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Hoy Julio Matto es portero, pero le sigue sobrando carpeta

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Matto
Perez, Silvia (Ovacion)

HISTORIAS

Dejó de arbitrar hace 20 años, pero la gente lo sigue reconociendo en la calle y le piden que vuelva a enseñarle a los jueces de ahora

Hace dos décadas que dejó de arbitrar, pero la gente lo sigue reconociendo en la calle. Lo saludan, le piden que vuelva para enseñarle a los que arbitran ahora; le dicen que ya no hay jueces como él y algún despistado hasta le pregunta qué partido le toca el fin de semana. Y a Julio Matto, que se tuvo que retirar a los 45 años, cuando estaba en su mejor momento tras arbitrar la final de la Copa Libertadores y de la Supercopa, le reconforta y le emociona. “No me saludan menos de diez personas por día y ¡me retiré hace 20 años!”

Otro que pasa y saluda, le comenta que en una radio estuvieron hablando de él, de Esteban Marino y de Ramón Barreto. Es que por lo general se lo coloca en un podio junto a esos grandes árbitros, lo que significa un gran orgullo para Matto, que hoy trabaja en la empresa Masterson de seguridad y portería. Cumple tareas de portero en el edificio Torres del Puerto en el horario de la noche.

“Por decisión de Joseph Blatter se bajó la edad de 50 años a 45. Éramos siete árbitros internacionales por país en Sudamérica y los 70 mandamos carta a la FIFA explicando que para eso estaban las pruebas físicas y que la cédula de identidad no marcaba la capacidad de cada uno, pero no hubo caso. Cuando uno tiene más experiencia y más credibilidad, se tiene que ir”, lamentó el exárbitro, quien tras salir de la FIFA fue contratado en Brasil, porque allí a nivel nacional no habían puesto límite de edad. Ya antes lo habían llamado para dirigir algún clásico. Arbitró un año más y terminó entregándole los diplomas a sus colegas recién recibidos de la Federación Paulista.

EXPERIENCIA. Matto fue jugador de fútbol: era zaguero o volante central. Comenzó en Uruguay Montevideo, en cuya sede se crió. Pasó por Progreso, jugó en el interior, y volvió a Uruguay Montevideo. Pero las lesiones y el peso de lo económico, porque al igual que muchas veces ahora se cobraba un mes sí y dos no, lo hicieron dejar.

Decidió anotarse en el curso de entrenadores del ISEF, pero las inscripciones estaban cerradas. Esa noche, leyendo el diario, vio que había un llamado a aspirantes para el curso de árbitros. Y decidió hacerlo, pero sólo para conocer bien el reglamento porque le iba a servir para su carrera de entrenador.

“Y el curso que debía durar un año, fue sólo de tres meses por la necesidad de árbitros que había. Nos recibimos con el ‘Chumbo’ Da Rosa, Fernando Cardelino y Daniel Lambach. En tres meses salió una camada buena. Capaz que porque la mayoría había jugado al fútbol”, recordó.

“Pienso que lo mejor que tenía era mi experiencia de vida y de fútbol. A los ocho años andaba arriba de los camiones con la hinchada de Uruguay Montevideo, que era brava y pendenciera. Y siendo un niño atendía la cantina con mi padre. A gente ebria y a los pesados de antes. Todo eso me ayudó muchísimo para arbitrar. Y me hizo subir rapidísimo de categoría. En cinco años ya era internacional. Es lo mismo que lo ha ayudado a Christian Ferreyra, que hoy para mí es el mejor árbitro, y a Darío Ubriaco. Estuve 50 años dentro de una cancha de fútbol, ya fuera como jugador, árbitro o entrenador. Viví dentro de una cancha”.

CREDIBILIDAD. Estuvo 16 años arbitrando y al pensar en lo mejor, se queda con los partidos internacionales. “Esos partidos son los que más te dejan. Pero también había presiones. En un partido de Cruzeiro-Estudiantes expulsé a Toninho Cerezo. En el entretiempo vino el veedor al vestuario y me lo vi venir. Me dijo que estaba sentado con el presidente de Cruzeiro. Era una presión velada. Le dije que le había dado un puñetazo a un contrario. El que lo había visto era Lambach y lo denunció. Le dije al veedor que habíamos ido a arbitrar, no a sacar los partidos. Para mí hubiera sido más fácil echar a uno de cada lado, pero al de Estudiantes, que algo le habrá dicho, el línea no lo escuchó”, contó.

accion
En acción. Julio Matto en las épocas en que se destacaba arbitrando en el plano local e internacional. Foto: archivo El País. 

