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Desesperada por tirar por tierra los mandatos sociales

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Foto: Francisco Flores

Esta abanderada del feminismo descuartiza los géneros arriba del escenario y hará descostillar de risa a quienes asistan hoy y el viernes 15 de abril a la Vieja Farmacia Solís. Allí hará su show tituladoGraciosa. (Por reservas comunicarse al 2204 23 03).

No le gustaban las Barbies “anoréxicas”. Nunca jugó a ser mamá. La niña Laura Falero escribía, pintaba y corría atrás de la pelota. Su padre es saxofonista, le inculcó el gusto por la música y ella pasaba horas encerrada en su cuarto entre partituras de piano.Le interesaba la biología y la psicología. Bernarda, su mejor amiga, le envidiaba el diario íntimo con candado que escribió de los 7 a los 25 años. Conserva todos esos cuadernos, pero hace tiempo que no los abre porque le impresiona leer una frase que se repite a lo largo de toda su vida: ‘no siento nada’. Es que la timidez la postergó y por años se sintió vacía. El humor y el stand up la ayudaron a destrabarse.

El punto de encuentro es en la Plaza Libertad. Laura Falero apura el paso, prefiere irse lo antes posible de ese lugar porque le da mala espina. Hace un par de semanas estuvo allí para participar de un acto contra el acoso callejero y vivió un mal momento: los encargados del sonido la acusaron de ordinaria y menospreciaron su trabajo artístico.

Laura lleva la bandera del feminismo. Pelea por la igualdad de género, cuestiona los mandatos sociales e invita a salirse de la zona de confort. Imparte ese discurso en sus shows y predica con el ejemplo al bajar del escenario.

Es activista y de las pocas mujeres comediantes que hay en Uruguay, así que marzo fue su zafra: la convocaron para todas las actividades que se realizaron por el mes de la mujer "¿Qué pasará en abril?", se pregunta.

Si no puede ver el vídeo, haga click aquí

No se calla más.

Laura nació en Canelones. Era algo freaky y bastante traga en el liceo. Hace tres años que asiste a un taller con Angie Oña y jamás se pierde una clase. Saca apuntes, está atenta y despierta. La profesora la nota "comprometida hasta la médula".

No fue una adolescente cheta, ni hippie, más bien indefinida. Tenía carácter fuerte, no se dejaba pasar por arriba y enseguida paraba el carro a todo aquel que se metiera con ella.

Cada viernes hace la columna Laura UP en Rompkbzas (El Espectador) y siempre aparece algún mensaje sexista: "qué linda que sos", "ay si te agarro". Pero ella los baja de un hondazo con "discurso, discurso, discurso". Nunca falta el que agrede desde el anonimato en las redes sociales pero hace tiempo que la crítica no constructiva le entra por un oído y le sale por el otro.

Se crió en un hogar "libre y sano". En su casa se escuchaba jazz, tango, ópera, música clásica y se leía mucho. Su padre le contó la historia de Madame Curie y la acercó a los textos de Delmira Agustini. Leyó a Gabriela Mistral y se escandalizó al enterarse que tenía un hijo al que hacía pasar por su sobrino para que no se supiera que había sido madre soltera.

Laura se recuerda introvertida. Dice que le costó muchísimo adquirir seguridad y darse cuenta de que su discurso era mucho más importante que la traba emocional que frenaba su expresión.

Estudió piano y canto hasta los 20 años. Era fanática de Fabiana Cantilo, miraba sus trajes, su estética, y pensaba, "yo quiero ser rockera", pero la música y la televisión eran exclusividad del género masculino en Uruguay. La carencia de mujeres en el medio también conspiró para que demorara en dar el salto y se animara. Se sentía oprimida hasta que aparecieron Laura Canoura, Samantha Navarro, Ana Prada, Maia Castro y fluyó la inspiración.

Cinco años después de que se subió a un escenario para hacer monólogos de stand up consiguió desbloquear su mambo con la música. Se compró un ukelele y ahora compone canciones para sus shows.

Se tatuó la inscripción 'el fuego sagrado' en el ante brazo. No recuerda qué autor habla de ese concepto, pero explica que se refiere a la necesidad interna que tienen los artistas y deben exteriorizar como sea. "Estuve postergada mucho tiempo así que sentí la necesidad de dejar esa marca en mi piel para no olvidarme que estoy en este camino y ese fuego me hace crear".

—A los 10 años hiciste tu primer unipersonal, se llamaba Magela viaja a Consumerilandia y era una crítica al consumismo...

