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El fin de la cárcel que crió a Santiago

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Actualmente hay 70 chicos con sus madres en prisión. Foto: F. Poinzetto
FERNANDO PONZETTO

El Ministerio del Interior tiene resuelto cerrar El Molino, una pequeña cárcel sin rejas para presas con hijos, y anexarla al principal centro de reclusión de mujeres del país. Varias organizaciones se han opuesto a perder lo que consideran una experiencia modelo.

La historia de Adriana y Santiago, su pequeño guerrero de cuatro años, les da la razón.

Santiago es un niño alegre, curioso, bastante obediente y cariñoso con su mamá. Mientras toma impulso en una hamaca en la plaza de su pueblo, exclama "¡al infinito y más allá!", con el brazo extendido y el puño cerrado. Como casi todos los niños de su edad, habla en español neutro y usa palabras como "deslizar" o "columpio", aprendidas de los dibujitos animados. A simple vista es un niño "normal". No se nota que nació en una cárcel ni que estuvo "preso" tres de sus cuatro años de vida.

"Él es diferente. Es muy educado, saluda de buen día, vecino, trata de usted, barre lo que ensucia, tira las cosas en la papelera, no toma del pico de la botella, no pelea ni insulta. Si bien se crió adentro de una cárcel, se crió demasiado bien", dice Adriana, su madre.

Adriana cayó presa en 2010. La culparon de una rapiña que asegura no haber cometido. "Robos a autos, sí", admite en contrapartida. Llevaba años consumiendo pasta base y prácticamente vivía en la calle, por lo que había perdido la custodia de sus tres hijos mayores. Al poco tiempo presa, en la enfermería le dijeron que llevaba tres o cuatro meses embarazada.

Primero estuvo en Cabildo y luego en el Centro Nacional de Rehabilitación (también conocida como unidad número 5, y hoy Centro Metropolitano Femenino). En ambas intentó dejar de consumir, aunque asegura que accedía a "toda clase de drogas".

Cuando nació Santiago, primero pasó 20 días en el Pereira Rossell porque el bebé tenía sífilis y "una pequeña herida en el cerebro", de acuerdo al relato de su madre. De ahí la trasladaron a El Molino, una pequeña cárcel en Paso Molino con cupo para 30 mujeres con hijos. Una vieja ley permite que los niños acompañen la privación de libertad de sus mamás hasta los cuatro años de edad —prorrogables durante cuatro más— siempre que el juez lo autorice. Adriana tenía por delante una pena de seis años, y su hijo la cumpliría con ella.

Durante los primeros ocho meses de Santiago estuvo deprimida. Solo lo alimentaba, se bañaba y lo bañaba a él. Hasta que un día una compañera sacó un paquete de galletitas y él le estiró la mano. "Entonces me pregunté: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué no le puedo dar lo de él?", cuenta Adriana. En El Molino les daban todo lo necesario para comer, pero ella no tenía para comprar aparte ninguna otra cosa.

"Cuando él extendió la mano, me cayó la ficha de lo mal que estaba, de que había arrastrado a un hijo conmigo, de que casi se me muere… un montón de cosas. Me sentí la peor madre del mundo. Hasta una perra agarra a tus hijos y los cobija. Me autodestruí. Me autoculpé mucho para beneficiarme un poco", reflexiona hoy, casi cuatro años después.

Adriana cayó presa en 2010, primero fue a Cabildo, luego al exCNR y finalmente a El Molino. Foto: F. Ponzetto
Adriana cayó presa en 2010, primero fue a Cabildo, luego al exCNR y finalmente a El Molino. Foto: F. Ponzetto

Aquel día fue un quiebre, el comienzo de su rehabilitación. Primero pidió que le hicieran los dientes, luego pidió trabajo. Se ganó el puesto como ayudante de cocina y más tarde la asignaron a economato. Allí se volvió muy cercana a Daniela, la oficial a cargo del área. A ella recurría cada vez que se veía tentada a consumir o bajar los brazos, y la mujer la orientaba.

En El Molino recibió atención psicológica y psiquiátrica, repasó primaria, cursó dos años de secundaria e hizo cursos de costura. Además de trabajar en la cocina y el economato, juntó algo de dinero cuidando a los hijos de las mujeres que salían a trabajar afuera de la cárcel.

"Todo lo que tengo ahora lo hice ahí. Empecé de vuelta", dice.

A su hijo también le dieron la oportunidad de despegar. Como le costaba expresarse, recibió la atención de un psicomotricista y un fonoaudiólogo. Todos los días entre las 9 y las 15 iba al CAIF del barrio, donde convivía con niños "libres". Adriana siguió los consejos de las maestras y así, dice, Santiago aprendió a hablar.

