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Ser Branko: lazos, humanidad y acción

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Foto: Alejandro Persichetti

Cristian Amacoria integra el elenco estable de El Galpón y hace a Branko en Mi hijo camina un poco más lento(Gerardo Bergérez). Estuvo nominado al Florencio como Mejor Actor por Recreo (Dante Alfonso, 2014) y como Actor de Reparto en La de Vicente López (Gerardo Bergérez, 2012). Este año participó en Los pequeños burgueses (Héctor Guido) y se fue de gira por España con No daré hijos, daré versos (Marianella Morena).

El gran despliegue de histrionismo suele ser el caballito de batalla de Cristian Amacoria. Pero para ser Branko debió ocultar sus armas predilectas (voz potente y físico trabajado) y volcarse hacia una interpretación simple, sobria y sutil. Es que el protagonista de Mi hijo camina un poco más lento (Ivor Martinic) padece una enfermedad degenerativa y está postrado.

“Tenés que relacionarte con esa silla de ruedas como si fuera tuya desde hace años”, le sugirió Gerardo Bergeréz (director) al finalizar un ensayo. Cristian tomó la indicación al pie de la letra y transitó por Montevideo como si fuera discapacitado durante días. Quiso construir a este joven que cumple 25 años el día de la función desde la aceptación, y el experimento le sirvió para entenderlo, atravesar su sensibilidad y lograr que el público empatice con él.

Los invitados al aniversario número 25 de Branko son los espectadores que llegan sin regalo y se acomodan en las butacas de la sala Atahualpa (Teatro El Galpón) cada sábado y domingo para ser testigos de esta historia donde los vínculos filiales copan la acción.

El público saluda a los actores antes de irse como si se tratara de un verdadero festejo. Se acercan conmovidos, se funden en abrazos y les agradecen. Muchos han preguntado si Cristian es inválido. La respuesta de Gerardo Bergérez es siempre la misma: "No, es buen actor".

—¿Qué te impactó de Branko en la primera lectura?

—Más allá de que sus piernas no funcionan, de que una enfermedad progresiva lo fue dejando cada vez más fuera de la cancha, me impactó su sencillez y cómo decide encarar su vida, sus ganas de relacionarse de igual a igual con su familia y con el afuera. Y, además, la salud de su personalidad: carga la imposibilidad de su madre (Alicia Alfonso) en asumir su enfermedad y que pasará el resto de su vida en silla de ruedas. Lo más lindo de Branko es cómo decide emanciparse de su familia y todo lo que depositan en él.

—¿Cuál fue tu viaje personal?, ¿fuiste hacia algún lugar tuyo?

—Sí, pero no histórico. Lo que me gustó del encare fue que se trabajó desde la honestidad, que es el camino más lindo para recorrer en el arte. Todos tenemos un lado vulnerable y sensible. Han depositado en nosotros determinadas cuestiones de las que no tenemos por qué hacernos cargo y a mí ese lugar me empezó a resonar cuando tuve que encarar a Branko, y dije, ta, es por acá. El desafío mayor fue componer la discapacidad desde un lugar de aceptación, sin lástima, ni compasión. Y eso requería pasar por la silla de ruedas.

—Gerardo Bergérez te planteó que te vincularas con la silla como si fuera tuya desde hacía años y viviste como un discapacitado durante días...

—Sí, me iba de los ensayos hasta mi casa, en Camino Maldonado, en unas líneas de ómnibus que tienen rampa eléctrica. En ese experimento percibía la mirada de los otros, lo que sucede con la discapacidad, cómo se mira a un pibe joven con pena. Y después tener que sobrellevar el día a día en una ciudad que no está preparada para una persona en esas condiciones: no hay rampas en las calles.

—El público tiene que ver que la silla es parte de tu cuerpo.

—Tiene que ser tus piernas. Tenés que realmente empezar a sentir que es una extensión tuya. Es tu salvavidas: hace que puedas moverte, sin ella dependerías de otra persona. Al principio no entendés nada, te movés para todos lados, jugás, pero después sentís el dolor en los brazos, la mitad de tu cuerpo empieza a comprometerse y empezás a usar una fuerza a la que jamás recurriste para moverte.

—Tuviste que trabajar el estar inmóvil....

