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Volvió la noche: bares a tope, fiestas clandestinas, bailes con protocolo y juntadas ruidosas en plazas

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Un bar de Montevideo en pandemia. Foto: Estefanía Leal.

TRAS EL COVID

Con la baja de los casos de COVID-19, se activó el movimiento nocturno en todo el país. La Policía y las intendencias intentan controlar las reuniones. Hasta donde pueden.

A las siete de la tarde llega la ubicación por un grupo de difusión de WhatsApp, aunque la fiesta ya se había anunciado dos semanas antes. El diseño se burla de las tarjetas de cumpleaños infantiles y sobre la animación de un dibujo de Peppa Pig se lee: sábado 28 de agosto y un número de celular. Unas horas más tarde, cerca de la medianoche, el 427 de Coetc con destino a la Unidad Agroalimentaria Metropolitana (UAM) es el ómnibus indicado para llegar. Tres grupos diferentes de muchachos —que con viento a favor tienen 18 años— no despegan los ojos de Google Maps en el celular. No son de esos barrios ni los conocen: Paso Molino, Belvedere, Nuevo París, Paso de la Arena.

—¿Falta todavía?

—Sí, amiga, mirá... Pero ya vamos por la mitad del camino.

Lo único que les pasa por la cabeza es bailar, tomar algo y conocer gente. Es ir a una fiesta clandestina, una “clande”. Ser joven en pandemia no ha sido nada fácil pero ahora,con el COVID-19 más controlado, salir es casi impostergable para ellos.

—Más vueltas esto... Un embole. No llegamos más —se queja una del grupo.

—Pía puso en WhatsApp que no hay nadie todavía —le responden.

—Sí. Espero esté bueno al menos. No sé ni qué música van a pasar bien.

—No me importa, amicha, te bailo cualquier cosa.

En la quinta parada después de dejar Luis Batlle Berres varios tocan timbre y bajan. Dos chicas llevan camperas de media estación. Una de calza biker con medias negras, la otra de pollera en jean y cancan de nylon transparente. Las dos avanzan calzadas en plataformas y con maquillaje sacado de tutoriales de YouTube, detrás de otros dos grupos más grandes, en los que también hay varones. Sin hablarse entre sí, siguen rumbo a la misma fiesta.

Desde que los casos de COVID 19 bajaron y el porcentaje de vacunación aumentó, la percepción de riesgo disminuyó en la población. Montevideo, en todos sus barrios, empezó a tener un movimiento fuerte en la noche. Lo mismo pasó en otras partes del país. Yla finalización de la ley que habilitaba a la Policía a disolver aglomeraciones en la vía pública fue el otro punto clave para entender por qué el primer fin de semana de agosto parecía que Uruguay había salido campeón o que el mundo se acababa y había que salir a romper la noche. Lo mismo pasó otros tantos fines de semana desde ese momento.

La Intendencia de Montevideo (IMM) dispone controles de tránsito con inspectores los fines de semana durante la noche. Pero además, explica el prosecretario general Daniel González, están los inspectores de Convivencia que controlan el funcionamiento de los locales con espectáculos públicos y atienden las denuncias que llegan a través del 1950- 5000. Los procedimientos se realizan en forma coordinada con el Ministerio del Interior.

El director de Convivencia y Seguridad Ciudadana de esa cartera, Santiago González, dice que, si bien no está más vigente la ley que prohibía las aglomeraciones, la Policía “está en algunos puntos por si la situación se complica”. El País pudo comprobar esto en varios lugares de Montevideo como el Parque Rodó y el callejón de la Universidad de la República. González explica que se interfiere si hay peleas, vandalismo o robos. Y en sitios como el Parque Villa Biarritz se han realizado operativos especiales para evitar fiestas y grandes aglomeraciones.

Las responsabilidades están divididas. “La gente llama por todo al 911, pero muchas de las consultas no son competencia de la Policía, otras sí. La gran mayoría de las veces se resuelve fácil. La Policía va y habla, y con eso ya se afloja un poco”, explica González.

Por la noche hay seis móviles en las calles montevideanas y unos 70 efectivos en circulación solo para controlar estos temas. Además, las fuerzas de choque están a la orden “por si algo se va de las manos”. Al ministerio le toca acudir ante aglomeraciones, que pueden pasar a ser una cuestión de “orden público”. Pero también concurren a casas o apartamentos, donde vecinos denuncian mucho movimiento o música alta. No siempre se trata de fiestas clandestinas, a veces son simples festejos de cumpleaños o reuniones de amigos.