—Hacía teatro y me tocó un monólogo. Yo era la protagonista, salía, me metía entre el público con una muñeca y decía, me llamo Magela, tengo 10 años, voy a la escuela, conocí a una chica en un mundo paralelo y me contó lo que pasa en otras dimensiones. Daba una vuelta y aparecía arriba del escenario, en Consumerilandia, un país donde se cuestionaba el consumismo. Fue muy revelador. Me sentí muy nerviosa, me miraba en el vídeo que había filmado mi padre y me asombraba por cómo había desaparecido mi timidez y me había animado. En ese momento no era consciente pero fue la base de todo lo que construí después.

—¿Qué te cuestionabas durante la niñez?

—Estaba muy preocupada porque no sabía bien qué quería hacer, para dónde iba a arrancar. Siempre fui muy crítica. Iba a la escuela, algo no me cerraba y le preguntaba a mis padres. Me gustaba la biología, investigaba el cuerpo humano; me interesaba la psicología, las actitudes de la gente extraña que no entendía. Era muy curiosa y observadora pero en silencio.

—Escribiste diarios íntimos de los 7 a los 25 años, ¿los conservás?

—Sí. Hace tiempo que no los leo, pero me he encontrado con grandes revelaciones. Lo que más me impresiona es que se repite la frase "no siento nada" de los 7 a los 25 años. No era que no sentía, tenía una sensación de vacío porque no me animaba a expresarme por timidez, falta de seguridad y de herramientas. Cuando crecés y te das cuenta de que estás postergando algo tenés dos opciones: dejarlo de lado y seguir la norma, o cuestionártelo, plantarte, "yo quiero hacer esto" y salir de tu zona de confort.

—¿Y cómo saliste vos?

—Empecé a generarme estrés. Me tomaba un taxi y me iba a un toque en La Diaria, a un recital de rock sola, al teatro sola, al cine sola. Mi búsqueda empezó desde la posibilidad de estar sola y no sentirme mal. Después comencé a escribir notas de humor en Facebook. Hice talleres de narración con Néstor Gandulia y Ana María Bosco. Me anoté en el curso de Club de Comedia creyendo que solo aprendería a escribir chistes y me encontré que tenía que sacar el guión y hablarle al público. Fue terrible, me costaba mirar a la gente, conectar: fui una estudiante mediocre porque tenía esa traba. En la muestra me fue muy bien y dije, este lugar me interesa.

Hace tres años decidió anotarse en la escuela de teatro de Angie Oña, pero antes de inscribirse le hizo un planteo: quería ahondar de dónde venía su tragedia. Aprendió a usar el dramatismo que heredó de su madre para construir humor. Angie Oña disfruta al observar el proceso de Laura y esa capacidad para construir personajes con una psicología muy curiosa desde su propio drama. "Pone su sombra al servicio de la escena y eso permite que actúe desde un lugar muy liberador", dice.

Tiene un talento sublime para transformar el drama en comedia. En la muestra final de 2014 le tocó componer a una mujer celosa y obsesiva con su marido. Una tarde llegó con una idea: propuso que su personaje bebiera durante toda la escena hasta quedar completamente ebria. Ensayó con una botella de agua que pretendía ser whisky, manejó con gracia y locura el paso a paso de la borrachera hasta quedar desfigurada. Angie Oña y sus colegas actores lloraron de risa.

Buzón de quejas.

Escupe lo que piensa sin pelos en la lengua. Discute con pasión y sigue sus impulsos.

Angie Oña percibe que su alumna es más "criticona" consigo misma que con el resto. Pero Laura no necesita esforzarse para lanzar una catarata de situaciones que le despiertan ira.

Violencia en la calle, falta de empatía, gran egoísmo, incapacidad para dar, ayudar y colaborar. Le enoja que se critique sin ponerse en lugar del otro, la burla: "¿Qué autoridad tenés vos para agredirme si estamos todos rotos y nadando en la misma mierda?"

No comulga con el amarillismo disfrazado de periodismo de investigación y hay un par de personajes que le generan desprecio. El comediante Dane Cook están en esa lista, "aparte es católico y creo que la religión mal entendida le hace mucho daño a la sociedad porque ha generado guerras".

Tampoco le cae en gracia Orlando Petinatti. Lo escuchó durante años, siguió su proceso, vio su evolución y hoy le da pena que "un tipo con su llegada utilice el lugar que se ganó en los medios para generar un discurso de cosificación de un lado de la sociedad y se ría del otro desde la burla".

Está convencida de que la felicidad es una construcción occidental y un producto de la publicidad. Dice que está mal visto mostrar la oscuridad, pero que ella no tiene problema en expresar sus penurias en su show o vía Twitter: "¡Que termine esta semana ya!"; "qué tristeza que tengo", posteó días atrás. 

—¿La tristeza y la falta de equilibrio dan un material más rico al artista que se propone crear?

