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Gustaf, el grande

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Gustaf

Gustavo Perini siempre vuelve a Capurro, no importa que tan cansado esté. Cada mediodía almuerza con su padre y los fines de semana ve jugar a Fénix. En esa cancha nadie le dice Gustaf. La familia del fútbol lo conoce desde que era un niño y empezó a absorber en cada esquina el ritmo del absurdo barrial. Dice que esa es la materia prima de su obra.

En el teatro, en la radio y en la televisión, el actor consiguió sus propios hinchas. En 2010, con 34 años, publicó una autobiografía titulada La vida del actor en la que armó un perfil de sí mismo, plagado de anécdotas increíbles y pequeñas historias extraordinarias de personajes que se cruzó en este trayecto. Los amigos creen que está en el mejor momento de su carrera; a él le gustaría poder lidiar mejor con sus obsesiones perfeccionistas. Aquí una charla sobre los claroscuros de uno de los actores más populares y queridos del país.

—¿Guardás algún objeto de los personajes que interpretás?

—Guardo vestuario de casi todos, del rodaje de la serie El hipnotizador (HBO)tengo un anillo alucinante del personaje que me tocó, Sandor, un tipo que le roba los sueños a la gente.

—¿Te lo dieron o lo robaste?

—Lo único que me robé fue un libro de la escenografía que se usó para la primera temporada de Porque te quiero así. Había una biblioteca con libros y yo habitualmente me ponía a leer. Encontré un ejemplar de El comediante, la biografía de Ricardo Espalter, autografiado y dirigido a un joven estudiante de actuación. Me pareció una infamia que estuviera de decoración y me lo quedé para mí.

—¿Cómo te convertiste en un buen lector?

—Iba a una biblioteca que se llamaba Aurelia Viera, que quedaba atrás de la cancha de River, donde iba a ver jugar a Juan Ramón Carrasco mientras me deleitaba comiendo alfajores. Me acerqué por curiosidad, porque en mi liceo tuve grandes profesores de filosofía y de literatura. Ahí leí, por ejemplo, La nariz de Nicolai Gogol. Creo que el artista tiene que hacer un trabajo detectivesco para prepararse.

—¿Y tu gusto por el cine cómo empezó?

—Fui parte de la gente que se hacía panzadas en Cinemateca; veía cuatro películas seguidas en un día. Luego tuve una saturación porque la memoria empezó a fallarme y a mí me gusta guardarme todo como en un archivo. Me marcó mucho el cine de Alex Cox, cómo Gary Oldman interpretó a Sid Vicious (en Sid and Nancy, 1986). Y las películas de Krzysztof Kieslowski. Me quedaron grabados los movimientos del personaje del funcionario de la cárcel, el verdugo, en el episodio No matarás de El decálogo, cómo chequeaba todo: la burocracia de la muerte.

—En teatro te tocó interpretar a dos verdugos. Uno de ellos era un terrorista que descuartiza a su rehén, en La sangre, ¿no te afectó?

—Lo que afectó mi salud en ese momento fue la cantidad de laburo que tenía: hacía shows con Teatro Trash, La sangre, tenía los rodajes de Atilio Capanga, iba y volvía a España por una beca y estaba presentando un unipersonal que había escrito con seis personajes. No me daban las horas del día. Hoy me pasa lo mismo, o más, pero aprendí.

—¿Qué aprendiste?

—Cómo manejar la saturación.

—Entonces hace 20 años que estás cansado.

—Yo vivo cansado. Convivo con el agotamiento. Me cuesta mucho dormir. Hoy llegué de una actuación en Flores, el sábado actué en Artigas, mañana tengo radio, hoy ya escribí el guión de Abeijón...

—¿Pero disfrutás tu rutina?

—Soy feliz. Roberto Jones dijo en un reportaje que hay un punto en el que conectás con algo en vos que él llamó "el logro", y yo creo que también es la comunicación con el espectador, que es indescriptible. Es un punto de infinita felicidad porque estás haciendo tu vocación. Porque el mundo está lleno de gente que está haciendo cosas que no ama.

—¿Alguna vez te tocó ser una de esas personas?

—Varias veces. Tuve trabajos en los que duré un día, literalmente, porque me sentía como un pájaro en una jaula, me deprimía y tenía que renunciar.

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MOLTOBENE : EL SÉPTIMO UNIPERSONAL SIGUE CON ÉXITO

Gustaf continúa presentando su nuevo unipersonal en distintos escenarios de Montevideo y el interior del país. En estos momentos se encuentra en plena gira. Moltobene está inspirado en la importancia de la amistad. Se podrá ver los viernes 23 y 30 de octubre en el Teatro Movie. 
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—¿Por ejemplo?

                                                                                                     

—Cuando vendí sillas de playa, cuando trabajé en un depósito.