La intendencia va si se decreta una actividad organizada sin autorización en un espacio público, por ejemplo si hay parlantes de gran porte, luces, uso de micrófonos o instrumentos musicales.

Un bar de Montevideo en pandemia. Foto: Estefanía Leal.
Los bares lucen repletos cada viernes y sábado y es difícil encontrar mesa. Foto: Estefanía Leal.

Bares llenos.

La reserva es una de las nuevas reglas. Se terminó aquello de caer en un bar para tomar unas cervezas y comer algo. “El público se acostumbró a salir temprano, a las 19.30 ya hay mesas ocupadas. Lo que estamos haciendo ahora es reservar un porcentaje del salón, y la otra dejarla para la gente que viene”, dice Joaquín Casavalle del bar Montevideo al Sur, ubicado en Paraguay y Maldonado.

La realidad ha cambiado y, aunque sea fin de mes, el bar suele estar a tope los fines de semana. La extensión del horario de cierre de la medianoche a las dos de la mañana cambió la modalidad de trabajo e hizo que pudieran explotar mejor la propuesta. “Ahora desde las 0.30 ya estamos cerrando la cocina, y nos concentramos en la coctelería”, explica. En el último mes vieron un movimiento mayor: “Si te tengo que decir, este mes que pasó, agosto, fue el mejor que hemos tenido” desde el inicio de la pandemia, dice Casavalle.

Recorrer el Centro de Montevideo, Parque Rodó, Pocitos y otros barrios para encontrar una mesa libre, entre las 10 y las 11 de la noche, no es algo muy divertido en estas noches de viernes y sábado. Porque no hay lugar. Y es un no, después de otro no. Esto no es solo una percepción ni tampoco lo que dicen los dueños de los boliches: los datos de la intendencia lo dejan entrever. Según dice González de la IMM, hasta junio el promedio fue de 130 multas a bares por mes, en julio ascendió a 143 y en agosto a 230, “lo que demuestra mayor movimiento pero también un control estricto”.

Soriano 1236, la reja de entrada está cerrada. Solo se abre para los que salen. El bar La Cretina ya está lleno a las diez de la noche. Desde el otro lado de la puerta, el guardia dice que no con la cabeza.

—¿No hay lugar?

Con los dos brazos abiertos contesta y, moviendo la cabeza, reafirma que no, que no hay mesa. Pero esto pasa en muchos otros bares de la zona, como el Andorra en Canelones y Aquiles Lanza.

—No, nada. Te podemos ofrecer afuera, y después quedan en lista de espera para una mesa adentro.

—¿Y tenés idea para cuánto rato hay?

—Eso no te puedo decir. Pero quedarían en el lugar tres.

Hay que esperar afuera tomando algo, para poder dar con una mesa adentro. Si bien ahora se permite más cantidad de personas por el aumento del aforo, el espacio sigue estando limitado. Y aquello de que el mozo haga un lugarcito, con una mesa y un par de sillas en el medio del salón, quedó en 2019.

Ruido en la plaza.

Seis y media de la mañana de un viernes. El trapero argentino L-Gante suena desde un parlante cilíndrico que tienen dos muchachos, sentados en el muro de la plazoleta Vladimir Roslik en Emilio Frugoni y Yaro, en Cordón. Cambian rápido la música: no termina una canción, empieza otra. El almacén de la esquina está cerrado, pero a ellos todavía les queda vino para tomar.

Ahora se escucha fuerte Rodrigo, el cantante cordobés que le gusta el vino y la joda. En los tachos de basura de la plaza se ven latas de cerveza y envases de tetrabrik. En el piso, muchas colillas de cigarrillo y tapas de botellas de cerveza. Ellos —dos estudiantes del interior, uno de 19, otro de 20 años— cuentan que están en la plaza desde más o menos las dos de la mañana.

—Y se pone la cosa acá, sí. Está bueno, nadie te jode —dice uno.

—Siempre hay movida, todos los días. Venís un lunes y hay gente. Está cerca de todos los bondis.

Este momento de cierta libertad lo viven con alegría.

—Por meses no hice nada, no salí, más que nada por mi abuela, porque allá vivía con nosotros —relata uno de ellos—. Además porque ahí parecía que todos nos íbamos a morir.

La plaza Roslik es un punto habitual de denuncias de los vecinos por ruidos molestos. Y también han circulado videos virales en redes sociales, por peleas entre jóvenes. “Vos juntas alcohol y drogas, y siempre va haber una pelea. Sea en una plaza, o en un boliche, la realidad es así”, afirma González, el director de Convivencia del Ministerio del Interior. Y agrega que la situación dejó de ser un problema de sanidad pública, para convertirse en una cuestión de convivencia ciudadana.

