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Espejito, espejito

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En otros países ya no corre el parámetro de "Barbie". Foto: Agustín Martínez
Desfile de modas Mondesing Integra, en el Mvdeo. Shopping, ND 20150610, foto Agustin Martinez
Archivo El Pais

El parámetro de belleza está cambiando: desde el mundo de la moda internacional llega el mensaje de que ya no hay que tener un rostro perfecto, sino más bien “actitud” y “algo especial”. Las modelos uruguayas reflejan cada vez más el nuevo canon que, tarde o temprano, signará el ideal de las adolescentes.

La ganadora de la edición 2015 del concurso Maybelline Model fue Selene Benzano, una chica de 18 años nacida en Libertad, en el departamento de San José. Selene es morocha, a veces luce desgarbada, mide 1.73 y pesa 52. Cuando sonríe parece una niña y si se pone seria pasa por antipática. ¿Es linda? Quizá. No necesariamente. Pero hay algo en ella.

El 30 de mayo, en el mismo momento en que se anunció el final del reality show —que se emitió todos los viernes durante dos meses por canal 4—, y se dio por ganadora a Selene, aparecieron las críticas. Que estaba "todo arreglado", que Selene era "fea", que deberían haber elegido a Mariana, erigida como una chica perfecta, educada, dulce, exponente de la belleza tradicional. "Que lástima que algunos están disconformes con que gané yo, pero bueno gente, gané, fuck u all", escribió Selene en Twit-ter al día siguiente.

Para Rosario San Juan no fue fácil votar por Selene porque también ve la belleza indiscutible de Mariana. Por cierto, fue una final reñida en la que las otras dos miembros del jurado, Giannina Silva y Andrea Menache, optaron por Mariana, pero el público, el cliente (Maybelline) y la propia San Juan se inclinaron por la chica de Libertad.

"Mariana tiene los parámetros de belleza que estamos acostumbrados a ver. Giannina y Andrea la votaron porque es como un ejemplo para la juventud. Pero yo soy productora de moda. Y no tengo hijos. Tampoco trabajo en la televisión. Yo voté porque me pareció que el desempeño de Selene como modelo fue excelente. Y yo juzgo modelos", dice San Juan.

Esta productora de moda y organizadora de concursos, de cuya aprobación depende la suerte de cientos de mujeres uruguayas, es más bien baja de estatura e insegura —sufrió que le sacaran fotos mientras hablaba— pero tiene bien claro qué se precisa para ser modelo: la actitud, eso que tiene Selene.

Dice San Juan que en otros países el "parámetro Barbie" (los ojos celestes, la boca pulposa y la nariz chiquita, en su definición) ya no corre. Gustan (o están de moda) mujeres como las británicas Cara Delevigne y Kendal Genner. A San Juan le gusta mucho la argentina Mika Argañaraz, una castaña de boca grande que no sonríe y que se viste como un hombre. Es la antítesis de lo que se toma como ideal en el ambiente de las misses, donde se valoran las curvas y el gesto angelical, y donde lo habitual es mirar a las vedettes argentinas y a las bailarinas de Tinelli.

La mayoría de las marcas de ropa en Uruguay siguen queriendo barbies para exhibir su ropa. Lo máximo a lo que se arriesgan, dice San Juan, es a probar una morocha en vez de una rubia. También hay "marcas jóvenes" que están empezando a atreverse a romper el molde.

Buena parte de los detractores de Selene eran adultos. En cambio, entre las adolescentes fue furor. Amaron su estilo, su forma de adornarse y ponerse sombreros, su falta de brillos y su actitud rockera, rebelde y auténtica. En el apartamento de San Juan —blanco, sin cuadros en las paredes, con pocos adornos— interviene Antonella, una chica de 22 años que la ayuda con las producciones de moda. Dice que Selene es "especial" y que Mariana también, pero que la segunda no logró mostrarlo. Y hoy lo que más valoran las liceales, por encima de las facciones agradables, el pelo largo o la flacura, es brillar con ese "algo especial".

San Juan, que trata con adolescentes casi a diario, cuenta con cierta preocupación que las "selfies" han instalado la presión de "tener que estar linda todo el día" porque en cada una de esas autofotos que comparten en la red social de turno debe haber "una estética, un toque de belleza". La selfie funciona como la ventana al mundo interior, y en su correcta exposición se juega el ok de los pares.

"Qué fea que sos".

Un grupo de seis chicas de entre 17 y 21 años conversa en ronda. Hablan de la experiencia de una de ellas viviendo en Buenos Aires, sobre cómo la trata la gente por la calle y sobre las manías de su compañero de cuarto. Están abrigadas, de championes, sin maquillaje y con el pelo sucio y recogido. Algunas tienen acné. Una de ellas usa aparatos fijos. La mayoría son estudiantes universitarias de Economía, Derecho o Medicina. Y también son modelos. Están en el subsuelo del estacionamiento del Montevideo Shopping en la previa de un desfile de la escuela de diseño de Pablo Giménez.

