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El fuego de Messi sigue ardiendo en soledad

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Lionel Messi escapando de la marca de Álvaro González. Foto: Fernando Ponzetto

El nuevo equipo no logró conformar en Argentina, porque los intentos de Jorge Sampaoli por rodearlo al astro para que tenga infinitas variantes no dio resultado; el 10 "sigue siendo la única esperanza".

El mundo es un mar de fueguitos, escribió el uruguayo Eduardo Galeano en uno de sus textos más conocidos. No hay dos fuegos iguales. Y no hay fuego como el de Lionel Messi, que sigue solo en la misión de encender a la Argentina. Los otros lo rodean, intentan prenderse con él, pero no saben o no pueden hacerlo. Antes lo intentó Gonzalo Higuaín. Ahora estuvieron Mauro Icardi y Paulo Dybala. Ninguno, por ahora, pudo transformar los ataques argentinos en fogatas, ni encontrar los goles que le dieran calor a una selección necesitada de abrigo. Es que la clasificación al Mundial sigue abierta y el camino que queda en las eliminatorias es hostil. No permite errores. La selección camina desnuda y busca el ropaje que mejor combine con él. Con Messi. Que sigue siendo la única esperanza.

En el invierno de Montevideo, en un rectángulo rodeado por las gigantes tribunas del estadio Centenario, Jorge Sampaoli apostó por un equipo ofensivo, que le pudiera dar infinitas variantes a Messi. Nada de eso ocurrió. Solitario, las intenciones de Leo fueron pura impotencia. Uruguay potenció las virtudes y escondió las debilidades. Argentina quedó a mitad de camino. Y hubo un largo trecho entre el mejor jugador del mundo y sus acompañantes, que no supieron seguirlo.

En el primer tiempo no alumbraron ni quemaron. Fueron fuegos serenos, que ni se enteraron del viento. Icardi quedó encerrado entre Diego Godín y José Giménez, que lo aislaron del resto del equipo. No tuvo ni una chance de gol. Más inquieto estuvo Messi, que buscó encender a sus compañeros desde atrás, demasiado lejos de donde habitualmente quema a los rivales. Impaciente, participó más como enlace que como mediapunta y se volvió previsible. Si hasta Luis Suárez, que no tiene entre sus especialidades la marca, le leyó un pase a los diez minutos, robó la pelota y estuvo cerca de abrir el marcador.

Dybala se mostró incómodo con cada posesión argentina. Si iba para un lado, la pelota iba para el otro. Si buscaba el vacío, nadie se la tiraba. Si se retrasaba, no tenía espacio. Un fueguito perdido en medio del mar celeste y el juego inteligente que propuso Oscar Tabárez, un experto en darle fuerza a las virtudes y esconder las debilidades.

Igualmente, aunque haya sido una mala primera etapa, hubo dos chispazos que casi prenden la ilusión. El primero ocurrió a los 29, con una combinación entre Dybala y Messi que terminó con un remate del cordobés que rozó en un rival y se fue al córner. El segundo destello llegó con los mismos intérpretes. Ocurre que, aunque no hayan iluminado, son fuegos acostumbrados a quemar y si se tocan se avivan. Fue a los 42 y hubo cambio de roles: esta vez Leo empezó la jugada, Dybala sirvió de pivote, le devolvió la pared después de hacer una pausa imperceptible y Leo definió solo frente a Muslera, que se lució con su respuesta.

Si bien esas fueron las chances más claras, la sensación que dejó esa etapa fue que Ángel Di María sigue siendo quien mejor entiende a Messi. Desde la banda izquierda, Fideo fue el más punzante de los jugadores y estuvo cerca de lastimar varias veces gracias a las combinaciones que logró construir con su amigo. Los años jugando juntos, los torneos compartidos, los Mundiales en las espaldas, pesan a la hora de entenderse. Y más cuando se juega en un terreno hostil, como lo fue el Centenario, que hace sentir visitante hasta al más valiente.

El vestuario enfrió a Di María, que en el complemento tuvo el mismo protagonismo, pero terminó mal la mayoría de las jugadas. Icardi, en cambio, se despabiló y en una combinación que tuvo con Messi, a los 3 minutos, hizo todo bien menos el final. Se miraron. Se entendieron. Picó a las espaldas de los centrales, pero tuvo un remate débil que no inquietó a ninguno de los 60 mil hinchas que llenaron el estadio.

Fue la única vez que hubo conexión entre el goleador de Inter y el de Barcelona. Lo que aquél hizo después no fue tan distinto a lo que acostumbraba a hacer Higuaín en sus últimas actuaciones. Queda claro que no es fácil ser el 9 de esta selección.

Desorientado, Dybala continuó con su camino errante hasta los 25. Una jugada antes, un mal control de pelota y una falta innecesaria colmó la paciencia de Sampaoli, que salió disparado a buscar a Javier Pastore. Pero el jugador de París Saint Germain tampoco se pudo complementar con Leo, que en su versión de enganche dejó poco lugar para que el Flaco explotara sus condiciones exquisitas. Si la indicación era que la jugada debía nacer en sus pies y terminar en los de Messi, no la pudieron llevar a la práctica en los minutos que jugaron juntos y el final los encontró solos.

No hay dos fuegos iguales, decía Galeano. "Hay gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende". Ya es hora de que Messi deje de arder solo. Contra Venezuela habrá otra oportunidad. De sus compañeros dependerá rodearlo para que, por fin, la selección encienda hasta quemar el cielo si es preciso. El Mundial espera.

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Lionel Messi escapando de la marca de Álvaro González. Foto: Fernando Ponzetto

eliminatoriasLA NACIÓN/GDA

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