La plaza Roslik en pandemia. Foto: Estefanía Leal.
La plaza Vladimir Roslik es un punto habitual de encuentro de jóvenes durante toda la semana y ha habido denuncias. Foto: Estefanía Leal.

“Los padres ya no le pueden seguir diciendo que no a los chiquilines. Además, el afloje natural que se dio es en todas las edades y tiene que ver con los números de la pandemia”, opina. Toma un poco de agua y relata que a él mismo le tocó en su familia: “Mis hijas tienen 15 y 18 años, y yo también tuve esa edad. Qué querés que te diga, es el momento de salir, de verse, del primer novio. Mi hija no pudo festejar su cumple de 15, y no es solo el de ella, sino toda la seguidilla de fiestas de las amigas”.

A unas cuantas cuadras de la Roslik, la plazoleta Viejo Pancho en Pocitos (Eufemio Masculino y Libertad) es otro punto habitual de encuentro para jóvenes y adolescentes. Se trata de un lugar recuperado por el municipio hace cerca de un año, que también recibe muchas denuncias tanto en el 911 como en la IMM.

Y la realidad es muy parecida a la de la plaza Roslik: un espacio abierto pequeño, donde se genera un sonido fuerte, que sube como tubo para los edificios altos. También en las inmediaciones se dan problemas de convivencia. Los vecinos denuncian que los jóvenes se sientan horas a charlar en las puertas de los edificios y, además de los envases que dejan tirados por ahí, dicen que arbustos y muros son usados de baño.

“Los ciudadanos tienen derecho al uso de los espacios públicos, pero ese derecho no habilita a generar molestias a los y las vecinas”, dice González, el prosecretario de la intendencia. Es un problema, claro, que viene desde antes de la pandemia. Pero que a todas luces se agravó: “Que las personas se junten en espacios públicos no es nuevo pero con la pandemia, que provocó que muchos locales no funcionen o cierren temprano, la situación se acentuó”, afirma el prosecretario. La IMM ve como prioridad que se extienda el horario de bares y pubs, para que la gente esté en ambientes controlados en toda la ciudad. Desde el Ministerio del Interior también ven la apertura horaria de los boliches como un asunto que mejorará estos problemas de convivencia.

CASAMIENTOS

¿Y si suben los casos otra vez?

Los novios corren para hacer su fiesta de casamiento. La incertidumbre reina. ¿Y si aumentan los casos? ¿Si todo se para de nuevo? ¿Y lacepa Delta? Los locales están con poco margen de noches disponibles los fines de semana. “Hay ya un gran movimiento de reservas. Y sobre todo lo que se da ahora son las fiestas que ya estaban organizadas y se habían cancelado”, dice Javier Abal, presidente de la Asociación de Salones de Fiestas de Uruguay (ASFU).
A las novias ya no les importan tanto los detalles del vestido o el tocado. Fotógrafo, el que haya. Y la música, se ve. La fiesta perfecta es hoy la que se puede hacer. El problema más grande que señalan desde ASFU es el aforo, ya que solo pueden trabajar con el 45% del salón ocupado: “Entendimos que en un primer momento estaba bien. Pero ahora ya está, vamos a presionar para que sea el 75% si están todos inmunizados”.

Juntadas en Villa Biarritz.

“Bailan, claro. No es sólo la música y las puertas de los autos abiertas, hablando y tomando. En el peor momento se llegaron a juntar 400 personas. Se puso de moda. Se corrió la bola. Empezó con algo de gurises del barrio, y ahora vienen de todo Montevideo”, cuenta la alcaldesa del municipio CH, Matilde Antía, sobre las situaciones que se han generado en el Parque Villa Biarritz.

Este punto de Montevideo es de los más complejos de la ciudad. Aunque ahora tanto desde el municipio como desde el ministerio afirman que la situación está mejorando. Allí se da un trabajo articulado del Estado: los efectivos de Tránsito de la IMM realiza inspecciones, ponen multas por autos mal estacionados y también realizan espirometrías.

Una de las medidas que tomaron en la zona fue cerrar el acceso a las calles internas, porque el mayor ruido era de la música que se ponía desde los autos. Antía dice que es un problema de convivencia. “Porque la plaza es de todos. Los jóvenes tienen derecho a salir, pero también los vecinos a dormir”, opina. Y recuerda varias historias que le han contado. Desde gente que tuvo que comenzar a tomar medicación para dormir, a otros que le cuentan que no pueden salir con su perro al parque porque son las nueve de la mañana y la noche sigue latiendo.

