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Manu Da Silveira dedicada a su lado espiritual: yoga, meditación y deseos de ser mamá

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Foto: Mery Slinger.

El año pasado fue una escuela para Manuela Da Silveira. Se mudó a Buenos Aires para ensayar una obra que no llegó a hacer porque el estreno se demoró y ella tenía compromisos en Montevideo, pero le sacó jugo a esa estadía en la vecina orilla.Se anotó en cuanto taller encontró (clown, gimnasia actoral, actuación), vio mucho teatro independiente, se metió en un profesorado de yoga, meditó, hizo constelaciones familiares y biodecodificación. Esta Manuela espiritual y alejada de los medios se convirtió en empresaria: hace dos meses fundó Panyaro (Luis Piera 1919) junto a su hermana Florencia. Este espacio donde se dictan clases de yoga, arte plástico para niños, talleres de puerperio y humor es su prioridad hoy, aunque no descarta volver a la televisión. La nueva Manuela disfrutó mucho la soledad y ahora quiere ser madre.

—Sos inquieta y te gusta buscar, ¿sentís que estás en un camino espiritual?

—Puede que me haya encontrado más a mí y que me encuentre en un camino más espiritual que el que estaba realizando hace unos años. Lo estoy empezando a transitar, pero creo que cuando cambiás algunas cosas, todo lo que está alrededor tuyo cambia y el tipo de trabajo también.

—¿Podés identificar cuándo empezó ese cambio en vos?

—Ese camino siempre estuvo. Empecé a acercarme a terapias alternativas, biodecodificación, homeopatía, registros akashicos. En un principio era para apagar un incendio (un tema de salud o de estrés), no para seguir creciendo. Empecé yoga de casualidad hace dos años. Una maestra de pilates me dijo, ¿vos conocés a Alejandra Calcaterra? Podrías practicar con ella. Y tuvo sentido. Parentela (ciclo de humor que condujo y se emitió por Monte Carlo TV) fue un proceso bastante duro y yoga era el lugar donde paraba por un rato, me sentía cómoda y agarré fuerza en el cuerpo, que por lo general yo somatizaba. Al año siguiente me fui a Buenos Aires y empecé a practicar más porque tenía tiempo libre y una amiga, me dijo, tendrías que hacer un profesorado, me anoté y estuvo buenísimo. Empecé a meditar y a observar los cambios físicos que ocurrían cuando conectaba conmigo.

—¿Había cierta inestabilidad en vos?, ¿tenía que ver con eso?

—Hay una inestabilidad propia del trabajo que elegí. Tengo una naturaleza híper sensible y pertenezco a un medio bastante rockero: por momentos estás re contento, en otros te sentís un niño desamparado, el ego, me miran, no me miran, me eligen, me quieren. Todo eso pasa y está buenísimo aprender a conocerse más. Puede ser que el medio me haya llevado a buscar más respuestas y empecé este camino. Mi hermana ya era yogui, yo fui un día, me encantó pero no había calado en mí. Hasta que hice un click.

—¿Por qué te fuiste a Buenos Aires?

—Porque quedé para 13 mujeres no es mala suerte y me implicaba ensayar desde febrero. Era una obra de monólogos de mujeres. Hice un casting en noviembre de 2015, el año que levantaron Parentela y estaba bueno ver cómo era mi humor fuera de acá. La obra se demoró, yo tenía un compromiso con Movie Center de hacer una sala grande y me terminé bajando. Un par de productores me tentaron para entrar en América TV y dije, pará, si me meto ahí voy a hacer lo mismo que en Uruguay. Entonces me puse a estudiar porque capaz que soy muy mala actriz pero no me conocía nadie y podía darme el lujo de probar hacer drama.

—Conociste a Inés Estévez por Lea Ben Sasson y empezaste a estudiar con ella que trabaja mucho desde los chacras...

—Estuvo demás. Inés me hizo hacer trabajos muy reos, chabacanos. Me decía, sacate la tele de encima, acá nadie te mira. Me hacía pararme en las mesas, gritar como una loca, trabajar el desenfado. Yo sufría. Es una maestra genial, la amo.

—¿Influyó en tu decisión de irte el hecho de que Parentela no hubiera funcionado?

—No fue una frustración, de decir, en este país no se puede. Pero yo tenía mi agenda marcada para todo el año y de un día para el otro tuve que tacharlo. Se te viene el mundo abajo y a la vez es la posibilidad de todo. Pero en ese momento no la ves.

—Ahora no estás en los medios, ¿qué te pasa con eso?

—Por momentos lo agradezco porque estoy más distendida y por otros extraño esa presencia y estabilidad también desde lo económico.

—¿Te preguntás por qué no me llaman?

—Un día me lo pregunto y al otro digo, ¿qué energía estoy mandando para que me convoquen? Otras veces pienso que puedo ir o llamar yo.

—¿Te gustaría volver a la pantalla o lo ves como algo lejano?

—Si hubiera una oportunidad me gustaría volver a Canal 12 que no me agradó irme. Cerré la puerta despacito y triste porque me crié ahí. A Canal 4 no me imagino volviendo porque fue doloroso el proceso, no generé mucha raíz y terminó mal.

—¿Cuando ves Sonríe te da por pensar, pucha, podría estar ahí?

—Es muy raro. Valoro infinitamente más el lugar que tenía pero con el diario del lunes todos lo hacemos. Con el tiempo uno idealiza.

