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Universitarios con un pie afuera

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El 60% de los universitarios piensa en emigrar al terminar la carrera. Foto: Archivo El País
Pasajeros esperando vuelos retrasados por paro de controladores aéreos en el Aeropuerto de Carrasco, ND 20120821, foto Inés Gumaraens
Archivo El País

Estudiar una carrera terciaria conduce cada vez más a la posibilidad de vivir en el exterior. Los datos revelan un crecimiento en la migración de personas con alto nivel de calificación, y seis de cada diez universitarios dicen que consideran irse al terminar su formación de grado. ¿Fuga de cerebros o globalización?

Estudiar Grabado e Instalación era, para Elián Stolarsky, un paso necesario de la carrera. Egresada de Bellas Artes de la UdelaR, la artista obtuvo una beca en una universidad de Bélgica que la llevó a aprender algo que en Uruguay parecía muy específico, pero que en Europa la juntó con otros tantos entusiastas. Hoy está en España, preparando un proyecto artístico, pero no se considera una emigrada. Es algo temporal. Sin embargo, sabe que si el país no le permite vivir de lo que le gusta, tendrá que buscarlo afuera. Y eso, en el mundo del arte, es lo más probable.

A punto de recibirse, Pablo Balbuena se fue de au pair —a vivir y trabajar con una familia que lo contrató— a Irlanda. Meses después terminó empleado en el área informática de una multinacional en Dublín. Uruguay, dice, le había empezado a quedar chico. Carina Viera estudia arquitectura y querría vivir en España. El mercado en Uruguay no le permitiría crecer porque para diseñar se necesita plata, y eso no sobra en este país. Lucas Sabatella se recibió a los 21 de ingeniero agrónomo. Antes de conseguir un trabajo, hace poco tiempo, había estado a punto de irse a Chile. Allí, lo esperaban posibles contactos para futuros emprendimientos y la incursión en un método de riego que se usa poco en Uruguay. Todavía sostiene la idea de viajar.

Estos jóvenes son o fueron estudiantes universitarios y tienen entre 20 y 30 años. Se formaron en Uruguay, pero la idea de irse del país se cruzó en sus caminos. Algunos tienen intereses que no encuentran oferta de formación de posgrado. También están los que creen que Uruguay no les da oportunidades de crecer, así como los descontentos, los críticos, los que quieren experimentar y los que no tienen otra porque sus carreras lo exigen. Hoy, mucho más que antes, ingresar al mundo de los profesionales implica enfrentarse, en algún momento, a la posibilidad de irse.

La encuesta Perfil del Estudiante Universitario, realizada por la revista PRO Universitarios con datos recabados por la empresa Radar a través de la web y redes sociales, concluyó que seis de cada 10 universitarios consideran la posibilidad de emigrar al finalizar sus estudios de grado. A su vez, datos analizados por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR, señalan que el 20,3% de la población nacida en Uruguay mayor de 25 años y que tiene nivel educativo terciario, vive en países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) —Europa, Estados Unidos, Canadá, Chile y México, entre otros— y que la cifra ha crecido un 15% desde 1980.

Ante este panorama, las visiones se dividen entre la interpretación de este fenómeno como una "fuga de cerebros" y quienes ven los beneficios de la existencia de una "diáspora", es decir, uruguayos con formación que pueden aportar al país con su vinculación desde el extranjero.

Allá lejos.

"¿Considerás la posibilidad de emigrar luego de terminar la carrera?", preguntaba la encuesta de PRO Universitarios que respondieron unos 2.100 estudiantes en 2016. El 60% dijo que sí. Los que más motivación tuvieron fueron los estudiantes de Bellas Artes de la UdelaR, seguidos por los del Claeh sin distinguir carreras, y por los estudiantes de Agronomía de UdelaR.Pero hay una gran diferencia entre querer irse del país y lograrlo.


