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Jockeys: hambre de triunfo, sueldos librados al azar y jubilaciones de $ 11.000

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Foto: Fernando Ponzetto

UN DEPORTE EN EL QUE SOLO SIRVE GANAR

Hasta el cuarto puesto el jockey se lleva 10% del premio. Los mejores corren 15 carreras por semana; otros apenas una. Conviven con el hambre para llegar al peso justo. Tienen jubilaciones de $ 11.000. Quieren luchar por mejores condiciones y ya solicitaron al MEC el registro de su sindicato.

Si perdés el ómnibus dejalo. No te arrepientas nunca. No lo corras. Mejor no tentar a la suerte. A la mala suerte", aconseja serio Mario Rodríguez, de 65 años y postrado hace 30 en una silla de ruedas. Está en el patio de su casa, que es también su lugar de trabajo: un stud con 16 caballos que cada fin de semana compiten a dos cuadras de allí, en el Hipódromo de Maroñas. Mario conoció la gloria. Fue jockey. Lideró la estadística en 1979 con 103 carreras ganadas y obtuvo el último cuádruple coronado de la historia, en 1989, tras conseguir los cuatro principales premios del turf: Polla, Jockey Club, Nacional y Ramírez. Ese fue el mismo año que un caballo de 500 kilos se le cayó encima. Fue en medio de una carrera, de una carrera que él no quería correr.

Era un domingo de diciembre de sol radiante. Había competido y ganado en Maroñas, pero tuvo el impulso de ir por más. Así se fue rumbo al hipódromo de Las Piedras. Llegó, le dio el látigo y el casco a un amigo, y se fue a tomar un helado con su esposa. Tras el último bocado le dijo que mejor se iban, que no quería montar, que tenía un mal presentimiento. Se subieron al auto y con la llave ya puesta se acordó del látigo y el casco. Se arrepintió. "Corro y vamos", dijo. El caballo se dio vuelta en una curva a 60 kilómetros por hora. Con medio cuerpo debajo de la mole empezó a pegarle con la fusta para que se moviera, pero en eso su amigo quiso ayudarlo, lo tomó de abajo de los brazos, lo trató de sacar, y en el tironeo le rompió dos vértebras y le perforó un pulmón. Acá los médicos no pudieron hacer nada. Tenía una casa y un auto que vendió para irse a operar a Cuba. Tampoco hubo remedio. Volvió sin poder caminar y sin un peso, con una mujer y dos hijas de 10 y seis años que mantener. Habló con algunos dueños de caballos y se hizo cuidador y entrenador. Pudo empezar de nuevo. Pero todavía se le ponen húmedos y rojos los ojos cuando cuenta su historia.

Él se arrepiente del instante en que decidió volver y correr, pero no de la profesión que eligió. "Ser jockey es el mejor trabajo del mundo", jura con terquedad. No puede evitar cierto aire soberbio al advertir que el exjugador de fútbol Fabián ONeill le confió sus equinos, o cuando cuenta que su yerno también es jockey y que en los primeros años él le dio algunos consejos. En su foto de Whatsapp se lo puede ver de pie, muy joven, muy distinto, con una chaqueta blanca, anaranjada y verde, con el casco bajo el brazo izquierdo, mirando el horizonte, impecable. Ahora tiene la barba crecida, un saco de lana azul con pelotitas y un pantalón deportivo. Desde su silla también se enorgullece de cuidar caballos importantes como Dog Valiente, que el pasado 3 de junio ganó un premio de US$ 50.000, de los que él se embolsó US$ 5.000.

Cuando un caballo sale primero, segundo, tercero o cuarto, 10% de lo ganado va para el cuidador, 10% para el jockey, 10% se reparte entre capataz, peón y sereno, y el 70% va a parar al bolsillo del dueño del animal. Todos además tienen un salario (Mario recibe entre $ 16.000 y $ 18.000 por caballo que cuida), menos el jockey que para cobrar tiene que correr. Y en caso de hacerlo, si no logra salir entre los cuatro primeros obtiene una "monta perdida", que son $ 1.050. Los premios de un fin de semana común van desde $ 40.000 a $ 400.000, dependiendo de la carrera. Los jockeys exitosos pueden llegar a correr más de 15 carreras por fin de semana, mientras que otros consiguen solo una o dos y hacen malabares para pagar las cuentas.

