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La copa que se mira y no se toma

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Foto: Leonardo Mainé

Cada vez se vende menos vino

Lacalle Pou puso el tema sobre la mesa: volver al 0,3 de tolerancia porque la industria se cae, dijo. Vinicultores y bodegueros ahora advierten que pierden pisada ante los refrescos, que debieron malvender 20 millones de litros, y que se está matando una tradición.

"Si a nosotros nos toca ser gobierno vamos a impulsar que se vuelva a 0,3 gramos de alcohol por litro de sangre, para que se pueda tomar una copita de vino. A algunos les gustará, a otros no", dijo el senador Luis Lacalle Pou a fines del mes pasado en un acto de la lista 71. El precandidato del Partido Nacional se quejó de que "tomar una copa de vino" se haya convertido en "un pecado", por el que se trata como a "semidelincuentes" a aquellos que beben. Además, advirtió que la medida "conspira" y "complica" a la producción vitivinícola nacional, y denunció un "embate enorme de los vinos importados", que ha puesto a las bodegas uruguayas en aprietos. Pero, ¿es cierto que están en aprietos las bodegas uruguayas? ¿Qué tanto afectó al negocio del vino la ley impulsada por el Poder Ejecutivo, que en su momento contó con el apoyo del gobierno y de la oposición?

Empecemos por el principio, muy por el principio. El bisabuelo de Fernando Imperiale nació en Ricaldone, en la provincia de Alessandria, en la región italiana de Piamonte. En ese entonces ese pueblo, que hoy no llega a tener 700 habitantes, apenas albergaba a una población de unas 350 personas. El gran atractivo de Ricaldone eran los viñedos que lo rodeaban. Ahí fue, entonces, que el ancestro de Imperiale adquirió los conocimientos que luego se fueron trasladando de generación en generación. Hoy su bisnieto es el presidente del Centro de Vinicultores del Uruguay, y considera —así se lo enseñaron— que el vino, más que una bebida alcohólica, es un alimento. "Los estudios demuestran que es así, que tiene muchas propiedades; por ejemplo, es antioxidante. Pienso que, siempre con un consumo responsable, es una bebida que debe ser fomentada", dice.

Él considera que la ley de alcohol cero ha afectado el negocio del vino, y asegura que ha llevado a una caída del consumo. Lo mismo sostiene Javier Carrau, del Centro de Bodegueros del Uruguay, que advierte que "en el mundo civilizado, los niveles adaptados son de hasta 0,5, salvo excepciones como Brasil, adonde el gobierno de Dilma (Rousseff) copió a Uruguay con lo del 0,0". Carrau enumera una serie de ejemplos, como el de Alemania, que hace poco bajó al 0,5, luego de años de mantener el límite en 0,8. El 0,5 también es el tope de tolerancia en España, Italia, Francia y Portugal. "Nosotros con el 0,3 ya estábamos a la vanguardia del mundo. El 0 no existe. Uno se come un bombón con licor y es más que cero. Si usa un enjuague bucal, tampoco tiene cero", sostiene.

Foto: Leonardo Mainé
Foto: Leonardo Mainé

Carrau, en la misma línea que Imperiale, advierte que él no defiende un negocio, sino una tradición. Lo que quiere es "que se conserve la dieta mediterránea", la que él recibió de sus padres catalanes. "Es el mismo caso de los italianos. Nosotros, los descendientes de inmigrantes, estamos acostumbrados a tomar una copa de vino en la cena, e incluso también en el almuerzo. Hoy nos juntamos con unos amigos a comer y terminamos tomando una bebida cola de una empresa multinacional. Las pérdidas más grandes las tenemos en el sector de los restaurantes: la gente sale y ya no toma".

Los datos.

Hasta aquí las sensaciones y los reclamos. ¿Pero qué es lo que dicen los datos? Lo cierto es que la caída en las ventas de vino ha sido estrepitosa en los últimos 17 años. Pero, también es verdad que el alcohol cero no parece ser la única razón para esto.

