Algún día iba a pasar. Y pasó. La delincuencia en las tribunas iba a terminar corriendo a los buenos hinchas.
JOSÉ MASTANDREA
Los violentos terminaron por ganar una nueva batalla, la de solaparse entre la gente de bien y meterse en las hinchadas para hacer de las suyas. Y ojo: no sólo sucede en los clubes grandes, está pasando también en aquellos que hasta hace muy poco reunián a unos cientos de simpatizantes con bombos y camisetas y sólo se dedicaban a alentar, a cantar. Hoy la realidad golpea, y es un alerta para todos: los verdaderos hinchas le dieron la espalda al fútbol, y a los clásicos. La pasión, lentamente, se va apagando en un pueblo que vivió pendiente de los resultados de cada fin de semana. Los goles, y los triunfos, ahora se festajn en el living, mirando la TV.
DESDE EL ARCO