayos de muchas horas, que también los tengo pero lo hago en teatro que es lo que más me gusta. Hoy te diría que no haría Carnaval. El año pasado me ofrecieron y dije que no, no me acuerdo quiénes eran. No podía y no me interesa tanto. Se ve que siempre ronda en mí algo de la convivencia con el público, pero en este caso en particular me interesa estar del lado del espectador, no del otro.

Golazos.

Fernando Epstein es amigo del cuñado de Alfonso. Una tarde escuchó sus carcajadas mientras miraba Beavis y Butt-head por MTV y lo invitó al casting de 25 Watts. "Son dos personajes yankees que están todo el tiempo de faso en un sofá, había algo similar en 25 Watts y además se enteró que yo estudiaba actuación y daba con la edad. Fui al casting y pensé que no iba a quedar porque hice cualquier cosa, no entendí nada. No me acuerdo mucho pero si lo volviera a ver me cagaría de risa".

El trío de actores no se conocía pero ensayaron durante un mes y medio para encontrar códigos, cosas en común, "eso de jugar al piedra, papel o tijera, boludeces que tenés en la adolescencia. Todos sabíamos lo que era estar con tus amigos en un murito rompiendo los huevos". En esa época Alfonso tenía una muletilla, no paraba de decir, andá y su personaje lo incorporó. "No sé si fue Juan o Pablo que me dijeron, decí eso, había que buscar naturalidad en los diálogos".

—¿Volviste a ver 25 Watts?

—El año pasado la pasaron en Canal 5 y nos juntamos a verla con unos amigos. Cuando hacés una película y pasan tantos años te distanciás y empezás a ver al personaje, eso que ven los demás, es increíble, tuve esa sensación de verme a mí pero de ver a un personaje también. Me pasó de reírme y decir, no puedo creer este boludo, qué gracioso, qué buena escena. Eso te lo da la distancia.

—Con El 5 de talleres solo leíste tus parlamentos cuando Biniez te invitó a participar…

—Ni siquiera eso, creo. El Garza es amigo mío, me la contó cuando nos juntamos: la película es esto, tu personaje es esto, le pasa esto y no precisé muchos más datos que esos.

—Interpretas al Negro Iono, un hincha que estuvo en el rodaje.

—Es un amigo del Garza, no era jugador de fútbol, es hincha, vive en Remedios de Escalada, no es nada que ver a mí. El Garza usa nombres reales para los personajes, inclusive el personaje de Las olas se va a llamar Alfonso. Estaba ahí pero no era una referencia.

Crónica de una fuga (Adrián Caetano, 2006) estaba basada en la historia de cuatro pibes que se fugaron de una casa clandestina de tortura y en los rodajes estaba uno de los que en ese momento había sido protagonista del hecho real. El tipo era una especie de asesor, inclusive llegamos a ir a la casa real y nos iba mostrando, acá nos torturaban, acá nos hacían el submarino con toda la cotidianidad. Esa sí fue una referencia actoral, inclusive llegó a actuar, hizo del juez que lo condenó.

Yo tenía un personaje chico, él se me acercó una vez y me dijo, yo me acuerdo del pibe que interpretás. Mi personaje era un buchón y él me tiró dos o tres piques que me re sirvieron: era un pibe muy siniestro, no hablaba mucho.

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