El domingo 27 de julio fue un día especial para el actor y director. Hace memoria pero no logra recordar qué hizo desde que se levantó hasta que llegó al Solís para hacer la última función de La Visita (Sergio Renán) y despedirse así de la Comedia Nacional, elenco que integró durante 10 años.
“Todo me superaba, no podía manejar mis emociones”. Ingresó al Teatro Solís por Reconquista, saludó al portero y se dirigió al camarín que estaba vacío: “sentí algo difícil de explicar y ahí me di cuenta de que era la última función”.
Era consciente de que cuando se cerrara el telón lloverían los homenajes, las palabras cálidas y los regalos, pero aún tenía que prepararse para subirse al escenario a interpretar a Elliot por última vez. Su meta era no bloquearse, "no sé cómo salió, pero le metí fierro con todo".
Al finalizar hubo elogios, medalla, abrazos de sus compañeros y autoridades. Rescata un par de presentes que lo conmovieron: "un trozo del Teatro Solís, una maderita que tengo guardada en mi cuarto pero debería pensar en tenerla no tan egoístamente para mí, sino como parte de la casa. Mis compañeros me regalaron un cuadro enorme donde caben 24 fotos que corresponden a cada uno de los espectáculos que hice en la Comedia Nacional, es maravilloso".
Cuando le tocó tomar la palabra, "bancó" la emoción como pudo y eligió remarcar uno de los tantos momentos gratificantes que vivió en esta década: El viento entre los álamos, la primera obra que estrenó allá por 2005 junto a Pepe Vázquez y Julio Calcagno, bajo la dirección de Mario Ferreira. "Mi personaje se llamaba Fernando, fue una obra que amamos, estuvo mucho tiempo en cartel, despertaba amor y emoción". Por estos días, "está por ahí bollando la posibilidad" de volver a encarnar ese papel junto a sus dos compañeros, "pero ahora sería una experiencia independiente" ya que los tres están fuera de la Comedia.
Después de esa gran noche, Jorge Bolani quedó sin batería. Tiene muy presente las sensaciones que lo invadieron el día después. "El lunes 28 de julio no pude moverme de mi casa, no tenía fuerzas ni energía, no sabía si estaba triste o alegre. Estaba en mi casa, quería bajar a la calle pero mi cuerpo no acompañaba. Fue como quedarse sin batería pero lindo, simplemente, hasta acá llegué, ahora a cargar las pilas de a poco. Las recargó y el fin de semana pasado estrenó Los Elegidos (Jorge Denevi) en el Teatro Alianza.
—Tu integración a la Comedia Nacional tuvo algún traspié. Te ibas a sumar en el 2000 y no pudo ser; la oportunidad recién te surgió cinco años después, ¿recordás qué pensaste y cómo fue el día que recibiste la noticia?
—Lo recuerdo perfecto. Me llamó Héctor Manuel Vidal, que fue muchos años director de la Comedia Nacional, un tipo muy querido, fue un maestro. Yo vivía en Guayabo y Tristán Narvaja. Me dice, quisiera que vinieras por la oficina de la Comedia Nacional porque acabo de firmar un acto administrativo mediante el cual te contrato. Me acuerdo que le pregunté, ¿para qué obra? No, te contrato estable, como parte del elenco, me dijo. Muy fuerte, ¿no? Lo tomé como un premio, yo era un tipo grande hace 10 años. El 2003 había sido muy movido: filmé Whisky (Stoll y Rebella), hice Novecento, una obra que me dio satisfacciones inmensas, grabé la serie Constructores (Canal 4). No sé cómo resistí ese 2003.
—Dijiste que lo peor en el teatro es aburguesarse, buscar lugares cómodos, ¿te costó en algún momento no estancarte integrando un elenco estable?
—Sí, esa es la pelea que tenés que dar todos los días. Me cuesta decirlo desde el punto de vista artístico, pero tenés un empleo, un trabajo seguro y privilegiado: no hay ningún lugar, salvo la Comedia Nacional, donde hagas teatro, lo que amás y te paguen un sueldo con todos los beneficios sociales. Yo lo encaré como un premio, un reconocimiento y además no podés elegir qué es lo que vas a hacer, es la gran diferencia con el teatro independiente; puede ser un papel grande, mediano, chico, nada es chico tampoco, vos podés hacer de un rol pequeño un gran trabajo, enriquecerlo. Puedo decir que se respetó mi trayectoria, pero a veces me tocó comer un poquito de banco de suplentes -como dicen en el fútbol- y hacer algún rol pequeño; yo lo encaré con la misma responsabilidad, como debe ser en el teatro. Si lo tomás como empleo municipal, no está bueno porque te despegás de lo que realmente sos.