—¿Y cuando trabajaste con tu padre?

—Con él hice platería criolla, fue mi primer trabajo. Por la misma época, a los 16 años, escribí en un diario que se llamaba La voz. Hacía informes sobre clubes de bochas, entrevisté a un campeón de karting de La Teja, le hice un reportaje a Rubén Sosa. También lo repartía a pie en comercios de Paso Molino, Belvedere y Capurro. Cargaba todo en un bolso enorme y me quedaba conversando con la gente.

—¿Qué te dio eso de curtir tanto barrio?

—La esquina del barrio te da el gran absurdo. Aprendí la rapidez. Soy hijo de esa impronta: mi humor es de absurdo y de respuesta rápida, y eso lo aprendí en la calle.

—Tenés un padre con un gran sentido del humor, según contás en tu autobiografía.

—Mi padre es el personaje principal de la película El gran pez.

—El hijo de ese personaje se avergonzaba de él...

—Para mí fue al contrario: me divertía mucho más con mi padre que con mis amigos.

Gustaf y la nariz más famosa del Uruguay.
Gustaf y la nariz más famosa del Uruguay.

—¿Por qué opinás que la niñez es tu único lugar de pertenencia?

—Sobre todo por el cuadro de fútbol, a mí Fénix me marcó la infancia. Yo caí en que era un hincha años después, cuando me di cuenta de que inconscientemente lo iba a ver. En este país te regalan una camiseta de Peñarol o de Nacional, es como una dictadura deportiva, es un asco. La competencia más injusta a nivel deportivo, en todo el mundo, es el Campeonato Uruguayo de Fútbol, donde los cuadros grandes siempre juegan de local, tienen todo el poder económico, deportivo y político. Entonces que un cuadro chico salga campeón equivale a que San Marino gane un Mundial.

—Vos fuiste jugador de fútbol en River y en Fénix, pero te sentís más cerca del lugar del hincha.

—¿Viste que cuando hay un terremoto las placas se desplazan?, bueno, para mí el único lugar donde pierdo el equilibrio es en la cancha. He hecho cosas para ir a ver a Fénix, o por defender al cuadro, que a veces no puedo creer. Vivo los partidos con un estado de nervios que no puedo comparar con nada más.

—¿Tenés cábalas para actuar?

—No tengo rituales. Sí soy un obsesivo: voy tres horas antes a la sala, chequeo absolutamente todo. Para mí el actor es el antes: la preparación física, alimenticia, psicológica, técnica.

—¿Cuáles son los minutos más complicados en escena?

—En los primeros minutos testeas cómo viene tu energía y la del público esa noche. Yo soy de una escuela según la cual si la función no salió como uno quería, es culpa del actor. Nunca voy a decir "este público de mierda": si vos no lograste conmoverlos es asunto tuyo. Todos son seres humanos y hay que poder llegar hasta aquella persona que quizás te está viendo y está en el pozo de la tristeza. Un doctor cura a su paciente, no se queja de él.

—Así que tu vocación también te permite curar.

—Yo digo que el humor salvará al mundo. Y una de las definiciones del humor tiene que ver con los fluidos y la sangre que circula por las venas y las arterias. Es algo clínico: si una persona está de buen humor va a estar mejor.

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UN LUGAR CADA VEZ MÁS DESTACADO EN LA FICCIÓN

Gustaf ya tiene experiencia en cine y en televisión, pero el 2015 podría significar el comienzo de un nuevo camino. Arrancó el año participando en la película italiana ¿Quién es Gegé?, del realizador  Rocco Papaleo, interpretando a un conductor de un reality show. En agosto se estrenó la serie de HBO El hipnotizador, donde le tocó el personaje de Sandor, un ladrón de sueños. Esta semana el capocómico comenzó a ensayar su personaje de cartero en el segundo film de Guillermo Casanova, inspirada en la novela de Mario Delgado Aparaín Alivio de luto. La película, que se llamará Otra historia del mundo y tiene entre sus protagonistas a Roberto Suárez, César Troncoso, Néstor Guzzini y a Gustaf, que rodará unos ocho días. Su representante en cine, el actor y amigo Nacho Mendy, dijo que están buscando desarrollar su faceta como actor dramático en las pantallas. Por eso es probable que en los créditos figure su nombre real y no el de su personaje, que está asociado a la comedia.

—Pero dijiste que trabajar con el humor es una tarea ingrata.

                                        —Una vez leí que Steve Martin dijo, si vas a ver una obra de comedia y te reís dos horas, salís y decís "seh, me reí dos horas". Sin embargo, si vas a ver un drama, aunque no te conmovió ni la décima parte tiene otro impacto por su estatus de "serio". Él agregaba que si veías a un actor que intentaba hacer reír y no lo lograba, eso sí era una tragedia. Yo creo que lo ingrato es eso, que la comedia ha sido siempre un género denostado. Pero esa es la historia del humor, que incluso ha sido víctima de la religión históricamente. El humor siempre fue una blasfemia.

