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Lo que el Gucci quiere

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El Gucci

El cantante de plena se mudó a Neptunia con sus perras Cocoa y Rihanna. Entre cámaras de vigilancia, dietas, shows y programas de History Channel, está acondicionando una casa ideal para recibir a sus amigos. Pero en realidad El Gucci quiere una novia. ¿Cuántos kilos de sabor se necesitan para ser un hombre completamente feliz?

La semana pasada, El Gucci tuvo que interrumpir una de sus pocas noches libres para volver de apuro a su casa en Remanso de Neptunia. Desde que la banda de delincuentes “Los intocables” le robó la piscina, unas cámaras de vigilancia mantienen constante monitoreo de cualquier movimiento que amenace su hogar. Una de las pantallas está sobre la mesa del comedor, la otra frente a su cama, y también accede a las imágenes desde su dispositivo celular. Esa noche, mientras cenaba en un pub de Pocitos, se sobresaltó cuando se dio cuenta de que faltaban dos sábanas de la cuerda de ropa. Se fue del boliche sin despedirse y antes de subir al auto llamó a un vecino, que no vio nada raro, pero igual avisó a la policía. Cuando El Gucci llegó, vio la fachada iluminada por las sirenas de los patrulleros, y la ropa que faltaba en el suelo del patio mordisqueada por su perra Rihanna.

Nadie se enojó.

Las metidas de pata de las celebridades suelen convertirse en ocurrencias graciosas.

Y hasta los oficiales quieren sacarse una foto con él.

El Gucci acepta encantado.

Desde que se mudó a la Costa de Oro, siempre que está en su casa, pasa casi todo el día en el cuarto. Al lado del sommier hay un jacuzzi blanco de dos plazas, con radio, un sistema de iluminación que cambia de rosado a verde, de verde a azul, y de azul a amarillo, y que tiene el brillo del plástico que no fue estrenado. Todavía no tuvo tiempo de usarlo. Ni siquiera se metió adentro. Y además tiene miedo de romperlo con su peso.

Antes de dormirse, el cantante de plena se relaja haciendo zapping entre Discovery, NatGeo y History Channel. Los martes mira el maratón de El socio, su programa preferido, en el que un hada madrina de los negocios visita empresas a punto de la quiebra y las recupera invirtiendo su propio dinero. Los finales siempre son felices.

El plasma de 70 pulgadas está debajo del monitor de vigilancia. El Gucci observa ambas pantallas y promete que al día siguiente empezará la dieta hasta que lo vence el sueño. En sus últimos shows no habla de "120 kilos de sabor" porque aumentó de peso. En su lugar dice: "volvió la magia", e, irónicamente, "subilo".

El público aprendió a seguirle el juego, y le silba cada vez que se saca la remera, y festeja cuando pasea su barriga al aire libre, en la calle, en el escenario, o en el Teatro de Verano, pero a Gustavo Serafini lo que le pesa es el personaje del "gordo macanudo".

—Yo soy la persona que más dietas empezó,- dice.

Algunos años atrás, con la dieta Scardale bajó diez kilos en dos semanas. En el documental La previa, que se puede ver en Youtube, hay imágenes de archivo que lo demuestran. Pero ahora prefiere regularse la exigencia y empezar con un sacrificio menor como puede ser abandonar los refrescos.

—¿Sabés lo que odio de ser gordo? Odio que no haya talles para mí. Detesto no poder vestirme como quiero. Tengo que viajar a Estados Unidos o pedirle al "Tonga" que me traiga ropa de allá.

Cada vez que Gastón "Tonga" Reyno -luchador de artes marciales mixtas- visita Montevideo, trae en el avión una valija con camisetas de béisbol que parecen homenajear la raíz anglosajona del apellido materno del Gucci: Mc Coll.

