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"Me hacía falta un sacudón, tocar fondo"

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Ariel Staltari

ARIEL STALTARI

En 2017 se probó como guionista y le fue muy bien. Junto a Bruno Stagnaro escribió Un gallo para Esculapio, la mejor ficción argentina del año. Allí también encarnó a Loquillo, un personaje que se hizo querer a pesar de ser un pirata del asfalto y enfrentar al protagonista de la historia.

En uno de los primeros capítulos de Okupas, se escucha en una radio: "Mauricio Macri, presidente de Boca Juniors…". En ese momento, año 2000, es probable que Macri no imaginara que muchos años después se convertiría en el Presidente de Argentina. Como quizás tampoco Bruno Stagnaro imaginara que su ficción, producida por Ideas del Sur, se transformaría en serie de culto. En ese tren de sueños "imposibles" podríamos incluir a Ariel Staltari (43 años), que llegó al casting de la serie sin ninguna expectativa –incluso con pocas ganas- y terminó transformándose en uno de los cuatro protagonistas, junto a Rodrigo De la Serna, Diego Alonso y Franco Tirri.

Gracias a Okupas, Ariel conoció a Stagnaro y su vida ya no fue igual. "Le debo mucho, porque fue quien me descubrió como actor, y ahora vuelve a ser quien me descubre, pero como guionista", recuerda en charla con Sábado Show tras una más de las extenuantes jornadas de preparación de la segunda temporada de Un gallo para Esculapio. La serie emitida por Telefé y TNT, y producida por Underground (Sebastián Ortega), fue de lo mejor del 2017 en lo que a producciones argentinas refiere, algo que le hizo ganarse una nueva temporada, que estará estrenándose a mediados de 2018.

"El espíritu de la serie va a ser el mismo, continuando la historia de cómo quedó el escenario después del final que tuvimos. Quizás se sume algún detalle de color con respecto al ámbito delictivo, por ahí puede llegar a mostrar algún tipo de modalidad diferente, además de la piratería de asfalto y el gallerío", cuenta quien además de haber debutado como guionista con esta historia, le pone el cuerpo a uno de los personajes, Loquillo.

Para quienes no vieron la primera temporada, les decimos que gira en torno a Nelson (Peter Lanzani), un joven que llega de Misiones a Buenos Aires buscando a su hermano, al que tiene que entregarle un gallo de riña. Pero cuando baja del ómnibus Roque no está, lo que lo lleva a iniciar una búsqueda que lo terminará involucrando con una banda de piratas del asfalto liderada por Chelo Esculapio (Luis Brandoni). Este último, quien también participa de riñas de gallos, tiene un hijo bueno para nada que siempre se sintió relegado por su padre. Ése es Loquillo.

El personaje fue surgiendo en las muchas charlas que Ariel mantuvo con Stagnaro en la fase de armado del guión. "Ahí se fue construyendo este personaje tan border, divertido y a la vez tan sufrido. Lo iba componiendo a medida que lo íbamos escribiendo", recuerda el actor, que al principio no sabía que se quedaría con el papel. "Hasta empezar a delinear el primer capítulo, veía ese personaje con mucho cariño. Cuando empezamos a escribir, con tiempos, fechas límites y demás, comenzamos a repartir personajes y ahí Bruno me dijo que estaría bueno que hiciera a Loquillo. Yo también medio que lo pedí y me quedé con un personaje que la verdad que quiero mucho, me gusta mucho".

Poco puede adelantar sobre lo que ocurrirá con él en esta segunda temporada, apenas puede decir que "está en cana porque se entregó, como se vio al final de la primera temporada. Ahí van a pasar cosas interesantes, se lo va a ver con otro aspecto quizás… va a haber un cambio, está bueno. Tengo miedo de meter la pata y de contar cosas que después no vayan" (risas). Tampoco tiene aún muchas certezas de lo que se viene en la historia en general. "La idea es continuar con los personajes que quedaron y seguir desarrollando el conflicto que quedó instalado en la primera temporada", dice.

Para los que la vieron, ya saben que hay personajes que han muerto. Entre los que sobrevivieron, retornarán Nelson, el eje de la historia; Yiyo, uno de los delincuentes de la banda, interpretado por el gran Luis Luque; la esposa de Chelo (Julieta Ortega); el nuevo amor de Nelson (Eleonora Wexler), y su amante de un día (Andrea Rincón).

"Algún nuevo personaje va a entrar, no sabemos todavía. La verdad que si digo algo estaría mintiendo porque capaz que anuncio que no va a haber un sacudón importante y de pronto entra una súper figura", aclara Ariel.

