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A Gregorio Pérez todavía le queda un sueño

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Foto: Fernando Ponzetto
Fernando Ponzetto

ENTREVISTA

Con casi 40 años como entrenador aún hay algo en el tintero, pese a que tiene muchas vivencias acumuladas.

Lleva cinco meses sin dirigir, dice que desde que regresó de Colombia está feliz disfrutando mucho de la familia y de los amigos pero siente que le falta algo. Han pasado 22 años desde el quinquenio de Peñarol, pero le sigue costando pasar inadvertido en cualquier lugar. Unos le piden una foto, otros le toman la mano y simplemente le agradecen. Y si lo llegan a ver en algún partido el cántico baja enseguida de la tribuna “¡Gregooorio, Gregooorio!”.

Cuando era un niño en su Gregorio Aznárez natal tenía un sueño: el fútbol. Y lo cumplió con creces, aunque más como técnico que como futbolista. “Era un volante simple, raspador, con buen juego aéreo. Pero me dio para cumplir el sueño de ser jugador profesional”, dice instalado en el living de su apartamento de la avenida Ricaldoni.

Y cuenta una anécdota que lo pinta de cuerpo entero. “En 1972 me vine a probar a Wanderers. Yo jugaba en Deportivo Rausa y la selección de Maldonado. Hice dos o tres entrenamientos, pero como no me llamaban, me vine para Montevideo y aparecí en el Parque Viera. Se jugaba un torneo de preparación y esperé que llegara Luis Borghini, que era el técnico. Pero antes llegó Mateo Giri, que era el presidente, y me preguntó que hacía ahí. Le expliqué que habían quedado en llamarme y no lo habían hecho. Que quería que me probaran para definir la situación. Me dijo que era muy difícil porque definían el torneo con Huracán Buceo. En eso llegó el técnico con los jugadores y se sorprendió al verme. Me dijo que era imposible probarme ese día, que quizás la semana siguiente. Pero cuando los jugadores empezaron a cambiarse me dijo que yo también lo hiciera, que iba a ir al banco. Mi emoción y mi alegría eran enormes. En el entretiempo yo estaba en un rincón del vestuario, cruzado de brazos, mirando y escuchando todo. De repente el técnico se dio vuelta ofuscado porque iban perdiendo 1 a 0 y me dijo que iba a entrar. Yo temblaba. Era la oportunidad de cumplir mi sueño”.

Foto: Archivo El País
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EN AVIÓN. Entró, le fue bien y la semana siguiente lo incluyeron en la delegación que iba jugar un partido en Brasil. “Volví al pueblo y le conté a mi madre. Era difícil, yo trabajaba en la azucarera. Pero viajé. Y después fueron al pueblo y consiguieron el pase a préstamo. Fuimos campeones y subimos a la A. Después del torneo salió una gira por México y Centro América y fui. Yo lo único que conocía era la Onda o el ferrocarril. Mis amigos del pueblo me embromaban porque me había subido a un avión”.

Su carrera fue corta, Cerro, Defensor y Católica de Quito, a donde lo llevó Alberto Spencer. “Hacíamos el mediocampo con Ramón Silva, no pasaba nadie”. Al volver jugó en Bella Vista, Ituzaingó de Maldonado y terminó en Progreso.

Sin embargo, se lo recuerda por Defensor, seguramente porque fue parte del equipo que torció la historia y fue campeón uruguayo por primera vez de la mano del profesor José Ricardo de León. Es más, años después fue ayudante del “Profe”. “Aprendí muchísimo más allá de lo que tenía en la memoria de cuando me había dirigido. Fue el gran espaldarazo que tuve. Convivir con él, ir a las reuniones y aprender todo fue muy importante para mí. Y cuando se fue me recomendó para que quedara”.

Empezó como técnico muy joven, tenía 33 años, pero su vida hizo un click. Aunque la suya es una historia de mucho esfuerzo y sacrificio. “Cuando ya era técnico de Primera División (Progreso, Basáñez y Defensor) trabajaba en una estación de servicio de noche, de sereno. Y a veces en las madrugadas iba al Mercado Modelo a ayudar a cargar los cajones a gente conocida de mi departamento que llevaba la fruta y la verdura para allá. Me llevaba el bolsito y algún peso. Eran tiempos difíciles, hacía poco que estaba en la capital con mi señora y dos hijos, y me tenía que rebuscar”. Pudo haber regresado al pueblo, pero su amor propio lo hizo quedarse y lucharla. “Volví a trabajar en la automotora con Eduardo (Abulafia) que me ayudó mucho como otros amigos”.

En ese momento, Ildo Maneiro, con quien había jugado en Progreso y habían hecho juntos el curso de técnico, lo invitó para trabajar en las juveniles de Nacional. Luego Ildo pasó a la Primera y Gregorio fue su ayudante de campo y el técnico de la Tercera. “Fue muy corto el tiempo, porque a los 34 días Ildo renunció. A mí me ofrecieron el cargo, pero sentí que me tenía que ir con él. Tuve dos reuniones con Sienra, que era el presidente y, además, los jugadores me pidieron que me quedara, pero desistí”.