—La panza para mí es un tema menor y al mismo tiempo no, porque me molesta sobre todo a la hora de que me den bola las minas. En la foto quieren salir todas, pero cuando hay que chuponear ya empiezan a dudar. Si yo estuviera como antes...con 100 kilos me conformo: ahí ya quedo dable, ¿o no?

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Sentado en la cabecera de un sofá de cuero marrón de nueve cuerpos, El Gucci acaricia a su perra Cocoa (en honor al premiado personaje que interpretó con los parodistas Los Muchachos), apunta el control remoto hacia la televisión, y comprueba que le cortaron el cable porque se olvidó de pagar la factura.

—Cuando murió mi madre yo vivía con mi hermana y nos llegó el aviso de desalojo. A mí se me caía la cara de vergüenza. Era muy inmaduro, siempre había trabajado pero nunca me había hecho cargo de las cuentas de una casa. Entonces fui un miércoles a Azabache y me encontré con un amigo que me alquiló un apartamento. Cuando llegué era Kosovo: había bolsas de escombros, las paredes estaban picadas y la escalera era tan enclenque que te hamacaba de un costado hacia el otro. Lo arreglé de a poco y ahí viví durante seis años.

En "la base", como le dice a su antigua casa, empezaron a ensayar Los Asesinos del Sabor, y el dueño del lugar se convirtió en su mano derecha. Es el que ahora lleva la agenda de contrataciones y el que debe lidiar con los niños que cada semana llaman al celular del Gucci, respiran agitados del otro lado del tubo y cortan entre risitas.

—Me estaba volviendo loco. Como quiero ser mi propio manager usaba mi teléfono personal para la banda, pero llegó un momento en el que tenía que delegar o iba a terminar puteando a algún niño, y a mí me encantaría envejecer y convertirme en el Karibe con K de su generación.

Sus seguidores se las ingenian para llegar a él. Si se cosecha lo que se siembra, El Gucci predicó la fama de ser un famoso accesible. Por ejemplo, ahora lo llama una profesora de gimnasia que quiere invitarlo a una clase de spinning para sorprender a las alumnas. El Gucci siempre dice que sí, aun cuando está tan ocupado que en la radio se escucha la publicidad de dos bailes distintos que anuncian su actuación para una noche en la que además tiene tres fiestas privadas.

Con su perra Cocoa, en honor al personaje que interpretó en el Carnaval pasado.
Con su perra Cocoa, en honor al personaje que interpretó en el Carnaval pasado.

El año pasado, dos fans se tatuaron su cara: uno en la pantorrilla y el otro en un antebrazo. Para El Gucci, que tiene todo el cuerpo marcado con el rostro de sus ídolos (empezando por Gilberto Santa Rosa), este un gesto de amor que hay que retribuir con amistad. Por eso dice que cada vez que se prenden las luces reconoce al noventa por ciento del público que lo agita.

—No sé cómo empezó esto porque fue todo tan rápido...me pasé la vida haciendo dietas y tratando de formar una banda donde pudiera cantar, hasta que lo conseguí. Todo lo que era inalcanzable para mí, de un momento para otro se convirtió en algo posible. Si podés sacarle el drama a lo que te voy a decir capaz que lo podés entender, porque yo siento que estoy pronto para morirme.

En el perfil de su cuenta de Facebook y en la de Twitter, hay una foto de su madre, que falleció a los 50 años de un cáncer de lengua, un mes antes de que Los Asesinos del Sabor se convirtieran en una de las novedades más rentables de la movida tropical, y El Gucci en un fenómeno social. En un "atrevido" que se coló en los medios y a puro carisma se ganó a los televidentes, a los lectores, al público, a los futbolistas, a los carnavaleros, a los chetos, a los planchas, y a los roqueros. Todos quieren una foto con El Gucci. Y él aprovechó la empatía para transformar su carrera en una especie de cruzada que busca abrir puertas para la plena y llevarla a los espacios donde antes se reservaban derecho de admisión para dejarla entrar.