—¿Seguís sin saber si funcionan los programas de humor en Uruguay?

—Me da la sensación de que no. Es muy difícil hacer grandes producciones cuando el humor está en la espontaneidad de internet. Cuando ponés un cartel de neón y decís, se viene el humor es complicado. La gente quiere reírse a la hora que se le antoja. Me da mucha pena que hayan levantado Sé lo que viste. La nuestra era una propuesta más cara y ambiciosa pero Sé lo que viste tenía su público y hacían todo a pulmón. Claramente el humor hay que buscarlo en otros medios.

—Hoy, desde este lugar, ¿te ves vos en la televisión?

—Me gustaría integrar un equipo. Me di cuenta de que soy una persona para co conducir. Para despegarme en el delirio necesito a otra persona.

—El humor es tu forma de sobrevivir y querés crear tu propia técnica de yoga de la risa, ¿has sanado desde ahí?

—Podés reír de algo que te dolió mucho. Hay frases en mis monólogos que las lloré horrores. Al principio son muy fuertes y después quedan como un buen chiste pero vienen desde dolor, el enojo, la tristeza.

En Las Manolas (María Mendive, 2016) había un personaje que hablaba sobre los hombres y los emoticones. Era muy cómico, la gente se moría de risa, pero partió de una rotura de corazón donde me mandaron un caballito de carrera. Abrí mi alma y me dejaron pagando, sin una repuesta. Ahora me mato de risa. Hasta se lo conté a esa persona y me dijo, qué gracioso, no me había dado cuenta.

—¿Dejaste el stand up?

—No estoy en cartel, ni con la idea de escribir un monólogo, salvo que me llamen para algo puntual. Hace dos semanas terminé Las Manolas y tengo ganas de probar otros espacios no convencionales. Quiero hacer un monólogo con mi madre en Panyaro por el Día de la Madre. En este momento me interesa escuchar más para el humor, construirlo desde los talleres que dicto también. Mi energía está ahí, pero el stand up me parece maravilloso, lo he disfrutado y me ha dado muchas posibilidades.

—¿Es cierto que el objetivo inicial de Panyaro era crear un espacio para que tu hermano Jorge fuera feliz?

—Jorge es el motor de este proyecto. Mi hermana Florencia y yo soñábamos con crear un espacio que él habitara, donde pudiera sentirse feliz y desarrollarse. Lo que más le gusta es la parte de logística y transporte: apaga incendios de todo tipo. Jorge ha sido nuestro maestro por su capacidad para adaptarse. Él tiene un retraso que le dificulta la lectura, la escritura y el habla y es increíble cómo se desarrolló en todo. Aporta una perspectiva fundamental para nuestro vínculo de hermanos. Es un ejemplo.

—¿Qué dijo tu papá?

—Lo que hace por fuera del trabajo es ir a ver a los nietos y pasar por Panyaro. Se sienta en la mesa cerca de la puerta, se toma un cafecito con scones o una torta y nos cuenta cosas. Es bien familiar. Siempre hay alguno de nosotros presente para ayudar.

—Durante esos meses en Buenos Aires constelaste, hiciste yoga, gimnasia actoral, retiros intensivos, ¿hubo un trabajo más introspectivo en vos?

—Sí, aprendí a conocerme y entenderme. Tengo más claro hacia dónde ir, mi esencia está más en lo que voy eligiendo. Me mudé a Parque Rodó y siento que es mucho más mi casa que las otras que tuve. No sé si vivía dónde quería. Entré y sentí la energía. Estoy en el lugar donde quiero y elijo qué hacer con mi tiempo.

—Emilia Díaz dicta el taller de puerperio en Panyaro y vos dijiste que aprendiste pila de esas sensibilidad, ¿es así?

—Recién ahora empiezo a conectar mucho más con mi deseo de ser madre, que nunca había aparecido en mí. Sé que cuando esto suceda va a estar bárbaro.

—¿La maternidad es algo pendiente?

—Sí, es un deseo que recién empezó, y calculo que probablemente suceda, aunque no ya.

—¿Estás en pareja?

—No, ahora no, pero me parece que estoy cerca de que llegue todo. Me gusta que sea recién ahora. No lo cambiaría por nada. Me gustó estar en soledad. El año pasado era una aventura constante. Me iba a Buenos Aires por la noche en ómnibus, hacía cinco talleres y al otro día volvía a las clases de dramaturgia con Calderón, después tomaba mates con una amiga y me iba a ver maratones de obras de teatro sola.

—¿Cambió tu concepción del humor a raíz de todas estas experiencias?

—Me gusta indagar en proyectos más profundos, mezclar drama y humor. Me interesa el lenguaje no verbal. El clown es rock. Descubrís a tu payasa en el medio de la nada y es como conectar con tu niña. Mi clown es muy dramática y llorona.

—¿Y vos lo sos?

—Tengo períodos, ahora estoy bastante llorona. Me emociono mucho en las meditaciones.

—Hay varios post en el Instagram de Panyaro que terminan con la frase a celebrarse, ¿qué celebrás hoy vos?

—Trato de celebrarme a mí, que me da mucho trabajo estar en paz, y permitir darme amor. El otro día me dijeron, estás linda y no es que piense que soy Claudia Schiffer, pero creo en mi belleza. Entiendo que es una fiesta que yo esté en este mundo.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto: Mery Slinger.

zen, gurú y clownMARIEL VARELA

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