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Aula en casa: ¿Revolución o una brecha que se amplía?

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Foto: Fernando Ponzetto
Escolares - Escuela 60 Grupo Escolar Figueira, ubicada en Soferino 4069, centros de enseñanza publica en Montevideo, ND 20161110, foto Fernando Ponzetto
Fernando Ponzetto/Archivo El Pais

UNA CONSECUENCIA ENTRE MILES

La suspensión de las clases presenciales ya está generando cambios en los procesos de aprendizaje de los alumnos. Expertos en educación temen que este nuevo escenario amplíe más la brecha educativa.

Entre todas las cosas que hoy parecen de otra época y de otro mundo, están: una túnica nueva, la foto en la puerta de la escuela, el periodo de adaptación, el tránsito colapsado a las cinco de la tarde. Después de solo dos semanas de clases presenciales en ese lugar entrañable que es el aula, donde un maestro tiene la oportunidad y el deber de despertar la curiosidad y la motivación en un niño, apareció el primer caso de coronavirus. Y con él, el corte abrupto de la relación presencial entre el docente y el alumno, que recién empezaba a afianzarse.

Los niños uruguayos desaparecieron de la calle, las plazas y las escuelas. Por ser vectores de contagio del Covid-19, pero también porque las políticas públicas no los tienen en consideración, aseguran algunos expertos. Estas semanas de clases a distancia, que quizá se vuelvan meses en el área metropolitana, ¿son tiempo irrecuperable? ¿Estamos transitando un año escolar perdido?

“No”, enfatizan los expertos en educación. Todavía es muy pronto para hablar de año perdido. No en términos de aprendizaje, al menos. Los escolares de instituciones públicas y privadas siguen teniendo clases de forma remota, a través de la plataforma Crea del Plan Ceibal, mediante lecciones por Zoom, otras plataformas virtuales, mail y WhatsApp. En áreas rurales —donde las clases volverán a ser presenciales y con asistencia voluntaria el 22 de abril, según anunció el presidente Luis Lacalle Pou—, las maestras se las han ingeniado para mandar deberes por la radio de las localidades e incluso van portera a portera repartiendo tareas.

Robert Silva, presidente del Consejo Directivo Central (Codicen), no descarta el uso de la televisión abierta, por ejemplo. Nunca hubo tantos canales de comunicación. Sin embargo, el riesgo de la deserción acecha y preocupa: según el último informe del Ineed sobre el estado de la educación en Uruguay, solo cuatro de cada 10 jóvenes consiguen finalizar todo el ciclo educativo obligatorio.

Pablo Cayota, director del colegio Santa Elena y exconsejero directivo del Ineed, cuenta que algunos docentes han incursionado incluso en redes sociales como Tik Tok e Instagram. Para él, el esfuerzo de los maestros de todas las áreas para mantener el vínculo de las instituciones educativas con los alumnos ha sido “descomunal”. No se refiere tanto a tareas y la adquisición de conocimientos, sino al vínculo emocional: el del alumno con la institución educativa, el de la maestra con el alumno, el de la familia con la escuela.

Eso, y no tanto las lecciones de los programas escolares, es lo que se teme que se pierda en algunos sectores de la población. Porque sin lo primero, no hay lo segundo.

Para Héctor Florit, Consejero de Anep, lo que aprendan los niños en este tiempo de distanciamiento “seguramente se va a fundar mucho más en habilidades que en contenidos programáticos demasiado detallados”. Habilidades en el uso de las ceibalitas, de las plataformas tecnológicas e incluso “en el diálogo e interacción con los demás o con la familia, o en poder interpretar una información o una noticia”, agrega.

Esto, a priori, no es negativo, dicen los especialistas. Con esta modalidad aparece “la posibilidad de desarrollar el conocimiento de habilidades y la autonomía”, dice Juan Pedro Mir, exdirector nacional de Educación y director del colegio José Pedro Varela.

Natalia Trenchi, psiquiatra infantil, se arriesga a decir que es difícil que los niños incorporen contenido programático nuevo sin el contacto directo con el maestro, “cuando sabemos que lo que menos importa son los planes de estudio”. Lo que más importa, dice, es “la calidad del maestro en la interacción con el niño para lograr transmitirles conocimiento”.