“También en el medio local he hecho partidos que me dejaron muy conforme, pensando ‘qué bien me salió este partido’. Y que los compañeros me reconocieran el trabajo, o los líneas me dijeran que conmigo se sentían seguros y tranquilos. Y que aprendían de mí. Porque en aquel tiempo no había carrera de asistentes, todos éramos árbitros. Yo tenía una manera especial de manejar los partidos porque había jugado al fútbol. Sabía lo que sentía el jugador, cómo hablarle y en qué momento cortar su rebeldía. Y después que gané en credibilidad y tuve espalda ancha, todo fue más fácil y hasta me pude tomar alguna licencia”.

Y contó una anécdota. “Nunca perdoné la agresión ni el insulto. Porque si lo hacés no solo perdés credibilidad con ese jugador, sino con todos los que están en la cancha. Recuerdo en un partido, Marcelo Otero, que jugaba en Peñarol, se tiraba todo el tiempo. Le dije que me estaba poniendo a la gente en contra. En una jugada sobre la Olímpica cayó otra vez. Le dije: ‘Levantate que no tenés nada’. Golpeó la mano contra el suelo y me dijo: ‘Andá a cagar, Julio’. Le dije que repitiera lo que había dicho si se animaba y me pidió disculpas”.

Pensó que su salida del arbitraje iba a ser traumática, pero no lo fue. Quizás porque enseguida comenzó a trabajar como entrenador, que había sido su primer gran propósito. “A mí el retiro me agarró en el mejor momento. En 1996 hice la segunda final de la Libertadores: River-América de Cali y la segunda de la Supercopa (hoy Sudamericana), entre el Vélez de Bianchi y Cruzeiro. Si me habían dado las dos finales más importantes, por algo era. El arbitraje me dio mucho, me hizo conocer mundo y me permitió cumplir mi gran sueño de jugar en el Centenario, de estar en clásicos, no como futbolista pero sí como árbitro”.

ENCONTRONAZOS. Su carrera de entrenador no resultó lo que esperaba. En gran parte porque aún se sentía árbitro. “Muchas veces dirigiendo, arbitraba desde afuera, y me calentaba con los árbitros. No porque perjudicaran a mi equipo, porque se equivocaban. Siendo entrenador evaluaba la actuación de los árbitros. Tuve muchos encontronazos y me trajo un montón de problemas”.

Cuando se acababa de retirar lo vinieron a buscar para trabajar en el Colegio de Árbitros, pero él quería ser entrenador. Hace unos años Darío Ubriaco, cuando era el presidente de Audaf, lo fue a buscar para que le enseñara a los nuevos jueces las cosas que no están en el reglamento. Tampoco cuajó por esos problemas que había tenido con los árbitros en su corto período como técnico. Hoy sigue convencido que eso es lo que se necesita. “Veo las barbaridades que se cometen cada fin de semana. El mal del arbitraje es porque falta manejo. Eso se logra con la experiencia, pero para acelerarla hay que trabajar mucho en la cancha, y no se hace. Ni se miran videos con los jueces. Una vez se lo dije a Jorge Larrionda y me dijo que tenía razón. Pero que él estaba abocado a lo internacional, que le dejara mi teléfono y quedó en llamarme. Nunca lo hizo”.

Sigue pendiente de fútbol y cree que las malas evaluaciones influyen en el bajo nivel del arbitraje actual. “Ha habido una buena escuela de árbitros porque Filippi es buen docente, pero las Comisiones Técnicas son integradas por jueces que no se destacaron. Y no pueden evaluar ni enseñar. Le erran en la evaluación. Y suben a Primera División a árbitros que los veo 10 minutos y me doy cuenta que no pueden estar ahí. No están preparados. Los suben un año y al otro lo bajan. Así juegan con el trabajo de entrenadores y de jugadores”.

trabajos

Hizo de todo un poco antes de la portería

Cuando se alejó definitivamente del fútbol, realizó diversas tareas. Trabajó en la Scuola Italiana con Ruben Sosa, en la Udelar, en Cymaco, pero hace cinco años que está en la portería. Mucha gente se sorprende al verlo de portero y le pregunta qué hace ahí. Él explica que tiene que vivir de algo. Además, tuvo que operarse de la rodilla por la artrosis y estuvo diez meses con un bastón mientras esperaba la intervención. Eso sorprendía aún más a quienes lo encontraban.

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