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El capitán de la salvación

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Raúl  Ferro conoció la angustia de jugar por no descender. Durmió muy poco durante las últimas semanas: nunca había sentido tanta presión pero no dejó de creer

Raúl Ferro volvió a dormir. Y no lo puede creer. “Tito” nunca había pasado por la angustia del descenso. Y sufrió mucho. Si durmió dos noches en la semana previa al partido con Torque fue mucho. El volante, que estuvo ocho partidos sin jugar por decisión de Carrasco, nunca bajó los brazos ni dejó de actuar como el capitán del equipo; ni de preocuparse por los problemas de sus compañeros, que pasaron necesidades pero nunca se apartaron de la lucha por la permanencia.

“Fue cruel, nunca había pasado por algo así, no de esta manera. Gracias a Dios me ha tocado jugar finales, ganarlas y perderlas, pero la presión es mucho mayor en el descenso. Es mucho peor que pelear por un campeonato. La presión que sentí en estas últimas semanas fue impresionante. Me despertaba a cada rato. No podía dormir. Ahora estoy durmiendo de corrido y no puedo creerlo”, contó Ferro en su casa del Barrio Blanco de su Sauce natal, a donde regresó hace dos años.

Como buen Atleta de Cristo que es, le está agradecido a Dios. “Tuvimos una manito de arriba. Recuerdo que después de perder feo con River en la séptima fecha, íbamos en el auto con Darío (Denis) y él me dijo que estábamos en el horno, que estábamos muy complicados. Yo le dije que se quedara tranquilo, que yo creo en Dios y que nos iba a dar una mano y nos íbamos a salvar. Y el sábado, cuando terminó el partido con Torque y nos abrazamos, le recordé lo que le había dicho. Sufrimos mucho, pero también disfrutamos más después”, explicó el volante, que recién ahora pudo comprender lo que significa la popular frase de “el Fénix no baja”.

“Cuando llegué al club no entendía eso de la gente, pero cuando te empezás a encariñar con el club te vas dando cuenta. Para saber lo que es Fénix hay que vivirlo. Es impresionante el apoyo de la gente. La hinchada es una familia. Yo no quería que Fénix se fuera a la B, más allá de que estaba decidido a quedarme pasara lo que pasara. Quiero mucho al club y mi idea no era irme. Cuando estás tantos años en un club te vas haciendo hincha”.

LÍDER. Lleva cinco años en Capurro y tras la partida de Ignacio Pallas no sólo pasó a ser el capitán, se convirtió en el líder y en una especie de símbolo del equipo. El cariño que le tiene la hinchada influyó para que volviera a jugar cuando tras la llegada de Juan Ramón Carrasco a la dirección técnica, perdió la titularidad.

“La gente tira y cuando Juan me dejó afuera los hinchas decían ‘Tito tiene que jugar, Tito tiene que jugar’. Más allá de que Juan fue sincero conmigo y me dio las razones por las que no jugaba. Lo bueno que tiene es que es frontal. Me explicó por qué no me ponía, en el momento me enojé, pero después entendí. Y todo ese tiempo sin jugar traté de seguir sumando, porque el capitán tiene que serlo en la cancha y afuera. Peleando con los dirigentes para que nos pagaran y ayudando a los compañeros en las necesidades. Eso es un capitán. En ese momento me comprometí aun más con la causa. Hice lo que me pidió Juan y me empezó a poner otra vez. Cuando estuve afuera sufrí como un hincha. Fue una angustia bárbara y entendí cómo sufren los hinchas. Mis lágrimas del sábado fueron por todos ellos. Y por lo que fueron siempre conmigo”.

La de Fénix fue su segunda experiencia llevando el brazalete, lo que ya había hecho en México. “Pero en tu país es distinto. La gente es diferente, más pasional y se siente más el ser capitán. Más en un club como este, en el que vienen los compañeros y te cuentan de sus problemas. Y es muy bravo saber que están pasado mal, es la mayor presión que sentís porque los querés ayudar y sabés que los dirigentes están en la vuelta, pero no pasa nada”, relató.

“Antes del partido con Atenas tuvimos una charla con los dirigentes, pero yo pedí que fuéramos todos los jugadores. Porque si no, era como un teléfono descompuesto. A mí me decían una cosa, yo se lo trasladaba a los compañeros y después transcurrían los días y no pasaba nada. En esa reunión le dije a los dirigentes que estábamos pasando mal y jugándonos el descenso”.

Es más, Ferro lamenta que su compañero Mathías Acuña, el autor de uno de los goles del último partido, no le dijera que había tenido que vender envases en el supermercado para poder comer, como contó luego al programa “Locos por el Fútbol”. “No sabía de ese caso extremo. Mathías no me lo dijo por vergüenza, porque ya estaba cansado de pedir. Durante todo este tiempo nos hemos ayudado entre nosotros”.

El capitán no sólo se preocupaba por sus compañeros, también lo llamaban los técnicos y futbolistas de las divisiones juveniles, a quienes les debían cuatro meses y había dejado de entrenar. “Todos me decían que tenía que hacer algo. Era una presión tras otra para mí. Pero no podíamos parar por qué nos estábamos jugando la vida en el descenso. Por suerte, en la semana tuve el llamado de Jorge Chijane, quien me dijo que era consciente que dejábamos todo en la cancha y que iba a hacer el esfuerzo de pagar dos meses en inferiores y uno a nosotros. Y lo hizo”.

LINDO. Ayer “Tito” disfrutó de los suyos en Sauce, donde sus hijos pueden contar con abuelos, tíos y y primos. Su familia es algo de lo que está agradecido. “Tengo una hermosa familia, algo que en el fútbol es complicado porque muchas veces el jugador se cree que es lindo porque juega al fútbol. Yo siempre fiel a mi señora, que me acompañó en las buenas y en las malas. Estamos juntos desde los 14 años. La amo por lo que es, pero también es hermosa y no tengo ojos que no sean para ella. Lo digo de corazón”, afirmó sobre Raquel. La familia se completa con Daniela de 19 años, Luana de 10 y Donato, de cuatro meses y medio.

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Familia. Con sus tres hijos y su esposa Raquel en la casa que se construyó en Barrio Blanco.
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El milagro: del monte a la final del Uruguayo

Ferro comenzó a creer en Cristo cuando llegó a la Tercera de Danubio. El que lo convirtió fue el argentino César González, hoy su pastor en la iglesia. “Siempre digo que mi vida fue un milagro. La gente cree que el cristiano es débil y es mentira. Es fuerte y tiene una convicción que capaz no tiene el que no cree. Yo a los 20 años trabajaba en un monte cortando árboles. Y un año y medio después jugué la final del Uruguayo con Danubio frente a Peñarol con 60.000 personas en las tribunas. Dios me puso en Danubio. Era imposible que yo, un jugador ya formado, llegara a ese club que saca tantos jugadores. La biblia dice: ‘Esfuérzate y sé valiente y Dios te va a ayudar’. Yo hice mi parte; me esforcé, me entregué, marqué, corrí y se me abrieron las puertas. Al año y medio de estar repartiendo leña con mi señora, entonces mi novia que me ayudaba los domingos para estar un rato conmigo, fui Campeón Uruguayo. En un año me cambió la vida”, relató sobre su fe.
“Yo quería saber cómo era jugar en Primera División y Dios me dio mucho más. Pude conocer parte del mundo. Hay que luchar siempre por los sueños, como lo hicimos nosotros ahora en Fénix. Muchas veces pienso en los jugadores que abandonaron porque dejaron de luchar. Yo no tengo la varita mágica ni nada que se le parezca, pero luché y luché”, finalizó el volante de 35 años.

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