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Viaje a la fábrica de caras: un servicio público reconstituye rostros

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Foto: Fernando Ponzetto

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El servicio de prótesis bucomaxilofacial de la Facultad de Odontología es el único en el país que se dedica a crear piezas a medida para aquellos que las perdieron. Diez odontólogos fabrican ojos, narices, paladares y orejas de silicona y acrílico para rehabilitar socialmente a sus pacientes.

No sé cómo se llama la paciente cuya cara descansa en la mesada de mármol del laboratorio del servicio de prótesis bucomaxilofacial de la Facultad de Odontología, pero para esta crónica podemos llamarla Natalia. Aquí vienen los que, como ella, perdieron parte del rostro y esperan amigarse con la imagen que les devuelve el espejo. Es una de los 150 pacientes nuevos que recibe el servicio por año.

Natalia es de yeso. No tiene pelo y su cara termina donde empezarían sus labios. Como un antifaz, tiene encastrados una nariz y pómulos hechos de cera de abeja roja. A la pieza de cera todavía le faltan detalles para estar perfecta, por lo que la laboratorista Eliane Loustau la moldea concienzudamente con un bisturí. Primero raspa, después calienta la cuchilla en el mechero de Bunsen que flamea junto a ella y usa el calor para derretir la cera y alisarla, dándole forma a la narina. Natalia tiene los ojos cerrados con fuerza, como si el trabajo de Loustau le doliera. Cuando la laboratorista separa la pieza de cera del rostro para enseñármela, la mujer de yeso revela que donde debería haber pómulos hay cavidades, y en vez de nariz tiene un gran agujero. Pero retrocedamos un poco.

La Natalia de carne y hueso, antes de que tomaran la impresión de su cara en yeso, tuvo un tumor agresivo que hizo que los médicos tuvieran que removerle toda la nariz y parte de los pómulos. Esta es la historia de la mayoría de los pacientes que llegan al servicio. El resto va por defectos congénitos o por accidentes.

El servicio cuenta con una fonoaudióloga para rehabilitar pacientes. Foto: F. Ponzetto
El servicio cuenta con una fonoaudióloga para rehabilitar pacientes. Foto: F. Ponzetto

Desafortunadamente, la Natalia real no tuvo la suerte de ser derivada al servicio antes de la operación —como suele ocurrir, denuncian sus integrantes—, por lo que la impresión que tomaron de su cara ya tiene una nariz de menos. Cuando esto pasa, los doctores le piden al paciente que concurra con un hermano o alguien de facciones parecidas, para usar de modelo para la nueva prótesis.

Es la segunda nariz que Lusteau ha tenido que confeccionar para Natalia. "La paciente es de color, y la primera que hice me dijeron que parecía alemana", explica.

El servicio pertenece a la Facultad de Odontología, por lo que es público y para cualquier persona. Si los pacientes no llegan es porque ellos o sus médicos desconocen la existencia del servicio.

Cada prótesis está hecha con la minucia de un sastre, a medida para que encaje perfectamente con su receptor. Según Isabel Jankielewicz, quien fundó el servicio hace 35 años, esta disciplina es una mezcla de "ciencia, arte y amor". Y, tras bambalinas, esa amalgama se nota.

Un laboratorio con acuarelas.

El laboratorio es un auténtico museo de partes humanas de acrílico y silicona. Por doquier hay partes de ojos, narices, paladares, mandíbulas, dedos, y hasta retazos de "piel". ¿Lo más pedido? Ojos. Cada 10 ojos se pide una nariz, calculan.

Al tratarse de una técnica parecida a la que utilizan los odontólogos para hacer prótesis dentales o aparatos, tanto en Uruguay como en el mundo los encargados de esta disciplina son odontólogos. El director del servicio, Roberto Soler, calcula que hay "unas 10" personas capacitadas para hacer esto en todo el país.

Como las prótesis necesitan cambiarse cada un par de años, al caer en desuso a veces regresan al lugar de su origen, justamente para ser enseñadas.

