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Fernando Amaral, el artista de las horas extras

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Encarna a Gregorio en la obra teatral Inquina. Foto: Leo Maine

Anda con cuatro personajes y a cuestas y "no se rifa" ninguno.Hoy y mañana hace las últimas dos funciones de El accidente (Fernando Gilmet) en la Hugo Balzo. El 27, 28 y 29 de setiembre se presentará con Inquina en la Sala Verdi, donde comparte elenco con Yamandú Barrios y Adriana Da Silva, y desde el 7 de octubre protagonizará El Feo (Alberto Zimberg) cada jueves y viernes en la Alianza. Además, recorre los barrios con el monólogo Tengo una muñeca en el ropero (Alfredo Goldstein).Entrevista al actor cuya mayor virtud es romperse el alma en cada proyecto.

Cada vez que Fernando Amaral se reúne con Horacio Camandulle para ensayar El Feole repite que anhela volver a protagonizar en cine. Amaral debutó en la pantalla grande con el rol principal en Norberto apenas tarde (Daniel Hendler, 2010) y Camandulle lo hizo en Gigante (Adrián Biniez, 2009).

Saben que ese tren puede pasar una única vez en la vida de un actor, así que lo reviven con nostalgia y agradecidos. Amaral trabaja, además, como vendedor de seguros y nunca se animó a dejar las ocho horas. Necesita la seguridad del sueldo fijo, pero saca tiempo “de abajo de la tierra” para dedicar el máximo a su pasión por el arte.

Fernando Amaral leyó el guión de Norberto apenas tarde y enseguida se comunicó con Daniel Hendler. Estaba convencido de que quería sumarse al proyecto. No le importaba si le tocaba hacer de árbol: él quería estar. Resultó que el director uruguayo lo eligió para protagonizar su ópera prima.

El libreto de Inquina llegó a sus manos por Robert Moré. Es que Diego Soto, autor y director de la obra, le pidió a su amigo actor que lo ayudara a armar el elenco de su primera dramaturgia. Amaral se devoró el guión, le fascinó y repitió la escena vivida con Hendler seis años atrás. Levantó el teléfono y habló con Moré: "Contá conmigo, quiero estar", le dijo.

En la primera lectura imaginó que interpretaría al hijo que llega de España para ver a su padre (Gregorio) luego de sufrir un ataque al corazón. Así que cuando le pidieron que pensara nombres para el otro rol armó una lista con actores veteranos, pero no llegó a compartirla con Soto porque enseguida se enteró que él sería Gregorio: un policía retirado de 68 años que carga con la muerte de su hija y su esposa.

—¿Qué te llevó a actuar?, ¿tu historia personal se parece en algo a la de tu personaje en Norberto...?

—En nada. Norberto no sabía para dónde disparar, tenía problemas laborales, de pareja y estaba desorientadísimo. Da la casualidad que va a ver una obra y su jefe le dice que necesita afianzar su personalidad, vencer la timidez y lo manda a hacer un curso. Entonces se le prende una lamparita y se anota en un taller de teatro. No es un tipo ubicado ni centrado en lo que quiere. Yo no, siempre supe que iba a actuar. De niño se daban muchos apagones en el barrio, venían los vecinos y yo hacía shows.

—¿Qué recordás de tus primeras veces en el escenario?

—Lo que más recuerdo es sentir el ojo de la gente en la oscuridad y no entender qué quieren decirte en ese silencio. La mirada del público es algo muy fuerte y hasta hoy me pone en estado de nerviosismo. Por más tablas que tengas encima, el ojo del espectador es terrible porque no sabés qué está pasando.

—¿Intentás mantener vivas esas sensaciones típicas de las primeras experiencias?

—Sí, porque si uno no está nervioso no tiene sentido nada de esto. Trato de conservarlo pero también controlarlo. Hace poco me encontré con una compañera de aquella época, tenía en video casete uno de los primeros exámenes, me lo pasó y no podía creer lo que veía. "Pah, qué exagerados los gestos, los gritos", pensé. Me reí, era muy malo, pero en ese momento lo viví feliz y convencido de que al lanzarme hacía lo correcto.

—Dijiste que Rocío Villamil "te vendió el teatro", ¿de qué forma lo hizo?

—Yo quería hacer la Escuela de Arte Dramático. Me apunté para dar la prueba de ingreso y me asusté, sentí que no estaba tan preparado y preferí esperar un año. Fui a El Picadero y me atendió Rocío en ese mini teatro tan acogedor. Me hizo la entrevista sobre qué buscaba y me lo vendió como una reina. Me quedé ahí y no hice la EMAD. Me enamoré del teatro independiente y de mis compañeros.

—Admirás a Rocío Villamil porque ella se la jugó por el teatro. Vos nunca dejaste las ocho horas, ¿te planteaste renunciar alguna vez?

—Sí, muchas veces. Trabajo en una empresa vendiendo seguros de viaje y me va muy bien. Ellos son muy flexibles: cuando filmé Norberto apenas tarde falté 40 días. Entonces siempre me pregunto por qué abandonaría si puedo hacer las dos cosas y este trabajo me da una seguridad económica que con el teatro no tengo. En general, los que viven del teatro también dan clase y yo nunca me identifiqué con la docencia. Es más, este año me llamó Álvaro Armand Ugón para invitarme a dar clases en su academia. Me encantó que me convocara porque lo admiro mucho y en una palabra, me pillé. Le agradecí pero no soy docente; prefiero seguir vendiendo seguros de viaje que lo hago muy bien y tengo mi clientela.

—Con 22 años fundaste la compañía A Proscenio y convencieron al cura de la parroquia Tierra Santa para que los dejara armar una sala teatral allí ¿Te gusta recordar tus inicios?

