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La campaña celeste de 1949 que quedó enterrada

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Foto: Archivo El País

HACIENDO HISTORIA

Hace 70 años, en pleno conflicto de futbolistas, Uruguay insistió en concurrir al Sudamericano con un equipo de juveniles y rompehuelgas, con los resultados imaginables

Si es verdad que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York, como afirman los teóricos del efecto mariposa, el triunfo uruguayo en Maracaná 1950 nació mucho antes, cuando Obdulio Varela dejó de vender diarios y comenzó a jugar en el Fortaleza. O con la peripecia personal de cada uno de sus compañeros. Pero si hubo un hecho que unió al plantel celeste y comenzó a llevarlo a la victoria, fue la huelga de futbolistas uruguayos entre octubre de 1948 y mayo de 1949. Durante ese período, los jugadores olvidaron sus colores del fin de semana y lucharon juntos por sus reivindicaciones.

Un episodio lateral de esa huelga fue la participación de Uruguay en el Sudamericano de 1949, de la cual se cumplen ahora 70 años: una historia pocas veces contada, acaso porque no hubo triunfo ni honor. La Celeste fue defendida por un equipo de juveniles y rompehuelgas, cuyas actuaciones dejaron poco de relevante. Y cuando regresaron al país, la huelga se había solucionado, por lo cual no se habló más de ellos.

El conflicto dejó al público sin partidos oficiales durante buena parte de 1948. Y al iniciarse 1949 todo seguía igual, salvo por la invitación de Brasil a su Sudamericano, a jugarse entre abril y mayo como antesala de la Copa del Mundo de 1950. Argentina, que también tuvo su huelga de futbolistas y además transitaba por un período de malos relacionamientos internacionales en tiempos de Perón, anunció que no concurriría.

Parecía que Uruguay tampoco lo haría, según se manejaba en el ambiente del fútbol. Sin embargo, el 21 de marzo de 1949, la Junta Dirigente de la AUF resolvió participar en Brasil con el equipo que pudiera formarse. Votaron a favor los miembros neutrales y ocho equipos; solo Nacional y Central se opusieron.

La prensa criticó la medida, sobre todo porque exponía a ese seleccionado improvisado a derrotas humillantes. “Debe impedirse terminantemente la consumación de ese atentado”, tituló Bernardo Garrós en su columna de El País. El periodista reclamó la intervención del Ministerio de Instrucción Pública para revocar la decisión de los dirigentes. “¿Pero es que se ha perdido por completo el sentido de la realidad”, se preguntó.

¿Qué llevó a la AUF a esa temeraria medida? Siete décadas después es posible interpretar que se buscaba un hecho que forzara el fin de la huelga. Es necesario recordar que los dirigentes rechazaban incluso reconocer la existencia de la Mutual, no ya a negociar. Pero la Mutual se negó rotundamente a concurrir a Brasil si no se solucionaba antes el conflicto.

El 23 de marzo, Nacional pidió reconsiderar la resolución, pero no tuvo votos. Ese mismo día, la Junta Dirigente recibió a los integrantes de un seleccionado de tercera división que había disputado, tiempo antes, un torneo en Chile. Y como se trataba de jóvenes amateurs, no estaban incluidos en la huelga. El presidente de la AUF, el político colorado César Batlle Pacheco, realizó ante ellos una arenga casi patriótica, les pidió “jugar por la camiseta” y aseguró: “No hay nada que temer, ya que la pujanza de la juventud puede suplir la falta de los ases”.

Al otro día, el presidente de la Mutual, Enrique Castro, envió a los diarios una “carta abierta a un jugador de tercera división”, en la cual trató de persuadirlos para no viajar. Por las dudas, los dirigentes hablaron con algunos jugadores de primera división. Y convencieron a algunos a través del discurso de “defender a la Celeste”: Roberto García, Julio Villarreal, Ramón Castro, y quien sería el más conocido de todos, Matías González. Los cuatro fueron expulsados por la Mutual de su registro de socios.

En la previa al Mundial, esa actitud del zaguero llevó a que sus compañeros lo rechazaran, hasta que Obdulio decidió dejar de lado los resquemores e integrarlo al grupo, convencido de que el equipo necesitaba sus aptitudes futbolísticas.

Tampoco fue fácil conseguir entrenador. Luego que Juan López y Marcelino Pérez rechazaran la propuesta, el cargo fue para Oscar Marcenaro, masajista, preparador físico y ocasional técnico. Y el equipo comenzó a entrenar el 27 de marzo, apenas una semana antes del comienzo del Sudamericano (aunque Brasil atendió la demora uruguaya y postergó su debut hasta el 13 de abril).

La prensa, que había criticado la decisión de concurrir, cubrió sin embargo el certamen con enviados especiales o corresponsales y amplio espacio en sus páginas.

En resumen, Uruguay quedó sexto entre ocho participantes, luego de vencer a Ecuador y Paraguay, empatar con Colombia y caer ante Bolivia, Chile y Brasil, en este caso por 5 a 1. Un hecho inusual e irregular se registró en este encuentro: jugando Brasil, en Brasil, el árbitro fue brasileño... Los dueños de casa fueron campeones, pero con susto: en la última fecha perdieron con Paraguay y tuvieron que ir a un desempate. En esa instancia vencieron 7-0 a los guaraníes y entonces sí celebraron el título.

La mariposa que aleteó en Río durante el Sudamericano de 1949 todavía estaba allí en julio de 1950. El seleccionado brasileño probó, en sus dos partidos ante los paraguayos, que era capaz de golear pero también de caer derrotado. Y así ocurrió en su Mundial.

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