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En ese sentido, la socióloga de UdelaR, Sofía Robaina, está preparando una investigación sobre el retorno de investigadores al país, como parte de su máster. Es muy difícil medir a los ausentes, dice, por lo que la forma de acercarse es conociendo cuántos uruguayos calificados viven en el exterior. En su búsqueda analizó datos que le permitieron concluir que en los últimos 30 años hubo un leve crecimiento en la proporción de uruguayos calificados entre aquellos que migraron a los países de la OCDE. El aumento es de 31,9% en 1985 a 35% en 2010, lo cual luce poco significativo.

Sin embargo, al dividir la población emigrante de 25 años y más con nivel terciario o superior, y que habita en algún país de la OCDE, entre los residentes en Uruguay con las mismas características, la resultante "tasa de emigración" creció de 5,3% en 1980 a 20,3% en 2010. Esta cifra, dice, es lo más cercano que encontró para dimensionar la pérdida real. Quiere decir, entonces, que de esa población educada, el 20% emigra.


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"Se puede decir que el fenómeno migratorio es selectivo por nivel educativo", explica. Al estar más formadas, las personas suelen tener más aspiraciones, por ejemplo, de realizar especializaciones o posgrados que solo existen afuera.

Los porqués.

A Alan Girardin, de 24, le gusta su país. Pero al ser estudiante de Relaciones Internacionales sabe que la emigración es una parada obligatoria para construir la carrera que sueña. Él cree que muchos de los que quieren irse no consideran los beneficios de Uruguay, como el acceso a la educación.

Dice que el problema son las falsas expectativas. "No pasa eso de salir y encontrar el trabajo ideal", dice. "Hay que tener un baño de realidad y me parece que ahí está la clave de la desilusión de muchos". Es cierto, apunta, que por ser un país chico Uruguay tiene menos oportunidades en algunos rubros, pero eso no quiere decir que se ofrezcan en bandeja en el exterior.

Hace algunos días se viralizó un video en que el escritor y autodenominado "inspirador" Simon Sinek busca un motivo para los problemas de la "insatisfacción y baja autoestima" de la generación millennial —los nacidos entre la década de 1980 y el comienzo del nuevo milenio. Como muchos en algún momento de su vida, Sinek decide echarles la culpa a los padres.

La teoría de este inglés es que esta generación fue criada bajo el discurso de que eran especiales y que alcanza con querer algo para conseguirlo. "Obtuvimos medallas por llegar últimos y si no entrábamos en los mejores clubes, nuestros padres se quejaban. Esto implicó que el ingreso al mundo real se convirtiera en una conmoción y que la autoimagen se destrozara", ha dicho. Sin saltearse ningún lugar común, Sinek aprovecha y culpa también a las redes sociales y la tecnología por la poca paciencia y la ansiedad que, según él, afectan a esta generación.

La búsqueda local del porqué detrás de las intenciones de emigrar de los jóvenes tiene una referente, y esa es la demógrafa Adela Pellegrino, quien además es tutora de Robaina. Ya en 1989 Pellegrino desglosaba en un estudio parte de esto que los académicos llaman "propensión migratoria" de los jóvenes. Encontraba, entonces, que uno de cada cuatro —no solo los universitarios— manifestaba intenciones de irse del país, aunque fuera temporalmente.

Decía también que el proyecto migratorio era más común entre los que tenían un nivel educativo alto y que los más proclives a pensar en emigrar eran jóvenes hombres de entre 20 y 24 años. La investigadora se preguntaba: ¿Se trata de una etapa de la vida en la que se toman las decisiones más definitivas o audaces, o es esta una generación particularmente afectada por la historia reciente del país?

La conclusión era que se debía más a expectativas frustradas que a la necesidad económica, especialmente entre los estratos socioeconómicos altos. La investigadora calificaba al grupo de población más propenso a emigrar como el más crítico con sus padres, el menos "conformista" y el más partidario al cambio.