Nada de glamour. Detrás de la pasarela hay chicas que estudian o que al menos son conscientes de que deberían hacerlo. Chicas sencillas, cálidas, que no presumen. "El mundo de la moda en Uruguay es cruel, no vas a querer conocerlo", advierten.

Se conocen hace dos o tres años porque pertenecen a una agencia de modelos con la que han firmado contratos de exclusividad. Se supone que a través de la agencia lograrán trabajar en comerciales, hacer producciones editoriales en revistas de moda o participar en desfiles como este. Pero, desde hace un tiempo, la agencia tranca más de lo que ayuda. No les consigue oportunidades mejores que las que ellas encuentran por sí mismas y se quedan con comisiones de hasta el 40%.

Lo que cobran por ese desfile varía en función de la fama y la experiencia de cada una. Va de los $ 1.500 hasta los $ 2.500 (sin la comisión), por una jornada que dura unas nueve horas entre la espera, la previa, el desfile y el desarmado. Con suerte tienen oportunidades similares una vez por mes. Después, se rebuscan. Hacen decenas de castings, presentan sus currículum a diario, se mueven entre diseñadores. Están constantemente vendiéndose y desgastándose porque reciben más no que sí.

El estacionamiento está armado como un backstage con una alfombra negra, estaciones de peluquería y maquillaje (zona "bauty", le llaman), un espacio de catering donde más tarde servirán sandwiches, brownies, escones y otras cosas ricas que algunas modelos comerán y otras no, y carpas separadas para las diseñadoras que exhibirán sus prendas. Hay poca luz: apenas unos focos en las esquinas. Un DJ ambienta con una música instrumental tensa que combina tambores con sonidos tecno. En un momento llaman a una de las chicas para que se pruebe algo y ella se desnuda sin pudor. Espera con estoicismo que la diseñadora le pase por el cuello una decena de cuerdas que formarán el escote de la prenda. Hace frío.

"Al principio piensan que ser modelo es lograr la aceptación de la gente. Parece muy grato para tu autoestima, pero la realidad de ser modelo es alejada a lo que se vende. Estás todo el tiempo con 80 chicas divinas al lado. Y están buscando un personaje. Quieren una rubia, y vos sos morocha. Las miran a todas, a vos ni te miran. Todo el tiempo te están cuestionando tu imagen. Te buscan el defecto. A las modelos no les dicen qué linda que sos, sino más bien qué fea. Ser modelo es bravo", dice Rosario San Juan en su apartamento blanco y desadornado.

Al casting de Maybelline Model se presentaron 600 chicas. Muchas juraban "amar la profesión", pero los que han integrado tribunales varias veces desconfían de esas expresiones idealizadas que ignoran el sacrificio que implica. "Si no te fascina ser modelo, si no te encanta esa expresión artística, si no te sale del alma, no triunfás", dice San Juan.

La carrera de Selene empezó cuando ganó un concurso de belleza en Libertad, y ahora se disparó por el Maybelline. Casi siempre el inicio está signado por algún tipo de certamen, como puede ser el Elite Model Look en su versión uruguaya. Cada año seleccionan a un puñado de adolescentes —la ganadora y otras más— que luego firman contrato con Valentino Bookings, la principal agencia de modelos en Uruguay. Montevideo Models, otra agencia, consigue a sus chicas mejores oportunidades en el exterior pero menos trabajo dentro del país.

También están las elegidas de Ángel Cairo, un buscador de mujeres hermosas tanto para los concursos de misses como para la moda. Fue el iniciador de Lucía Brocal, Giannina Silva y Stephanie Ortega, entre otras. Cairo solía pasar horas frente a shoppings o facultades esperando que apareciera un diamante en bruto.

María José (Majo) Martínez tuvo "una carrera divina". "Ella te puede contar otras cosas, estuvo muchos años en España", dicen ahora las chicas que se ocuparon de contar las miserias del modelaje nacional. Ahí, donde está Majo, algo brilla. Son sus zapatos dorados evidentemente confeccionados en otro costado del mundo (unas bases doradas con alas a los costados que sugieren una mezcla entre ave y heroína). Pero también es ella, centro de miradas y ejemplo para las más jóvenes.

A los 14 años arrancó en Uruguay y al poco tiempo decidió irse a probar tres meses a España. Un par de experiencias tibias le hicieron ver que no triunfaría en su país, donde hasta hoy "prefieren la belleza clásica y los ojos claros". Con el apoyo de sus padres viajó, y en un solo intento logró cautivar al jurado del casting para la Semana de la Moda de Valencia —un sueño. Su competencia eran chicas altísimas de amplias melenas rubias y pelirrojas y ojos transparentes. Por eso Majo llamó la atención. "No sabemos si sos india, europea o sudamericana. No sabemos si sos hermosa o si es que sos muy diferente", le dijeron.

Los tres meses de prueba se convirtieron en ocho años intensos. Lo que ganó en Europa le permitió comprarse un auto y una chacra en Rincón del Cerro. Ahora está de vuelta en Montevideo. Tiene 30 años y sigue desfilando aunque le paguen poco. Además es periodista (trabaja en dos radios) y completa sus ingresos restaurando muebles.

