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Cómo ser Michael Jackson

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Michael Jackson

Gustavo López es el mejor imitador del Rey del Pop en Uruguay. Lleva 32 años conviviendo con su ídolo. Esta es la historia de un hombre que quiso ser otro.

Una vez, un uruguayo detuvo el tráfico en Times Square mientras bailaba como Michael Jackson. Frente a un escenario improvisado, la gente empezó a amontonarse y los autos no pudieron circular por la calle más importante de Nueva York.
Los bocinazos eran tan fuertes que tapaban la música.
En medio de la tercera coreografía, dos policías en moto avanzaron entre la muchedumbre.
Se abrieron paso hasta quedar cara a cara con el imitador.
Uno de ellos se acercó.
Sonrió.
Le dio la mano y dijo, “I don´t know Michael”.
A Gustavo López le llevó otros 15 minutos terminar el show. Algunas copias son tan buenas como los originales, y este público pedía más. Quería fotos y autógrafos. Aunque fueran los de un impostor. Esa tarde de 2002, hasta los policías bailaron como si estuvieran en el rodaje de un video clip.

Trece años después, Gustavo López recuerda ese día como la mejor actuación de su carrera.

El Neverland de este uruguayo es una casa en Aires Puros con vista al arroyo Miguelete. Con media cara pintada como el Rey del Pop, asegura que puede falsificar la firma de su ídolo. También la forma en que hablaba con sus seguidores y los pasos de baile que lo convirtieron en uno de los mejores bailarines del siglo XX. "Yo lo adoro porque es parte de mí", explica con una sonrisa.

Gustavo López dice que hace más de 32 años que convive con Michael Jackson y se le infla el pecho. Nadie lo imita mejor en Uruguay. Entre sus amigos hay otros como él, incluso algunos que son verdaderas celebridades del mundo del espectáculo gracias a su habilidad para copiar a la perfección el talento ajeno. Simular ser un famoso es un arte y también un negocio. Pero si se trata de convertirse en un personaje tan exigente y particular como Jacko, es un don.

Gustavo López, el Michael Jackson uruguayo.
Gustavo López, el Michael Jackson uruguayo.

Si cierra los ojos y se empeña puede recuperar una imagen de su niñez. La única que guardó luego de la muerte de su madre, a los 9 años. Es una fiesta de cumpleaños y la mamá le pide que baile como John Travolta. Está rodeado de niños y adultos que lo aplauden y lo alientan a bailar. En ese entonces Gustavo había cumplido 6 y le gustaba tener una madre bailarina de danza española, un padre músico y tres hermanos mayores.

Cuando la infancia se volvió negra, lo único que lo hacía feliz era seguir bailando, sobre todo break dance. Pero a mediados de los '80 la danza del hip hop era una moda en Montevideo y había muchos haciendo lo mismo. Gustavo era un niño triste que quería sentirse un ser especial.

Una tarde cualquiera, volviendo del liceo a la casa de su tía, escuchó una canción que le cambió la vida. "Lo que sentí se parece bastante a la desesperación", describe. La canción era Thriller. Durante esa semana la repitió más de 100 veces, aunque no entendía la letra porque no sabía hablar inglés.

Un tiempo después pasaron por televisión la entrega de premios Grammy de 1984, y vio cómo Michael Jackson bailaba Billie Jean, transformando cada compás musical en un movimiento milimétricamente calculado de su cuerpo. Combinando velocidades y deslizando los pies de tal manera que su movimiento generara un efecto óptico en los espectadores. Quedó impactado con el moonwalk. "Un sonido, un golpe. No podés bailar como él si no tenés oído musical. Por suerte eso lo heredé de mi padre", opina.

Le pareció que esa danza era la representación de la paz y de la alegría.
A los 12 años Gustavo López volvió a sonreír.
Convirtió a MJ en una ilusión, en una razón de vivir. "Es mi mejor amigo porque siempre está ahí cuando lo necesito y no se queja nunca", dice.
El fanatismo era la coraza que necesitaba para seguir adelante.

Se dejó el pelo largo. Hasta los profesores del liceo le regalaban pósters y fotos del cantante. Otra vez, todos querían verlo bailar.

—Empecé a ir a los bailes del Club Colón vestido como Michael. Al DJ le daba gracia y me dejaba entrar gratis.

—¿Se reían de vos?

—Sí, los metaleros, porque usaba los zapatos brillantes y los pantalones cortos y bien planchados.

Cada día frente al espejo, y cada fin de semana en la pista de baile, Gustavo López se dedicó a recrear una y otra vez la única imagen que conservaba de una niñez feliz.

Wilson Zapata estaba cenando con su familia cuando vio por televisión la misma actuación de la estrella pop que marcó a Gustavo. Se le enfrió la comida. Desde ese momento, a los 9 años, en Minas de Corrales, intentó bailar como Michael.

Durante la adolescencia los dos coincidieron en una discoteca en la que se improvisó un duelo de imitadores. "Fue tan lindo para mí ver lo que él podía hacer que no quise desafiarlo", dice con admiración.

La siguiente vez que el destino los cruzó, la fiesta fue cancelada. Era domingo, de noche, y consiguieron que les prestaran el salón vacío. Pusieron música y durante horas intercambiaron trucos para imitar al maestro. En ese momento el fanatismo se convirtió en otra cosa. Gustavo López quiso ser títere y titiritero, y le propuso a Wilson acompañarlo como bailarín y armar un show para vender.

Por tres años actuaron en boliches, fiestas de todo tipo y en whisquerías. Llegaban a los escenarios en ómnibus o en taxi. La ropa la confeccionaba Gustavo, que recorría la ciudad buscando botones extravagantes y telas que brillaran hasta encandilar los ojos del público. Él mismo cosió cada uno de los trajes y construyó zapatos especiales para poder hacer el truco de inclinarse 45°. Un verdadero imitador no deja ningún detalle al azar.