Propuesta inesperada.

La idea madre de Un gallo para Esculapio rondaba en la cabeza de Stagnaro desde la época de Okupas más o menos, pero cuando tuvo que avanzar sobre ella llamó a Ariel. "Me sorprendió por completo porque nunca me imaginé que me ofreciera algo de esta magnitud. Fue paulatino, descontracturado y sin compromiso; eso es lo que estuvo bueno. No es que me propuso escribir y al otro día arrancamos. Fue de menor a mayor", recuerda.

El primer paso fue acompañar al director en las investigaciones, que implicaron meterse en el mundo clandestino de las riñas de gallo y en ambientes poco confiables. "Fue divertido y fue peligroso. Divertido por meternos en ámbitos que desconocíamos por completo y eso nos generaba una adrenalina que está bueno atravesar. Pero cuando estás ahí, en el escenario propiamente dicho, te empieza a caer la ficha de que no está tan divertido, que es medio peligroso por momentos. Igual nunca pasamos por una situación demasiado tensa… o digamos que sí, pero gracias a Dios salimos bien del camino".

La relación entre director y actor se fue afianzando, y la propuesta oficial para ser guionista llegó con mucha naturalidad. "En los viajes o en las charlas que teníamos, Bruno empezó a intuir que mis devoluciones eran propias de un guionista o que yo era alguien que podía llegar a aportar muchísimo a un guión. Fue así que me lo propuso, yo lo acepté, avanzamos y acá estamos".

Los viajes también aportaron otras cosas curiosas, como que personajes reales terminaran actuando en la ficción haciendo de ellos mismos (o parecidos). Tal el caso de Orlando Sosa, un gallero que los llevó a una riña en Rafael Castillo y terminó interpretando a Aguirre, el entrenador de gallos de Chelo. O el gracioso caso de un policía que fue elegido para encarnar a uno de los ladrones de la banda.

"Bruno tiene como una característica bastante particular de darle la oportunidad a gente que no viene actuando y de repente los convierte en actores. Es muy de hacer eso. Después, también está la gente que es mandada, que te dice a mí me gustaría actuar. A veces te cae simpático ese comentario, y al que él vio que más o menos podía andar y que tenía un cierto color, le dio la posibilidad de audicionar. Algunos de ellos quedaron", apunta el actor.

Buenas y de las otras.

"Mi carrera empezó de más a menos", ha reconocido Ariel. Empezar con Okupas fue hacerlo bien arriba. "Me costó todo un tiempo entenderlo, en el medio de eso iba trabajando, y ahora se puede decir que estoy en el mejor momento de mi vida artística, profesional y personal. Tengo toda esa madurez, todo ese bagaje, que me viene ayudando a poder estar plantado de otra manera. Creo que de otra forma no podría haber estado a la altura de lo que estoy haciendo ahora", destaca quien no las tuvo siempre todas consigo.

"Desde Okupas a esta parte, tuve la suerte de trabajar, de hacer bastantes cosas. Pero hubo momentos que fueron críticos, que no me salía trabajo, que estaba un poco alejado de la vocación e intenté hacer otras cosas, otros negocios, y obviamente me fue mal". Uno de ellos fue intentar ser metalúrgico sin saber absolutamente nada del oficio. "Tenía un tío que se dedicaba a eso y me tiró como un consejo que, si ponía un horno para cementar tornillos, me iba a llenar de plata. Con un hermano teníamos un dinero y lo invertimos en eso. De repente me encontré llegando a distintas fábricas de tornilleros, todo engrasado, lleno de hollín, laburando como metalúrgico. La gente que laburaba de eso, que me tenía de Okupas o de algunos otros trabajos, se pensaba que los estaba jodiendo y yo les juraba que estaba trabajando", recuerda entre risas.

Risas también hubo en su entrada a Okupas. Fue al casting, hizo un par de pruebas y cuando Stagnaro lo vio, se empezó a reír porque, como luego diría, se estaba topando con el Walter que siempre había imaginado para su historia. "Yo no sabía si putearlo o qué. Pensaba ¿qué pasa con este tipo? Me mira y se ríe, está loco. A él le parecía divertido verme muy metido en el personaje, siendo Walter. Eso le provocó bastante risa".