Mario Rodríguez, excampeón y cuidador. Foto: Fernando Ponzetto
Mario Rodríguez, excampeón y cuidador. Foto: Fernando Ponzetto

Se pueden jubilar como deportistas después de 25 años de trabajo, pero como hacen un aporte mínimo los que se retiran reciben unos $ 11.000 al mes. Por eso muchos no tienen más alternativa que seguir trabajando, y reciclarse como entrenadores, cuidadores o serenos. Un grupo de jockeys se reunió la semana pasada en asamblea en un club a metros del Hipódromo de Maroñas. Ya pidieron al Ministerio de Educación y Cultura el registro de la Asociación de Jockeys del Uruguay (AJU), un sindicato que los aúna para poder pelear por mejores jubilaciones. No quieren que el día que dejen de correr, o en caso de que les pase lo que a Mario, dependan de generosos dueños de caballos para conseguir un empleo.

Reglas que existen, pero a veces no se respetan

Los jockeys pueden ser suspendidos en el caso de salirse de su carril, de pegarle con la fusta a otro caballo, o directamente a un compañero, cosa que ha pasado. También en caso de intentar competir alcoholizados o luego de haber consumido alguna otra droga, por eso es que se hace un control de alcoholemia y antidoping antes de las carreras. Mario, el jockey que quedó en silla de ruedas tras una carrera (ver nota principal), cayó luego de que un compañero se cambiara de línea, y su caballo se desbalanceó por haber sido infiltrado —como se hace con los jugadores de fútbol— por un dolor en las patas, cosa que ya no está permitida. En su momento no había, pero hoy el Hipódromo de Maroñas cuenta con un seguro contra accidentes.

Ser o no ser.

Los dos líderes de AJU son Gustavo Duarte y Edison Rodríguez. Ambos empiezan y terminan en un metro y 59 centímetros, y pesan solo 52 kilos. Gustavo es calvo, ya tiene 49 años y si la suerte lo acompaña pretende correr hasta los 55. Depende de la suerte, porque hace poco más de un año una rodada en la que cayeron seis jockeys y seis caballos le costó cuatro vértebras quebradas y varios meses sin trabajar. Él conoció la fama con Invasor, uno de los pura sangre más emblemáticos de la historia del turf, que también corrió en Dubái y Estados Unidos, que es parte del salón de la fama de este último país, y que ganó cerca de 8 millones de dólares en premios durante su carrera. "La diferencia entre ser o no ser un jockey exitoso está en la suerte. Invasor es uno solo. Yo gracias a Invasor pude ganar mucho. Pero si me hubieran dado otro caballo mi vida no habría sido tan buena", reconoce Gustavo.

La historia de Edison, de 30 años, es parecida. Él es el jinete de Enjoy, una de las mejores yeguas del momento. Ganó 21 carreras y 14 de ellas al hilo. "Estos son casos únicos. Cosas que nos pasan solo una vez en la vida. Hay que prepararse, sí; pero después tenés que tener la fortuna de que te den un buen caballo para que puedas montarlo", señala Edison.

A la fortuna hay que acompañarla con perseverancia. Los jockeys trabajan de lunes a domingo para conseguirla. El hipódromo abre a las siete de la mañana y hasta las 11 se "varea" a los caballos, es decir, se los ejercita. Durante esas horas los jockeys van y les piden a cuidadores y entrenadores para probar los equinos. En caso de que a estos les guste cómo los montan, les dan el aval para correr con ellos el fin de semana. En Uruguay no se suelen usar los contratos, pero sí hay un código de ética no escrito: si a un jockey le va bien con un caballo, el cuidador no tiene por qué cambiarlo; si un cuidador le da siempre los caballos a un jockey para que los corra, debe seguir haciéndolo aunque le ofrezcan uno mejor; si un jinete va toda la semana a varear un caballo, el día de la carrera no puede ser cambiado por otro jockey. Son reglas tácitas que casi todos —no todos— respetan. "A veces las palabras se las lleva el viento", dice Edison con pesar.

"Vos podés venir una semana y montar 10 o 20 caballos y no correr el fin de semana porque no te dieron ninguno. Todo depende del cuidador. Capaz que un día hay 10 carreras y vos no corrés ninguna. Y si no corrés no hay plata", resume Luis Cáceres, de 36 años, uno de los jockeys top del momento, que ganó cuatro de las últimas cinco estadísticas anuales, y que este año va segundo con 45 carreras ganadas. Él es un jockey alto, mide 1,67 metros (para hacerse una idea, Lucas Torreira, el "pequeño gigante" de la selección uruguaya, mide 1,69).

Jockey: Luis Cáceres. Foto: Francisco Flores
Jockey: Luis Cáceres. Foto: Francisco Flores

Jockeys y cuidadores no saben de vacaciones ni feriados. Los caballos se tienen que ejercitar todos los días. Y ellos, mantenerse en forma. Hay casos excepcionales, como el sucedido hace algunas semanas, cuando una tos equina obligó a suspender las carreras y les dio a los jinetes un poco de descanso, pero también varios días sin poder llevar dinero a sus casas.