Luego dirigió a Rampla, Central Español y Wanderers, donde salió campeón de dos de los tres torneos del año: el Competencia y la Liguilla. En su carrera estuvo al frente de 20 clubes, y de algunos en varias oportunidades. Gimnasia y Esgrima de La Plata y Olimpia de Paraguay, y sobre todo Peñarol en cinco ocasiones. El Quinquenio fue probablemente su mejor etapa. Los hinchas iban a ver al equipo y aunque arrancaran perdiendo, sabían que iban a ganar.

Foto: Archivo El País
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SU VIRTUD. “Creo que mi mayor mérito es la sinceridad. Y transmitirle a los jugadores mis convicciones. Y siempre mirándolos a los ojos. Para lograr objetivos el grupo debe creer en el entrenador. Soy un gran motivador. Puedo estar al frente de un plantel que tenga limitaciones, pero mi trabajo es convencerlos de que pueden lograr los objetivos. He dirigido equipos con limitaciones, acá y afuera, y he pasado momentos difíciles, pero siempre les transmití que para mí eran los mejores”, explicó quien valora su pasaje por la AUF: estuvo al frente de la selección Sub 19 y fue ayudante de Tabárez en la mayor.

“El Quinquenio fue sin dudas el momento más emocionante, pero la selección fue una gran experiencia de dos años y medio. Giras, torneos, Copa América, Eliminatorias, la clasificación al Mundial. Tabárez estaba en Deportivo Cali cuando lo nombraron y como no había quien empezara los trabajos y yo había estado en los juveniles, me invitó a ser su alterno. Eso fue otro click. Viví cosas que me ayudaron mucho. Y cuando terminó el Mundial me fui a trabajar en Argentina, en Gimnasia. Era un fútbol muy competitivo y en aquellos años los jugadores no se iban. Con esa experiencia llegué a Peñarol”.

Foto: Archivo El País
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JUGADORES. “Lo de Peñarol fue un momento brillante y nos quedó grabado a todos. Hubo planteles muy buenos en el Quinquenio, para ganar la Libertadores, pero siempre quedamos en la puerta. Perdimos en definiciones por penales. Los jugadores siempre son los más importantes. Si hoy puedo estar acá en mi casa tranquilo, es por los jugadores de fútbol. Y soy un agradecido a todos ellos. Y a todos los clubes por los que pasé. Pero el sentimiento por Peñarol lo traigo de la cuna y creció de la mano de mi padre”. Siempre había tenido la ilusión de jugar en Peñarol. Y estuvo 30 días practicando en la época de Dino Sani. Pero no se dio. Lo cumplió como técnico. “Fue una etapa muy linda, que quedó marcada a fuego. Para mí y para los hinchas”.

Tras los tres primeros años del Quinquenio, Gregorio tuvo un pasaje por Independiente y luego se fue al Cagliari de Italia. “No estaba preparado, desconocía el medio. Choqué con muchas cosas. No tuve la cintura necesaria. Fue un momento muy doloroso en mi carrera, porque todos los técnicos querían llegar a Europa. Siempre fui un soñador y la gran mayoría de los sueños se me cumplieron, pero ese no. Por suerte, cuando volví me llamó el contador Damiani para el último año del Quinquenio y eso lo compensó”.

Ha conseguido mucho, pero aún tiene un sueño. “Quiero seguir dirigiendo y lo que me quedó por hacer es ganar la Copa Libertadores. Eso me quedó en el tintero. Estuve cerca con Peñarol, llegamos dos veces a cuartos y perdimos por penales. Y también en Olimpia, donde habíamos armado un gran plantel. Tuve aquel problema de Martín Silva, que era el capitán. El presidente me dijo que si lo ponía me echaba y lo puse. Y me tuve que ir. Después jugaron la final, con un plantel que había armado yo”, se lamentó. “El sueño que me queda es la Copa, pero no sé si se me cumplirá como los otros”, admitió. “Me siento bien, útil. No pienso en la cédula sino en cómo estoy mental y físicamente. Me siento como si tuviera 40 años. Soy ansioso, pero me levanto feliz y agradecido a esta carrera que elegí. Y en la que tuve una cuota de suerte para hoy poder estar tranquilo. No me olvido de todos los que me ayudaron. Soy un agradecido a cada club y a cada plantel. Sé que mi carrera ha sido exitosa y que hay gente que hizo más esfuerzo y quizás tenía más capacidad y no logró lo mismo. Tuve mi dosis de fortuna y fui dando pasos con muchas ganas de superarme. Siempre fui de mirar atrás y no me olvido cuando andaba de alpargatas mojadas”.

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