Cuando salieron en libertad —dos años antes de lo estipulado inicialmente, debido al esfuerzo y la buena conducta—, Santiago tenía tres años y todavía usaba pañales. En el barrio recibieron a Adriana con globos y pancartas de bienvenida. Su madre, su padrastro y su hija mayor, Dahiana, festejaron su retorno. Sin embargo, Santiago sufría. Se agarraba del portón, lloraba y gritaba desesperado: "Quiero ir a mi casa, quiero ir a mi casa, quiero ir con mi China". La China era la compañera de cuarto de su madre —en El Molino no hay celdas, y las rejas son contadas. También extrañaba a Eva, una niña con la que había crecido y era como su hermana. "Yo le explicaba que esa era su nueva casa, que no íbamos a ir más a El Molino", dice Adriana. Pero para Santiago, la cárcel era su mundo.

Un misterio.

El rumor empezó a correr en setiembre de 2014: el Ministerio del Interior estaba evaluando trasladar El Molino, un local alquilado por el Mides. La cárcel funciona allí desde julio de 2010. Surgió en el marco de una serie de acciones tendientes a mejorar la política carcelaria y la inclusión social de los reclusos.

Las autoridades del Ministerio del Interior y del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR, administrador de las cárceles), siempre destacaron las bondades de El Molino para alojar madres con niños: los amplios espacios, los servicios médicos y los acompañamientos educativos, entre otras cosas.

Cuando se enteraron de que la experiencia se mudaría, las distintas instituciones y organizaciones sociales que trabajan en El Molino se entusiasmaron ensayando propuestas para mejorarla. "Vimos el traslado como una oportunidad", recuerda Valeria Caggiano, de El Abrojo. Llegaron incluso a volcar esas ideas en un documento que presentaron en agosto de 2015 al ministerio. Aquel día les dijeron que los motivos esenciales eran el estado edilicio del local y ciertos cuadros infecciosos en los niños. Hablaron de trasladar la cárcel a un lugar físico más apropiado, aunque no dijeron cuál.

"Esas eran las grandes líneas argumentales en agosto. En otras instancias han planteado otras y estas ni se la acuerdan", dice Caggiano.

Ese mismo mes, entre las reclusas de El Molino ya circulaba la versión de que el local cerraría y que las llevarían al Centro Metropolitano Femenino. Preocupadas, escribieron una carta a la dirección de la cárcel pidiendo rever la decisión. Más adelante volvieron a plantear su inquietud en una petición dirigida al ministro Eduardo Bonomi. "El Molino tiene características especiales que lo hacen diferente a los demás centros de reclusión, y que hacen del mismo un lugar digno y humano", escribieron. Agregaron que se trata de un "centro ejemplar, cuyo modelo debería ser copiado y no destruido", con una infraestructura que permite a sus hijos "llevar una vida lo más parecida posible a la de los niños que viven fuera de sus muros".

Les contestaron que la decisión no tenía marcha atrás.

La Institución Nacional de Derechos Humanos (Inddhh) se interiorizó en el asunto y pidió explicaciones. Según consta en su sitio web, el 28 de agosto el ministerio informó que en "el marco de la restructuración del INR, tomando como punto fundamental el respeto al interés superior del niño y luego de un exhaustivo análisis de las posibilidades con que se cuenta, se tomó la decisión de realizar una remodelación en el edificio donde se ubica la Unidad N° 5 Femenina". Aseguró que la nueva unidad donde se alojará a las madres privadas de libertad con sus hijos "será totalmente independiente de la Unidad N°5, inclusive se continuará denominando Unidad N°9 y contará con su propia dirección de gestión y tratamiento".

El Centro Metropolitano Femenino o Unidad N°5 es una cárcel que alberga a 380 internas. Según anteriores informes de la Inddhh, su construcción tiene "serios problemas vinculados a la instalación sanitaria y al no funcionamiento de las calderas", así como "dificultades importantes en relación a la gestión de los residuos y los aspectos higiénicos, que comprometen la salud de la población alojada al existir proliferación de plagas".

En su más reciente declaración, del 27 de diciembre, la Inddhh expresa su "seria preocupación" por que se efectivice este traslado, "que significa abandonar una buena práctica reconocida a nivel internacional y nacional en el abordaje de la prisión destinada a las mujeres con hijos/as pequeños, lo cual no se encontraría en consonancia con el principio de no regresión propio del Derecho Internacional de los Derechos Humanos".

El comisionado parlamentario Juan Miguel Petit también intervino. Recorrió ambos centros —El Molino y el Centro Metropolitano Femenino—, habló con los equipos de dirección y se enteró de algunos detalles del proyecto. Por ejemplo, que las madres con hijos serán alojadas en una zona donde hoy funciona el área educativa de la cárcel. Allí planean generar dormitorios para tres o cuatro reclusas. El proyecto incluye, según le dijeron a Petit, clausurar las aperturas que comunican esa zona con el resto de la cárcel, crear un parque de juegos para los niños y ampliar la cantidad de baños.