Llegar al peso.

Mario, desde su silla de ruedas, no piensa ni un segundo cuando se le pregunta qué es lo peor a lo que debe enfrentarse un jockey. Para él hay algo más horrendo que los posibles accidentes. "El hambre. Lo peor de todo es el hambre y la sed".

"Nada de pan. Nada de refrescos. Salir a trotar. Todos los días sauna", enumera Luis, de 55 kilos, casi en tono militar.

Es un secreto a voces que la dieta es desesperante. Que se hace lo que sea para llegar al peso. Que son pocos los que trabajan con nutricionistas. Y que hay quienes comen solo lechuga y tomate en toda la semana. Que el día antes de la competición muchos no tiene otra alternativa que ayunar. Que hay quienes se han desmayado abajo y también arriba del caballo. O han sufrido calambres. Que se automedican. El día de la competencia los pesan y el que no llega al peso, no corre.

En la Escuela de Jockeys y Vareadores el año pasado fueron expulsados cuatro alumnos por no dar con el peso indicado en los controles que se hacen semanalmente. "No es lo mismo pesar 45 kilos a los 15 que a los 21, o viceversa; lo ideal es que no pesen más de 50 a los 16 años. Si vemos que varias veces no dan el peso son eliminados, porque en la competencia se requiere un peso determinado, y si no llegan no tiene sentido que culmine el curso", dice Agustín Menéndez, docente del centro educativo. También advierte que por esto no tienen que pasar hambre, que lo ideal es una dieta balanceada y cuerpos fibrosos para soportar la exigencia de cada carrera.

Facundo Patrón mide un metro con 59 centímetros. Tiene 20 años y pesa apenas 49 kilos. Viste un conjunto Adidas color azul con rayas blancas talle S que le baila. Las mangas con elástico no logran apretarle los brazos. "En mi familia son todos menuditos, chiquitos como yo", se jacta. Facundo es muy flaco, casi transparente. Facundo tiene todas las condiciones para convertirse en el mejor. Empezó a correr a los 15 en Melo. A los 16 viajó a Montevideo, donde su tío tiene un stud en el Hipódromo de Maroñas. Lo primero que hizo fue cursar la Escuela de Jockeys. Tiene una formación bastante más avanzada que la de sus compañeros. La mayoría de los jockeys llega hasta la escuela antes de ponerse a trabajar, pero Facundo cursó hasta tercero de liceo. "A mí me ha ido bastante bien, ya desde chico sabía que no iba a crecer mucho, que iba a ser chiquito, y que me iba a poder dedicar a esto", repite sonriente sin advertir la contradicción: un chico que crece quedándose chiquito.

Cosa de chicos.

En el mundo de la hípica el trabajo de menores de edad es lo más normal del mundo. Facundo, de hecho, empezó a trabajar a los 16 años como peón y vareando caballos. Gustavo y Luis comenzaron a los 15. Edison y Mario, a los 14. En 2011 esto se volvió legal con el decreto N° 461, en el que varios ministerios y Presidencia establecen que podrá trabajar como peón, vareador o jockey todo aquel que tenga 15 años cumplidos, que cuente con la autorización de padres o tutor y que haya culminado la escuela primaria. Además se pide un certificado de "idoneidad" que demuestre que los menores saben del tema. Esto fue lo que motivó en 2014 la creación de la Escuela de Jockeys por parte de HRU, la empresa que en 2002 obtuvo por 30 años la concesión del Hipódromo de Maroñas.

La escuela recibe unos 80 aspirantes cada año, que los meses de enero y febrero presentan sus solicitudes y en marzo son evaluados en una prueba eliminatoria sobre la pista, tras la cual quedan unos 15. El curso es gratis, dura un año y ya cuenta con 50 egresados. Funciona en el Hipódromo de las Piedras y tienen un sistema de internado para los alumnos del interior. Las materias son equitación práctica y teórica, nutrición, educación física —en un gimnasio que cuenta con un caballo mecánico para practicar—, ética y reglamento de carreras, formación ciudadana y equinotecnia.

"Cuando egresan de la escuela empiezan su carrera como jockeys aprendices, y luego de ganadas 50 carreras ya pasan a ser jockeys profesionales", explica Fernando González, director de relaciones institucionales de HRU y profesor de formación ciudadana en la escuela.