Pero esto no quiere decir que el vínculo maestro-alumno sea de calidad únicamente cuando comparten el mismo espacio físico. Renato Opertti, sociólogo y director ejecutivo de Eduy21, relativiza lo esencial de la presencialidad de la siguiente manera:

“Puede haber cinco horas del alumno en el centro educativo sin conectar con el docente, o viceversa. El hecho de lo presencial o lo distante no determina la naturaleza del acto educativo. Lo que la determina es la capacidad del docente de conectar con el alumno. Esa conexión es más fluida o más esperable si es presencial. Pero de ambas formas, si el docente no tiene la voluntad, puede haber un aula de 30 alumnos y 20 desconectados”.

Para Opertti, el desafío es doble: cómo encontrar nuevas formas de conectar con el alumno de forma presencial y a distancia. Porque la deserción no empezó con la pandemia.

Escuela rural. Foto: Fernando Ponzetto
El último informe Aristas del Ineed evidencia que los problemas de aprendizaje se acentúan en los contextos más pobres. Foto: Fernando Ponzetto.

Brecha que nunca cierra.

“¿Qué significa escuela pública?”, se pregunta Mir. Y responde: “Que hay un tiempo y un espacio dedicado exclusivamente entre el alumno y el maestro, como decía Varela. Ahí, en ese espacio, se sientan todos. Hoy por hoy, eso se cortó”, sentencia. Para Florit, ese “corte” va a tener un impacto importante, sobre todo en los más pequeños. “Cuanto más chico es el niño, mayor relevancia tiene la presencialidad, que es portadora del vínculo en tanto genera el desarrollo de la afectividad, y genera, así, el deseo de aprender”, dice.

El problema actual con la educación remota, a diferencia de la presencial, es que en la distancia no se sientan todos.

Según los datos que maneja el Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), alrededor de 70% de los estudiantes se han registrado y mantenido algún vínculo con sus maestras en distintas plataformas. O sea que hay un 30% de alumnos que no mantuvieron ningún vínculo con sus maestros. Y en ese porcentaje reside la mayor preocupación de quienes trabajan en educación: que la emergencia sanitaria, entre las infinitas consecuencias que todavía no se pueden ni dimensionar, amplíe la brecha educativa que ya existe y que imita la brecha social.

En pocas palabras, quienes van a padecer más la suspensión de las clases son los estudiantes de contextos críticos, que desde mucho antes de esta emergencia corren con desventaja. La brecha está documentada en el último informe Aristas del Ineed, cuyas pruebas evidencian que los problemas de aprendizaje se acentúan en los contextos más pobres.

La hipótesis de Mir es que en estas condiciones de aislamiento, las diferencias sociales y educativas se van a profundizar más todavía. “Hay decenas de miles de familias a las que se les hace muy difícil sostener la vida escolar, o porque no pueden, o porque están en situaciones económicas precarias. Hay que ponerse en lugar de las familias”, dice.

Para Cayota, Uruguay no puede permitirse que la brecha de inequidad en los aprendizajes se amplíe. Reconoce el esfuerzo “incansable” de maestros, profesores e instituciones para mantener el vínculo, pero pide poner la atención en esa porción de la población a la que no se está llegando “más que con la alimentación”. Insiste en que hay que ponerse a pensar que “esto va a tener consecuencias en la inequidad” si los estudiantes se desvinculan de las instituciones.

Esa población que corre peligro está compuesta por los alumnos que “precisan la escuela para aprender”, dice Florit. Son los que tienen más dificultades para acceder a las máquinas, tener conectividad, y lo más importante: una familia de respaldo. Para Opertti, las clases remotas trajeron consigo que algunas familias estén teniendo “un proceso acelerado de aprendizaje sobre lo que implica la educación de sus hijos”. Esto, según dice, es positivo. Pero es enfático en que el proceso debe ser acompañado de una política social.