—Félix Buenaventura, un comediante argentino que admiro, dice que el comediante es una persona desesperada. Y así lo vivo. Desesperado por decir, por generar consciencia desde el humor; vive para gritar al mundo lo que quiere y desmitificar mandatos, ideologías, valores tergiversados. Si no vas por esa búsqueda, no estás comprometido con tu experiencia artística ni con el público y lo vas a subestimar.

Lady Falero.

Tiene buen gusto y cuida la estética. Se maquilla, se preocupa por combinar los colores y que los zapatos estén a tono con la ropa que lleva puesta. Detesta usar plataformas y tacos, y la agobian los shoppings. Es lacia natural y la última vez que pisó una peluquería fue para teñirse un mechón de rubio.

—¿Cuál fue la primera escena machista que te partió los ojos?

—El acoso callejero fue lo primero que me indignó y sobre todo por el miedo que le tenía. Me sentía impotente. A los 15 años descubrí a Frida Kahlo y me fasciné con su vida. Ahora está muy de moda, hay hasta almohadones con su cara: es un exceso, si ella se levanta se vuelve a matar. Pero al estudiar su vida me empecé a dar cuenta de muchas cosas, como la importancia del cuerpo, la libertad de lo que uno es, cómo te somete el amor y cuán lleno de machismo está. Cuando apareció Fotolog me sentí parte de esa movida, me veía medio andrógina y me empecé a dar cuenta de lo que significan los mandatos, los estereotipos, así que busqué información, estudié filósofas y en ese camino me crucé con Judith Butler que habla sobre deshacer el género.

—Hay muchos más comediantes hombres que mujeres en Uruguay y vos lograste hacerte un lugar, ¿te costó esa conquista?

—No me costó porque cuando recién arrancamos éramos muy pocos. Si me subo a un escenario y hago reír, me van a llamar, sea hombre, mujer, perro o gato. En un momento hacía shows por todos lados, ahora sí noto que no me llaman de algunos lugares y argumentan "lo que pasa es que tu discurso no es para todo público, decís ordinarieces", porque digo pene, vulva, clítoris. Pero si eso mismo lo dice un hombre no lo van a tildar de ordinario porque la mujer tiene que dar el ejemplo: es madre, una señorita.

Puzzle.

Se inspira en quienes admira y en sí misma. "Me miro al espejo y veo muchas Lauras, muchos puntos de vista, soy bastante látigo, me auto flagelo, pero me he dado cuenta de que el palo constructivo es el que sirve: hacerte cargo cuando te equivocás".

Cranea el contenido de su columna en El Espectador con gran responsabilidad. "Intento construir premisas que generen opinión y dejen un mensaje". El objetivo es que los oyentes se identifiquen pero sobre todo promover la reflexión desde el humor.

Necesita construir con otros. Sus amigas y su familia son una fuente de material inagotable para poner a funcionar su motor creativo. Graba conversaciones que intuye le servirán, incluso sin que los interlocutores se enteren, y obtiene información que luego transforma en premisas y chistes.

Tiene más de 30 libretitas archivadas y otras 15 sin estrenar porque se las suelen regalar en sus cumpleaños. Anda con una verde flúor en la cartera y no se le escapa nada.

Garabateó en medio de dibujos el título de la obra tragicómica que empezó a escribir, La mala amada. Hay un montón de frases: "No te olvides de mí", "el exceso de orden es desorden", "te quiero con toda mi alma pero yo no conozco mi alma".

Anota todo, sin filtro. Hay palabras sueltas sobre las que quiere hablar. Tu calor. Delirio. Cataclismo. Locura. Besos. Tiene un recordatorio que dice, "me gustaría darle más bola a los boleros cantados por mujeres".

Excepción.

Tiene 34 años, es soltera, vive con su hermano y su gata Yngry Pop. Todavía no se casó, ni tuvo hijos. Varias de sus amigas formaron una familia y eso generó cierta presión en su cabeza, pero hace un tiempo que transita su soledad con naturalidad y no se desespera. "Llegué a la conclusión de que quiero tener un hijo, pero aún no me veo con una pareja. Asumo que vendrá cuando tenga que ser y sino llega, por algo será. Me gustaría enamorarme algún día, construir algo sano con otra persona pero no me quita el sueño".

Hubo un mandato que no logró esquivar: la carrera universitaria. Su padre quería que estudiara odontología como él, pero Laura descartó esa opción. Aún así, le dio el gusto y se recibió de licenciada en Comunicación. No se arrepiente, "la carrera me dio herramientas que me permiten expresarme. De otra forma quizá me hubiese costado mucho más".

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto: Francisco Flores

LAURA FALEROMARIEL VARELA

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