La venta de vino en litros ha caído un 34% desde 2001, según cifras del Instituto Nacional de Vitivinicultura (Inavi). Ese año se vendieron 98,3 millones de litros en el mercado local. Hubo un golpe grande en 2002, producto de la crisis, y se pasó a 89,7 millones. Cuando asumió por primera vez el Frente Amplio, en 2005 se vendieron 86,8 millones. En 2007 el gobierno impuso que no se podía manejar con más de 0,3 gramos por litro de alcohol en sangre; esto también afectó las ventas, pasando de 85,2 millones de litros a 81,5 en 2008. La caída siguió año tras año, hasta que se pasó de 68,2 millones de litros en 2015 a 65,8 millones en 2016, con el alcohol cero ya en funcionamiento. El año 2017 se cerró con 64,6 millones de litros vendidos. Inavi calcula que este año se cerrará con un número similar, de 64,7 millones (hasta la fecha van 58,2 millones). Estas cifras incluyen los vinos importados que se venden en Uruguay, que están en el entorno de los 3 millones de litros anuales.

Y hay que sumar las exportaciones, que muestran números muy diferentes año tras año. El total en 2011 fueron 2,3 millones los litros vendidos, mientras que en 2018 van 18,3 millones. En el medio ha pasado de todo. Las exportaciones de vinos envasados han mostrado un aumento constante y lógico, de 2,3 millones en 2011 a 4,0 millones en 2018. Pero en el caso del vino a granel las cifras se resisten a cualquier tipo de razonamiento del sentido común; mientras se exportaron solo 61.743 litros en 2011, esta cifra pasó a 17,5 millones en 2012. En 2017 fueron 1,5 millones, pero en 2018 ya van 18,3 millones.

Pero este crecimiento exponencial de un año al otro, no significa que se gane más dinero, sino que se debe vender más barato. De hecho, mientras en 2017 se vendió vino al exterior por US$ 14,6 millones, este año, aunque la cifra se multiplicó por 12 en cantidad de litros, van US$ 18,6 millones, según datos aportados a El País por Uruguay XXI. "Vemos al futuro con un signo de interrogación. Hay un sobrestock de vino que está generando problemas de comercialización. Este año tuvimos que absorber cuatro millones de kilos de uva de productores que no tenían venta. Contratamos una bodega e hicimos vino a granel. Se vendió para Rusia y México, y con eso logramos pagarles a los productores. Hay que buscarle la vuelta porque hay un problema real", dice Imperiale, del Centro de Vinicultores.

"La disminución del consumo la sentimos: ahora tenemos un sobrestock que no podemos comercializar en el mercado interno", advierte en tanto Nicolás Monforte, presidente de la Asociación Nacional de Bodegueros, que representa a 80 bodegas del país, y que también es parte de Inavi. Y sostiene que aunque ya se han vivido años de sobrestock, en este caso es distinto, porque antes se debía a una sobre producción y ahora tiene que ver con que no se puede vender. "Quedaron 20 millones que se van a exportar a una cifra que solo da para empatar, y en algunos casos directamente para perder y así poder liberar el vino que quedó", dice.

"No puedo asegurar que el alcohol cero haya impactado en cuanto a una baja de las ventas; incluso diría que ahora estamos en una meseta, no estamos bajando. Lo que sí puede haber pasado es que haya afectado las posibilidades de crecimiento", sostiene el presidente de Inavi, José Lez. Y pese a que muchos miembros piensan que puede ser una buena cosa salir del alcohol cero, advierte que no hay una intención a nivel institucional. "Hay que respetar la ley. Esto se discutió en el Parlamento. Era ahí que había que discutirse. Todos los partidos fueron los que lo votaron".

Foto: Leonardo Mainé
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El proyecto se aprobó el primero de septiembre de 2015 en el Senado, donde salió por unanimidad, con 29 votos en 29. Lacalle Pou faltó a esa sesión. Javier García, de su mismo sector, no solo lo votó, sino que también pidió que se tuviera la misma política para el consumo de otras drogas, lo que fue rechazado. José Mujica habló durante la sesión y dijo que para las clases altas no iba a ser un problema, porque iban a contratar choferes y eso iba a permitir que se diera más trabajo. Constanza Moreira se mostró en contra de la propuesta, pero de todos modos decidió votarla.

Lucía Fovretto, de la Organización Nacional de Vinicultores, que representa a 30 bodegas, dice que "es una lástima que se haya politizado el tema". "Nosotros anduvimos por todos lados explicando que el 0,3 era correcto, nadie nos escuchó. Anduvimos por todos lados, con diputados y senadores, y todos nos dieron la razón, pero después votaron otra cosa". Las cifras del Inavi, del que todas estas organizaciones son parte, también muestran diferencias en cuanto a los distintos tipos de vinos. El mayor golpe ha sido para los envases de 10 litros, las damajuanas, que pasaron de venderse 38,5 millones de litros en 2011 a 21,7 millones en 2017, lo que implica un 43,6% menos. "La caída se da, en estos años, en los envases abiertos, lo que normalmente se habla de vino suelto. Si analizamos los últimos ocho años, vamos a ver una caída del consumo en los envases de 10 litros, pero hay otros que mejoraron su performance", señala Lez.