—¿Por qué te retiraste?, le pregunto a Wilson, que ya tiene 43.

—La noche cambió. Empecé a ver peleas, mucho alcohol, drogas, propuestas que no nos gustaban. La gente se olvidó de bailar.

Gustavo en medio de la transformación.
Gustavo en medio de la transformación.

Frente a su segunda esposa, Ana, y dos de sus cuatro hijos, Jazmín y Gustavito, Gustavo López me muestra uno de los secretos de la transformación: el maquillaje. Primero se coloca una red en el pelo, luego se aplica una base en el rostro y pinta las cejas, pestañas y patillas con rímel. Con un lápiz negro delinea el contorno de los ojos, y con otro marrón hace unos trazos en la nariz, los pómulos y el mentón. Se pinta los labios y los cachetes con un labial rojo. Entonces se pone la peluca, y el traje. A Gustavo le alcanzan 30 minutos para convertirse en Michael.

—Cuando empiezo a maquillarme lo veo a él, -dice sosteniendo un lápiz de labios con dibujos de muñecas Barbie que le regaló su hija menor.

—¿Estás convencido de eso?

—Hace más de 30 años que lo conozco. Yo puedo respirar como Michael.

—Y en el escenario, ¿qué pasa?

—Bailé más de un millón de veces. Más de una vez lo sentí cerca. Siempre pido que dos personas me acompañen: Cristo y Michael.

Gustavo López, además de bailar todos los fines de semana, es electricista, jardinero, pintor de casas, carpintero, panadero, arregla bicicletas, anda en moto y es sacerdote en una iglesia mormona. Algunos le dicen Michael y otros Hermano López.

—¿Qué fuiste a buscar en la religión?

—El timón que no tenía mi barco, -articula con orgullo, mirando hacia arriba, con un gesto de fe.

—¿No te lo dio el baile?

—Sí. Pero creo que uno nace para determinadas cosas y yo nací para ser más espiritual que carnal.

—¿Qué te dicen en la iglesia acerca de la imitación?

—Ahí yo hice un quiebre y me corté el pelo. Me di cuenta de que estaba bien amar a alguien y querer ser como él, pero aprendí a separar a la persona del personaje. No quise perder mi identidad porque a mí me gusta ser Gustavo López.

En su casa ya no hay pósters de Michael. En las paredes del living hay fotos suyas disfrazado como el hombre que admira. Y un cuadro con el retrato de un sacerdote mormón.

Gustavo López confecciona sus trajes y sus zapatos.
Gustavo López confecciona sus trajes y sus zapatos.

Cuando habla de su ídolo lo trata como a un familiar cercano, nunca agrega el apellido, y se refiere a él en tiempo presente. Según Gustavo, Michael no está muerto porque el espíritu es eterno. Y en la tierra sigue vivo gracias a personas como él.

El 25 de junio de 2009, Gustavo también estaba en cama, recuperándose de una neumonía. Se enteró de la muerte accidental de su amigo más querido por el informativo. Ese día el teléfono no dejó de sonar. Decenas de personas lo llamaron para darle sus condolencias.
Durante el tiempo de duelo, el imitador llenó su agenda de contrataciones. Tanto, que organizó distintas formaciones de bailarines y les adjudicó presupuestos variables.
Nadie quería que Michael Jackson dejara de bailar.

Cobra entre 8.000 y 20.000 pesos por actuación.

—¿Te regatean?

—Todo el tiempo. Nadie es profeta en su tierra.

—¿Nunca pensaste que en otro país pudiste haber sido realmente famoso?

—Lo sé. Me lo ofrecieron. Pero sin mi familia no me voy. Yo no busco el éxito. Para mí lo material es necesario pero no imprescindible.

Gustavo dice que su actuación es única porque además de lo físico le agrega lo espiritual. "Como Michael, cuando yo bailo le doy mi amor a las personas". Para no dejar lugar a dudas, recomienda que lea los comentarios de su servicio en la publicación de Mercado Libre.

Como aquella vez en Nueva York, el espectáculo no termina cuando se apaga la música, y Gustavo dice que mientras firma autógrafos y se saca fotos bendice a sus seguidores. Eso mismo que vio hacer al rey con los bailarines y técnicos en el documental This is it. "Son los dones que tengo", argumenta, como si le hiciera un favor a sus dioses.

A los 44 años este artista siente que debería estar cansado. Cada diciembre repite que será el último como imitador. Pero cuando le pregunto si piensa cómo será el día en que deje de actuar, se agarra la cabeza y confiesa que ese es su mayor temor. Cuando eso ocurra Gustavo deberá aprender a vivir más lejos aún de Michael.

—Aunque también se parece a Marc Anthony, y le sale bien -lanza su esposa.

En el living donde me cuenta la historia de su obsesión, un plasma reproduce sin cesar video clips y presentaciones en vivo del Rey del Pop. Es la banda sonora perfecta para esta película, y lo sabe. Ana, que lo conoció vestido como Jacko y así se enamoró de él, dice que si lo dejara no haría otra cosa que ver bailar a Michael.

Pero, como casi todo, esta vida compartida podría llegar a su fin. Me doy cuenta porque cuando hablan del cantante latino más exitoso del momento, a Gustavo se le enciende la mirada, dice que le encanta bailar salsa, merengue y chachachá, y lo llama por su nombre de pila. Quizás algún día no muy lejano a Gustavo le empiecen a decir Marc. Porque aunque esté cansado, un buen imitador nunca puede dejar de serlo.

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