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Nacional y la rifa que construyó un gran equipo

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Foto: archivo El País.

HACIENDO HISTORIA

La Gran Jugada puso de moda los sorteos por televisión de importantes premios y le permitió al club lanzarse a inversiones deportivas y sociales.

Hoy como ayer, los clubes uruguayos viven de la caza y la pesca de los pesos que puedan encontrar. Cualquier idea es bienvenida, sobre todo si aporta algo nuevo. Eso fue lo que ocurrió hace ahora 50 años con La Gran Jugada, una iniciativa de Nacional que tuvo éxito y permitió construir un gran equipo.

En enero de 1968 llegó a la presidencia del club Miguel Restuccia, alto jerarca de UTE de la época, hasta entonces ajeno al ámbito de la dirigencia deportiva. Aportó un estilo combativo, tratando de reconquistar el terreno perdido en lo deportivo y en lo social luego de una década de predominio de Peñarol.

Para desafiar al rival de siempre en el campo de la Copa Libertadores, el que más importaba entonces, era necesario contar con un plantel de estrellas internacionales. Y si bien en la década de 1960 representaba un objetivo más al alcance de la mano de los dos clubes grandes, exigía por supuesto fuertes inversiones.

Así como los clubes de barrio venden rifas para comprar las camisetas de sus jugadores, los tricolores lanzaron su propio juego de azar, aunque con la difusión que ya permitían los medios masivos: La Gran Jugada. La idea fue de un socio del club, Artigas Almandoz, que la trajo de Brasil.

Se lanzó en noviembre de 1968, con una campaña publicitaria de expectativa, que solo decía “La Gran Jugada”. Finalmente se presentó al público. Consistía en una serie de sorteos diarios durante 48 semanas, emitidos por televisión, poniendo en juego 432 premios por un total de 50.640.000 pesos, equivalentes en la época a unos 200.000 dólares, también de la época, claro.

Los premios eran 24 automóviles Fiat 850, 48 televisores Diamond, 24 combinados estereofónicos Electrola, 48 valijas pasadiscos, 48 juegos de melamina y 240 radios de onda corta y larga.

Cada número costaba 6.000 pesos, pero solo había que entregar 500 al vendedor y el resto se abonaba en cuotas mensuales en el Banco Comercial. Para comparar los valores, la misma semana del lanzamiento las entradas generales de las tribunas Amsterdam y Colombes para ver a Nacional contra Sud América por el Campeonato Uruguayo costaban 100 pesos, la Olímpica 150 y la América 200.

Los sorteos se realizaban de lunes a viernes a las ocho de la noche y se emitían en directo por Canal 4. Los sábados se entregaban los premios, siempre ante cámaras. En realidad, todo este procedimiento resultará conocido, porque lo repitieron después infinidad de rifas, patrocinadas por hospitales y otras instituciones, entre ellas Peñarol, que tuvo su Sorteo Capital.

Restuccia indicó a la prensa que la meta era “acrecentar por igual lo patrimonial y lo deportivo”. Por ejemplo, se pagaron 14 millones de pesos por el predio de Los Céspedes, desde entonces sede de los entrenamientos y concentraciones del plantel principal. También se pensó en ofrecer servicios al socio en el Parque Central, con la proyectada ampliación de sus tribunas para albergar en su interior gimnasios y una piscina. Este plan, bajo el nombre de “Coloso Nacional”, incluía la venta de plateas en el remodelado estadio. Sin embargo, esta parte quedó en los papeles.

La Gran Jugada recaudó en su primer año 69 millones de pesos (unos 272.000 dólares). Y buena parte de esa suma se destinó a reforzar el plantel.

En 1968 habían llegado, entre otros, el chileno Ignacio Prieto y el brasileño Manga. Poco después se contrató al catamarqueño Juan Carlos Mamelli, proveniente de Belgrano de Córdoba. En el verano de 1969, la disponibilidad de fondos le permitió al tricolor ganarle la carrera a Peñarol por el regreso al país de Luis Cubilla. El club hacía tiempo que buscaba un puntero derecho e incluso pensó en Garrincha para ese puesto, pero el habilísimo delantero brasileño ya estaba en decadencia.

Con esas fuerzas, Nacional alcanzó la final de la Libertadores 69, pero perdió las dos finales ante Estudiantes de La Plata, sin poder marcar un gol. Para solucionar ese déficit, en julio de 1969 acordó con Palmeiras el pase de Luis Artime por un total de 200.000 dólares.

La imaginación desplegada y el dinero invertido permitieron armar el poderoso equipo soñado, que alcanzó su cumbre en 1971. Pero para esa fecha la fuente de ingresos que había sido La Gran Jugada se había secado.

“Fue una entrada accidental que tuvo el club y nos permitió vivir cómodamente durante 1968 y 1969. Pero los inventos se terminan”, explicó Restuccia en una entrevista con la revista Deportes, en octubre de 1970.

“Después todos copiaron la idea y arruinaron esa entrada excepcional que tenía el club”, agregó. Eso determinó que en la segunda etapa de la rifa apenas 6.000 personas estuvieran abonando las cuotas de 500 pesos, por lo cual la recaudación cayó a 3 millones. “Ya no hay conejos en la galera”, resumió el presidente tricolor.

A partir de 1972 el equipo comenzó a desmantelarse pues resultaba imposible de mantener. Y vinieron tiempos de vacas flacas y planteles de juveniles. Pero ya estaban las copas Uruguaya, Libertadores, Intercontinental e Interamericana y Los Céspedes como resultado de aquella Gran Jugada.

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