Publicidad

Realojados: El muro invisible

Compartir esta noticia
Colonia del Sacramento

Guerra Fría en Colonia del Sacramento

Intendencia, Ministerio de Vivienda y Mides empezaron un plan para eliminar asentamientos. Arrancaron realojando a 270 familias de Villa Ferrando. Tras esto los vecinos se dividieron en bandos. De un lado alertan una ola de robos, del otro achacan falta de solidaridad.

Anahí Viera tiene los ojos cansados, la piel pálida y la espalda algo encorvada, como de quien carga con una mochila demasiado pesada. Está cansada, tiene 48 años y dice que hace dos meses se convirtió en el personaje bueno de un cuento de terror. Vive en El General, la zona residencial de Colonia del Sacramento, a cuatro kilómetros del barrio histórico. Desde su ventana podía ver el atardecer. El silencio era solo interrumpido por el canto de los pájaros o, como mucho, por algunos niños jugando a la pelota. Pero todo cambió hace dos meses, cuando 21 familias que vivían en la Villa Ferrando, un histórico asentamiento que está cerca de allí, sobre el arroyo, pegado a las vías del tren, fueron realojadas frente a su casa.

—Ya me robaron cinco veces. El otro día tuve un cumpleaños y contraté un guardia de Securitas. Es preferible quedarse sin comer a salir cinco minutos, volver, y no encontrar nada. Y es siempre la música a todo volumen, desde la tarde hasta la madrugada. Hay una boca de droga y es un trasiego constante de gente. Llamé a la Policía y me dijeron que vaya a reclamarle al gobierno, que fue el que me puso el realojo frente a mi casa.

De un lado la cooperativa de viviendas a la que pertenece Anahí. Todos acostumbrados a la siesta, al tranquilo atardecer y al sueño profundo en las madrugadas. Trabajadores que pagaron su casa con el sacrificio de más de 20 años de cuotas. En el medio 100 metros de pasto un poco crecido, una cancha de fútbol con arcos de palos de hierro oxidado y travesaños improvisados con débiles y flacas ramas, y un camino de pedregullo que lleva hacia el otro lado. Y allí los realojados: casas prefabricadas, casi todas de una habitación, aunque también hay monoambientes y de dos cuartos. En algunas pusieron toldos a los costados, hicieron una suerte de depósitos al aire libre: con bicicletas, neumáticos, sillas… Hay quienes armaron un refugio para caballos.

Bandos: en el medio hay una cancha, pero los niños no juegan juntos. Foto: Fernando Ponzetto
Bandos: en el medio hay una cancha, pero los niños no juegan juntos. Foto: F. Ponzetto

—Están acostumbrados a ocupar para los costados —sostiene Anahí.

Los que están de un lado no se hablan con los que están del otro. Los separa un muro tan alto y grueso como invisible.

—Yo estoy tranquila, podría llevarme bien con todo el mundo, no tengo problemas con nadie —dice Delicia, de 80 años, una de las que están del otro lado.

El suyo es un monoambiente que dividió con un modular de madera: en una parte está su habitación con su cama de una plaza y una mesita de luz con una portátil, en la otra una mesa con tres sillas y un televisor. El sitio parece una tienda de portarretratos, hay muchos, y allí se lucen los rostros de sus hijos y nietos bien sonrientes. Las paredes están relucientes. Y todo bien limpio gracias al trabajo de Delicia. Dice que nunca hubiera podido tener una casa propia si no hubiera sido gracias a los realojos.

—Cuando sacan gente de un lugar pobre y los ponen en otro lugar siempre pasa que hay algunos que se molestan. El tema de la seguridad está bien.

—¿Y no hay una boca de droga por acá? —le pregunto.

—Sí, es acá enfrente —dice mientras señala una casa igual a la de ella. Pero a la señora ya la llevaron presa. Eso sí era complicado porque venían muchos a comprar, entraban y salían. Pero esas son cosas que pasan.

—Llegaste tarde. El kiosco está cerrado —bromea en tanto el hijo de Delicia, y lanza una carcajada. Ella también se ríe.

—Ellos tienen otros códigos —dice del otro lado Anahí, que acaba de comprar 40 metros de reja para atrincherarse.

El proyecto.

