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El épico triunfo de Suiza sobre Francia visto a través de los ojos de un uruguayo en Ginebra

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Suiza
MARKO DJURICA

EUROCOPA

El pasaje a cuartos de final de la Eurocopa a costas del campeón del mundo despertó la identidad nacional de un país poco acostumbrado a demostraciones de júbilo colectivo.

El caluroso 26 de junio de 1954 Austria derrotó por 7 a 5 a Suiza por los cuartos de final del Mundial que se jugaba en este país. Fue el partido con más goles de la historia de la Copa del Mundo, en un campeonato en el que el promedio fue altísimo: 5,4 por encuentro. Solamente cuatro días después, en el mismo estadio de Pontaise, en Lausana, caería Uruguay por semifinales contra Hungría 4 a 2 en lo que sería la primera derrota celeste en uno de estos torneos.

Pues desde entonces nunca Suiza había pasado a cuartos de final de ninguna competición futbolística. Todo cambió el lunes, cuando le ganó nada menos que a Francia, campeona del mundo, en un partido absolutamente épico que le aseguró el pasaje a cuartos de final de la Eurocopa.

Cuando llego a mi casa en el barrio ginebrino de Charmilles me encuentro con un foto del héroe del momento muy sonriente. Es Yann Sommer, el arquero de la selección, que presta su sonrisa para la publicidad de un automóvil eléctrico. Si miro la Radio Televisión Suiza aparece cada pocos minutos en la publicidad de Coop, una importante cadena de supermercados. Es omnipresente.

Yann Sommer
Yann Sommer y su festejo loco luego de detener el penal a Mbappé. Foto: AFP

Pintún, este arquero que milita en el fútbol alemán y que nació en el cantón francófono de Vaud, puso la mano izquierda que desvió el penal de Kylian Mbappé el lunes. Y desató la locura. Yo no podía creer lo que veía el lunes de noche en Ginebra. Los habitualmente circunspectos suizos se habían lanzado a las calles con la bandera de la cruz blanca sobre fondo rojo (curiosidad: es la única cuadrada del mundo). Era un escándalo. En una ciudad con más del 30% de la población nacida fuera de Suiza, algunos de quienes festejaban eran inmigrantes latinos y africanos.

En Ginebra hay una importantísima comunidad portuguesa. En estos días se veían casi más banderas portuguesas que suizas en los balcones y la derrota lusa ante Bélgica fue una enorme decepción. Suiza había caído frente a Italia y no había demasiado optimismo para el partido frente a Francia.

El país tiene clubes más que centenarios, fue sede de un Mundial y alberga las sedes de la FIFA y la UEFA, pero su seleccionado, apodado cariñosamente “la Nati”, no tiene un historial muy glorioso. Ha participado sí en varios mundiales y en 2010 derrotó nada menos que a España, que luego sería campeona del mundo. Pero no tiene muchas grandes gestas en su haber.

La gran hazaña fue entonces la de este 28 de junio. La generación actual de seleccionados suizos hace tiempo que era vista con buenos ojos por los entendidos. Pero no obtenía logros relevantes. Y no faltaban quienes decían que los futbolistas se preocupaban mucho por sus peinados y por ganar mucho dinero y que su líder, Granit Xhaka, no cantaba el himno antes de los partidos.

La transformación al estilo balcánico

Haris Seferovic
Haris Seferovic, autor de dos goles y de ascendencia bosnia. Foto: AFP

En realidad hace ya años que había comenzado una transformación silenciosa y positiva bajo la conducción técnica del bosnio Vladimir Petkovic.

Aquí hay que hacer un paréntesis y hablar de la influencia balcánica evidente en el fútbol actual suizo. Tras las guerras que devastaron a la ex-Yugoeslavia en la década de los años 90, Suiza recibió a muchos refugiados. En Ginebra hay muchos kosovares, por ejemplo. De su aeropuerto salen vuelos directos a Pristina, la capital de Kosovo.

El petiso, corpulento y goleador Xherdan Shaquiri nació en Kosovo. Xhaka, el líder de la selección, un mediocampista carismático que mete pases con precisión asombrosa, nació en Suiza en 1992, hijo de emigrados albaneses.

Mario Gavranovic, autor del tercer gol contra Francia, nació en la ciudad italoparlante de Lugano, en Suiza, hijo de bosnios. Haris Seferovic, que marcó el primer y el segundo gol, nació en el norte de Suiza, también de padres bosnios. Todos ellos están muy bien acompañados por el veloz y habilidoso Ruben Vargas, hijo de padre dominicano, y por Breel Embolo, nacido en Camerún.

El fútbol despertó la identidad nacional

El principal diario de habla francesa en Suiza, “Le Temps” (de Lausana), publicó ayer un editorial en su tapa en el que destacaba que el fútbol es un deporte “simple”, con capacidad para unir a un país poco dado a las explosiones de júbilo colectivo y con una identidad nacional peculiar, dada por su gran diversidad que se refleja en que tiene cuatro idiomas oficiales.

“Le Temps” destacaba lo evidente: Roger Federer es un ídolo indiscutido muy querido en toda Suiza, pero sus logros son individuales y corresponden a un deporte considerado aquí de elite. No es que no se lo quiera. Está en decenas de publicidades y pese a que proviene de la zona de habla alemana es muy apreciado en Ginebra, ciudad francoparlante, entre otros motivos porque aquí vivió su adolescencia. Pero sus triunfos no tienen la capacidad de desatar la euforia que se vio el lunes.

El mismo diario publicó en tapa un dibujo de una vaca en una montaña alpina con un cencerro con la bandera suiza que en vez de mugir emitía el sonido “cocoroco”, más propio del derrotado gallo francés al que había doblegado. La orgullosa Francia es ahora Suiza. Y “Blick”, diario popular publicado en alemán, decía en tapa que “ahora todo es posible”.

Y todo parece posible. Porque el equipo suizo exhibió contra Francia lo mejor que puede mostrar un equipo: rapidez, fuerza, precisión, confianza, deseos de gloria y disposición a derribar gigantes.

Soy muy hispanófilo. He hinchado muchas veces por “La Roja”. Me gusta todo de España: paisajes, arte, literatura, comida. Pero tengo muchas ganas de que otra roja, la de la combativa Suiza, diversa y llena de inmigrantes, le gane este viernes en San Petersburgo.

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