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Gonzalo Cammarota: payaso, justiciero y sensible

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"Necesito tener espacios muertos, si estoy todo el día en la rosca, no funciono

El conductor de Justicia Infinita (Océano FM) lanzó su segunda novela negra titulada ¿Por qué mataron a Jonathan Núñez? y volvióa recurrir a Perrone y Hermida, los detectives de su libro anterior, En Carnaval todo se sabe. Tiene varias ideas en mente que pueden desarrollarse en este formato para continuar la saga, pero no se apresura, prefiere vivir las repercusiones de este. Aquí una nota para conocer otros vericuetos del comunicador y escritor.

La impaciencia le gana. No espera el ómnibus, camina; si una calle está cortada da vueltas a la manzana, pero no se queda quieto. “Soy muy ansioso y con los años estoy peor”, reconoce Gonzalo Cammarota.Líder, carismático, persuasivo (herencia de su época de militante en Facultad de Piscología) y ultra memorioso: “se puede acordar de cosas insospechadas”, según su amigo Pablo Arana.

No le cabía el mote de ‘bicho raro’ pero el nivel intelectual de Gonzalo Cammarota resaltaba. "A los 10 años te podía recitar la lista de senadores del Partido Nacional", ejemplifica Salvador Banchero, hermano de la vida, compañero de la escuela Joaquín Mestre y co conductor de Justicia Infinita (93.9 FM).

Su madre, Graciela, jamás lo obligó a hacer los deberes. En sexto de liceo dejó de ir a las clases de historia porque no soportaba al docente, dio la materia libre y salvó con nota. Era alumno del liceo Dámaso y en cuarto le planteó a su madre que haría el bachillerato en el IAVA porque un vecino le había comentado que el nivel de los profesores era alto.

Su rendimiento era intachable, no así su conducta. No llegaba a ser el peor de la clase, pero sus amigos lo recuerdan como un adolescente "insufrible" que "nunca agachaba la cabeza".

No es hijo único pero se crió como tal: los padres de Gonzalo se divorciaron cuando era chico, los hermanos llegaron en su etapa adolescente y no convivió con ellos. Por eso tiene mil caprichos. Es adicto a las papas chips y es capaz de morirse de hambre en casa ajena antes que transar, "no come para quedar bien, se va del lugar y se compra una hamburguesa", lo delata Pablo.

Consentido sí, egoísta jamás: fue el primero del grupo en empezar a trabajar: a los 15 años, haciendo una cobranza. "Siempre andaba con plata y no tenía problema en pagar varias vueltas. Tenía mil pesos y gastábamos mil", recuerda su amigo.

Su madre trabajaba ocho horas y él pasaba tardes enteras solo. Aprendió a cocinarse y a usar el ingenio para entretenerse. "El niño promedio juega un rato y para, yo pasaba mucho tiempo solo entonces iba mucho más allá: llegué a idear un sistema para que los jugadores se cambiaran las camisetas en el fútbol de cartones".

Creó una táctica que le permitía jugar solo al War: conocía el objetivo de los seis colores, pero se abstraía de la estrategia del rival, no la bloqueaba y lograba hacer lo que creía más acertado para tal o cual jugador. "Uno puede pensar que es medio esquizoide pero esa facilidad para disociarme me sirvió a la hora de pensar personajes: aprendí a ponerme en los pies del otro".

Dibujaba luchadores. Armaba peleas. Escribía comics y leía hasta el cansancio. Se fanatizó con Julio Verne. Quiso imitar su estilo y armó una historia donde los personajes viajaban al espacio, "busqué en el atlas dónde había yacimientos de hierro en Estados Unidos para ubicar la central. Tenía cierta rigurosidad", dice riendo.

Salvador recuerda que "fijaba conceptos complejos" y hoy asume que "su rango de intereses era más amplio que el de cualquier niño a esa edad". Le preocupaba la realidad social, era un observador nato y sus conocimientos sobre política rozaban la obsesión.

Existe una explicación lógica detrás de ese "niño creepy" que Gonzalo dice haber sido: su madre militaba, lo llevaba a actos políticos, "algunos no eran divertidos, no había muchos niños, entonces escuchaba, yo era un pequeño Che Guevara, me sabía los discursos, manejaba la realidad".

Redactó un artículo para el diario escolar sobre las elecciones que ganó George Bush padre en Estados Unidos con apenas 12 años. Estaba al tanto del régimen de Gadafi, los bombardeos en Libia, unió esos datos con un material que leyó en Brecha y armó un texto. "Me acuerdo que la maestra me dijo, ¿quién escribió esto? Yo solo, le dije. No lo podemos publicar pero guardalo y leelo cuando seas más grande. No sé dónde quedó, pero me gustaría encontrarlo".

Sensible.