El General está rodeado por tres asentamientos: Ferrando, Malvinas y Esperanza. A inicios de este gobierno se empezó a trabajar en un plan de realojo para las familias que allí viven. La Intendencia de Colonia es la encargada de ceder los terrenos para la construcción de las casas y de hacer las mudanzas. El Ministerio de Vivienda es quien construye —lo hace a través de dos empresas, una de Montevideo y otra de Colonia, que ganaron una licitación. Y el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) es el que entrevista a las familias, elige cuáles se mudan primero y dice a qué casa van.

Empezaron con las 207 familias que vivían en Villa Ferrando, un asentamiento que se desarrolló en predios que habían sido abandonados por AFE: 21 fueron a la zona donde vive Anahí, que es conocida como Siav 1, por el nombre de la cooperativa de viviendas a la que pertenecen todas las casas que están por allí. El General está compuesto casi todo por cooperativas de vivienda, hay unas 15 en todo este lugar, que según cifras de la intendencia cuenta con unos 10.000 de los 26.000 habitantes que hay en todo Colonia del Sacramento.

Otras 51 casas para realojos fueron construidas sobre la avenida González Moreno, pegada al nuevo hospital que está haciendo ASSE. Algunos de los terrenos que fueron utilizados allí están en litigio porque hay personas que dicen que las construcciones se hicieron sobre tierra que les pertenece. El director de planificación y ordenamiento territorial de la comuna, Napoleón Gardiol, que es un personaje muy conocido en El General, es el suplente del intendente Carlos Moreira y también es dueño de una inmobiliaria y una casa de remates, debió ir a declarar a la Justicia por este tema.

Después hay otras 50 casas en otra zona conocida como Montes del Plata, porque allí vivían los operarios de esa empresa. Fueron donadas por la productora de celulosa a la intendencia, que se las vendió al Ministerio de Vivienda para que las utilizara en los realojos. En realidad la empresa donó 150 casas. De las otras 100 hay una que se usó para hacer una subcomisaría y las otras 99 fueron vendidas a bajo costo a quienes se presentaron a un llamado público.

Los 99 que compraron se vienen quejando hace meses porque advierten que es injusto que ellos paguen por una casa, mientras que los 50 realojados las obtuvieron gratis. Gardiol dice que "solo 15 de los 99 están pagando", y que la comuna ya puso un ultimátum: "En dos meses al que no pague se le va a rematar la casa. Ellos se anotaron y sabían que tenían que pagar. Además son solo $ 4.000 por mes".

Colonia del Sacramento
El Ministerio de VIvienda y el MIdes entregarán 26 casas más. Foto: Fernando Ponzetto

Hay otras 26 casas para realojos que ya están construidas y que a mediados del mes que viene serán adjudicadas. Están también en la zona de Montes del Plata. Con todo, entonces, se trata de 170 familias realojadas de las 207 que están en carpeta. El plan es terminar el año que viene.

Una vez que una familia se muda del asentamiento se destruye la otra vivienda. Por Villa Ferrando pueden verse las montañas de escombros. Allí se entreveran los rulos de las chapas que fueron techos. Y algunos muebles y juguetes que asoman desde el polvo, y que por alguna razón sus dueños decidieron no llevarse.

Colonia del Sacramento
Una vez que los realojados reciben su casa, la Intendencia tira la vieja. Foto: F. Ponzetto

Alfonso Lereté, director de AFE, sostiene que lo que vaya a hacerse en esa zona depende de la intendencia, pues esos terrenos fueron puestos a su disposición ya hace varios años. Gardiol dice que lo primero que se va a hacer es fraccionar la zona, y existe la posibilidad de que todo se convierta en un gran parque. Hubo hasta hace un tiempo un plan para hacer una cadena de hoteles en ese sitio. Era un proyecto de empresarios españoles, se iba a llamar Arenas Blancas y a ocupar 500 hectáreas. Esto, sostiene Gardiol, ya fue descartado.

—Colonia es la ciudad de los grandes emprendimientos que no se cumplen —dice el jerarca y lanza una risita. Es linda, es tranquila, tiene el barrio histórico, sus playas... pero la gente que viene de grandes ciudades vive tres, cuatro, cinco meses, y a pesar que tiene a 35 minutos el Teatro Colón, le da pereza y se aburre. Es que es un pueblo grande.

Los que pagan y los que no.

Martín Sache, de 43 años, es enorme. Trabaja de guardia de seguridad y vive desde que tiene memoria en El General. Tiene su casa al lado de las viviendas aún vacías en las que en pocas semanas se van a hacer los 26 nuevos realojos. Su casa se la compró gracias a un plan de ayuda mutua del Ministerio de Vivienda. Debió colaborar con la construcción y al mismo tiempo hacerse cargo de cuotas de $ 6.100 mensuales por 25 años. Paga religiosamente. Vive allí con su esposa y sus dos hijos chicos. Y está enojado.

