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Historias de reconstrucción, espera y tensión

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Dolores, tres semanas después del tornado. Foto. Fernando Ponzetto.

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Los vecinos todavía juntan los escombros mientras aguardan nerviosos a que llegue la ayuda, que se reparte a paso lento. Algunos no dejan pasar el tiempo y trabajan por su cuenta mientras varios protestan por los vacíos que deja el sistema de ayuda.

Dolores, tres semanas después del tornado. Foto. Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto. Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, tres semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.
Dolores, dos semanas después del tornado. Foto: Fernando Ponzetto.

Nunca quedó claro si la mujer que sostenía una espada era india, negra o blanca, pero sí se sabe que por el tornado que atravesó Dolores hace tres semanas, a la China de Alimundi, la estatua de José Luis Zorrilla de San Martín que se erige victoriosa en la plaza de la Constitución de la ciudad, se le voló el arma. Los vecinos cuentan que un niño encontró el pedazo de hierro y que ahora está guardado en algún lugar, esperando a que, algún día, cuando termine la reconstrucción, se convierta en el ícono de la fuerza doloreña, la que asoma en los carteles que lucen los comercios, adornan ventanas y pasean en algunos autos y camionetas que recorren la ciudad bajo la consigna: "Juntos y unidos podremos".

El tornado que dejó un trillo diagonal de destrucción, sin respetar comercios, hogares, liceos o ranchos, está presente en cada esquina, aun en aquellas que salieron ilesas. Caminar una tarde por las calles de Dolores es tropezar con baldosas salidas, al tiempo que el ruido del trajín de camiones que van y vienen se diluye en el silencio de la siesta, que hace varios días quedó interrumpida por la urgencia de la reconstrucción.

Tras una semana de reclamos, incertidumbre y versiones cruzadas, los que perdieron sus casas u2014251 padrones se destruyeron del todo, 521 tuvieron daños graves y 333 menoresu2014 se las ingenian para sobrevivir a la burocracia de la repartición de productos de limpieza, comida y materiales de construcción. El que tuvo suerte terminó en lo de un familiar, otros reutilizaron lo que les quedó en pie y todavía quedan los que están viviendo en el gimnasio, a la espera de una solución. Nadie les advirtió que resiliencia significa, también, paciencia.

A la espera.

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Zirle Mateu acaba de volver de un velorio. El esposo de una vecina, que según cuenta tenía diabetes y alguna otra enfermedad, había pasado varios días internado. Por casualidad se enteró de su muerte y partió hacia el cementerio. La familia había perdido todo con el tornado y Zirle teme que haya sido la tensión lo que lo llevó a tener un derrame cerebral.

Mira su casa y compara la situación. Le preocupa su esposo, que tiene un problema renal crónico y tras tantos años de medicación sorprende a los médicos por cómo mantiene su buena salud al mismo tiempo que trabaja en el campo.

La casa de Zirle fue una de las últimas en caer, casi por completo, ya cuando el tornado abandonaba la ciudad por Altos de Dolores. Hace unas semanas, Zirle contaba a El País cómo se había salvado del tornado por milagro y desde entonces, su casa sigue igual.

Fue un día difícil para esta madre de seis que hace tres semanas espera por una respuesta. Con la esperanza de encontrarla, explica que asistió a una reunión de vecinos, pero el tono en que se daban las discusiones la alejó. Tapada por la incertidumbre, llamó a un periodista de la zona y le preguntó si tenía novedades de su casa. Finalmente, el jueves pasado, después de pasear oficina tras oficina, logró que una arquitecta la visitara.

Hasta entonces no había constancia en los registros sobre la situación de su hogar. Al menos eso le decían los funcionarios que la atendían. Ahora ya sabe que su casa está clasificada en la franja roja y que la tiene que reconstruir, pero ninguno de los tantos funcionarios que la visitaron se lo había podido informar.

En estos días, Mevir le va a hacer una propuesta. Si será un préstamo, un subsidio o una combinación de ambos, todavía no lo sabe. "Si a nosotros Mevir no nos sirve nos pasan al Ministerio de Vivienda, pero si seguimos así..." y la voz se le pierde al tiempo que tensa los hombros.

Su familia todavía está sin luz y viven en una California (una especie de caseta rodante). Unos pocos muebles y todo lo que logró sobrevivir al tornado están guardados entre las pocas paredes que les quedaron en pie, cubiertos con un techo improvisado y prestado.

Por un momento, Zirle pensó en irse a trabajar al campo, para salir de la desolación que hay en su barrio. "Llega un momento que no te da, es tanto lo que escuchás. Yo estoy en la misma situación del primer día", dice y lamenta, "no hubo claridad" con la información.

Zirle incluso llegó a pedir prestada una radio para tener la versión oficial. "Escuchaba que había 230 viviendas arregladas, no sé cuál es la magia, ¿dónde están?"

En Altos de Dolores, las viviendas más pobres desaparecieron del todo. Ya se empiezan a ver algunos containers por la zona y muchos otros lugares donde la falta de techo se sustituye con nailon. En este extremo del barrio hay una manzana en la que solo quedan pilas de ladrillos y carteles con números de celular escritos a mano que avisan: "En caso de no encontrarme aquí, por favor, llamar".

La casa de Rosita Suma es de las pocas que quedaron enteras, pero al lado, los restos de la del vecino son un problema. La mujer se queja de que vinieron a limpiar pero nunca terminaron. Llama y protesta, pero a más de 20 días nadie responde. El engrudo que forman los restos de ladrillos, championes, platos, baldes, partes de escobas, cremas y otras pertenencias, queda pegado con el barro y se convierte en foco ideal para insectos y ratas. Rosita agarra a sus nietos de los hombros y les dice que no se acerquen.

