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Es brasileña, brilló en el Ballet Nacional del Sodre y ahora se retira: "Quiero vivir libre"

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La bailarina Paula Penachio. Foto: Leonardo Mainé
Nota a Paula Penachio, primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre, en el Auditorio Adela Reta de Montevideo, ND 20220819, foto Leonardo Maine - Archivo El Pais
Leonardo Maine/Archivo El Pais

ENTREVISTA

La bailarina Paula Penachio cierra su carrera este sábado con "Raymonda". De su historia en Uruguay y sus razones para dejar de bailar, esta entrevista.

Fue en el primer acto, justo en el momento en el que sus amigas bailaban con los trovadores y ella estaba sentada en una esquina del escenario, en penumbras, solitaria. Fue en el primer acto, cuando Raymonda miró hacia adelante y hacia arriba como mirando sin mirar, como si nada de lo que sucediera a su alrededor existiera. En esa mirada apareció, apenas, Paula Penachio, que quiso guardarse bien adentro todo eso que veía: la platea, el público, el escenario, las luces, el teatro entero. Era 18 de agosto. Paula, primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre, supo que esa noche empezaba a despedirse.

Un día después llegó a la cafetería del Auditorio Nacional vestida de negro. Tenía el pelo mojado y suelto, el rostro sin maquillaje. No había rastros de cansancio ni nada que dejara entrever que la noche anterior había bailado durante dos horas en el estreno de Raymonda, la nueva producción del BNS que es, también, la obra con la que la bailarina decidió retirarse.

Sonrió. Se sentó. Dobló una bufanda de colores. La puso sobre las piernas. Dijo: “El escenario es mi lugar. En el salón me funcionan las cosas, pero en el escenario es como que algo se transforma. Ayer, por ejemplo, en la primera entrada, me quedé más tiempo en un equilibrio de lo que me quedaba en clase. No sé si es adrenalina o qué, pero es como una magia. Me siento genuina, soy puramente yo aunque esté interpretando un personaje, soy más yo que nunca”.

De eso se trató esa mirada suya, ese instante en el que Raymonda desapareció por unos segundos y apareció Paula: de ser, más que nunca, ella.

Hoy, 27 de agosto será, para ella, la última noche de su carrera: el último escenario, el último baile, el último aplauso. Siempre pensó en cómo sería, en qué habría después, en cómo se hace para seguir sin hacer lo que se hizo siempre, en cómo se siente el momento en el que las luces se apagan y todo se detiene. Paula Penachio tiene 36 años y dice que el retiro de la danza es una idea que hace tiempo le ronda en la cabeza.

“Los bailarines estudiamos hasta terminar el liceo, y ahí no pensamos en hacer facultad; seguís con la carrera de ballet porque te lleva mucho tiempo. Yo llegué a hacer facultad de Odontología cuando estaba en Brasil, pero llegaba de los ensayos a la clase y no aguantaba el cansancio, un día me caí en la mesa y abandoné. Y después me empezó a pesar eso, pensaba: yo nunca hice una facultad, nunca terminé nada, ¿qué va a pasar después? Además, yo siempre tuve un complejo de tener más cuerpo, de no ser tan flaquita como las demás, de hacer muchas dietas, y esas son cosas que vas acumulando”, dice. “Ahora pienso en que quiero amarme, quiero vivir libre, no quiero pensar si soy flaquita o no, mirarme al espejo todo el tiempo. Es como que después de cierta edad te empezás a preguntar: ¿por qué estoy haciendo esto conmigo?”.

De Brasil. Paula nació en Santo André, un municipio de San Pablo, en Brasil. Es la menor de tres hermanos y, dice, siempre quería hacer lo mismo que ellos. Cuando empezaron la escuela, ella quiso empezar la escuela. Cuando su madre decidió llevar a su hermana a clases de ballet porque tenía las rodillas hacia adentro, ella quiso empezar ballet. Y lo hizo. Tenía siete años.

Fue a clases al club de la ciudad. Una maestra la vio y le sugirió a su madre que la llevara a una escuela, que Paula tenía condiciones —“un jeito”, dice ella— para la danza.

Paula Penachio, primera bailarina del Sodre, a un paso de la perfección.
Paula Penachio, primera bailarina del Sodre

A los nueve ya viajaba compitiendo por distintas ciudades de Brasil, lloraba si le decían que no podía ir a la clase de ballet, miraba los VHS de bailarinas rusas, giraba descalza en los pisos de su casa, intentaba imitarlas, hacer los movimientos idénticos, exactos. Fue entonces cuando lo supo: quería bailar para siempre.

A los 15 empezó a trabajar en una compañía de danza contemporánea de Santo André. De allí a la Companhia de Dança de São José dos Campos de San Pablo, que combinaba el clásico con el neo clásico y el contemporáneo, y de allí a bailar en Santiago de Chile, donde se quedó un año. Mientras, seguía viajando a competencias y festivales por todas partes. Fue allí donde Paula empezó a formarse como una bailarina con una técnica sólida, limpia, perfecta.