"La belleza depende del mercado donde te muevas. En un mercado te dicen que tu apariencia no es adecuada y en otro te dicen que sos espectacular", dice. Vivir de la imagen en Uruguay es caer en una trampa: el mercado es chico, por ende los diseñadores ganan poco, y eso se traslada a las modelos. Igual, Majo nota una evolución tras sus años afuera. Ahora ve "mentes más abiertas" porque internet ha ampliado los espectros.

Perchas vivientes.

Después de siete horas de preparación, es momento de pasarela. Ahora brilla una luz blanca que hace que la ropa se vea inmaculada. Ya no hay acné ni championes ni malestar por el cachet. Sigue la música tensa. Selene se transforma, Majo deslumbra. Ambas piensan que a una modelo se la puede juzgar por la forma en la que lleva la ropa: si la luce al máximo o si la esconde y la arruina. Saben que el centro no son ellas, sino el producto. Son perchas vivientes.

Unas horas antes, Lía y Nicole explicaban que desfilar es "muy divertido" y es como someterse a una buena terapia. "Te sacás las ganas de ser yo, yo y yo. Es el momento de egocentrismo que todas necesitaríamos. A todas las mujeres nos gusta ser mimadas, maquilladas y peinadas", dice Lía, una chica de 1.70, facciones perfectas y pelo rubio alborotado, que dice "amar" la Facultad de Economía de la Udelar, y que va a clases con una campera larga de algodón con capucha que en cualquier otra persona parecería de mal gusto.

Si la pasarela es terapia, el modelaje es contención para muchas de estas uruguayas que hoy son referentes en estética, pero que siendo niñas o púberes sufrieron por su apariencia.

Nicole mide 1.80. Por supuesto, era la "jirafa" de la clase. Selene era tan delgada que la atacaban diciéndole "tabla de surf", o "Ronaldinho", por su tez tostada y su pelo largo negro. Muchas sufrieron por sus características físi- cas y ser modelos les ha mejorado la autoestima. Dice Selene: "Ser modelo siendo mujer te da cierta confianza. Ser modelo es ser modelo de algo, de la sociedad, del mundo. Es lindo. Saber que encajás dentro del canon de belleza te hace sentir bien porque la gente te acepta".

Para la mayoría de las modelos uruguayas es inviable vivir de su imagen, pero es un ingreso que no desprecian: una suerte de primer trabajo que las libera de la necesidad de pedirles plata a sus padres para salir o pagarse los boletos. Además, agradecen la oportunidad porque saben que son miles las adolescentes que, como ellas, quieren ser perchas vivientes.

El horizonte es difuso. La expectativa promedio es trabajar hasta los 25 o 30 años como mucho (siempre que no tengan hijos). En tren de soñar, lo ideal sería hacerse un tiempo, un par de años quizá, para arriesgarse, viajar y dedicarse por completo a la moda profesional en el exterior. Luego volver, formar sus familias y trabajar de lo que estudiaron. Esa sería una manera de triunfar, pero entre las 30 mujeres que desfilan ese miércoles en el subsuelo del estacionamiento, solo algunas lo lograrán.

—Al final, ¿hay que ser linda o no?

Lía y Nicole se quedan pensando. La respuesta surge casi a coro unos segundos después.

—No.

—No, ni a palos —dice Lía. Me he convencido de que no. La clave es la actitud. No hay una belleza estipulada, ni acá ni en el mundo.

La flacura, requisito en el exterior.

La flacura extrema no sirve, dice la productora de moda Rosario San Juan. "Por suerte y gracias a Dios, son más conscientes. Yo he bajado modelos de la pasarela por estar muy flacas. Es más, si tengo una modelo con 88 centímetros de cadera, me preocupo. No tengo ropa para vestirla".

En Uruguay no tiene sentido exigir flacura porque los clientes no la piden. No quieren exponerse a que los asocien con trastornos alimenticios. En 2006, una modelo llamada Luisel Ramos murió al bajar de una pasarela. Se especuló y debatió sobre la anorexia en las modelos, pero resultó que la causa de muerte fue un paro cardíaco.

Nicole y Lía, dos modelos uruguayas, aseguran que la flacura no es un requisito para ser modelo en Uruguay. De hecho, conocen casos de chicas que fueron seleccionadas por sus atributos a pesar del peso, aunque luego se las hizo adelgazar.

En el exterior, en cambio, se pide delgadez. Según Selene Benzano, reciente ganadora del Maybelline Model, ser flaca es condición para triunfar en cualquier punto del planeta menos en esta región. "Más que linda, en este momento tenés que ser flaca. No ves modelos con curvas en una pasarela o en fotos. Acá tenés que ser flaca pero si te pasás, te volvés enferma y horrible. La moda se adapta al ideal de belleza, y la modelo también".

Antonella, colaboradora de San Juan, advierte que cada vez está mejor visto que el cuerpo esté ejercitado.

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En otros países ya no corre el parámetro de "Barbie". Foto: Agustín Martínez

moda, imagen y autoestimaPAULA BARQUET

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