Antía y Jorge Larrañaga Vidal (hijo mayor del fallecido ministro del interior, y suplente de la alcaldesa) crearon una propuesta para incentivar a los jóvenes a ir a otras zonas de Montevideo. La idea es que se junten en espacios públicos donde su derecho no choque con el de los vecinos que quieren dormir. Buscan replicar lo que se está haciendo en otros departamentos, donde los municipios crearon fogones en parques públicos.

“Algunos lugares evaluados son la rambla Presidente Wilson frente al Club de Golf, el faro de Punta Carretas y Trouville. Tienen muy buena iluminación y son amplios”, dice Antía.

Esta propuesta fue presentada a la intendencia y ya la recibió Carolina Cosse, pero aún no se tomó una resolución. “También estamos como en un estado intermedio, no hay dónde ir. No es la normalidad de 2019, pero ya los pubs y bares se quedan abiertos hasta las dos de la mañana. Todo parece que se va a ir liberando más”, dice Antía.

La noche es un lienzo. Y, después de un año y medio de pandemia, ya está lista para la acción.

Los protocolos en los boliches
¿Cómo funcionan los bailes?
Discoteca en Wuhan. Foto: AFP.

La normativa actual de la Intendencia de Montevideo no permite por ahora que los boliches bailables funcionen de la misma forma que lo hacían antes de la pandemia. De hecho, el protocolo para que un boliche tenga baile es muy estricto, porque es el mismo que el Ministerio de Salud Pública (MSP) creó para los locales de eventos. Así que celebrar una boda lleva los mismos requerimientos sanitarios que permitir bailar en cualquier bar. Por eso en Montevideo son muy pocos los que lo han hecho.

Hay boliches como Doña Marta, en Canelones y Jackson, que ofrecen fiestas con baile. Pero son de una gran logística, con venta de entradas anticipadas, corte de baile cada 40 minutos y -lo más importante- presentación de certificado de vacunación. El evento no puede durar más de cinco horas.

El certificado se muestra en la puerta y el ingreso solo está permitido si pueden escanear el código QR de la aplicación Coronavirus UY. Con la cédula comprueban que la identidad de la persona sea la misma. También se pide a la entrada nombre completo y celular de contacto. El boliche tiene que hacer una lista, para tener cómo contactar a los asistentes en caso de que se detecte un caso positivo y se genere un brote.

En los hechos se reserva una mesa, porque ahí es donde hay que permanecer hasta que la pista se habilite para bailar. El personal del local sí o sí debe usar tapabocas, y también tienen que tener certificado de vacunación. La ventilación es otro elemento que marca el protocolo, por eso también se sube la luz, para volver a la mesa y garantizar, en este caso, ventilación cruzada. Parece, por momentos, que están bailando en 2019, de a grupitos, no amontonados, pero sin tapabocas y cerca de otras personas. Sin embargo, hay aforo y horario.

Otro boliche que hace algo similar es el Shelby Club, que toma el nombre de la serie Peaky Blinders. Las fechas se completan rápido y el aforo también es reducido. La firma es nueva, pero el local no: queda en Rivera y Pedro Bustamante.

Las fiestas Brooklyn, que están cumpliendo 10 años, también buscaron cómo adaptarse a la modalidad de bailar con COVID-19. De hecho, hicieron un evento con varias DJ conocidas, como Camila Sapin y Loli Arana. Todo fue con los protocolos marcados por el MSP en el salón del Hotel del Prado, el sábado 11 de setiembre.

En paralelo a estas fiestas privadas legales, que se dan en boliches, están también los que no respetan el protocolo en nada. No cortan a las dos de la mañana, y son muchas las denuncias que se reciben de bares o pubs que suben la música y todo el mundo se pone a bailar.

“Los contagios no se dan en fiestas con protocolos. Es el gobierno el que tiene que controlar las fiestas clandestinas, porque si suben los casos por eso, la primera canilla que cierran es la nuestra”, dice Javier Abal, presidente de la Asociación de Salones de Fiestas de Uruguay. ¿Es posible hacer una fiesta con personas no vacunadas? “Eso lo hablamos mucho con los clientes, porque todos se tienen que hacer el test 24 horas antes”, afirma Abal. “¿Y qué pasa si el padre da positivo? ¿Se cancela? Y, peor, ¿si la quinceañera da positivo?”, pregunta el presidente de agremiación. Sin quinceañera, claro, no hay fiesta.

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