“He tenido muy buenos maestros, eso fue un privilegio. Y también han sido muy variados. En Brasil, como hay muchas competencias, conocés a maestros nuevos todo el tiempo. En Moscú, por ejemplo, bailé en el Bolshoi en una competencia y vinieron maestros rusos, pero también trabajé con maestros cubanos. Esa mezcla creo que hizo lo que soy ahora”.

El alzhéimer de su abuela hizo que dejara Chile y regresara a San Pablo. Por un tiempo se dedicó a dar clases. Un día, una de sus maestras le pidió que le mandara un video suyo bailando. Al poco tiempo le dijo, más o menos, esto: “Julio Bocca necesita a una bailarina para el Ballet Nacional del Sodre. Le mandé tu material y quiere que vayas a tomar la clase del lunes en Montevideo”.

Compró un pasaje. Hizo la clase con el BNS. Cuando terminó, Bocca, entonces director de la compañía, le ofreció un contrato. Era 2015. Ella dijo que sí. Y nunca más se fue.

Paula Penachio. Foto: Leonardo Mainé
Paula Penachio. Foto: Leonardo Mainé

Empezó como parte del cuerpo de baile, pero pronto interpretó roles protagónicos, como en Giselle o en Coppelia. En julio de 2017, después de bailar 10 funciones seguidas de la obra Theme and Variations, Paula fue ascendida a primera bailarina de la compañía.

“Con el BNS bailé ballets que no pensaba que podía bailar, como Onegin o Romeo y Julieta. Tener la posibilidad de bailar todo eso, con la orquesta, con toda la producción que hay acá, fue como realizar muchos sueños. El BNS hizo que me realizara como bailarina, me saqué todas las ganas, disfruté. Fui muy feliz acá y fueron los mejores años de mi carrera”.

El final. El jueves 18, después de estrenar Raymonda, Paula se fue a la casa que construyó con su novio uruguayo en Punta Espinillo y brindó con él, con su madre y con su hermana.

La primera vez que su familia pudo venir desde Brasil para verla bailar fue el año pasado. Ella les regaló los pasajes y llegaron justo para ver una función de Cascanueces. Esta vez no iban a poder venir para la despedida: costear el viaje de nuevo salía mucho dinero y ella no podía hacerlo.

Pero Rosina Gil, una de sus compañeras y amigas dentro del BNS, le dijo que ella la ayudaba, que cómo no iban a estar, que tenían que venir. Hizo una colecta a la que se sumaron bailarines, maestros, el equipo de dirección, personas del equipo técnico y de maquillaje, de vestuario y hasta de fisioterapia.

Cuando Paula habla sobre este regalo hace una pausa. Llora. Pide disculpas. Dice: “Es que cuando yo les conté que me iba a retirar pensaba, bueno, al menos me vieron bailar una vez. Pero todos mis compañeros me hicieron el regalo de traerlas y fue como… tremendo amor”.

Paula Penachio. Foto: Leonardo Mainé
Paula Penachio. Foto: Leonardo Mainé

“Paula es muy sólida. Es muy segura en escena. Se divierte. Ella siempre dice: qué va a pasar, si me caigo me levanto y sigo bailando. Es muy natural para ella todo, es muy inspirador ver eso porque te enseña a bailar como cuando eras niña, que era solo por diversión. Pero sobre todo es muy compañera, muy buena persona, muy generosa. Yo la admiro mucho, crezco mucho con ella. Es una persona muy querida por todos. Pareciera que siempre tiene tiempo para vos. Todos queremos verla feliz, por eso todo el mundo se sumó al regalo. La voy a extrañar un montón”, dice Rosina sobre ella.

Paula no duda: sabe que es el momento de dejar de bailar. En la pandemia, además de tener que bailar en su casa, sin espacio, sin el piso adecuado, sin poder girar o saltar, se fracturó el coxis. Un tiempo después, mientras ensayaba, se quebró una costilla. Entonces sintió que había algo en su cuerpo que ya no respondía de la misma manera. Que aunque quisiera, ya no bailaba como antes.

“La pandemia me quitó años de carrera, yo lo sé. Pero no quería que llegara el momento en el que la gente me viera y se diera cuenta de que estaba luchando por bailar”, dice. Se viene preparando para este momento desde hace tiempo. Tiene su estudio de gyrotonic —“un método que usa máquinas y combina movimientos de yoga, natación y danza y te ayuda con la postura, a mover las articulaciones, a sacar contracturas y dolores, a mejorar la posición de la columna”—, y una casa en el campo con muchas ventanas y mucha luz y, sobre todo, mucha tranquilidad. Ese, dice, es el lugar en el que quiere estar.

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