Aun así, Petit no se conformó. En su primer informe como comisionado, entregado al Ministerio del Interior el 2 de diciembre, advirtió: "Pese a que el plan que se nos presentó (...) apunta a la separación funcional de ambas unidades, la recorrida realizada nos hace concluir que, en los hechos, esto no es posible". A su vez, consideró que el traslado de El Molino "podría alterar los buenos resultados logrados hasta el momento" con las madres y sus hijos.

A su entender, en El Molino existen problemas edilicios y de mantenimiento que "deberían ser atendidos", pero aun así "constituye un ejemplo de buena práctica institucional" que debería ser preservada. En suma, recomienda "suspender" el traslado.

Por el momento, las opiniones de la Inddhh, del comisionado y de varias organizaciones sociales que se unieron al coro de discrepancias, han sido ignoradas. La decisión sigue firme. Y los motivos de fondo siguen siendo un misterio.

"Ellos dicen que no lo quieren cerrar, sino trasladar. Hablan de un traslado físico, de dos unidades pegadas. En la medida que ellos plantean que es solo un traslado, nosotros planteamos que no vemos adecuado el traslado de El Molino a ese lugar. No quiere decir que defendamos el actual local de El Molino. Lo que defendemos es la propuesta: un centro de mujeres con niños permite trabajar en estrategias de rehabilitación con enfoque de derechos, con vecinos participando de la gestión del centro, con organizaciones de la sociedad civil, con primaria, secundaria, y con la condición de escala, distinta a las de las cárceles comunes", plantea Caggiano, de El Abrojo.

Ella, así como sus compañeras de la Mesa de Trabajo sobre Mujeres Privadas de Libertad, no creen que sea "solo un traslado". A principios de diciembre organizaron una jornada de intercambio que, entre otras cosas, se proponía obtener una explicación profunda de parte del Ministerio: ¿por qué, si el Centro Metropolitano Femenino también tiene problemas edilicios, las autoridades se escudan en las carencias de El Molino para justificar el traslado? No consiguieron una respuesta.

Lo único que tienen claro es que el Ministerio del Interior ya no quiere más niños en las cárceles, porque lo han dicho explícitamente. Incluso han discutido —puertas adentro— la posibilidad de que la estadía de los niños con sus madres se extienda solamente durante la lactancia, para lo cual deberían modificar la ley.

Caggiano sospecha que a las autoridades carcelarias les pesa el hecho de hacerse cargo de los hijos de las reclusas sin la ayuda del INAU, cuando el cometido del INR, en realidad, es la rehabilitación de sus madres.

El País intentó conocer los argumentos oficiales, pero en el ministerio contestaron que por el momento no harán declaraciones sobre el tema.

La vuelta.

En el sistema carcelario uruguayo hay unas 10.000 personas privadas de libertad, de las cuales 700 son mujeres y 70 son niños. Hay menores de edad en todas las cárceles femeninas, pero la única específica para alojarlos es El Molino. Allí inicialmente había cupo para 30 reclusas. Hoy —probablemente por el inminente traslado— hay solo 15 y 17 niños.

Olga, otra expresa de El Molino, sabe lo que es tener hijos en las demás cárceles. Ella vivió con Benjamín durante dos meses en el Centro Metropolitano Femenino hasta que la pasaron a El Molino porque el bebé casi se le muere. De noche tenía episodios de apnea —dejaba de respirar— y la enfermería estaba demasiado lejos del sector de madres.

Además, dice Olga y coincide Adriana, el Centro Metropolitano Femenino "no es una cárcel para madres". Allí las reclusas se pelean —se han dado palizas delante de los niños, con cuchillos incluidos— y se amotinan. "Los niños ven a las reclusas con grilletes, puteando, besándose entre ellas", dice Olga.

Esta mujer, que cayó presa por tenencia de estupefacientes (aunque nunca se drogó), también sabe lo que sufren los niños cuando encarcelan a sus madres sin ellos. Lo vivió con Taiwa, el penúltimo de sus hijos, que tenía un año y todavía amamantaba cuando se llevaron a su madre. Lo vivió con Anthony, que en ese entonces tenía 11 años y empezó a rendir mal en la escuela. Hoy, dice Olga, ambos son niños "agresivos" y desafiantes.

Caggiano, que trabaja con exreclusas en distintos programas de El Abrojo, cuenta que muchas renuncian a las visitas de sus hijos para no exponerlos, pero ellos lo sienten como un abandono y luego se lo cobran: "No estuviste conmigo pero sí con Fulano", por ejemplo. A menudo quienes se hacen cargo de los niños les dicen que sus mamás se murieron o los dejaron.