—Mientras estuviste en la Comedia Nacional mencionaste que extrañabas esa libertad que te da el teatro independiente de seleccionar tus propios proyectos, ¿cómo te cayó retomar ese poder decisión y elección?
—Es un momento muy agradable en el sentido de que puedo seleccionar el proyecto, nadie me presiona, tengo cantidad de obras que se me proponen y finalmente elijo. Eso no te asegura el éxito, a veces podés decir que la elección no fue buena desde el punto de vista del éxito, pero a mí no me importa tanto eso. Me importa que cuando elijo lo hago a consciencia por el autor, quién me lo propone, el grupo de trabajo.
—Sentís que una obra es para vos porque sucede como un flechazo, no podés dejar de leerla, ¿qué pasó con Los Elegidos?, ¿qué te sedujo?
—Me gustó el desafío, a priori no impresiona como una obra maravillosa pero a medida que te metés dentro de ella habla de muchas cosas, no solo de literatura y enseñanza, sino del mundo en que vivimos y en qué condiciones. El profesor Leonard dice en varios momentos, ser consciente del mundo real en que vivimos, no el que soñamos y fantaseamos.
Me sedujo el equipo de trabajo, el director, Jorge Denevi con quien ya había trabajado muchas veces, un hombre con mucha experiencia, que sabe apuntar, poner el ojo en las obras y los contenidos y además el rol, me encantaba hacer a un catedrático de literatura que tampoco es diez puntos, él tiene sus conflictos. O sea, un personaje que no fuera idealizado: es un ser humano que puede dar una cátedra académica, pero a la vez es un ser conflictuado. Esos son los personajes atractivos, más cercanos, donde podés hurgar más en la psicología de los tipos.
—¿Cómo hurgaste en la psicología de Leonard?
—No teníamos mucho tiempo de ensayo por razones de producción y hubo que afinar mucho la puntería en investigar los personajes rápidamente e incorporarlos. Lo trabajé de afuera hacia adentro: cómo se mueve, cómo gesticula, cómo habla, cómo se relaciona, lo aparentemente exterior y todo eso me llevó a indagar en sus conflictos. Él tiene un desencanto con la vida, con algunas cosas de su profesión, ama la literatura, escribir, dar clases.
—Vos también diste clases de teatro durante muchos años y abandonaste la docencia por falta de tiempo...
—Sí, lo dejé de hacer porque amo la interrelación con el alumno, me gusta personalizarlo y cuando entré a la Comedia Nacional no podía dedicarle el tiempo necesario. Ahora tengo más tiempo y me gustaría volver.
—¿Te costó encajar con Leonard, encontrarlo?
—El comienzo fue un poquito complejo. Me costó también porque tenés que sintonizar rápidamente con el equipo de actores y yo nunca había trabajado con ninguno de ellos (Alfonso Tort, Noelia Campo, Cecilia Sánchez y Sebastián Serantes). En todo elenco estable vas tomándole los tiempos a tus compañeros, me pasó también en el Circular, conocía las respuestas de determinado actor o actriz; hay un momento que decís, a esta persona la tengo, sé por dónde viene, cómo viene. Mis compañeros son cuatro jóvenes de otra generación que te exigen, te apuran, te desafían. Habían memorizado el texto mucho antes que yo, tuve que ponerme a tono con ellos en ese sentido, pero aprenderse la letra es un aspecto, después finalmente está la interpretación.
Los ensayos son maravillosos, es como fabricar un plato de comida con muchos condimentos, es como hacer una partitura musical, como ir delineando un cuadro, va tomando forma.
—Cuando construís un rol absorbés gestos comportamientos y actitudes de todos lados, ¿dónde encontraste a Leonard?
—En definitiva, creo que uno termina siendo uno mismo, tomando cosas de toda una vida de observación pero lo pasa a través del filtro personal, de su gestualidad, su forma de mirar. Este personaje lo toma otro actor y es otra experiencia. En Argentina lo hizo Jorge Marrale, un actor que me gusta mucho, tuve oportunidad de verlo por internet y no lo hice porque nunca quiero mirar cómo hizo otro el mismo personaje. Seguramente él lo hizo de determinada manera respetando el texto del autor pero lo pasó por su pátina de recursos.