En ese entonces, Pellegrino planteaba el asunto con preocupación. Si bien no era negativo que los jóvenes quisieran emigrar, decía, el país no podía permitirse perder ese capital "dinámico". Hoy Pellegrino entiende que ya no es necesario explicar los problemas asociados a la emigración de personas con alta calificación. En términos de seguridad social, contribuye al desbalance entre pasivos y activos; desde lo educativo, menos personas con formación específica para enseñar; y desde lo laboral, la falta de mano de obra calificada.

Un cuarto de siglo después, Pellegrino sostiene que las cosas no han cambiado mucho. Las motivaciones para irse son la obtención de un trabajo deseado, la posibilidad de un mejor sueldo y la falta de oferta educativa especializada.

"Yo le doy mucha importancia al tamaño del país. La gente busca un mundo mucho más amplio, diverso", explica. "La gente está mucho más informada de lo que pasa y de las posibilidades que tendría en un lugar u otro". Hoy se trabaja para lograr aquello que, hace 20 años, podía sonar mucho más difícil, concluye.

En la Tercera Encuesta Nacional de Adolescencia y Juventud, realizada en 2013 por el Instituto Nacional de la Juventud (INJU), no se profundiza en la propensión migratoria de los universitarios, pero sí se establece que un 30% de los jóvenes manifiesta interés en emigrar y que aumenta a mayor nivel socioeconómico, llegando hasta 47%.

La teoría de la diáspora.

Pedir una beca para estudiar en el exterior implica saber que uno de los requisitos probables será tener que volver al país para "volcar" aquí los conocimientos adquiridos. En un mundo donde la circulación ya es parte del proceso de formación, el país necesita estrategias para aprovechar ese capital.

Durante la crisis económica que se vivió en 2001 y 2002 fue habitual hablar sobre la "fuga de cerebros": se financian carreras a personas que luego se llevan ese conocimiento a otro país, sin dejar beneficio. El coordinador de la división Articulación, Programas Sociales y Estudios de Juventud del INJU, Nicolás Fiori, entiende que se trata de una postura desactualizada y poco acompasada a la realidad actual.

"Si centramos la discusión en la generación de conocimiento, a priori (la migración) no debería ser algo negativo", sostiene. "Aquella añoranza que fue muy latente en los jóvenes durante la crisis, que decían no ver perspectivas de inserción que les permitieran emanciparse o alquilar o comprar una propiedad, hoy se podría asociar más a jóvenes que no son universitarios. Ahí sí hay una brecha muy grande en oportunidades".

Fiori ve el vaso medio lleno. Dice que los índices de desempleo son muy bajos para los jóvenes universitarios en comparación con el resto, y que los salarios son más altos. Destaca el despegue de la oferta académica y también señala que la cantidad de profesionales universitarios ha crecido en las últimas décadas. "Se habla de crisis de la educación pero cada vez más jóvenes acceden a la educación terciaria", indica. A eso se lo denomina la "revolución oculta de la formación terciaria", dice.

Todos los investigadores consultados concuerdan en un punto: la emigración es buena para los universitarios, siempre y cuando no se desvinculen del país. En vez de pensar en una "fuga de cerebros", Fiori habla de la formación de una diáspora que aporta al país a distancia. Explica que no se trata de ver la pérdida del recurso calificado sino de valorar el conocimiento que genera al irse. Si un universitario se dedica a estudiar temas demasiados específicos, como por ejemplo, de energía nuclear, es probable que en otro país tenga más chances de crecer. Sus descubrimientos serán parte del "acervo" uruguayo afuera y bien pueden terminar volviendo al país.

Tampoco se sabe, dice Fiori, si quienes emigran lo hacen de forma definitiva. Eso es algo que la UdelaR pretende averiguar a través de una encuesta que realizará a sus egresados en los próximos años.