Es el caso del tetra pack (la caja), que pasó de 14,3 millones de litros en 2011 a 19,2 millones el año pasado, lo que representa un 25,6% más. Lo mismo pasó con los vinos de calidad preferente (los de botella) que pasaron de 3,7 millones litros en 2011 a 4,5 millones en 2017, un 18,7% más.

Ya no está en la mesa.

La primera clasificación se hace en el viñedo. Allí los expertos dicen cuáles son los racimos que podrán convertirse en vino. Luego estos son trasladados a una mesa de selección, donde se vuelve a mirar y a limpiar uno por uno. Después todo pasa por una máquina que separa el racimo de la uva. De ahí los granos van en una cinta, pasan por unos rodillos de goma que sustituyen lo que antes se hacía pisando la uva, y el líquido va a unos tanques donde se lleva adelante el proceso de fermentación primero y de maceración después. Luego el vino es trasladado a través de unas mangueras a barricas, que se colocan en la bodega. Todo se hace entre fines de enero y principios de marzo, y el trabajo se traduce en 150.000 botellas. Así trabaja Bouza, y así también lo hacen muchas otras que están en Uruguay. Claro que hay procesos más tecnificados, como este, como también otros más caseros. Pero todos conservan lo mismo: la tradición que Imperiale dice que nació en Ricaldone, y que Carrau dice conservar de sus ancestros catalanes.

"En mi casa se tomaba agua con vino, eso de colorear el agua con el vino me lo transmitió mi padre, y a él mi abuelo. Es la pérdida de la cultura de tomar una copa de vino, eso es la tolerancia cero", dice Fernando Pettenuzzo, presidente de la Asociación de Enólogos del Uruguay. "En los restaurantes ya no se toma —sigue—. La copa del mediodía marchó y la de la noche se transformó, si van dos uno no toma, y a veces por solidaridad no toma ninguno".

"Esto es un perjuicio para la industria y también para los restaurantes, que le ganaban un 100% a cada botella que ponían sobre la mesa. Por supuesto que también ponían las copas y en algunos casos un balde de hielo, el servicio especializado del mozo o de un sommelier en los restaurantes de más nivel. Pero esto ya no existe", señala Carrau.

Foto: Leonardo Mainé
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La Asociación de Hoteles y Restaurantes del Uruguay también advierte que hubo una caída en las ventas. Alberto Latarowski, vocal de la organización y dueño del restaurante Francis, de Punta Carretas, sostiene que hay negocios que se han visto más afectados que otros. "El impacto varía dependiendo del enfoque de cada empresa. Por ejemplo a nosotros, que trabajamos mucho con turismo, no nos ha afectado tanto, porque el turista viene caminando o en taxi, son los menos los que vienen en auto. La incidencia puede haber sido de un punto o dos puntos de la venta total. Si antes el vino representaba un 12% o un 13% de lo que se recaudaba, ahora es un 10% o un 11%. En otros emprendimientos sé que la incidencia ha sido mayor".

Desde las organizaciones de vinicultores y bodegueros, pese a las críticas, también reconocen que el alcohol cero no es la única razón por la que muchos perdieron la costumbre de tomar una copa de vino con cada comida. Saben que si se vuelve al 0,3 la situación va a mejorar, pero esto no quiere decir que vaya a cambiar de manera significativa. Fovretto, de la Organización Nacional de Vinicultores, advierte: "Nunca vamos a volver a vender lo que vendíamos hace 20 años. Y esto es un tema cultural. Cambió muchísimo la vida de las personas, es difícil encontrar hoy en día a una persona que no tenga que salir y moverse unos cuantos kilómetros de su casa para ir a trabajar, y más difícil que pueda parar una hora tranquilo para tomarse su copa de vino. Y después hay una serie de productos que a la gente joven le gustan mucho más, que marquetineramente han metido mucha fuerza, como los jugos con alcohol o las cervezas".

Pettenuzzo —que representa a 200 de unos 250 enólogos que hay en el país—, alerta que para su sector la situación es "sensible". La organización advierte que por su trabajo siempre las espirometrías les pueden dar positivas, pese a que escupen el vino que prueban. Por esta situación presentaron un reclamo ante el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS), de quien recibieron una respuesta contundente. "Nos dijeron que no iban a cambiar una ley por 200 personas", dice Pettenuzzo sin ocultar su indignación.