El sociólogo va a lo práctico: algunas casas no disponen de recursos tecnológicos, las personas viven hacinadas, no hay un lugar físico para que el niño atraviese con éxito el proceso educativo a distancia. Reconoce que “no se pueden cambiar las condiciones de vida de las personas de hoy para mañana, pero sí pensar en la educación como política social”. Para él, como ya ha dicho a El País, el momento de repensar la educación es este. “La coyuntura nos está dando todos los días elementos de referencia para pensar en eso”, dice.

En el mismo sentido se expresa Mir, que a pesar de la situación, no esconde el optimismo. “¿Viste cuando estás dejando para arreglar el cuarto de tu casa, y llega un momento en que tenés que hacerlo?”, pregunta. Como pedagogo, interpreta esta situación inédita como “una posibilidad para que los colegios y las escuelas aceleren su proceso de transformación”.

revolución

Los expertos en educación ven el 2021 con buenos ojos

Renato Opertti, tiene una visión de la emergencia sanitaria marcada por una profunda reflexión sobre los procesos educativos. Para él, hay dos maneras de ver la crisis. La primera y menos alentadora es una simple respuesta a la coyuntura. “Respondemos ahora porque necesitamos responder y nos quedamos en eso, y el país está haciendo esfuerzos importantes en responder” dice el sociólogo. La segunda visión, de un enfoque más ambicioso y optimista, es no quedarse solamente con la respuesta ante el problema, sino “plantearnos la educación mucho más en formato híbrido, donde aprovechamos esta oportunidad para que en el futuro los estudiantes puedan trabajar de forma integrada lo presencial y a distancia”. En síntesis, Opertti habla de ampliar la mirada y aprovechar el tiempo. Y tiene la impresión de que tanto Robert Silva como Pablo Da Silveira están en sintonía con esa línea que él plantea. Juan Pedro Mir también comparte esa visión de potenciar los cambios en los tiempos de crisis: “Muchas veces decíamos ‘sabemos que hay que hacerlo digital’, pero nos seguía comiendo lo cotidiano y estábamos trabajando en forma presencial. Hoy por hoy estamos innovando en la forma de evaluar, de presentar nuevas tareas”, dice. Para él, el sistema educativo de 2021 tiene condiciones para aprender de 2020. Por su parte, a Pablo Cayota no le tiembla la voz al decir que estamos frente a una “revolución educativa”: “Se ha avanzado en la formación y en el uso, y quizá nos llevó años poder ir de a poco introduciendo recursos. El proceso de apropiación fue lento, pero la velocidad de la utilización hoy es exponencial”.

Acercarse.

El daño va a estar. No será precisamente en la incorporación de conocimientos del programa escolar, porque según dice Mir, “el cerebro humano es muy plástico”. En ese sentido también se expresa Trenchi, que asegura que lo que los niños no aprenden en estas semanas lo pueden recuperar fácilmente.

El daño que sí se augura y se teme es la ampliación de la inequidad en el aprendizaje, un escenario que no le da tregua a Uruguay. El foco, concuerdan los especialistas, tiene que estar en que la brecha se agrande lo menos posible. Por eso, una de las medidas que planteó Silva es fortalecer la presencia de maestros comunitarios para alcanzar a esa población que tiene mayor riesgo de deserción. Para eso, el CEIP dispuso el comienzo de actividades de 518 maestros comunitarios el 1 de abril.

El Programa Maestros Comunitarios, que existe desde hace 15 años, focaliza la atención en los niños y las familias que tienen mayor tendencia a desvincularse del sistema educativo, según explicó a El País Ana Celia Le Pera, su coordinadora.

En cuanto a los métodos de acercamiento, Le Pera afirma que se están planeando y que “todo es muy nuevo”. Además, este grupo de maestros tuvo únicamente dos días para planificar su accionar, y se reintegrarán cuando termine la Semana de Turismo. “Se va a ir trabajando en forma paulatina cuando nos reintegremos. Iremos construyendo entre todos este nuevo escenario”, dice Le Pera. Explica que el programa todavía está en fase de implementación, y que el acercamiento a esas familias desvinculadas deberá hacerse tomando todos los recaudos sanitarios. Y adelanta: “No es que se va a ir directamente al hogar”.