Con 17 años se dio cuenta de que no lograba resolver algunos problemas, "estaba loco, loco bien, pero me sentía sobrepasado". Ya fantaseaba con anotarse en Facultad de Psicología, la terapia no había sido un tabú en su casa, así que optó por recurrir a ella "y fue fantástico, sigo yendo, corté algunas veces pero me hace muy bien".

Tiene un don para el humor, una capacidad sublime para hacer reír, "en el mano a mano te pueden doler los abdominales pero en grupos grandes tampoco se inhibe", describe Pablo. Su madre presiente que con ese histrionismo zafa de expresar dolores y penas. "No es fácil que pueda hablar de cosas profundas", aunque con sus amigos la situación cambia, "es un tipo con gran sensibilidad, profundo, capaz de entender el sufrimiento ajeno y padecer el propio; tiene sus heridas, lo hemos conversado infinidad de veces", dice Pablo.

Graciela no recuerda que haya sido un niño ansioso. Atribuye esa impaciencia extrema a la exposición e inestabilidad de su trabajo en los medios: "da la sensación de que siempre está pensando qué crear". Ronit, su novia, dice que le cuesta disfrutar el presente, "siempre está preocupado por el siguiente paso".

Ambas mujeres aciertan. Cada vez que Gonzalo cierra una etapa laboral, lo inunda la incertidumbre: con el sueldo de su trabajo en Océano FM, no puede sostener su economía. Aún así, eliminó los shows de stand up y con esa decisión resignó una suma importante de dinero para ganar en calidad de vida. "Lo estaba padeciendo, había empezado a sentirme inseguro. Si sufro por algo que va a pasar en dos meses, no es sano; deja de ser negocio. No había dinero que compensara la angustia que pasaba".

Diablillo.

Es ocurrente para inventar y deformar nombres. Su perra Falbalá (en homenaje a un personaje de Asterix) se había hecho amiga de un siberiano y Gonzalo empezó a llamarlo Ci vediamo. En la casa de los padres de Salvador vivió un estudiante de Colonia llamado Caracé "y yo le encajaba Kerastase". Encontró tirada una pata de gallina en La Paloma y la denominó Imanol.

Graciela tenía un Subaru y él le puso Cielito. En una de las idas al Campamento Artigas con el grupo de la Asociación Cristina de Jóvenes (ACJ) se la ligó Cielito: "algún gracioso quiso devolverle una joda y plantó camalotes arriba del auto. No sé cómo identificó a los autores y les tiró las mochilas con ropa al arroyo", rememora Pablo.

No tiene límites para la joda. Su amigo reflota una anécdota que se repite en cada asado. Guerra de agua, se arman dos bandos, Gonzalo se liga un baldazo y agarra lo primero que encuentra: un bidón. Se lo tira a una niña que andaba en la vuelta y resultó que dentro del envase había keroseno pero él no sabía.

Mientras Justicia Infinita se emitió por la 91.9 no había mucho filtro, "era jugar a ver en qué momento nos paraban, pero jamás nos fueron a buscar a la radio". Salvo cuando ocurrió un encontronazo al aire con Claudia Fernández. "Ella insiste en que fue a Océano a buscarnos, pero eran las cinco de la tarde y nosotros no estábamos. Para mí es algo zanjado, incluso lo hablé con ella, quizá la manijearon y nosotros nos excedimos".

De rebote.

Graciela lo vio hacer su primer personaje en uno de esos campamentos familiares de la ACJ. Allí también se probó frente al micrófono. Tenía 14 años, conectaba un parlante, un micrófono, un radio grabador y transmitía relatos de fútbol. Se metió en Radio FEUU (Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay), pero "ni bien se volvió una herramienta de utilidad me dieron una patada".

Ingresó en la FEUU porque quería hacer algo por el lugar donde estudiaba, pero nunca dejó en stand by lo académico para hacer política. A medida que se acercaba el final de la carrera, le agarró una crisis vocacional, "no me veía como psicólogo, se me achicó el arco, me distancié de la facultad y ahí también marchó mi actividad gremial".

Entonces empezaron a aparecer otras actividades: Salvador y Carlos Tanco le propusieron hacer radio, "lo llevamos de los pelos, creo que él pensó que no iba a funcionar, que sería un hobby, pero en un momento sintió que era totalmente vocacional".

En ese interín, abrió un bar, Caronte, "no me gustaba pero lo apoyé", cuenta Graciela. Los socios se bajaron y terminó manejándolo solo, "era un joven empresario de la noche", se ríe Salvador.

En un momento se le hizo cuesta arriba: "sos el sobrio a las cinco de la mañana, te vienen a pedir 60 veces que pases tal canción, te pelean por una plata que no te dieron". De esa época también le quedaron escenas memorables, "salir del boliche e irte a desayunar a tu casa con cinco desconocidos; comprábamos baguettes y cervezas, la botella caliente, a medio tomar. Éramos unas gárgolas".

Dar vida a otros.