Manos propias.

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A la vuelta de lo de Zirle viven Álvaro Elizondo y Lorena Correa. Hace poco recibieron materiales que les dieron desde el centro de acopio para comenzar la reconstrucción. Mientras esperan la llegada de parientes de Montevideo para empezar con la obra, viven en lo de la hermana de Lorena. Álvaro arregla techos, coloca ventanas y acondiciona una pequeña casa contigua a la suya para mudarse y liberar el espacio.

William tiene ocho años y es hijo de la pareja. Adentro de la casa, está prendido a la tableta que le acaban de dar en la escuela. El tornado lo agarró en horario de clase y desde entonces, cada tormenta lo asusta. Recién la semana pasada retomaron el horario completo y por ahora las maestras están tratando de distraerlos hasta que las cosas mejoren.

De pronto llega el camión de una vidriería local, que pasa a entregar las ventanas que les van a donar. Al mismo tiempo, por la esquina, un camión reparte productos de limpieza y ropa. Con las 16 chapas, 15 bolsas de portland y 40 varillas que le dieron en el centro de acopio, Álvaro cree que en seis o siete días arregla todo. "Yo no tengo por qué protestar. Si ya tengo los materiales y me estoy dedicando a eso. Conozco un poco la construcción", asegura. Todo eso, "mientras no venga otro tornado", advierte con ironía.

Por el lado donde entró el tornado a la ciudad, cerca de la Cooperativa Agraria de Dolores (Cadol) vive Eda Acuña. A la técnica en registros médicos le quedaba poco para jubilarse y sus finanzas no le suponían un gran problema, hasta que llegó el tornado. Luego su cuarto se quedó sin techo y tuvo que mudar la cama al lado de la cocina, en la parte trasera de su casa.

Se venía la lluvia y no podía dejar que se le dañara. Por eso, decidió pedir prestado, usar algunos ahorros y pagar ella misma los gastos de la reforma. "Ellos dicen que hay que esperar, pero la gente no puede esperar tanto", dice. "Los acopios están llenos de cosas donadas que están para que las den, no para que las tengan apretadas".

Orden y justicia.

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En el centro de acopio que contiene materiales de obra muestran todo lo que tienen. El miércoles al mediodía alojaban casi 7.000 chapas, 8.200 bolsas de portland y 129 metros cúbicos de arena, además de electrodomésticos y mobiliario donados, explica Aníbal Feller, funcionario municipal encargado del centro. Los camiones entran y salen, pero para que los vecinos se puedan llevar algo tienen que tener el papel con la autorización.

En la puerta de los galpones todo es burocracia. Las donaciones vienen de todas partes del país, pero sin autorización no sale nada, dicen. El criterio viene de afuera, los arquitectos de la coordinación son los que deciden y los funcionarios ejecutan. Hasta este jueves, salía solo aquello que permitía hacer arreglos menores, los de las viviendas de la franja verde. Ese mismo día se hizo una convocatoria a 30 obreros de la construcción para trabajar en la reconstrucción oficialmente. Feller se mantiene rígido: "Yo le dije al alcalde de la ciudad que si no me mandaba un papel firmado no podía darle ni cama, ni colchón, ni nada. Y no se lo dimos".

A la entrada de Dolores, en lo que solía ser Janka, la fábrica de alpargatas, está lo que parece ser u2014y huele comou2014 el depósito de una gran cadena de supermercados. En el lugar ordenan la comida que llega, se cocina y se clasifica la ropa. Al principio, cuenta el coordinador Andrés Magnone, tenían que dar alimento a 3.000 personas. Ahora son 500.

Allí los criterios de donación se ajustan a la necesidad de cada beneficiario y así lo determinan quienes se entrevistan con las familias. Lo frío de la administración y contabilidad debe equilibrarse con lo apremiante de la necesidad y para eso la organización es clave, dice Magnone. No pueden liberar todo lo que tienen porque implicaría un desajuste del mercado local, explica. Los galpones enormes, tapados de comida y solidaridad de todo el país, tienen que resistir el invierno. Mientras, los doloreños esperan. Algunos protestan y se indignan al no ver avances. Otros se las arreglan con lo que pueden y respiran hondo ante el año que se les viene, la reconstrucción lleva tiempo.

Repartida: materiales y comida.

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Donaciones que son un problema. Entre las montañas de comida, artículos de limpieza y productos donados que se resguardan en la antigua fábrica de alpargatas Janka hay mucho que no sirve. Hay tintas para el pelo, hipoclorito de sodio como para enfrentar una inundación, cremas y elementos de estética, así como también aquello esencial: agua, leche en polvo, alimentos no perecederos y repelente. Entre la ropa sí que hay para elegir. Hay montañas de bolsas y todo un galpón dedicado a su clasificación. A pesar de que los funcionarios agradecen la ayuda, también reconocen que los superó el aluvión. Mucho de lo que llegó estaba sucio, desordenado o viejo, pero allí guardan hasta lo que está para tirar, explican.

Las bolsas blancas con productos de limpieza que el jueves esperaban a ser levantadas. Fueron entregadas por funcionarios y vecinos que recorrieron la ciudad y llegaron hasta Altos de Dolores, donde los vecinos las recibieron agradecidos. Las personas que recorrían la ciudad en un camión entregaban las canastas y tomaban registro del nombre de quien las llevaba, al mismo tiempo que aprovechaban para consultar a las personas por su situación.

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