El 6 de abril, en diálogo con Todo Pasa, de Océano FM, Robert Silva habló de otras estrategias como “un plan de reposición, recambio o préstamo” de las computadoras del Plan Ceibal; todo esto en el marco de evitar la deserción, algo que según admitió entonces, le preocupa.

La vuelta que inquieta.

El miércoles 22 de abril es la fecha en la que se prevé la vuelta a clases de 973 escuelas rurales que están fuera del departamento de Canelones. La primera señal de optimismo, de un retorno a la “normalidad” desde aquel 13 de marzo tan lejano, está empañada por contradicciones y el desacuerdo casi unánime de los docentes rurales.

En la conferencia de prensa del miércoles 8, Lacalle Pou subrayó que volverán a clase los niños de escuelas más alejadas, “con menos conectividad” y adonde “todavía no llegó el virus”. Señaló, además, que la asistencia será voluntaria. El ministro de Educación, Pablo da Silveira, dijo a El País que “abrir las escuelas no supone que se obligue a los padres a hacer cosas que vayan en contra de lo que piensen mejor sobre la seguridad de sus hijos”. Y agregó: “Somos un gobierno que, ante todo, cree en la libertad”.

Por su parte, el director del departamento de Educación Rural del CEIP, Límber Santos, ratificó la disconformidad de los maestros rurales con la medida, tanto de los que están agremiados como de los que no. Santos explicó para esta nota que los escenarios “difieren mucho” entre las 973 escuelas comprendidas en la resolución de Presidencia, y que “no es lo mismo una escuela en San José que una en un contexto de ganadería extensiva en el norte del país”, ya que varía mucho la población de cada una, entre otros factores.

El director indica que la vuelta es complicada por razones operativas. Por ejemplo, el traslado hacia la escuela tanto de alumnos como de maestros. “No es cierto, como a veces se puede pensar, que el niño rural va a la escuela a caballo. Hay, pero son muy poquitos. La mayoría va en ómnibus”, afirma Santos. De la misma manera se trasladan los maestros. Santos dice que muchos viven en las capitales departamentales, y a veces tienen que recorrer hasta 200 kilómetros para llegar a la escuela en la que dictan las clases.

En respuesta a esta inquietud en particular, Silva respondió el jueves en Telemundo: “Hay una realidad y es que estamos todos en una situación compleja, y creo que la autoridad sanitaria ha evaluado la posibilidad de que esto comience”. El presidente del Codicen señaló, además, que se compraron 23.000 litros de alcohol en gel en total, y que Primaria destinó $ 2.000 por escuela para la compra de insumos.

La medida del gobierno incluye a 13.500 niños y 1.400 maestros, aunque en la práctica, la voluntariedad de la asistencia va a reducir ese número de personas en circulación. Pero esa no obligatoriedad, a la que Da Silveira llama libertad, es otro de los desafíos “no menores” para las aulas rurales.

“En el caso de que los maestros estén en la escuela y los niños no, los maestros van a tener que estar con las dos dimensiones (presencialidad y virtualidad) al mismo tiempo, lo que implicaría mayor trabajo”, dice Santos. Para Silva, ese es un temor que hay que “tener y atender, poner reglas claras, dar garantías, algunas certezas y las precauciones sanitarias”.

Los más vinculados.

Contrario a lo que podría pensarse, y pese a las dificultades de conexión a internet, Santos asegura que más del 90% del alumnado rural sigue vinculado a la escuela a través del contacto con las maestras. Donde la conexión es demasiado débil como para utilizar las herramientas de Ceibal, las maestras optan por WhatsApp. Por ahí se canaliza el envío de tareas, videos, audios y llamadas en las zonas más remotas.

En los lugares a los que no se ha llegado por ningún medio tecnológico, las maestras dejan la tarea en algún lugar donde la familia la pueda retirar. “Se apela a eso en los casos extremos”, dice Santos. En esos casos también se han emitido programas a través de la radio del poblado, orientados específicamente a esos alumnos, con el objetivo de siempre: que el vínculo no se corte.