—¿Este es un buen momento para los comediantes?

—¿Cuándo es un buen momento para un comediante? No lo sé. Creo que tiene que ver con un contexto hasta político. Está esa anécdota famosa de que en la dictadura la chanchita iba al tablado y siempre se llevaba a dos: a Roberto Barry y a Araca la Cana. Eso me parece valiente: las murgas en la dictadura. Ahora nosotros podemos decir cualquier cosa. Después, si hay uno, dos o cinco actores cómicos, ¿en qué beneficia?

—Tenés ganás de tener un rol dramático en cine.

—Es que el título de humorista no es que no me guste, pero yo soy actor. Si me preguntás, te digo que el mejor humorista de este país es Arotxa.

—Y Roberto Barry, dijiste.

—Que también era actor, músico e intelectual. El gran problema de Barry no es él, son las generaciones posteriores que ignorantemente hicieron una mala lectura de lo que dejó. Se lo encerró solamente en el humor sexual, lo cual es una injusticia tremenda. Algunos cuentan que su casa estaba llena de bibliotecas, el tipo hasta para hacer un pequeño chiste estudiaba de qué iba a hablar. Yo hago lo mismo.

—¿Qué cosas te divierten?

—Me divierto mucho con el equipo con el que hacemos las giras. Somos cuatro en total: el productor, el asistente, el sonidista y el chofer. Estoy deseando que me vengan a buscar.

—Moltobene es un unipersonal sobre la amistad, ¿tenés amigos?

—Tengo pocos. Se ha dado así.


—En esta obra describís al espectador como un amigo, ¿siempre lo sentiste así?

—Sí. Hasta en las noches más duras de Teatro Trash, que era actuar en un boliche gay a las 4 de la mañana, en un boliche de tango, en un restaurante donde no había escenario, siempre sentí que había alguien ahí.

—¿Hiciste amistad con algún espectador?

—Tengo vínculos increíbles con espectadores. Con tipos que están en la platea y ya nos conocemos desde hace tiempo, y yo desde el escenario veo pasar su vida. Me espera a la salida del teatro y me presenta a la novia, me escribe. Tengo un montón de esos recuerdos que no me gusta hacer públicos. Hay una persona que siempre la veo en primera fila. Hay gente que nunca falta a las funciones que saben que son especiales para mí. Son como los hinchas, están ahí.

—¿Cómo te llevás con tu ego?

—Para ser artista tu ego tiene que ser enorme, y si uno se cae del ego se hace pomada. Y es muy traicionero. Por eso son tan necesarios los amigos.

—¿Tuvieron que bajarte los humos?

—Al contrario, tomo mi ego para un lado destructivo. Soy muy autocrítico y no me he permitido disfrutar de muchos buenos momentos. Mi ego es un dedo índice que me apunta el detalle que pudo haber salido mejor. Había leído que Alfredo Zitarrosa y Mick Jagger ensayaban escuchándose a sí mismos y empecé a hacer lo mismo con los programas de radio. Creo que mis problemas de hipertensión vienen de esa rigidez ¿Qué me gustaría? Poder disfrutar más todo el proceso y no solo el momento en que actúo.

—Es común que cites a distintos artistas, ¿alguno se convirtió en un referente?

—El equilibrista Philippe Petit. Te diría que la obsesión del tipo por el proceso de creación es la misma que tengo yo: el arte es estudio y entrenamiento, no esa bohemia que se dice, a la que nunca pertenecí ni lo pretendo. Es una terrajada. Es como estar enamorado de una mujer y llegar media hora tarde y sin bañarte.

—Las mujeres son otro tema en tu vida.

—Las mujeres son un lindo tema.

—¿Sufriste por amor?

—Por supuesto. Mi próximo monólogo es sobre el amor. Es uno de los grandes temas, porque los temas siempre son los mismos, lo que cambian son las soluciones.

—Tenés siempre una valija pronta, ¿qué llevás adentro?

—Fundamentalmente un nécessaire con todo tipo de medicamentos.

—Se dice que sos gracioso siempre, no solo en el escenario.

—No sé, yo no me percibo así, aunque no cumplo con eso de ser el cómico amargado. Creo que lo que pasa es que la gente te compara con la energía del escenario y si te van a saludar después de tres funciones vos estás agotado, no querés reírte más. Eso es un error, y además si fuéramos iguales arriba y abajo, ¿dónde está el arte del tipo de convertirse en otra cosa? No creo ser gracioso. Digamos que soy un tipo con sentido del humor.

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