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Hace 95 años comenzaba la gran aventura celeste: Colombes

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La previa del oro olímpico.  El plantel uruguayo posa en una azotea de la Ciudad Vieja dos días antes de su partida hacia París. Junto a ellos  aparece, con saco a rayas, el árbitro Atilio Minoli.

HACIENDO HISTORIA

El vapor Desirade partió del puerto de Montevideo el 16 de marzo de 1924, llevando la esperanza de los uruguayos rumbo a los Juegos Olímpicos de París

La previa del oro olímpico.  El plantel uruguayo posa en una azotea de la Ciudad Vieja dos días antes de su partida hacia París. Junto a ellos  aparece, con saco a rayas, el árbitro Atilio Minoli.
El plantel uruguayo posa en una azotea de la Ciudad Vieja dos días antes de su partida a París. Junto a ellos aparece, con saco a rayas, el árbitro Atilio Minoli.

Fue un mediodía de fines del verano, hace 95 años. Un grupo de futbolistas uruguayos abordó un transatlántico, ellos que en su mayoría nunca habían ido más lejos de Buenos Aires. Cruzaron el océano, llegaron a Europa y cambiaron el fútbol mundial para siempre.

El 16 de marzo de 1924, a bordo del Desirade, un vapor francés de 18.000 toneladas, la delegación celeste partió a la gran aventura de los Juegos Olímpicos de París.

Después de escalas en Río de Janeiro y Dakar, los uruguayos llegaron a Vigo el 7 de abril. Comenzaron allí la gira de la “ráfaga olímpica”, poética definición de un cronista gallego. Luego, en París, derrotaron a todos sus rivales, asombraron al público del estadio de Colombes y conquistaron el título olímpico, abriendo -sin saberlo- el camino hacia la Copa del Mundo de fútbol.

Antes de todo eso, el viaje fue una ambiciosa idea de los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Football, que para asentar su posición ante el surgimiento de la Federación Uruguaya de Football decidieron afiliarse a la FIFA y anotarse en los Juegos Olímpicos de 1924. Resultó clave el envío a Europa, a fines de 1923, de Casto Martínez Laguarda -diputado nacional y dirigente maragato, cuyo nombre identifica hoy al estadio municipal de San José- para que concertara partidos y así financiar la participación en los Juegos. Para eso contó con el apoyo del diplomático uruguayo Enrique Buero.

Cada etapa del operativo representa una historia en si misma, desde las gestiones de Martínez Laguarda hasta el conflicto en el seno del Comité Olímpico Uruguayo acerca de la participación del fútbol en las competencias de París.

Hace casi un siglo, lo más avanzado en comunicaciones era el telégrafo. Y de ese aparatito dependía la suerte de todo el proyecto. Por fin Martínez Laguarda anunció a través del repiqueteo del telégrafo, con los puntos y las rayas volviéndose palabras, que la gira estaba asegurada. Pero además urgió la presencia del equipo en Vigo, primera escala, a fines de marzo. Eso obligó a una movilización rápida de los dirigentes.

El mayor problema era pagar el cruce del Atlántico. Se optó por pasajes de tercera clase en el Desirade. Pero los fondos no alcanzaban, por lo cual el presidente de Nacional, Numa Pesquera, adelantó una parte, y el resto lo financió Atilio Narancio, presidente de la AUF y también hombre tricolor, hipotecando un inmueble propio.

El plantel fue seleccionado por los dirigentes, como se estilaba entonces, el 8 de marzo. Era verano y no había actividad, pero la base era el equipo que había conquistado el Campeonato Sudamericano en Montevideo a fines de 1923.

Los citados fueron Andrés Mazali (Nacional), Pedro Casella (Belgrano), José Nasazzi (Bella Vista), Humberto Tomassina (Liverpool), Pedro Arispe (Rampla Juniors), Fermín Uriarte (Lito), José Leandro Andrade (Bella Vista), José Vidal (Belgrano), Pedro Zingone (Liverpool), Alfredo Zibechi (Nacional), Alfredo Ghierra (Universal), Pascual Somma (Nacional), José Naya (Liverpool), Héctor Scarone (Nacional), Pedro Etchegoyen (Liverpool), Pedro Petrone (Charley), Pedro Cea (Lito), Santos Urdinarán (Nacional), Ángel Romano (Nacional) y Zoilo Saldombide (Wanderers). Uriarte y Somma regresaron a Montevideo antes de los Juegos. No había director técnico. Y como no podía viajar el preparador físico propuesto, Leonardo de Lucca, se resolvió que los ejercicios fueran dirigidos por el golero Mazali. También se nombró a Ernesto Matucho Fígoli como masajista, al árbitro Atilio Minoli y al delegado de Liverpool, Asdrúbal Casas, como presidente de la delegación.

Los futbolistas dedicaron los últimos días en el país más a los pedidos de licencia en sus empleos y a los agasajos de sus amigos que a los entrenamientos. La última práctica, el 6 de marzo, dejó en la prensa una pobre impresión, algo que se repetiría antes del Mundial del 30 o Maracaná...

Otro debate periodístico fue si el Desirade ofrecía comodidades suficientes para una delegación deportiva. El País concluyó que sí: “La ventilación no es muy favorable, pero hay espacio para ejercicios en las bandas de babor y estribor”, comentó.

El viernes 14, los jugadores recibieron algunas camisetas y buzos para entrenamientos. Una empresa donó cinco cajones de agua mineral. Y la AUF mandó hacer una placa para entregar en España en homenaje a Bruno Mauricio de Zabala, fundador de Montevideo dos siglos antes (fue una iniciativa que tuvo amplia repercusión en los diarios).

Por fin llegó el domingo 16 de marzo. Los jugadores estuvieron desde temprano en el muelle Maciel del puerto, junto a sus familiares, amigos e hinchas de sus respectivos clubes. Hubo discursos de Narancio y Casas. Todo en un clima de emoción. Incluso el futbolista Villazú se desmayó mientras se despedía del Vasco Cea, su compañero del Lito.

Cuando el Desirade levó anclas y comenzó a moverse, un vaporcito con hinchas de Rampla lo acompañó por un rato. Las chimeneas del transatlántico de a poco se perdieron en el horizonte. A partir de ese momento, para los hinchas, el triunfo o la derrota, cada gol incluso, pasaron a depender del telégrafo.

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