El retorno suele ser muy difícil. A Olga, que viene de una familia de policías, casi todos sus seres queridos le hicieron la cruz. Con su hijo Benjamín no tuvo problemas —el pequeño vivió un año con ella en El Molino—, pero sí con los otros cuatro, que perdieron a su madre durante dos años.

Adriana, dentro de todo, la tuvo más sencilla. Además de que su madre la recibió en su casa durante los primeros meses, su hija mayor la perdonó y le ayudó a recuperar el contacto con sus dos hermanos. Uno de ellos incluso aceptó volver a vivir con ella; el otro sigue con sus abuelos paternos pero se ven los fines de semana.

Hoy ya hace un año que salió. Adriana consiguió trabajo en el programa de barrido otoñal de la Intendencia de Montevideo y ahora, que ya concluyó, buscará en empresas de limpieza. De aquellos tres años privado de libertad, Santiago solo conserva ciertos hábitos alimenticios: no toma helados de crema, solo de agua; no come ravioles ni milanesas, su plato favorito es el guiso; se resiste a probar sandía y durazno, prefiere banana o manzana.

Su madre asegura que no hay secuelas en su conducta; todo lo contrario. Le gusta ir a la escuela y exigirse. Además, dice entre sollozos, a pesar de los problemas que tuvo, está creciendo sano. Todavía toma medicación, pero en un año evaluarán si cerró la herida del cerebro y entonces le darán el alta. "Yo amo a todos mis hijos por igual, pero él tiene algo especial. Le veo futuro. No pido un ricachón, pido un hombre de bien, y eso es lo que veo en él", dice Adriana.

Para ella, su hijo es "un guerrero". Por eso cuando salió se tatuó en el pecho la frase que más le gusta: "Dios les da sus peores batallas a sus mejores guerreros", y debajo un Santiago bien grande.

Él ya no recuerda a su China ni a Eva. Nunca más volvió a visitar la cárcel. Y si su madre le pregunta por El Molino, se queda pensativo.

—La casa donde vivíamos antes, ¿te acordás?— le insiste ella, y recién entonces él parece evocar una imagen.

—Tú y yo— suelta, y ella asiente sonriente.

Palabras de las beneficiarias

“En una palabra, El Molino es un centro de rehabili- tación donde se cumplen los requisitos constitucionales para que las cárceles no sean centros de tortura. Sin pretender alabar el sistema carcelario, entendemos que El Molino es un centro ejemplar, cuyo modelo debería ser copiado en otros establecimientos, y no ser destruido como se pretende hacer en este momento” (parte de una carta de reclusas de El Molino al ministro Bonomi).

“Yo lo digo como madre: si mañana en el piso de arriba hay un motín, y le pegan a un vidrio, y el vidrio cae en la cabeza de tu hijo y te lo matan, ¿quién te paga eso? ¿A quién le vas a echar la culpa? La Unidad N°5 no es cárcel para ninguna madre y nunca lo va a ser” (Adriana, exreclusa, en libertad hace un año).

“Si van a dejar mujeres presas con niños, que no sa-quen El Molino. Porque por lo menos ahí tenés el cielo, el niño puede tener contacto con la lluvia, el niño tiene un patio, comida buena. En el CNR la comida tiene gusanos” (Olga, exreclusa, en libertad desde agosto).

Efectos de separar al hijo de su madre

En la jornada “Mujeres en situación de privación de libertad. La maternidad en contexto de encierro”, que se realizó a principios de diciembre, se debatió el asunto desde distintas perspectivas. Una de las miradas la aportó Annabel Ferreira, docente de la Facultad de Ciencias, que presentó las conclusiones de un estudio realizado con madres privadas de libertad y sus niños. Según recogió el semanario Brecha, Ferreira explicó que los efectos de la separación entre la madre que va presa y sus hijos son “dramáticos” y “se dan en circuitos del cerebro que tienen que ver con el estrés, la emoción, la cognición y la parentalidad”. “Interrumpir el vínculo en etapas tempranas tiene efectos a largo plazo, provocando trastornos psiquiátricos”, como aumento de la ansiedad y la depresión, “trastornos cognitivos”, como fallas en el aprendizaje, alteraciones de la memoria y el lenguaje, y “la capacidad de los niños de cuidar a otros en la etapa adulta”. En otro estudio realizado a nivel regional, la organización Gurises Unidos pone el foco sobre los hijos de personas presas y advierte que “el estigma con el que cargan lleva a que sean expulsados de distintos espacios de circulación ciudadana, lo que refuerza los círculos de reproducción de la exclusión social y afecta su autoestima”.

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