Para que los nuevos jockeys puedan mezclarse en el pelotón, y no quedar rezagados ante los más experimentados, las reglas establecen que los aprendices puedan descargar kilos. ¿Qué significa esto? En el turf la carga es determinante. El peso que el caballo lleva encima se decide según variantes tales como la edad que estos tengan o el sexo (las yeguas llevan más peso). "Si yo pongo dos caballos de similar performance, pero a uno le pongo arriba 50 kilos y a otro 80 kilos, es claro que va a ganar el caballo al que le puse 50", sostiene González. Lo que se les permite a los principiantes es correr con hasta cuatro kilos menos. Es decir, los que pesan con la ropa y la montura 52 kilos, pueden correr contra los que pesan 56. Esto hace que se entreveren en las estadísticas. De hecho entre los 10 que ganaron más carreras en lo que va del año hay dos egresados de la escuela.

Esto lleva, por un lado, a que cada año aparezcan nuevos valores, y por otro a una renovación obligatoria que deja a los menos afortunados y a los de mayor edad cada vez con menos trabajo. De esto sabe, y mucho, Wilson Rodríguez, mejor conocido como Momocho. El último fin de semana que logró correr salió séptimo, se llevó a su casa solo $ 1.050. Tiene 36 años y compite desde los 15. Debutó en San José, donde nació y donde ganó varias carreras. Así fue que alguien lo vio y le dijo que tenía que venir a correr a Montevideo. Algunos años le fue bien, pero ahora no hace más que acumular derrotas. Pese a esto, espera que la suerte cambie.

Jockey: Wilson Rodríguez. Foto: Francisco Flores
Jockey: Wilson Rodríguez. Foto: Francisco Flores

"Antes yo elegía monta, corría en el que quería. Ahora no puedo elegir caballos. Corro con lo que me dan. Lo que sirve es correr. Llevar a la casa lo que uno pueda. Está todo muy bravo. Yo te corro un cinco años perdedor. Yo corro cualquier cosa", dice.

Momocho tiene una pareja, dos hijas y la necesidad de llevar más dinero a su casa. Tiene animales en su casa y esto le permite hacer algún peso más gracias a las carreras de galgos. "Hay que rebuscarse", dice y se encoge de hombros. También a veces viaja a Paysandú para correr pencas, es decir carreras de caballos no reguladas por el Estado. Cuando va se suele coronar con algún triunfo. "Soy como esos jugadores que después de llegar a Europa se pasan a un cuadrito chico para poder seguir haciendo lo que les gusta", explica.

En las antípodas está Denis Araújo, de 31 años, que monta desde los seis, empezó a varear a los 12, a los 15 a correr pencas, a los 16 llegó al Hipódromo de Salto, su tierra natal, y a los 17 a la meca, Maroñas. Ahora compite en Canadá, y antes estuvo en Australia donde no pudo llegar a correr por perder una prueba de inglés. Es el ejemplo de que se puede. "No vas a ser rico, pero podes vivir bien siendo jockey —sostiene—. Si estás entre los mejores cinco vas a estar muy bien; entre los mejores 20, muy bien, y para abajo la cosa se va a poner difícil. No ganamos como los jugadores de fútbol. No tenemos sueldos fijos. Yo he tenido suerte".

Alisson Núñez, la jocketa que se enfrentó a sus padres

Alisson Núñez es una de las dos jocketas uruguayas que suelen competir en el Hipódromo de Maroñas. Otra mujer está cursando aún la Escuela de Jockeys y pronto se sumará al pelotón. Es de Montevideo, sus padres son jubilados y nunca tuvieron caballos. Decidió que iba a ser jocketa luego de practicar durante varios años equitación. Alisson terminó el liceo y a los 17 años se anotó a la Escuela de Jockeys, la aceptaron y hoy con 22 ya ha cosechado varios triunfos: ganó en Uruguay, ganó en Brasil, ganó en Estados Unidos, adonde fue dos veces y piensa volver en un futuro no lejano. "Al principio se tuvieron que adaptar a que yo estaba ahí. Pero ahora me tratan como una más, ya están acostumbrados. Yo sé que todas las miradas van a estar sobre mí por ser mujer, pero la llevo bien, no me importa", dice. Alisson sabe también de accidentes, algunos más graves y otros menos. "Lo peor fue cuando un caballo se me disparó hacia atrás y quedé enganchada del estribo. El animal saltó la baranda que está en el fondo de Maroñas y no lo podían parar. Me rompí unos ligamentos del brazo y estuve tres meses sin competir. Podría haber sido peor", dice Alisson, que cuenta que por cosas como esta su familia no quería que se dedicara al turf. "Después entendieron que los accidentes son cosas que pasan, pero de vez en cuando. No es algo que suceda siempre. Son como accidentes de auto; sí, pasan, pero no es algo de todos los días".

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