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Viva el querido número diez

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EDWARD PIÑÓN

RUSIA 2018

EDWARD PIÑÓN

EDWARD PIÑÓN

Me fascina el puesto. Siempre he sentido admiración por aquellos que son capaces de ver y anticipar una jugada que el resto de los mortales no pueden ni por asomo visualizar.

Lo digo a corazón abierto. Me fascina verlos sacarse rivales de encima y también la inteligencia que tienen para pensar una jugada antes de recibir la pelota. Son el estandarte del fútbol más puro, más creativo. Hoy, en tiempos que se exige mucho despliegue físico, donde la versatilidad se pone como regla básica para ser protagonista de una selección, sigo pidiendo a gritos por ellos. Viva el talentoso número diez.

Son la tradición de la moña, el caño, la jopeada. Aplaudo cuando encaran a sus marcadores y los burlan con una finta o cuando atacan con su milimétrico pase ese espacio que solamente ellos descifraron para que un compañero quede en posición de verdugo del arquero rival.

Es imposible no dejarse seducir por el artista que ilumina la cancha con sus obras. Siempre han estado allá arriba y, por suerte, en este Mundial de las defensas fuertes, de los mediocampos combativos, de los arqueros convertidos en jugadores más completos, hubo dos genios que fueron capaces de defender la tradición más arraigada del fútbol.

Sé que Luka Modric jugó más atrasado, que quizás tenga más parentesco con el viejo 10 la forma en la que se movió Eden Hazard, pero los dos tienen en su ADN la habilidad excepcional de aquellos maestros de antaño.

Hoy no nacen tantos como antes, y hasta perfectamente podrá establecerse que jugadores como Modric y Hazard están en vías de extinción, pero quizás sea hora de que en las formativas no se destruyan las condiciones que algunos chicos puedan traer desde la cuna. Que los mejores, sí. Que los hagan más completos, obvio. Pero que no los exterminen, porque sin ellos ya nada será lo mismo.

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