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Historias esperando el Gran Premio Ramírez

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Repasá anécdotas de uno de los premios más importantes de este deporte en Uruguay.

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El crack volvió y ganó.

El potrillo tuvo un debut para el recuerdo. El Látigo bajó y dijo: “Tenemos un pingo”. La ilusión recorrió a la barra, eran 15 y cada uno se apropiaba de la elección. Pero en la segunda incursión en pistas el futuro crack sufrió una seria lesión. De la gran ilusión a una tarde de amarguras. El “Doc” lo fue a ver al stud del viejo Hortensio, crack en la cuida, pero aún más en la parrilla.

“El caballo se puede llegar a recuperar, tiene para más de un año”, advirtió. Y de ganar el Jockey Club a esperar “casi una vida” para verlo con la de colores.

La decisión fue unánime: “Al caballo lo esperamos”. Y jueves tras jueves la barra se unía en el stud, Hortensio los esperaba con el fuego pronto, un buen asado y a ver las carreras.

Cuando el crack comenzó a caminar, no había jockey que se animara a subirlo. Hasta que apareció el “Guti”, que tenía poco trabajo, y comenzó a varearlo.

Luego de seis meses de trabajos, pese a la lesión en ambas manos, Hortensio sentenció: “Está pronto para correr”. El único que se anima es el “Guti”, le advirtieron. “Y bueno, que lo corra él”, comentó uno de los más entendidos de la barra.

Se llenó para la carrera y el crack en su vuelta a las pistas con los inmortales colores que solo había corrido dos veces.

En el Picadero, Pedro, de gacho y habano, espetó: “Que el caballo vaya a menos, que hay uno que es una fija”. El resto, sin palabras.

Al “Guti” solo le faltó tirarse al piso. Desde el Folle y con combinada en mano vi como el crack le ganaba a la fija de Pedro.

De crack a desilusión, de asado en asado, esperaron su regreso. El crack era crack, el “Guti” un maestro y Hortensio siguió cocinando como los dioses.

“Aprendé, pibe: los caballos de rentrée luego de una lesión, no pueden ganar. Este fue la excepción”, me tiró Don Pedro, luego de una gran bocanada de humo y bebiendo un buen scotch en la barra del Palco. Mientras rompía en mil pedazos los boletos de la fija, me decía: “Hoy es el mejor día de mi vida”.

La mesa de la "Combi".

En épocas de oro de la Combi Triple era usual armar grupos para intentar dar el batacazo y llevarse un gran pozo. Más allá que había grandes acertadores, el Hombre del Gabán Verde fue un visionario aquel domingo con una jugada poco usual.

La inicial no dio para grandes sustos. En las mesas de ese sector del Palco donde cada 20 de julio el Griego juntaba y festejaba el Día del Amigo, varias bancas pasaron con buena cantidad de boletos para abrirse en la del medio e intentar llegar con un par de boletos a la última. Sin decir ni “mu”, el Hombre colgó su gabán en el perchero y salió hacia la ventanilla. Era riesgoso preguntar qué había hecho, por miedo de ser tildado de “mufa”.

Luego de corrida la del medio, quedaban solo 20 boletos en todo el hipódromo. En nuestra mesa y bajo mi tutela, teníamos dos; en la mesa del Flaco otras dos, mientras que el Hombre del Gabán Verde las había hecho todas iguales y tenía 15 valiosos vales.

En la última no hubo chance de fusión, más allá que éramos casi todos socios dobles.

En los 200 finales nuestros boletos ya viajaban al cesto de basura mientras que el Hombre solo gritaba a “los de afuera, los de afuera”, que no podían con uno que se filtraba por dentro.

En el disco, primero el de adentro. Los de afuera, en bandera verde, definieron el segundo lugar. El Hombre del Gabán Verde tenía al de adentro con cualquiera de los tres de la verde. Con un solo boleto fue pozo y a repartir en la casa del “Cabeza”. Buen licor, unas muzzas y el conteo de la recompensa: había que dividir entre seis, pero éramos cinco.

El Hombre del Gabán Verde acotó: “Yo puse doble”. Y se repartió entre el silencio y la alegría de acertar una Combi.

Nunca más se dio el acierto en la mesa. Eso sí, cada 20 de julio, el Griego siguió festejando el Día del Amigo, con el Cabeza, el Hombre del Gabán Verde, el Doctor y los parroquianos del sector.

El viejo Cecilio sí que sabía.

El viejo Cecilio era un cuidador de la vieja guardia. Conocedor del metier, callado, siempre luciendo su gorra, tanto en verano como en invierno. Y lo que nunca faltaba era el “pucho”, con llama o sin llama, al costado de su boca.

Cecilio siempre tenía algo para comentar, cortita y al pie. Pero, a buen entendedor, pocas palabras. De todo, menos de los pingos que él cuidaba a un par de cuadras del hipódromo.

Doctor Vicencio era un enamorado de sus pingos, sobre todo de Periquita, una vieja penquera que ganaba muy de vez en cuando. Pero él siempre le tenía una fe bárbara y era su elegida.

Rara vez faltaba en el Picadero para las instrucciones de Don Cecilio. Aquel sábado de siete carreras, Periquita corría en la 5ta y tenía su chance.

Los curiosos se apostaban bajo el árbol del Paddock para ver si descifraban alguna instrucción y podían jugar unos boletos en las ventanillas apostadas a pocos metros del lugar.

Luego del trabajo de rigor de ajustar las cinchas y pasarle la esponja por la boca para que Periquita se refrescara después del paseo, Cecilio quedó solo, con sus prismáticos colgados de su mano derecha.

Me acerqué y me quedé charlando con el maestro de la cuida. Ante la falta del Doctor, me animé y le pregunté: “Don Cecilio, ¿cómo anda la del Doctor?”.

Raudo y corto, me espetó: “Esta gana por una hora”.

Al regreso a la mesa del Hombre del Gabán, el Cabeza y la barra me preguntaron por Cecilio y dije inocentemente: “Me dijo que ganaba por una hora”.

Salieron todos hacia las ventanillas, quedé mirando atónito pero, cambié la cabeza y me fui a los bancos verdes a ver la carrera.

Periquita ganó por un campo. La barra agradecida, el Doctor la escucho por radio y Don Cecilio fue solito a buscarla al podio.

No era difícil, el viejo me vio cara de incrédulo y de esa manera “vomité” el dato sin saberlo. Aprendí a callar y a oír más atento a Cecilio, viejo crack y pico.

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