—Sí, uno tiene que recordar de dónde vino. Estoy en contra de los que se agrandan y me parece que lo hacen porque se olvidan de dónde vienen. Ahora me llama un pueblo para trabajar, hago cine, televisión, entonces me la creo. No: tuviste la suerte de laburar en lo que te gusta y es eso lo que tenés que pensar y no olvidar nunca el camino que recorriste.

—¿Qué tal te llevás con tu ego?

—A veces me peleo. Lo bueno es que me río de mi ego, hago chistes. Es mejor tomarle el pelo y recordar que no sos eso.

—Necesitás saber qué pasa por la cabeza del personaje en cada escena, ¿cómo conectaste con la mente y sentir de Gregorio?

—Es un tipo muy distante a mí. Hablamos mucho del personaje, de la relación con el hijo que lo viene a visitar y de su pasado, que el público conoce a través imágenes audiovisuales que se proyectan en una pantalla y permiten conocer cómo eran los personajes 25 años atrás, y es la gran clave de la obra. Al principio no quería develar el personaje. Peleé mucho contra eso, incluso discutía con Diego (Soto) porque él quería que Gregorio fuera más fuerte, pero para mí era más rico ver la transformación.

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—Gregorio pasa toda la obra en la cama del hospital porque acaba de sufrir un infarto, ¿cómo trabajaste esa quietud?

—Yo soy un tipo movedizo, extrovertido y el personaje está calmo, casi no se mueve así que fue tremendo desafío. Dialogué con un enfermo del corazón para que me contara qué sentía, hablé con un cardiólogo para entender qué le pasa a un tipo que está enchufado, cómo son sus movimientos, si le cambia o no la voz.

—Dijiste que como espectador Norberto te generaba amor y odio ¿Cómo se hace para querer a un personaje que uno desprecia?

—Como actor uno tiene que querer a todos sus personajes, más allá de lo que simbolicen porque sino no podés encarnarlos. El rodaje de Norberto... fue muy fuerte porque pasé 40 días con el tipo a cuestas: entre toma y toma no se me iba el personaje. Siempre estaba vestido, maquillado de Norberto, pensando en la letra que venía, hablando con Hendler del personaje. Cuando terminó el rodaje tuve que hacer dos días de duelo porque era como una muerte.

—¿Y qué hiciste esos dos días?

—Pasé acostado. Me vino como una depresión, no quería salir. Estaba muy cansado y era una gran tristeza. Cuando terminás un personaje en cine lo podés ver y recordarlo pero sabés que nunca más lo vas a volver a hacer.

—En Norberto... Hendler hacía su primera dirección en cine. En Inquina Soto debuta como director de teatro y coincide que ambos escribieron los guiones, ¿hubo semejanzas en los encares?

—La gran diferencia es que Hendler es actor, entonces tiene una cosa de comerte la cabeza con el personaje desde adentro. Era más exigente con lo actoral y el libreto. Diego (Soto) trabajó desde otro lado: se proyectaba más desde la globalidad del espectáculo, tenía claro lo del lenguaje audiovisual, la música en vivo y quizá no me comió tanto la cabeza con el tema de la actuación, pero yo lo apretaba, le sugería y él me dejaba hacer bastante.

—¿Qué te comía la cabeza a vos?

—La proyección de la voz y me pasa hasta hoy. Estoy buscando otra voz que no sea la mía.

—¿Te sirve mirar a los ojos al público cuando estás arriba del escenario?

—Al público trato de no mirarlo jamás. El monólogo Tengo una muñeca en el ropero fue todo un desafío porque tengo que hablarle a los espectadores y es horrible: te encontrás con la mirada y de golpe hay uno que no quiere hablar, otro que habla de más y tenés que equilibrar. Yo prefiero la cuarta pared, me gustar hacer de cuenta que no están y conectarme con mis compañeros.

Norberto... fue tu primer protagónico en la pantalla grande y Hendler dijo que al tercer día de rodaje ya eras un actor de cine, ¿lo sentiste así?

—No, al contrario. Al principio sufrí. El primer día me tocaron todas las escenas de manejar y una cortita en la que actúe con Nacho Mendy. Me sentí como un idiota, terminó la filmación y pensé, "me van a echar". Me imaginaba a Hendler diciendo, "sabés que me equivoqué, no eras vos el actor". Me sentí muy ridículo pero si él dice eso, le creo. Tuve la suerte de grabar con César Troncoso la primera semana y aprendí muchísimo de observarlo actuar y con los piques que me tiraba antes de cada toma.

—Gracias a esa película te convocó Marianella Morena para hacer Antígona Oriental, te fuiste de gira por Europa con esa obra, te llamó Gustavo Garzón para filmar Por un tiempo (2012), participaste en Adicciones (Teledoce), ¿te queda algo pendiente?

—Me gustaría que la Comedia Nacional me convoque para hacer una obra, aunque no para ingresar al elenco estable. Me encantaría volver a hacer un protagónico en cine pero es muy difícil. Estoy ensayando El Feo con Horacio Camandulle, de Gigante, y hablamos de eso: los dos tuvimos el protagónico de nuestras vidas, ya lo vivimos y ahora hacemos teatro. Ahora actúe en El candidato (Daniel Hendler), pero es algo más pequeño. Aunque sea un rol chiquitito bienvenido sea porque no hay nada más lindo que hacer cine. Y por más que hayas hecho un protagónico te llaman y tenés que hacer el casting. Por eso digo lo de recordar siempre que no sos nada: hacés audiciones igual, estás compitiendo en el cine y en el teatro. Así es este juego.

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Encarna a Gregorio en la obra teatral Inquina. Foto: Leo Maine

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