—Al principio la atención estaba en no mover las piernas, después lo asumís como propio. Además convivir con piernas inertes: te pasás de la silla a un sillón y tenés que trabajar sobre matar tus piernas.

—¿Por dónde empezaste a armar a Branko?, ¿quién era para vos?

—Es la obra más simple y honesta que leí. Me conmovió de primera. El Branko que plantea el autor es simple, receptor, pasivo: todo lo que depositan en él y no lo que él propone. Es un pibe que quiere pasarla bien. Desde la primera lectura supe que tenía que plantear el trabajo desde mi mismo: no puedo inventarme un personaje, una simbología o psicología distinta porque no funcionaría. Es una obra que propone simpleza y para ser simple tiene que ser un aspecto tuyo que se manifiesta en escena. Lo asumí desde ahí.

—¿Te requiere mucha concentración antes de salir a escena?

—Yo me aíslo. No me quedo en los camarines. Escucho música. Trato de estar muy tranquilo. Durante el proceso, la energía de la familia me contagiaba una negatividad que no funcionaba con Branko porque su personaje tenía que traer luz. Observaba los ensayos, la familia era deprimente, entraba y era un bajón. Y sucedía inconsciente, no lo podía dominar. En el proceso empecé a darme cuenta de que tenía que conectar con una musiquita mía, apartarme y entrar para hacer un Branko feliz.

—¿Qué música te sirve?

—Al principio mucho Pink Floyd, pero después empecé a escuchar ska. Encontré en Youtube un personaje español que viaja por el mundo en silla de ruedas y me sirvió pila para entender a Branko porque decidió ir por el mundo con su novia, sin guita, y el pibe es increíblemente feliz así.

—Fueron cuatro meses de ensayo y de convivir con Branko, ¿qué era lo que más daba vueltas en tu cabeza?

—Me encantaba pensar su vínculo con la sexualidad. Asumí que este pibe de 25 años nunca había estado con una mujer. Hasta ahora construyo con la actriz el espíritu de la iniciación sexual: de repente llega Sara (Soledad Frugone) a su vida y se enamora de él a pesar de su problemática. Todo lo que nunca sucedió empieza a manifestarse como posibilidad. Y es alucinante trabajar la energía sexual en teatro.

—Te preocupaba caer en el cliché de la ternura y transformar a Branko en alguien ñoño, ¿qué hiciste para ir hacia el equilibrio?

—No pensar en lo que yo quería que fuera Branko sino en ser sincero. Este año hice un taller sobre la Técnica Meisner que propone el trabajo desde la honestidad: "No seas un actor, sé un ser humano que trabaja bajo circunstancias imaginarias con lo que el presente le ofrece". Sé vos mismo. Es Cristian o un aspecto de Cristian viviendo el presente en escena con la problemática de tener anulada la mitad de tu cuerpo y con las excentricidades de esta familia. Y a partir de ahí, vivilo. No intentes teorizar, ni pensar qué querés transmitir, proyectar energía o colocarte en el lugar de, sino relajar. Los vínculos están tan bien laburados desde el texto que si te vas para otro lado resulta ridículo.

—El director te estimulaba para que salieras de la zona de confort, ¿de qué forma te pinchaba para que fueras más allá?

—Se dio naturalmente. Lo que él me pedía tenía que ver con lo que yo necesitaba. Todos los actores tenemos cierto histrionismo que nos lleva directamente al sitio cómodo que es actuar, exponer: colocarte en ese lugar de ser escuchado y por eso impongo la voz, proyecto mi energía, me pongo raro.

—Acá era al revés: tenías que ocultar tu histrionismo y abordar desde la absoluta simpleza.

—En realidad ya tenés las herramientas técnicas desarrolladas para poder hacer algo simple. No tenés que preocuparte por ser algo que no tiene sentido en el teatro: la gente no va a ver actores, la gente quiere humanidad, que es lo que falta en la calle. Yo como espectador voy a buscar eso.

—¿Qué hacías para bajar la intensidad?

—Relajarme con mi musiquita en mi silla. Aflojarme, no pensar en nada, entrar, y estar abierto a la sorpresa: cómo me mira el compañero, cómo conectamos, qué me dice. Escucho y eso ya me coloca en el presente.

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Foto: Alejandro Persichetti

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