A Graciela no le gustaba que anduviera en la calle mientras ella trabajaba, entonces le buscaba actividades. Lo mandó a inglés, hizo un taller de expresión y en sexto de liceo Gonzalo quiso ir a un taller literario. Era en Villa Biarritz "con un tipo bastante importante que no recuerdo el nombre". Asistió a un par de clases, pero abandonó porque todos eran estudiantes avanzados.

Siempre le gustó escribir. Primero redactó guiones de radio, después se animó a hacer un libro de humor, El manual del perfecto votante; más tarde quiso un desafío mayor y escribió su primera ficción, En Carnaval todo se sabe. Le gustó la novela negra y volvió a recurrir a los detectives ficticios Perrone y Hermida para contar otra historia, ¿Por qué mataron a Jonathan Núñez? "Me siento cómodo con la saga, tengo algunas nuevas ideas pero quiero dejar pasar un tiempo, todavía está esta".

Perrone nació en una radio serie de Justicia, Gonzalo quedó engranado y lo desarrolló en profundidad para la saga. Trabaja los personajes como un dibujo, "como si hiciera un boceto con pocas líneas, muy rudimentario y a medida que adquiere más definición, lo afina, lo carga de detalles hasta que queda como esas pinturas que parecen una foto", compara Salvador.

Él ha visto cómo Gonzalo dio a luz una cantidad de personajes en el programa y logra percibir cuándo adquieren tal coherencia interna que se transforman en una persona que habita en él. "De hecho, me doy cuenta que eso pasa porque nunca pienso que estoy hablando con Gonza al aire, sino con ese personaje".

En el libro menciona esos bares de tubo luz que frecuentó. Pablo recuerda las noches en el Bar España, Las Palmas y cada tanto se encontraban en el Capiloncho a tomar una grappamiel antes de entrar a clase. Esos sitios "me dan nostalgia, tienen el ADN de Montevideo".

En la novela se tomó la licencia de retratar a su abuelo, Don Pepe, en una escena diaria en el bar La Toja tomando un cortado y leyendo la sección deportiva del diario. Pablo recuerda a Don Pepe como "un viejito flaco, encorvado, con un andar averiado. Tenía 70 años pero para mí era milenario".

Él.

Salvador y Gonzalo vivían en La Blanqueada y caminaban hasta Euskalerría. "Nos perdíamos, fue una práctica que hicimos mucho tiempo no sé bien por qué", recuerda su amigo. Gonzalo lo engañaba, tenía más dominio de la ciudad y lo hacía trillar Montevideo. "La cantidad de noches que lo hice volver del boliche a pie porque no quería esperar el ómnibus", se ríe.

Pero en los días soleados no siente la necesidad de ir a un parque, "como mucho me dan ganas de nadar o andar en bici". Es más, "si hay mucha luz, baja la persiana para quedar a oscuras y tirarse en el sillón a mirar la tele", dice Ronit. Se obsesiona con un juego de Play Station, se lo da vuelta y puede pasar meses sin tocarlo.

Pablo recuerda un cumpleaños de Gonzalo donde convocó "a un pueblo" y se esmeró en la producción: llegó a su boliche disfrazado de pirata con un tacho lleno de cervezas. Hace tiempo dejó de celebrar a lo grande: "la idea de meter 20 personas en la casa le da un ataque de caspa". No es histérico del orden pero tiene algunas manías: Ronit no puede dejar la toalla húmeda arriba de la cama después de bañarse y no soporta que las alfombras tengan pliegues.

El fútbol uruguayo le aburre, "prefiero ver NBA, tenis, F1". Salvador dice que es un hincha de Nacional sano: "en el 87 vimos juntos la final de la Copa Libertadores, él había ido con un almohadón amarillo y negro para hinchar por Peñarol porque quería que nosotros estuviésemos contentos". Gonzalo enciende o apaga la pasión por el deporte a su antojo, funciona como una perilla, "puedo mirar un partido de la NBA con distancia o ponerme enfermo, como si hubiera nacido en Boston".

No va más.

Su rasgo de payaso sobresalía en cada reunión, era su sello. "Entraba a un cumpleaños y se transformaba en el foco de atención", apunta Salvador. Desde que la risa se convirtió en su trabajo, dejó de ser ese animador permanente. Ahora es un espectador más, "se queda callado en un rincón", comenta Salvador.

Un asado con amigos era su escenario, el momento ideal para brillar. Hoy no necesita ser el centro. Quiere pasar desapercibido, "voy a un asado y digo, que me haga reír otro".

Enemigos públicos.

La rivalidad con Petinatti no es novedad. El año pasado se cruzaron vía Twitter. Gonzalo se indignó por un comentario que hizo el licenciado sobre los refugiados sirios y lo trató de "abombado". "Hay personas que bajan línea de forma solapada, me pareció fuera de lugar y le contesté. Me llegó por un retwit porque no lo sigo, no sé qué hace ni me interesa, de hecho, si quisiera saber no podría porque creo que me tiene bloqueado".

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