—Una vez que lees el guión y sabés cómo es el personaje, ¿salís a la calle a buscar elementos que te sirvan para nutrirte?
—Seguramente esté haciendo ese proceso de forma inconsciente, quizá me pasaba más cuando era más joven como persona y actor, salía más a la búsqueda: me gustaría que este profesor caminara de tal manera. Seguramente me hubiera ido a la UDELAR a escuchar clases de catedráticos. A medida que pasa el tiempo uno va confiando más en que tiene recursos y se desafía más, a ver cómo lo saco sin tener que "copiar" o robar a otro.
—Te definiste como un tipo tranquilo con algunas procesiones que van por dentro…
—Muchas, soy muy ansioso. Puedo estar sentadito con una persona pero adentro bulle.
—¿Te pasa con los personajes?, ¿querés encontrarlos ya?
—Hay que controlar esa ansiedad y en eso creo que sirve mucho el trabajo con el director, que es el que te ve de afuera, te tiene que contener, controlar, pero en la etapa de ensayos uno puede exagerar, irse de tonos, irse al carajo, esa es la palabra exacta. Más vale que uno se vaya y después vuelva y no que queden cosas por probar. Hay que largarse a buscar, investigar.
—Como director preferís ser una especie de guía para los actores, respetás sus tiempos, los dejás asimilar, ¿cómo funcionó con Jorge Denevi?
—Denevi sabe bien lo que quiere, tiene sus contradicciones como nos pasa a todos: de repente una cosa que te propone un día, después achica y la cambia un poco, pero es parte de la creación. No me interesa un director que venga con un plan preconcebido de uno a cien, digamos, que todo se tenga que cumplir de acuerdo a eso porque le da poca libertad al actor para que busque.
—¿Te sentiste libre con Denevi?
—Por momentos sí, por momentos un poco más embretado, pero hay que escuchar al director, aunque no estés de acuerdo porque su intención siempre es buena. Al principio del proceso decía bien mi parlamento pero estaba un poco contenido de más; rápidamente Denevi lo captó, me lo señaló y me puso el ejemplo totalmente contrario. Yo estaba buscando el personaje, a lo mejor en un tiempo prudencial lograba lo que mal o bien estoy haciendo hoy, pero capaz que llevaba mucho tiempo, entonces como director tenés que intervenir y decir, acá tenés que pasar drásticamente de esta propuesta a esta otra, tiene que ser más brillante, más extrovertido, más avallasante. A partir de ese momento, dije, tengo que producir un cambio drástico y dio resultado: pasé de un extremo casi al otro y eso te cambia todo (la forma cómo hablás, la proyección de la voz, el cuerpo). Somos seres orgánicos y el cuerpo es central, habla por vos, entonces mi cuerpo empezó a fluir mucho en el escenario.
—¿En qué circunstancias notaste la experiencia de Denevi?
—Los directores con su trayectoria no necesitan hablar demasiado, dicen lo necesario, lo imprescindible. Detectan los lugares oscuros y los iluminan. Eso abarca un espectro muy grande: algo que no sale, algo que no está de acuerdo al carácter, al rol o a la comunicación con los demás porque el teatro es vínculo. Los directores solventes tienen eso, son como los buenos médicos. La medicina tiene muchos puntos de contactos con el arte.
Bolani a la intemperie.
En el ‘99 se frustró su incorporación a la Comedia Nacional por “problemas internos municipales” y quedó “parado en la punta de un piolín”. Había dejado su trabajo formal en una empresa de automóviles para dedicarse a la actuación y se quedó sin nada, pero en seguida aparecieron ofertas en TV y publicidad. El 2003 fue muy intenso: protagonizó Whisky (Stoll y Rebella), actuó en la serie Constructores y en la obra Novecento. Estuvo 10 años en la Comedia Nacional, realizó 24 personajes, se retiró en julio de 2014 y ahora planea volver a la docencia. Además, entre sus planes está estrenar Skylight también bajo la dirección de Denevi pero será en la segunda mitad del año y tiene ganas de hacer cine otra vez.

Teatro IndependienteMariel Varela