Publicidad

La revolución que lo cambió todo

Compartir esta noticia
Karl Marx por Arotxa

LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE

Cien años es más que la vida de un hombre, pero apenas un suspiro en la historia de la humanidad. Sin embargo, hay eventos que quedan marcados a fuego. Es el caso de la revolución de octubre de 1917. ¿Qué significó para Uruguay y qué queda en pie un siglo después?

Karl Marx por Arotxa
Karl Marx por Arotxa

Eric J. Hobsbawn, el historiador de origen marxista clave para entender los años que corren, se preguntaba cómo hay que explicar lo que él mismo llamaba "el siglo XX corto", es decir, los años que van desde el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914 hasta la caída de la URSS en 1991. Pues hay un hecho que marcó ese período y sin el cual no se entiende este joven siglo XXI: la revolución bolchevique de octubre de 1917, de la que se están cumpliendo 100 años.

Fue la gran utopía que terminó en fracaso y que no dejó a nadie indiferente, y sobre la que se han escrito bibliotecas. En su nombre surgieron movimientos guerrilleros que hicieron sus revoluciones, se levantaron nobles principios de igualdad y se cometieron atrocidades que provocaron millones de muertes.

En 1917 Rusia era un país en crisis y en guerra. Los hechos se precipitan en febrero-marzo: grupos de mujeres salen a las calles a demandar comida en Petrogrado (San Petersburgo), el ejército zarista se divide y una parte se niega a reprimir a las manifestantes y se les une. El zar Nicolás II pierde toda autoridad y dimite. Es el fin de 300 años de la dinastía Romanov y el principio de la revolución.

En abril regresa Lenin a Rusia de su exilio en Suiza, y es recibido en Petrogrado como un héroe. Inmediatamente presenta las "Tesis de Abril", su programa para la revolución del proletariado. Y en mayo se le suma Trotski, que llega de Estados Unidos con el eslogan "todo el poder a los sóviets", los comités de obreros.

El 25 de octubre tiene lugar el hecho más significativo de la revolución: la toma del Palacio de Invierno, la residencia de la familia real, derrotando al gobierno provisional que había asumido cuando la dimisión del Nicolás II; se crea el Sóviet de Comisiones del Pueblo (Sovnarkom).

Luego todo sucede a ritmo vertiginoso: diciembre de 1917, creación de la Checa (la inteligencia contrarrevolucionaria); enero de 1918, disolución de la Asamblea Constituyente y creación del Ejército Rojo; marzo, salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial; julio, asesinato de la familia de Nicolás II; entre 1918 y 1920, guerra civil entre los bolcheviques y el Ejército Blanco de los contrarrevolucionarios; 1921, la Nueva Política Económica de Lenin; diciembre de 1922, fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS; y, 1924, muerte de Lenin y la llegada al poder de Stalin. Es el inicio del largo período del terror estalinista, las purgas, los Gulag (campos de concentración), pero al mismo tiempo la consolidación de la URSS como potencia, hasta su fin en 1991.

"Bolches" en Uruguay.

La revolución rusa tuvo un impacto mundial e inspiró a millones que creyeron que estaban viviendo el nacimiento del hombre nuevo. Y Uruguay no fue la excepción. Al punto que hay un hecho folclórico que pinta muy bien hasta qué punto influyó esa revolución en estas latitudes. En la primera mitad del siglo XX un grupo de jóvenes emborracharon y encerraron en una celda al comisario de Curtina, en el departamento de Tacuarembó, y proclamaron la República Socialista Soviética de Curtina, izando la bandera comunista. La experiencia duró poco. Al otro día, ya sin los efectos del alcohol, el comisario fue liberado y se puso fin a esa "revolución".

Pero más allá de esta anécdota, Uruguay sí sintió el cimbronazo. Una consecuencia directa de la revolución bolchevique fue el quiebre del Partido Socialista y el nacimiento del Partido Comunista. Fue un proceso traumático que se desencadenó entre los años 1920 y 1921.