La felicidad de ser Walter convivió con la última fase de una etapa muy dura de su vida. Cuando tenía 25 años le diagnosticaron Leucemia Linfloblástica Aguda, una enfermedad que en ese momento era sinónimo de sentencia de muerte. Pero Ariel luchó durante dos años, estuvo siete meses internado y luego realizó un tratamiento ambulatorio. Mientras grababa Okupas, se estaba haciendo quimioterapia, pero nadie del equipo lo sabía. La difícil experiencia le sirvió para encontrar su verdadera vocación porque, si bien había estado cerca del arte como líder de su propia banda de música durante diez años, se dio cuenta de que lo que realmente quería era actuar y empezó a estudiar para eso. A los tres meses estaba haciendo el casting para Okupas.

"Sigo pensando que, para que en la vida uno pueda realizarse, tiene que tocar fondo. Esos son los verdaderos impulsos que uno necesita a veces, no siempre, porque hay gente que gracias a Dios no tiene que pasar por situaciones límites para tomar impulso. A mí sí me hacía falta un sacudón porque yo venía de una familia que no tenía nada que ver con el ambiente artístico, son comerciantes", señala Ariel. "Estudiar teatro me sirvió para curar mis heridas de a poco. El primer día que fui a clase, me sentí un poco más curado y eso, cuando hacés un tratamiento ambulatorio, es buenísimo. Ese primer día, me fui feliz a mi casa y recién ahí sentí que estaba empezando a ganar la batalla".

Afectos.

Uno de sus maestros de teatro fue nada menos que Lito Cruz, fallecido hace muy poco, al que Ariel recuerda más como docente que como actor, si bien reconoce que "era un actorazo". "Era un tipo que nunca te felicitaba y mi sensibilidad necesitaba como una voz de aliento, más por el momento del cual yo venía. Entonces, al principio lo veía como alguien duro", cuenta quien se vio obligado a abandonar las clases por el tiempo que le demandaba Okupas. Cuando se reencontró con Cruz, en la muestra de fin de año de sus ex compañeros, el trato seco se mantuvo. "Me acerqué a Lito y le dije viste que estuve haciendo un programa. ¿Qué programa?, me contestó mientras yo lo perseguía y él llevaba una silla de un lado a otro del escenario. Ah, sí, sí, algo vi, me dijo. ¿Y qué te pareció?, ¿cómo estuve?. Silencio, silencio. Y me respondió: pudiste haber estado mejor, haciéndome sentir el rigor porque lo había abandonado". Luego serían compañeros en la telenovela Sos mi hombre.

Con el mismo cariño recuerda a otros de sus docentes, Martín Adjemián, otro gran actor también fallecido. "Fueron mis dos guías", dice y destaca que utiliza aportes de ambos para las clases en las que ahora él es el docente de teatro. "Tomé cosas de ellos y tomé cosas de mi propia experiencia en todo este recorrido, no tan solo en el palo del arte, sino de la vida. Yo hablo mucho de la vida con mis alumnos. Trato de meterme en las entrañas de un ser humano, me interesa mucho ayudar desde ese lugar a poder sacar una sonrisa a alguien que no la está pasando bien. Ésa es mi verdadera vocación. Me gusta el arte, pero me gusta más el arte en función de".

"Siempre fui medio el payasito del grupo, del secundario, de todos lados… y últimamente me viene tocando también cumplir ese rol en las historias, pero me gustan las dos cosas, el drama y la comedia. De hecho, Bajo el bosque de leche, no tenía nada que ver con lo que hago en televisión. Siempre mi curva dramática está, mi costado profundo el personaje lo tiene. Eso lo disfruto bastante", acota haciendo referencia a la obra del galés Dylan Thomas en la que trabajó a fines de 2017 en el Teatro San Martín. Igual, aclara que el teatro, si bien ha recibido propuestas, no es lo que más le gusta porque lo hace sentir esclavo. "A mí me gusta disfrutarlo cuando laburo en armonía, con felicidad y cuando no me toma toda la semana. Prefiero hacer dos días a la semana o tres", dice quien dirige a sus alumnos y en un futuro le gustaría dirigir su propia película de cine, hacer cine, volver a la música…

Pero para eso hay que tener tiempo y hoy no le sobra. Porque Ariel también tiene una familia de la que ocuparse: una esposa azafata y dos hijos, Valentino (7 años) y Vito (4). Con ellos comparte todo el tiempo que le deja el trabajo y con ellos se fue de vacaciones a Europa el año pasado. "Estoy muy agradecido de haber tenidos dos hijos, pensé que no podía tener ninguno. Ya estaría bien la cantidad, soy actor (risas)… y ahora guionista". Aunque si de soñar se trata, nunca está dicha la última palabra. "Siempre hay que tener proyectos y metas, sueños; ése es el motor que te permite vivir". No es una frase hecha, Ariel lo sabe bien.

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