Autoridad del CEIP asegura que más del 90% de los alumnos rurales sigue en contacto con los docentes. Foto: Fernando Ponzetto.
Autoridad del CEIP asegura que más del 90% de los alumnos rurales sigue en contacto con los docentes. Foto: Fernando Ponzetto.

Para el director, estas semanas no han sido tiempo perdido. Él también es optimista. Dice que ha habido mucha creatividad, tanto de las familias como de los docentes; todo en pos de no perder el nexo con la escuela, que en contextos rurales tiene una presencia más significativa en la vida de los niños.

Pero vuelve a lo que vuelven todos, los especialistas y los que no lo son, los que hablan de educación pero también los que hablan de todo lo otro, del día a día y de las relaciones humanas dentro de esta nebulosa llamada coronavirus: “Nada sustituye la presencialidad”.

los "vectores" de contagio

Psiquiatras y educadores advierten sobre el impacto del encierro prolongado en los niños.

Cuando no había pandemia, en el hospital Pereira Rossell funcionaba un aula especial, dependiente de ANEP, para un promedio de 25 niños hospitalizados. También era una escuela para aquellos niños que alguna vez estuvieron internados pero que no consiguieron una inserción completa en otra escuela, debido a discapacidades intelectuales, dificultades severas de comportamiento o porque estaban dentro del espectro autista. Esta población, de unos 30 o 40 niños, concurría una o dos veces por semana. Gabriela Garrido, psiquiatra y directora del servicio, cuenta que antes de la emergencia sanitaria las maestras daban clases flexibles a esas dos poblaciones, que iba variando según los ingresos y las altas.

Con la emergencia, las lecciones presenciales se cortaron, al igual que en todas las escuelas del país. También se redujo la cantidad de niños internados en psiquiatría: hoy hay tres o cuatro, comenta Garrido. Con ellos, y con aquellos 30 o 40 niños que no pueden insertarse en las escuelas “de afuera”, las maestras se las ingenian para seguir estando presentes. Utilizan la plataforma Crea, y en los casos de niños con déficit intelectual, lo hacen a través de videollamadas.

Para Garrido, estos niños —con discapacidades intelectuales severas o trastornos mentales graves— son los que más sufren el confinamiento. Por eso, observa cómo manejan este tema otros países, y propone que se tenga en consideración que “en algunos horarios del día bien identificados y sin exceso, en lugares abiertos, se tenga cierta flexibilidad para tener una salida al día, por lo menos”. Señala que, para las personas con trastornos mentales graves, la salida cuidada y regulada es necesaria porque la situación de encierro es “muy difícil”.

En la misma línea se expresa Pablo Cayota, pero incluye a todos los niños, sin distinción: “El daño que se puede producir a largo plazo no está siendo medido en esta planificación de riesgo. Me estoy refiriendo al daño educativo, pero también al daño emocional y en el proceso de crecimiento y de construcción de la personalidad que estos niños están viviendo”, expresa. También ha observado la situación de otros países, y le preocupa “que los perros salgan más que los niños”. Como alguien que “está entrando en el grupo de riesgo”, Cayota reconoce las políticas de prevención y de cuidado en relación a los adultos mayores, pero critica la ausencia de atención a los niños y los jóvenes. Para mitigar el impacto en su desarrollo, propone que se elaboren estrategias donde los niños “no sean solamente los vectores más importantes de esta epidemia”.

Según la pisquiara Natalia Trenchi, el que los niños hoy estén recluidos en sus casas es una carencia importante porque falta la connivencia con el exterior. “No se da el intercambio de negociación necesario cuando uno está compartiendo tiempo y espacio con alguien. Eso hace que los niños pierdan bienestar”, dice la psiquiatra. Pero al mismo tiempo, asegura que si hay motivos epidemiológicos válidos para que estén en sus casas, tienen que quedarse. “Tenemos que tratar de que sea lo menos patógeno posible este periodo. Las razones epidemiológicas hoy son más importantes que saber si los nenes van a estar más o menos felices yendo a la escuela. Me parece romántico plantear eso, pero si salen los niños se descompagina todo”, plantea.

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