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La emotiva carta para Diego Riolfo

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Diego Riolfo. Foto: Ariel Colmegna

Diego Riolfo hizo pública en su página de Facebook la carta que un hincha de Wanderers le envió sin identificarse, pero explicando que sufrió la misma lesión y que el futbolista bohemio lo ayudó en la recuperación. “Volvimos”, sentenció en el escrito.

Leé la carta:

"Querido amigo,
Que terrible es cuando abrís ese sobre y dice: “rotura total de ligamento cruzado anterior”. Ni te cuento cuando lees un párrafo más abajo y ves que el menisco corrió con la misma suerte. Al principio es raro, hay más tiempo para otras cosas, amigos, familia, trabajo y estudio. Dormís cada vez menos y después de unas semanas empezas a caminar. Luego a correr un poco. Te mandan a hacer musculación y llegas a un punto que sentís como si nada hubiera pasado. Te sentís bien, pero sin poder jugar, muy extraño. Te dan la fecha para la operación. Te dicen cómo será la evolución y lo que debes hacer para la recuperación. Culmina la explicación con un terrible “se pasa rápido…vas a ver”. Cuando faltan poquitos días para la operación vos seguís haciendo musculación, te insisten que “el músculo tiene memoria”.

“Salió todo impecable, esa rodilla quedó como nueva”, escuchas aún medio mareado por el efecto de la anestesia. Un poco más lúcido te repiten, “salió todo muy bien”, levantas la sábana y te miras la rodilla. Aún te queda la duda si en el quirófano no te pusieron una pelota de tenis en lugar de una rodilla. También ves un ex músculo, simil a un flan casero de las abuelas y unas muletas apoyadas al pie de la cama. En eso te tiran un cambio de frente, la bajas y se la pasas al ocho para que te devuelva la pared. Te la tira larga, llegas, la controlas y le enganchas al zaguero. Hiciste un mal movimiento, te despertaste por ese dolor y ese zaguero era una doctora que entra a toda velocidad para interrumpir el encuentro. Prende la luz, parecido a cuando mi madre me despertaba para ir a la escuela. Cuando entendes un poco todo, miras la hora, martes 04:32 AM, en la sala del hospital.

Ya pasaron cinco días, arranco por la banda hacia el baño, esta vez me la juego, voy sin muletas. Entro al área, me sale el wáter y le hago “la de la playa”, sale desesperado el videt, le tiro un caño y entro a la ducha. Lo logré, de pecho inflado y con aire de campeón regulo el agua para que salga tibia.

Se puede tener un bajón, y yo lo tuve. Así estaba, bastante quedado, iba solo una vez a fisioterapia y no encontraba tiempo ya para ejercitar mi rodilla en casa. Cuando me preguntaban respondía que no tenía apuro para “volver”. Ahí un día viene un amigo y me dice: “viste, a Gambetita le paso lo mismo que a vos”. Yo iba a volver contigo, íbamos a volver juntos, aunque vos no lo sepas. Enseguida llamé al fisio, le pedí una rutina a un amigo preparador físico y empecé. Te llevaba dos meses de ventaja pero como no me dedico a esto no le podía dar todo el tiempo que querría. Hice unos cálculos muy por arriba y sabía que para Noviembre los dos pisaríamos el verde césped para jugar a lo que vos sabes y amas, y a los que yo simplemente amo. Íbamos a volver juntos, como lo hicimos siempre, en las buenas y en las malas, aunque vos no sepas quién soy. Creo que no hay nada más fuerte como cuando una persona orgullosa se marca un objetivo. Sabía que ibas a hacer todo lo que estuviese a tu alcance para volver a ponerte la camiseta de Wanderers, y así lo hice yo también.

Ya faltaba menos, entrenando cada vez más fuerte. Claro que está mal pegarle a alguien, pero que lindo fue cuando me dijeron: “la semana que viene le podes empezar a pegar”. Llega ese día, lejos de pegarle, la acaricias y si bien estas yendo a unos 3 km/h con balón dominado, sentís que vas a toda velocidad. Tus compañeros haciendo un reducido de un lado de la cancha, y vos calladito te vas para el arco opuesto. Entras al área, ves gente en las tribunas, es un griterío. Enganchas y ante la salida del arquero la tocas contra un palo. La pelota entra despacito contra el palo para decretar el 3 a 2 en la hora para tu equipo. Vas a buscar la pelota al fondo de la red y seguís trotando a paso de vieja por la cancha, como si nada hubiese pasado. Termina el entrenamiento y vos con una felicidad interna imposible de describir.

Llegó el día del partido, me despierto y vuelvo a sentir “eso”. Sé que es un pecado, pero lo había perdido. Te pica la panza, queres que llegue la hora del partido. “Eso” que no voy a explicar, porque no podría y porque vos me vas a entender. El partido empezó a las 15:00, me escapé del trabajo y derecho al Parque Viera. Se detuvo un segundo el reloj para que el entrenador te grite a lo lejos: “Diego, vení”. Demostraste que estas intacto. Alguien quiso que volvamos el mismo día. El mío era a las 21:30, un campeonatito de barrio. Llegué medio tarde, tuve que dar unas vueltas. Capaz que alguno pensó “mira…llega tarde, no le importa mucho…se ve”. No se imaginan que almorcé una pasta liviana con un churrasquito de pollo; no se imaginan que me iba hidratando reunión tras reunión en mi jornada laboral. Me fui largando de a poco, se notó mi falta de entrenamiento pero la rodilla respondió bien.

Es de noche tarde, estoy acostado escribiendo esto y con hielo. Me duele todo el cuerpo, se me acalambra el dedo chico del pie. No me importa, no me puedo sacar de mi mente esa pelota viajando por el aire, con efecto hacia atrás, que luego de ver al lateral subir lo pongo “en carrera”. La baja de pecho y se siente un “muy buena”, acompañado de un clásico “muchooo”, con tres “o”. Debería estudiar la RAE de validar esa expresión por estos lados del mundo. Imagino que vos debes estar en algo parecido, muy cansado, con las piernas agotadas pero sabiendo que recuperamos “eso” que tiene este deporte.

Te das cuenta que cada centímetro de tu cicatriz la llevas con orgullo, como dicen los viejos, son tatuajes de vida. Esa cicatriz es el resumen de todo lo que uno hizo para volver a jugar pero que nadie lo notó.
Suena el silbato sagrado, terminó el partido. Nos dio mucho más que tres puntos ese sonido. Nos dio confianza, nos habló, nos dijo a cada uno: “estas de vuelta”. Serás nuevamente la pesadilla de cada marcador del fútbol uruguayo, seré la pesadilla para el marcador o tanteador de mi equipo, poco me importa.

Mañana cuando me levante por la mañana voy a sentir que me atropelló un tanque de guerra y estoy “muerto”, pero enseguida voy a recordar ese enganche o ese centro “banana” y voy a saber que estoy más vivo que nunca.

Vos no me conoces, pero a través de esta carta quiero que sepas que fuiste fundamental en mi vuelta, y que tu vuelta es fundamental para cualquier amante del buen fútbol.

Sin dudas le faltó un verso a aquel poema tan bueno: “Que saben ellos lo que es el fútbol, si nunca sintieron lo que es La Vuelta, luego de tanto esfuerzo y sin poder jugar por tanto tiempo”.

Se me vino a la mente otra frase, no recuerdo de quien es, pero creo que es el cierre perfecto para estas líneas.

“Muchos dicen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida, no se cuánto saben de la vida pero de fútbol no saben nada”.
Un abrazo Diego, Volvimos."

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Diego Riolfo. Foto: Ariel Colmegna

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