A Diego lo conocí en el Mundial de Corea y Japón, en 2002; era introvertido, pero ya mostraba que era un jugador distinto.
A diferencia de lo que vi después en el proceso de Tabárez, en esa época estaba siempre solo. Eso sí, estaba permanentemente con la última tecnología en celulares, bien informado y conocía a jugadores de todo el mundo. Fue siempre un placer compartir con él.
Es el símbolo del jugador profesional, gracias al entrenamiento, a su dieta, eso que tanta importancia adquirió en la preparación de los jugadores.
Fue el primer jugador al que vi comer sushi. Cuando iba al gimnasio, él estaba trabajando; terminaba la práctica y se quedaba pegando tiros libres; en los aviones siempre lo veías con un libro en la mano. Además tiene un nivel de autocrítica increíble: la lectura que hacía de ellos era 10 puntos.
Estaba muy informado sobre los rivales, sabía como jugaban. El mejor recuerdo que tengo con Diego fue cuando estaba en la final del Mundial de Sudáfrica, y lo llame para darle una de las mejores noticias: que la FIFA lo había nombrado Mejor jugador del Mundial.
Opinión