—El gobierno no es equitativo. Todos tienen el derecho constitucional a tener su techo, pero eso tiene un costo que se paga con trabajo. ¿Por qué a ellos le regalan y a mí no? Yo pago y pago siempre, y a los tres meses si no llego a pagar me sacan, me echan. No tengo problema en que les den el techo, pero mi mujer y yo veníamos 21 horas por semana para construir, además de que tenemos que pagar las cuotas. Que ellos por lo menos vengan 10 horas por semana. ¿Todo gratis? No me parece.

Miriam Collazo, también vecina de la zona, de 55 años, sostiene que "el gran problema es el Mides, que en vez de tratar de unir, de integrar, lo único que ha hecho es dividir: por un lado los realojados, por el otro nosotros". Ella advierte que la cartera no incluye porque ha organizado actividades solo para los niños realojados. Gardiol sostiene que se está formando un equipo multidisciplinario para atender la adaptación de quienes vivían en los asentamientos.

Miriam señala, también, que se hace difícil generar un proceso de socialización con "gente que tiene costumbres muy distintas". Y enumera una lista de problemas que hacen pensar que El General se ha convertido en tierra de nadie:

—Izquierdo era un vecino de toda la vida, muy generoso, muy buen tipo. Se murió, y mientras lo estaban velando le desvalijaron la casa a la familia. Eso antes no pasaba. El otro día acuchillaron a uno al lado de mi casa. Eso antes no pasaba. Hubo un tiroteo entre autos la otra vez, supuestamente eran bandas de narcos. Eso antes no pasaba. En las plazas ahora se ven cosas que nunca vi en mi vida: va una barrita, se encuentra con otra, cada uno lleva su perro pitbull y los largan para que se peleen. Terminan todos rotos. Juegan por plata. Eso antes no pasaba.

Anahí, en tanto, insiste en que la robaron ya cinco veces.

—¿Y antes de los realojos nunca te habían robado? —le pregunto.

—Sí, ya me habían desvalijado la casa dos veces.

Los números de la Jefatura no muestran que haya un aumento del delito. El comisario Fernando Andino dice que en lo que va del año solo se han denunciado dos rapiñas en El General, y 25 en toda Colonia. "Y esos dos rapiñeros ya están presos", sostiene. "Es verdad, sí, que hay bocas y que dos por tres nos visita alguna banda. Pero cuando nos enteramos vamos y los agarramos", asegura. Anahí y Miriam dicen que en realidad lo que sucede es que la gente se acostumbró tanto a los robos que dejó de denunciar.

María, otra vecina de la zona, que no quiere que se nombre su apellido por temor a represalias, denuncia que las casas que eran de Montes del Plata estaban todas amuebladas, con electrodomésticos y con aire acondicionado, y que ahora no tienen nada. Gardiol matiza, dice que sí tenían solo aire acondicionado y que se entregaron todas así. De las casas que vio El País tanto por fuera como por dentro, ninguna tenía sistema de calefacción.

—Mejor —sostiene el director de planificación de la comuna—, porque si usan eso después le van a deber a UTE.

—¿Pero y dónde están esos aires acondicionados?

—Y los deben haber vendido —supone el jerarca municipal.

Sandra Vidal está indignada. Tiene 48 años, vive desde siempre en El General, en una casa que no pertenece a una cooperativa. Y sostiene que el gran problema se da por la falta de control de las autoridades, que no ha ido a fiscalizar que quienes recibieron las casas cumplan con ciertas normas de convivencia.

—Supuestamente iba a haber un control de que no se iban a empezar a hacer las casuchas al costado, con las chapas y todo eso. En las viviendas de Montes del Plata hay algunas que tenían dos baños y uno lo utilizaron como chiquero. O una de las habitaciones como corral para los animales. Hay algunos que ya empezaron a construir galpones al costado.