Este es el único concepto de su próximo disco, explica: para grabar La música es música escuchó distintos géneros de artistas nacionales, quedó deslumbrado, y convocó a cantar con él a Rubén Rada, Jorge Nasser, Alfredo "Chole" Gianotti, Alejandro Balbis, Gabriel Goyen, Emiliano y El Zurdo, Lea Ben Sasson, Guillermo Peluffo, y a Mandrake Wolf.

—Para mí es un disco que habla del cariño que empecé a recibir de los músicos uruguayos que cada vez me ven menos como un terraja. El otro día me crucé con el "Pitufo" Lombardo y me dijo que quería hacer algo conmigo. ¿Entendés? Me lo propuso él. Nunca me imaginé que me podría pasar algo así ni en un millón de años.

El Gucci dice que no recuerda sus sueños porque todo lo que alguna vez deseó, se está haciendo realidad.

                                                      ***

El éxito, opina, es algo personal, que no tiene espacio ni para humildad ni para fama. Es un derecho conquistado que se debe disfrutar mientras esté vigente. Por eso El Gucci declara que es adicto a los Me Gusta, porque es un termómetro de que esto que está viviendo puede durar un poco más. Como si estuviera premiándose a sí mismo, usa una pulsera y una cadena que tienen su nombre escrito en oro. Y en el baño, sobre el vidrio de la mampara de la ducha, colocó un pegotín con su firma.
La redundancia lo hace reír.

—Tengo claro que "los amigos del campeón" están siempre. Sé que muchos se acercan a mí para salir en la foto, ¿y sabés por qué lo sé? Porque yo era así. Pero a ese interés lo convierto en otra cosa mejor, en alegría, en cariño. Eso es algo que aprendí después de que se murió mi madre. No me preocupo más por las cosas que no tienen remedio, e intento sacar la mejor parte de lo que la vida me trae.

En Río de Janeiro, luego de grabar el spot publicitario en el que simulaba una relación amorosa con la modelo Patricia Wolf, el equipo estaba brindando cuando en medio de la charla acordaron decir en voz alta lo que cada uno tenía pendiente en la vida. El Gucci, sin temor a los clichés, dijo que anhelaba ser un tipo feliz.

En su niñez Gustavo Serafini fue un niño problemático y violento. Un día, durante un recreo, saltó un muro de la escuela y desde un terreno baldío empezó a lanzar piedras y palos y a gritar.

—No sé a qué le gritaba, a la vida. Yo estaba en segundo y me peleaba con los de sexto, -dice orgulloso, apoyando una mano sobre el pecho.

¿Por qué era un malhumorado? A los psicólogos El Gucci les decía que lo hacía enojar la falta de sentido común de la gente. La madre sostenía que había sido el hijo que más había sufrido el divorcio. El Gucci respondía encerrándose en el cuarto y escuchando todo el día DLG, una banda que poco a poco lo convirtió en el alma de las fiestas.

En los bailes del liceo, cuando las nenas esperan paradas contra una pared y los varones las miraban de reojo desde la otra punta, El Gucci ponía La quiero a morir y rompía el hielo sacándolas a bailar y gesticulando la letra. En el boliche Pepe Cuervo, pedía que le dieran un vaso y lo usaba de micrófono para divertir a sus amigos.
Se dio cuenta de que la música era un atajo para ser lo que más le gusta: el centro de atención.

—¿Sabés que me pasa? Que yo no me como el personaje, porque en mi celular tengo los teléfonos de personalidades de la televisión pero sigo siendo un gordo sarnoso. Soy esto que ves acá: yo, mis perros, las comidas. Pero al no creérmelo me cuesta muchísimo, porque me preocupa que mis ídolos ahora sean mis pares. ¿Quién me iba a decir que iba a tener el logo de mi banda en la camiseta de Atenas? ¿Y qué me iban a identificar como una celebridad Tricolor? Pero mi zanahoria no es tener un auto mejor o comprarme la última camiseta del Barcelona, lo que yo quiero es la felicidad para mí y para mi familia, porque no quiero ser nunca más un tipo rabioso.