"Hay un debate interno que estalla en el socialismo uruguayo a partir de 1918, que se hace público en una conferencia en la Sala Verdi, en la que hablan Emilio Frugoni y Eugenio Gómez. Frugoni sostenía que la revolución bolchevique iba a ser como la Comuna de París, muy lindo el esfuerzo, pueden y deben rendir más, pero van a fracasar, los van a aplastar; no puede cuajar esto. A lo que Gómez respondió que no necesariamente tiene que fracasar, que la voluntad de los bolcheviques, el voluntarismo, podía recorrer Rusia de norte a sur y de este a oeste, y ganarle la guerra civil a los enemigos e intervencionistas y, por lo tanto, vencer", recordó el historiador Fernando López DAlessandro, en la jornada "1917-2017. Un siglo de la revolución bolchevique", que organizó el pasado 11 de octubre el Instituto de Historia de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica del Uruguay.

El debate y la ruptura entre Frugoni —líder histórico del socialismo en Uruguay— y Gómez —que se convertiría en el primer gran dirigente comunista— no acabó ahí.

La adhesión a la nueva internacional comunista de Lenin precipitó los hechos. En septiembre de 1920 la inmensa mayoría del PS decide el ingreso en la internacional comunista, y por eso el PCU conmemora el 20 de septiembre la fecha de su fundación. Poco después se conocen en Uruguay las 21 condiciones de Lenin, y eso abre de nuevo el debate.

Frugoni no quería someterse a esas condiciones, que implicaban entre otras cosas dejar de llamarse socialista para pasar a ser partido comunista, subordinado a un poder central en Moscú. Para el histórico líder socialista, "Uruguay era batllista, muy pequeño y no se podía hacer una revolución soviética acá", explica DAlessandro.

El tema finalmente se zanja en un congreso el 18 de abril de 1921, al que los socialistas que seguían a Frugoni no concurren, y el PS decide cambiarse el nombre por el de Partido Comunista.

"No fue una discusión que quedó en la elite dirigente. Cuando se va a las elecciones de 1922 el socialismo se había partido mayoritariamente a favor del comunismo. El socialismo de Frugoni quedó en franca minoría y no vuelve al Parlamento hasta 1928. Los comunistas mantienen su banca, el socialismo no. La base social que votaba al PS también se partió a favor de la revolución de octubre", señaló DAlessandro.

El historiador Gabriel Quirici, docente en el IPA, coincide con DAlessandro en que en Uruguay la mayoría de la izquierda se vuelca hacia el comunismo, porque "hay un vínculo entre la propuesta bolchevique que emerge de la revolución, con realidades de países coloniales, tercermundistas, agrarios y rurales".

El anarquismo uruguayo también se parte en dos. Por un lado un ala mayoritaria adhiere a la revolución bolchevique, que rompe con la llamada de los "anarquistas puros", para los que es lo mismo "la dictadura de la levita que la dictadura de la camisa", explicó DAlessandro.

Socialismo y democracia.

Manuel Laguarda, ex secretario general del PS y actual integrante del Comité Central socialista, no tiene empacho en reconocer que a la izquierda uruguaya le cuesta asumir el fracaso de la experiencia soviética.

"¿Por qué nos cuesta asumir este fracaso?", se preguntó en la jornada de la Universidad Católica. "El socialismo real representaba el paradigma ideológico más extendido de la izquierda mundial", con una respuesta "coherente" para todo. Esto llevó a una suerte de "cultura política" que idealiza lo propio y atribuye los errores a otros, "aspectos que dificultan el duelo". Y para reafirmar esto, Laguarda pone un ejemplo del presente: "La defensa irrestricta, total e incondicional que algunos actores políticos hacen respecto de algunas actitudes autoritarias recientes del gobierno de Venezuela".

Laguarda es crítico con el período de Stalin —"un régimen policial y represor"—, y afirma que la construcción del socialismo en un marco autoritario está condenado al fracaso. "No pueden justificarse medios no democráticos invocando objetivos democráticos. Si se pervierten los medios también se pierden los fines. Esta es otra lección que deja la historia del siglo pasado", agrega.

En su opinión, a la caída de la URSS contribuyó ese autoritarismo "que ahogaba a la par la democracia y las fuerzas productivas".