Colonia del Sacramento
Clivio ya recibió su vivienda. Foto: Fernando Ponzetto

Clivio Horthy, de 85 años, descendiente de austríacos, es uno de los que vive en una casa que era de Montes del Plata, y esta no tiene aire acondicionado. "Yo no lo vi", dice. Viste un pantalón deportivo de azul chillón, zapatos, y camisa. Tiene una táblet del Plan Ibirapitá apoyada contra la ventana y desde allí sintoniza un tango de Julio Sosa en YouTube. Frente a él hay una Biblia. "Mi libro", dice sonriente. Él sabe de mudanzas: vivía en Villa Malvinas, consiguió a través de un plan de viviendas a bajo costo una casa hace cinco años donde se mudó con su esposa, se divorció, se fue a vivir a Villa Ferrando, y ahora lo realojaron a esta nueva casa.

—Yo estoy muy bien. Si no es así, ¿cómo voy a conseguir una casa con 80 años? Acá la gente es bien, los vecinos son bien. Hay personas a las que no les gusta que nos den la casa. Pero si nos la dan por algo es.

—¿Por qué?

—Y… ¡yo tengo 80 años!

Mariana Morán es más joven, tiene 27, también le dieron una casa para ella, su esposo y sus hijos chicos. En el frente hay un carro con caballos, la herramienta de trabajo de su marido reciclador. Ella es ama de casa.

—No sé por qué se enojan con nosotros —dice, y se encoge de hombros. Y asegura que no es cierto que haya problemas de seguridad.

Washington, de 52, tampoco quiere que se publique su apellido. Es uno de los realojados y opina que la gente debería ser más solidaria. Se mudó hace unos meses, no recuerda cuántos, también a una de las casas de Monte del Plata, que tampoco contaba con aire acondicionado. Anuló una de las ventanas delanteras para hacer un kiosco: vende bebidas, galletitas, golosinas. En tanto él, su mujer, y su hija conviven todos en la habitación que debería ser el living-comedor.

—Yo vengo del otro lado. Vengo de la villa. Viví 20 años allá. Hay que darle una oportunidad a la gente. A mí me cambió la vida. Ferrando está contra el arroyo, en una zona que se inunda siempre. La gente de acá pertenece toda a cooperativas de viviendas, a ellos también los ayudaron. ¿Por qué no quieren que nos ayuden a nosotros?

Esto recién empieza. Después que terminen con Villa Ferrando empezarán con Villa Malvinas, donde viven otras 280 familias.

Reclaman más presencia del Estado
Cambio: esta semana realojados recibieron línea telefónica.

Más allá de los problemas de convivencia, en El General sostienen que tienen dificultades con los servicios. Que pese al crecimiento exponencial que ha tenido la zona, el Estado no ha incrementado su presencia allí.

Miriam Collazo, miembro del grupo Vecinos Organizados, que está operativo desde el año 2001, dice que la subcomisaría a veces tiene un solo policía, y que por eso no puede responder a los llamados. Martín Sache, guardia de seguridad que vive en una cooperativa, dice que a veces los agentes lo llaman para decirle: "hoy no me llames, resolvé vos, porque voy a estar solo".

No hay cajeros y hay solo dos supermercados —para 9.000 personas— que aceptan tarjeta de débito.

El hospital está a cuatro kilómetros y hay dos policlínicas, pero estas cierran a las cinco de la tarde. Después de esa hora mejor no sentirse mal. Los vecinos tienen varias anécdotas de muertos que quizá podrían haberse salvado. El papá de Anahí Viera tuvo hace pocas semanas un infarto y la ambulancia tardó 15 minutos. "Cuando llegaron dijeron que ya no valía la pena intentar reanimarlo", dice. "No sé si se podría haber salvado, pero al menos lo hubieran intentado".

También dice que por la falta de ambulancias muchas veces son los patrulleros los que terminan trasladando a los enfermos.

El General tiene una sola escuela, que tiene capacidad para 450 estudiantes, pero cuenta con una matrícula de más de 500. No tiene liceo —aunque hay una promesa desde hace más de dos años de construir uno—, ni UTU. Quien quiera estudiar deberá transitar los más de 10 kilómetros que lo separan de Colonia del Sacramento.

Hay un CAIF, que se puso gracias a la insistencia de los vecinos, sostiene Miriam. Están hace dos años peleando para poner una cebra frente al CAIF, que está frente a una curva que advierten es muy peligrosa.

Hay dos empresas de ómnibus, que viven una puja constante por ganar pasajeros. Dice Miriam:

—Tienen marcadas las salidas cada 15 minutos. Uno sale a las 9, el otro 9:15. Pero el de las 9, para sacarle el pasaje al de 9:15, pasa 9:10. Es un lío, nunca se sabe a qué hora tenés el ómnibus.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad