DESDE EL ARCO
JOSÉ MASTANDREA
Algunos sostienen que los clásicos de verano son amistosos y hay que tomarlos como vienen. Que el resultado es lo de menos, que es un partido de preparación y no sé cuántas cosas más. Pero la realidad es otra. Guste o no. Los clásicos de verano marcan la cancha. Han terminado con entrenadores y a otros los han dejado en la cuerda floja. Y lo mismo acontece con los futbolistas. El hincha y los dirigentes miden sus rendimientos por más amistoso que sea. Y el ejemplo más claro es lo que sucedió con Nacional después de perder con Peñarol 2-0 en el primer clásico de la temporada.
No sólo se reflotaron pases, sino que se logró la renovación con Gonzalo Bergessio. Se firmó con Mathias Cardaccio y se apeló a la experiencia y a los sentimientos de “Palito” Pereira, y sumó al arentino Joaquín Arzura, además de Felipe Carballo y Felipe Carvalho. Movió el tablero rápidamente para tratar de complacer los pedidos de Eduardo Domínguez y poder llegar más armado para jugar la Supercopa el 3 de febrero.
Una victoria de Nacional hubiese sido engañosa y por ahí disimulaba carencias, pero la superioridad de Peñarol marcó la cancha y sacudió al tricolor.
Más allá de ser un equipo en formación, con entrenador nuevo y plantel renovado, la directiva salió a buscar refuerzos. No se apartó del libreto y no perdió de vista el objetivo trazado por José Decurnex: bajar el presupuesto y lograr incorporaciones acordes con la realidad del fútbol uruguayo. Los que dicen que los clásicos de verano son amistosos, viven en otro mundo.