"La experiencia soviética nos lleva también a descartar un modelo que elimina el mercado y apuesta solamente a la planificación de la propiedad estatal", dice.

Pero Laguarda también rescata logros importantes que dejó la experiencia soviética. En primer lugar la propia existencia de la URSS, que más allá de su caída por su "autoritarismo y falta de arraigo en las masas", destaca en sus logros "el haber derrotado al nazi-fascismo, el haber construido desde el atraso una gran potencia, posibilitar el acceso a la cultura y a las necesidades básicas a millones de seres humanos, haber equilibrado y enfrentado el imperialismo occidental, y haber ayudado y alentado a las revoluciones anticoloniales en el tercer mundo". Además, "preparó el posterior y actual desarrollo capitalista de Rusia y de China, por un lado, y obligó al capitalismo a reformarse asumiendo elementos de la planificación y del Estado de bienestar".

El periodista y escritor Esteban Valenti, con 28 años de militancia en el PCU y que reconoce que no tuvo "mucho espíritu crítico" del proceso de la revolución de octubre, desafía ahora a quien encuentre una cita de Marx donde su definición de socialismo sea la "estatización total, inclusive de la vida política y cultural".

"No es una discusión intelectual e inútil, todavía hay gente que a veces sin hacerlo de manera explícita considera que esa estatización es la expresión del avance revolucionario. Aunque en China, en Vietnam y ahora en Cuba por ejemplo, hace tiempo que están totalmente de vuelta de ese modelo teórico y práctico", escribió Valenti en un reciente trabajo titulado "La Revolución de Octubre y la lectura rusa de Marx".

Sobreviviendo a la URSS.

Juan Castillo, histórico dirigente del Pit-Cnt, ex director nacional de Trabajo, expresidente del club de fútbol Rampla Juniors y actual secretario general del PCU, ubica a la revolución rusa como el hecho más significativo del siglo XX.

"Yo dejé de ver las cosas en blanco y negro. No hay triunfo de una vez y para siempre, y no hay derrotas que no se puedan revertir. Para mí fue positiva la revolución rusa, está claro. ¿No era el socialismo real que todos decíamos? Sí, efectivamente. Pero ahí creo que los errores son de los hombres y de las mujeres. No creo que sea el sistema el imperfecto", dijo a El País.

Castillo reivindica un comunismo que vaya en línea con la idiosincrasia de cada pueblo, y sostiene que este es uno de los rasgos más distintivos del PCU.

"Muchos se preguntan todavía por qué si han desaparecido varios partidos comunistas por ahí, por qué goza de tanto prestigio el Partido Comunista uruguayo. Y porque nosotros no renegamos de José Artigas, de José Pedro Varela, de José Bat-lle y Ordóñez; no renegamos de nuestras características, de las idiosincrasias del pueblo uruguayo, convivimos con él. ¿Por qué yo puedo ser dirigente comunista y hasta ayer era dirigente de un equipo de fútbol, cuando el mismo discurso de los comunistas hace unas décadas atrás decía que el fútbol era el opio de los pueblos? ¿Por qué?", se pregunta.

Y amplía: "Respetamos toda la historia de la construcción del socialista en la URSS, somos más hermanos con la construcción del socialismo en Cuba, respetamos la historia y el proceso cultural de los chinos, pero cada cual con su librito. Nosotros no los podemos fotocopiar para aplicarlos en el Uruguay".

¿Qué no se puede fotocopiar para aplicar en Uruguay? "Es difícil pensar que nosotros podamos construir el socialismo en nuestra patria con una concepción de partido único. Está muy arraigada esa concepción en Uruguay de que es más democrático tener expresiones político- electorales distintas", responde Castillo. E insiste en que si bien la historia de la URSS es la de un partido único, "la historia del Uruguay no lo es".