"No me parece nada dramático", coincide Robaina: "Son cifras que siempre existieron". Sin embargo, entiende que sí es problemático que el Estado invierta en la formación de personas que luego no regresan. Por eso, considera que es fundamental que se fomente y apoye el retorno de los compatriotas calificados y que se generen oportunidades para que verdaderamente puedan "volcar su conocimiento aquí". De esa forma, el país "recuperaría" eso que "perdió". La pérdida es difícil de definir, aclara. Hoy, las dinámicas globales, las comunicaciones y la facilidad para transportarse generan un movimiento constante que matiza el concepto de pérdida.

Existen numerosas iniciativas que buscan revincular a la diáspora. Incluso Cancillería tiene su propio programa. Hay un cambio de concepto en cómo tratarlos. Ya no se busca tanto pretender que regresen, sino que reconecten con el país. Que den charlas, que colaboren en investigaciones, que asesoren a otros uruguayos; en definitiva, que compartan sus saberes.

La idea suena bien, pero en la práctica no ha funcionado, dice Robaina, quien recuerda varios ejemplos de plataformas creadas para establecer lazos que funcionaron por un tiempo pero que, al perder los estímulos o las convocatorias, terminaron muriendo en la inactividad virtual. La socióloga cree que esto se debe reforzar y cita como ejemplo una iniciativa del Ministerio de Industria que incentivaba a investigadores a generar proyectos de estudio en conjunto con uruguayos emigrados.

"Ojalá lo logres", titulaba su texto el columnista de El País Diego Fischer hace algunos días, en referencia a los jóvenes que quieren emigrar. Muchos soñarán con un país del que nadie se quiera ir. Entre tanto, Uruguay es un país de puertas abiertas con esperanza de retorno.

Millennial, ¿la generación de la adolescencia perpetua?

"La generación a la que el concepto hipoteca le produce una contracción espasmódica", "los hijos de la clase media", "la generación del cargador en el bolsillo", con estas curiosas definiciones explica una columna en la revista GQ lo que es ser millennial. Lo cierto es que así se llama a los millones que nacieron aproximadamente entre la década de 1980 y los años 2000. Eso de denominar a una generación con un nombre no es nuevo y lo que distingue a los también llamados "generación del tal vez" es un espíritu de idealismo, de relación estrecha con la tecnología, y que ya no se plantea cumplir con el ciclo vital que guió a los habitantes de otras épocas. Los millennial ya no quieren estudiar, trabajar, independizarse, casarse y tener hijos, no saben lo que quieren o lo quieren todo, pero en desorden. Se define a la generación como "narcisista", "insegura", "quejosa", "desinteresada de la política", "insatisfecha", así como también optimista. Las empresas se han desvivido por entenderla y los investigadores por describirla. Son los treintañeros de clase media occidental, aunque, claro, también todo esto es una gran generalización.

Profesionales con intenciones de emigrar ya desde 1973.

Ya desde 1973 la migración calificada era tema de estudio para los investigadores de las Ciencias Sociales. Antes de los estudios de propensión migratoria liderados por la socióloga Adela Pellegrino, fue el sociólogo Carlos Filgueira, padre del también sociólogo y especialista en educación Fernando Filgueira, quien analizó la tasa de predisposición a irse del país de los egresados profesionales. Filgueira es considerado un referente intelectual de varias generaciones y un pionero en los estudios sobre migraciones.

Filgueira identificó una tasa de predisposición migratoria que alcanzaba el 8,4%, cita Pellegrino en uno de sus estudios. Para algunas carreras, la tasa era notoriamente más alta. Este es el caso de Arquitectura (17,8%), Ingeniería (15,9%), y lo que se denominaba antes Paramédicas (9,3%). En la misma época en Ucrania (con todos sus problemas por ser exintegrante de la Unión Soviética), la tasa arrojaba un 2,4%, planteaba Pellegrino.

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El 60% de los universitarios piensa en emigrar al terminar la carrera. Foto: Archivo El País

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