"La silicona tiene vida útil", se excusa una odontóloga cuando nos muestra un dedo de ese material: "Este ya está feo". Qué alivio, porque ese dedo parece sacado de una tienda de cotillón. Está sucio y descolorido, como un dedo de un zombi.

"El paciente debe hacer el duelo  por la parte que perdió antes de aceptar una prótesis", dice la psicológa Flavia Sartorio.
"El paciente debe hacer el duelo por la parte que perdió antes de aceptar una prótesis", dice la psicológa Flavia Sartorio.

En el laboratorio se está haciendo uno nuevo. Descansa, cual anillo, en una caja dorada (mufla) que se abre en dos partes iguales, como una ostra. Ambas partes contienen yeso duro, que antes sirvieron para moldear la silicona que ahora tiene forma de dedo meñique. Este sí se parece a uno de verdad. Es muy pálido "porque es para un niño pelirrojo", y lo rosado de los nudillos imita a un dedo vivo. Impresiona un poco, porque más que una prótesis parece un dedo cercenado.

Si los objetos de la mesada del laboratorio donde Natalia descansa recuerdan a los que podría utilizar un dentista, lo que hay en los cajones del mueble tienen todo lo que uno supone debería haber en el atelier de un artista. Pinceles, acuarelas usadas y pomos de pintura. La odontóloga Celia Luksenburg toma del cajón un recipiente negro que otrora contenía un rollo fotográfico y lo abre: adentro hay una maraña de hilitos rojos. "Esto se usa para hacer las venitas rojas del ojo", explica. Ningún detalle se les escapa. Ni siquiera el tono del blanco del ojo del paciente a la hora de hacerle el prostético. La odontóloga toma otro recipiente de rollos fotográficos y lo abre: adentro hay 20 o 30 iris de ojos. A Blanes le costaba pintar pestañas, dicen, pero a estos odontólogos no les cuesta pintar iris de cartulina con acuarelas y que parezcan reales.

Carne de silicona.

A los que tienen un ojo de menos, uno de los fabricantes de caras le introducirá una jeringa sin aguja en la cavidad ocular y la llenará de alginato (el mismo material con el que se toman moldes dentales) como quien rellena una magdalena de crema con una manga. Con esto ya se tiene el primer "prototipo" de la prótesis que debe fabricar, ya que no todos tenemos la misma forma y tamaño de ojo. Ese primer molde o "impresión" es lo que permitirá que la pieza encaje a la perfección.

A continuación, hay que sacar el alginato ya duro y en forma de ojo de la cavidad y ponerlo en la mufla llena de yeso semilíquido. La mufla se cierra y va en una olla de agua caliente para que se endurezca el yeso. Al abrirla retiran la impresión de alginato, ya innecesaria, y se quedan con el negativo: el yeso. Ahora hay que rellenar de nuevo la cavidad, solo que esta vez es de cera de abeja líquida para que cuando se endurezca tenga la misma forma que la primera impresión, solo que será más fácil de modelar.

Natalia está en la fase del modelado en cera. Cuando esté lista, a partir de esa pieza crearán, con un nuevo relleno de yeso en la mufla, la prótesis definitiva de silicona. Al cabo de un mes, Natalia se convertirá en una más de las pacientes a las que el servicio intentará devolver su imagen, su cara, su salud.

Reparan rostros para devolver la vida social.

Las 10 personas capacitadas para realizar estas prótesis vienen de la odontología, y se formaron con cursos en el exterior ya que la disciplina no se enseña en el país.

La psicóloga del equipo, Flavia Sartorio, cuenta que antes de las prótesis muchos pacientes dejan de trabajar o renuncian a todas las actividades sociales. "La cara es la carta de presentación de la gente", por eso es tan difícil para los pacientes pasar por esto, explica.

La Facultad tiene convenio con —entre otros— ASSE. Álvaro Luongo, el director del INCA, trabaja hace años en conjunto con el servicio, al que le da suma importancia. "Creo que perder parte de la cara es de las cosas más difíciles que puede afrontar un paciente", dice.

Isabel Jankielewicz, fundadora del servicio, cuenta que las primeras narices se hacían pegadas a los anteojos: se sacaban y ponían.

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