El Gucci mandó grabar su nombre en la mampara de la ducha. 
El Gucci mandó grabar su nombre en la mampara de la ducha. 

En su casa nueva, el gordo más querido del espectáculo uruguayo está construyendo un parrillero y una barbacoa para pavonearse como un gran anfitrión. Si cuando vivía en Palermo cerraba la calle cada feriado y hacía un asado para los vecinos, ahora organiza ravioladas y comidas de olla para los integrantes de la banda, sus amigos de siempre, y los famosos, entre ellos el El Reja, El Tonga e Iván Alonso.

En el frente, una mesa espera la próxima comilona con los bancos inclinados hacia adentro. La mandó construir con los tablones de madera más largos que hay a la venta. Aunque no tiene casi muebles, hay un cuarto para invitados que está impecable, con la cama hecha, pronta para hospedar al que quiera quedarse. En un placard guarda sus perfumes -demasiados para contarlos- y doce botellas de whisky.
El Gucci nunca se emborrachó y jamás toma alcohol, pero almacena buenas bebidas para recibir a sus invitados. Abre con delicadeza una caja de Johnnie Walker Etiqueta Azul y dice con los ojos brillantes que la tiene reservada para cuando lo visite el Chino Recoba.

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El sábado pasado, en el casamiento del futbolista Matías Cabrera, El Gucci le preguntó al público si creía en el amor. "Yo ya no creo", contestó él, con una sonrisa que fingía tristeza, mientras parte del plantel de Nacional y jugadores de otros equipos de Uruguay y de Argentina hacían palmas. Luego, pidió que lo ayudaran a cantar Amor profundo porque solo no podía.

Hace un año, mientras se embarcaba en un aeropuerto de Miami, se enteró por un titular de que ya no tenía novia. Así de público se deshizo un noviazgo que El Gucci quería transformar en familia.

—Sufrí mucho por amor. Ahora ya no, por sentido común: porque no vale la pena. Digamos que estoy en modo avión.

Mientras que su "hermano" El Reja escribe canciones que invitan a la fiesta y a la soltería eterna, El Gucci -como El Tonga, su otro gran amigo- piensa en romance y en niños.

La misma semana en que volvió a su casa de Neptunia porque creyó que le habían robado las sábanas, el líder de Los Asesinos del Sabor filmó el video clip de una canción nueva. Lo dirigió un roquero: Guillermo Peluffo, el cantante de Trotsky Vengarán.

Durante varios días balbuceó el estribillo: "Quiero tener contigo una noche loca con derecho a desayuno". Aquí tenemos a un plenero que es romántico.

—Mientras todo el mundo elogiaba mi buen gusto para elegir perfumes, a mi exnovia no le gustaba ninguno de los que me compraba. No sé que querrá decir eso ahora. Por momentos siento que mi oportunidad se fue con esa relación, o que todo pudo haber sido una farsa.

Para elegir a su novia ficticia los productores del video le mostraron un catálogo con treinta modelos. Pero le gustó solamente una. La única que tenía poco maquillaje y que se parece a su mujer ideal: una princesa de Disney. Ya que los deseos se le cumplen, El Gucci ahora pide ser el protagonista de una historia de amor, que como en los dibujos animados, y como en los capítulos de El socio, tenga un final feliz.

—Es que yo pienso y escupo. Yo soy regaladito: doy amor desde el día cero. Durante mucho tiempo tuve miedo de morirme joven, y ahora que no soy tan joven, tengo miedo de no poder tener una familia. Mi problema es, ¿con quién? Debe ser por eso que los famosos se juntan entre famosos, ¿no? ¿Cómo se yo que una mujer se arrima a mí porque quiere estar conmigo y no porque quiere conocer al Gucci?

El eterno femenino de una imaginativa pintora
El Gucci

PERFIL MARIÁNGEL SOLOMITA

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