Castillo se cuida en juzgar a los líderes de la URSS. "No estamos de acuerdo con todo el proceso que hizo Stalin después de Lenin. Pero habrá algunas cosas que hizo bien, seguramente, y se equivocó abruptamente en otras, en su carácter autoritario, en algunas decisiones que generaron más violencia dentro de la sociedad soviética. Si tuviéramos que elegir a un referente principalísimo, es Lenin, está clarísimo. Con todos los demás tenemos coincidencias y diferencias, pero no al punto de afilemos el cuchillo y vayamos hasta el hueso. Nosotros queremos discutir nuestro proceso. Hemos tenido que dar la cara por Eugenio Gómez, contemporáneo a esos momentos, o por Rodney Arismendi, más contemporáneo a esta época. De esas historias nos hacemos cargo", sostiene Castillo.

"Quisiéramos tener otro tamaño de Partido".

El Partido Comunista del Uruguay (PCU), uno de los fundadores del Frente Amplio en 1971, se sigue definiendo marxista-leninista. Nunca revela públicamente cuántos afiliados tiene. "Estamos preocupados en la interna porque quisiéramos tener otro tamaño de partido. Nos hemos mantenido más o menos en el mismo porcentaje de afiliación en los últimos 15 años", dice a El País su secretario general, Juan Castillo.

Tampoco es posible saber exactamente cuántos votos recibe en cada elección, aunque se sabe que es la abrumadora mayoría de la lista 1001 de Democracia Avanzada dentro del Frente Amplio. Desde 1962 el PCU se presenta a elecciones en alianzas y no marca sus votos.

Trotski llega en forma de serie a la TV de Rusia.

Cien años después de la Revolución de Octubre, la televisión rusa difundirá una serie sobre una de sus figuras más controvertidas, León Trotski, fundador del Ejército Rojo y asesinado por orden de Stalin en México en 1940. La cadena pública rusa retransmitirá a principios de noviembre los ocho episodios de Trotski. "Es difícil ser objetivo 100 años después, pero hemos intentado producir una serie fundamentada en acontecimientos reales", aseguró el productor de la serie, Alexandre Tsekalo.

El dudoso legado de URSS en los territorios que ocupó.

"Quien no extrañe a la Unión Soviética, no tiene corazón. Quien la quiera de vuelta, no tiene cerebro". La frase pertenece al actual presidente ruso Vladimir Putin y refleja la ambigüedad con la viven hoy su pasado reciente los rusos y en los demás estados que conformaron el "gigante rojo" por más de 70 años.

Aunque se desmoronó en 1991, algunos de las rasgos característicos de la URSS continúan vigentes, al menos parcialmente en el vasto territorio que ocupó.

En el hoy estado independiente de Biolorrusia, por ejemplo, persiste la propiedad estatal de tierra productiva. Las autoridades arriendan a familias de productores las extensiones de campo que son capaces de organizar. Si el organismo competente evalúa que no mantienen niveles satisfactorios de producción se las puede otorgar a otros trabajadores.

El síntoma más llamativo de este régimen de propiedad se evidencia al transitar por las carreteras de ese país: no hay alambrados. En algunas partes de Rusia ocurre lo mismo. Quedan porciones de la propiedad de la tierra productiva en manos públicas, por más que desde 2002 hay una legislación que fomenta la propiedad privada rural.

Las viviendas urbanas y las chacras o dachas (como se las conoce en la región) sí llevan una historia de una o dos décadas en manos privadas. Al caer la URSS, los diferentes gobiernos de Moscú o de las ex repúblicas socialistas ofrecieron planes a los habitantes para comprarlas. En el Moscú de 1991, por ejemplo, un apartamento podía comprarse con el equivalente a 300 dólares.

El desarrollo de las instituciones educativas y de salud, que tuvieron un gran impulso en la era soviética, se mantiene en la actualidad en varias ciudades.

El resto de la herencia parece solo simbólica y venida a menos por cierto. No está claro si los rusos sienten orgullo o vergüenza por su pasado "soviético".

El caso más característico de indecisión histórica refiere a la propia momia de Vladimir Ilich Lenin, padre de la revolución de 1917. Su cuerpo embalsamado permanece en un mausoleo en la Plaza Roja de Moscú desde 1924.