"Yo en una mañana puedo llegar a degustar 20, 25 o 30 vinos. A veces tenés que degustar una bodega entera. He degustado 65 muestras en una mañana. Pero no me afecta, porque no lo trago. Si el profesional está entrenado, las papilas nunca se saturan. Es parte de nuestro trabajo. Lo que pasa es que a veces puede haber una ingesta involuntaria, que pruebes un vino que está buenazo entonces te lo tragues. Y eso representa un 0,1 o 0,2", dice.

El 0,3 equivale a una copa de vino (150 mililitros) en una persona de 70 kilos. Una de 55 kilos ya tendría con esa cantidad 0,4. Y el cuerpo demora unas dos horas en depurar esa cantidad de alcohol.

El enólogo dice que ya son varios sus colegas que han tenido problemas con la policía caminera, incluso les han sacado la libreta. En su caso advierte que lo que hace es resistirse. "Hago uso de los 15 minutos que hay de tolerancia, me tomo un litro de agua, y mientras trato de convencerlos de que no me hagan la alcoholemia", dice. La mayoría de las veces no logra convencerlos. No hay carné de enólogo que valga. Otras veces ha advertido que el espirómetro no funciona bien y exigido que le sacaran sangre antes de multarlo o sacarle la libreta. "Yo, alcohol en sangre, no tengo. Yo el vino lo escupo", les dice.

Otro de los riesgos a los que se enfrenta el sector es, sostiene, a que se queden sin poder usar el seguro. "A mí se me tira una bicicleta encima en un semáforo y es un lío, porque si después me prueban y tengo 0,1, ya no me pagan", señala. La norma para Pettenuzzo, además, está pensada para Montevideo, donde hay transportes públicos, taxis y Uber, no para el interior. Y advierte que se confunde "a quien toma una copa de vino con un borracho" que no puede responder frente al volante.

"Vázquez sostuvo que la medida era revisable"

En el año 2015, cuando salió la ley de cero alcohol, la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev) presentó el informe "Evidencia e implicancias del binomio alcohol conducción en Uruguay". Allí se señalaba que de unos 30.000 controles realizados anualmente en 2012, 2013 y 2014 a conductores que habían participado de siniestros con lesionados en todo el país, en un 6% se había detectado la presencia de alcohol. En el caso de 2014 eran 1.793 las personas que habían participado de accidentes con más de un 0,3 gramos de alcohol por litro de sangre, mientras que 265 también tenían, pero menos de 0,3: un 1,1% del total. En 2015 esta cifra fue del 0,9%. Pero desde 2016, cuando empezó a funcionar el cero alcohol, los informes de Unasev ya no expresan quiénes tienen más o menos que 0,3.

Vázquez presentó proyecto de ley para regular comercialización de alcohol. Foto: Francisco Flores
Foto: Francisco Flores.

El último trabajo del año 2017 señala que unos 1.163 conductores que participaron en siniestros de tránsito tenían alcohol en sangre, lo que corresponde a un 6,8% del total. De estos, el 3,5% tenía menos de 1,2 gramos, mientras el restante 3,3% tenía más. Desde la Asociación Nacional de Bodegueros, Nicolás Monforte asegura que Tabaré Vázquez les dijo que la medida era "revisable", que "se iba a ver cómo funcionaba, si tenía repercusiones; los números de Unasev muestran que no tuvo incidencia. Entonces sería bueno volver al 0.3".

El año pasado los diputados del Partido Nacional, Armando Castaingdebat y Amin Niffouri, presentaron un proyecto de ley para modificar la normativa. Propusieron sanciones graduales teniendo en cuenta los valores de las espirometrías y las reincidencias. Propusieron, así, que los conductores que tengan una concentración de alcohol en sangre menor a 0,3 se los multe, pero no se les quite el permiso para conducir.

Con la propuesta de Luis Lacalle Pou de volver al 0,3 el tema volvió a ponerse en el tapete, pero recibió una lluvia de críticas. Vázquez advirtió: "Si tenemos una (gran) cantidad de accidentes con una política de cero alcohol, pensemos cómo sería si no se hubiera llevado adelante". En tanto, el exmandatario José Mujica, dijo sarcástico: "Cómo le va a quedar el balero de pensar esas cosas. Le va a venir un surmenage". Sus correligionarios Jorge Larrañaga y Verónica Alonso también se opusieron.

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