Un 60% de los rusos creen que el cadáver embalsamado debe retirarse del mausoleo y enterrarse, según encuestas del Centro de Estudios de la Opinión Pública. Pero Putin no quiere tomar ninguna medida porque sabe que mover a Lenin implicaría remover viejos fantasmas. Mientras tanto, el mantenimiento del mausoleo le cuesta unos 200.000 dólares al año al Estado.

Lenin está en una recámara de vidrio, iluminado con una luz roja, y vigilado día y noche por siete policías. Al cuerpo no se le pueden tomar fotografías y tampoco puede uno detenerse a observarlo; hay que avanzar continuamente como en una procesión.

El otro símbolo de la URSS, el de la hoz y el martillo, también mantiene su presencia, aunque alicaída. Las estaciones de subterráneo —muchas de ellas, construidas en la década de 1950— las exhiben en sus paredes. Los edificios estatales y algunos de los ministerios las llevan en sus fachadas. Y hasta las puertas privadas las usan para dar honor a los antiguos héroes del Ejército Rojo que vivieron en cada casa.

En cuanto a los herederos políticos de la URSS en la actualidad, la suerte es prácticamente la misma que la de los símbolos.

El Partido Comunista de la URSS rebasaba los 18 millones de afiliados antes de perder el monopolio del poder en 1990 y desmoronarse en 1991. El heredero actual de la revolución bolchevique es el Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), que suma 162.000 afiliados —con 55 años de edad media—, y 20.000 "komsomoles" —miembros de sus juventudes— según Dmitri Nóvikov, parlamentario comunista. Con 42 diputados, los comunistas son la segunda fuerza en la Cámara Baja del Parlamento, de 450 escaños, y gobiernan solo dos de las más de 80 provincias. (Por Miguel Bardesio)

Historia borrada un siglo después.

"La revolución de 1917 es un concepto vago para los jóvenes de 18 a 20 años. Si les suena algún personaje, como la princesa Anastasia o el monje Rasputin, es, sobre todo, por los juegos de ordenador y las películas de dibujos animados", dijo hace poco a El País de Madrid Valeria Kasamara, responsable del laboratorio de Investigaciones Políticas de la Escuela Superior de Economía de Moscú. Y sus investigaciones le dan la razón. Una encuesta que realizó entre 245 alumnos de tres centros universitarios de élite, dio que solo el 6% relacionaba el año 1917 con Lenin, y el 4% con el zar Nicolás II.

El historiador Gerardo Caetano fue de alguna manera testigo de esta situación en un reciente viaje a San Petersburgo. "Una de las cosas que más impacta es el borramiento sistemático de la URSS, a niveles casi inimaginables", contó Caetano en la jornada "1917-2017. Un siglo de la revolución bolchevique", del Instituto de Historia de la Universidad Católica.

Uno de los lugares más visitados por los turistas en San Petersburgo es el Museo del Hermitage, que alberga el antiguo Palacio de Invierno, que hasta 1917 fue la residencia de los zares de Rusia, y que los bolcheviques tomaron ese año. "No hay en el Hermitage, ni afuera ni adentro, ni una sola insinuación de que allí hace 100 años pasó algo. No la hay", dijo Caetano.

Otra es la impresión que se trajo de la catedral de San Pedro y San Pablo, donde están las tumbas de la familia Romanov. "La búsqueda de los restos y el enterramiento bajo pautas oficiales y con enorme pompa ha completado un escenario muy impactante, donde el núcleo fundamental son las tumbas de Nicolás II y de Alexandra, además de sus hijas y sus criados, y que son objeto de culto. Yo vi a visitantes rusos rezar en las tumbas de los zares", relató.

Caetano viajó a San Petersburgo a un evento en la universidad estatal sobre Rusia e Iberoamérica. En el patio de la universidad hay una catedral que había sido expropiada y que volvió a manos de la Iglesia Ortodoxa. "Allí habían instalado el primer soviet de San Petersburgo, presidido por Trotski y, por cierto, no había ninguna indicación", contó.

"En San Petersburgo la idea que uno toma es como la de una ciudad donde no pasó la URSS. Salvo en una zona, donde está el monumento, sin tocar, a la resistencia de Leningrado. Es el único lugar en donde después de 1991 no se retocó nada, no hubo borramiento", explicó Caetano.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad