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De Venezuela al refugio en Brasil

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Venezolanos residiendo en Brasil.

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Luis Suárez, Carlos Escalona y Carmen Rangel huyeron del país en crisis para vivir en Brasil y ahora podrán disfrutar de la Copa América.

Luis Suárez (24 años) llegó hace tres años a Río de Janeiro, donde trabaja como guía turístico. Fue expatriado cuando descubrió la pasión por la renovada selección vinotinto, comandada por Rafael Dudamel. Es gracias a ella que Suárez pretende enfrentar ocho horas de ómnibus hasta Belo Horizonte, para ver a sus compatriotas contra Bolivia, el 22 de junio.

“De 2011 para acá, cuando el equipo terminó la Copa América en cuarto lugar, todos empezaron a interesarse más por la selección. Ahora el equipo está bien, ha mejorado un poco más y tenemos esperanza”, dice Suárez.

Exestudiante de ingeniería de telecomunicaciones en la ciudad industrial de Valencia, ubicada a 200 km de Barquisimeto (ciudad natal), Suárez abandonó Venezuela después que su casa fue asaltada dos veces en la misma semana. Los criminales se llevaron todos los electrodomésticos, aparatos electrónicos, ropa, calzado y alimentos. Es uno de los millones de venezolanos golpeados por la crisis humanitaria.

Sin seguridad, ni acceso a productos básicos como comida, luz, agua, gas y remedios, millares de venezolanos abandonan su país y cruzan la frontera con Brasil esparciéndose desde Pacaraima, puerta de entrada del estado brasileño de Roraima, hasta ciudades de Río Grande do Sul, el estado más meridional del país. Se estima que un promedio diario de casi 500 venezolanos atraviesan el puesto de tránsito de Pacaraima, sin contar los que cruzan los dos países por rutas clandestinas.

Lo que no quiere decir que las malas noticias cesen. Después de un año en Brasil, Suárez tomó conocimiento de otros tres asaltos a la casa de la familia. En una de ellas, su madre fue atada y su nariz rota de un puñetazo, mientras que el hermano mayor era golpeado y amenazado por cuatro hombres. Él teme por sus padres, pero no se arrepiente de haber dejado el país natal. “Huí con miedo de no poder salir después del país. Me siento de allí, pero el país que dejé ya no existe más”, se lamenta. “Si vuelvo, me alegraré de ver a mi familia, pero estaré triste por ver a mi país cayendo en ruinas”.

La selección dirigida por el exarquero Rafael Dudamel puede dar alguna esperanza. La Vinotinto llega acreditado por una victoria sobre Argentina (1-0), en un amistoso en Madrid. La Sub 20 también mostró calidad al llegar a la final del Mundial 2017, vencido por Inglaterra. La expectativa de los hinchas expatriados es dejar atrás los tiempos de participante y asociar el nombre de su país a algunas alegrías.

Si Suárez tiene chance de ir a los partidos, no se puede decir lo mismo del periodista Carlos Daniel Escalona (35), quien vive en San Pablo con su mujer. Como Venezuela no jugará en la ciudad, se resignará a ver a la selección de Dudamel en casa o en bares. Su pareja maneja un buffet de comida venezolana y no tuvo tiempo ni dinero un viaje a otro estado.

“Me gusta mucho el fútbol. Empecé a apoyar a la selección en 2005, en la época de Richard Páez, quien le dio una nueva cara al equipo. "Quería ir a un partido aquí, pero no pude", dice Escalona, que huyó de Venezuela tras sufrir un ‘secuestro-express’. En el incidente, Escalona fue violentamente golpeado y su familia fue amenazada de muerte. Según él, el ataque fue una represalia por haber denunciado un esquema de corrupción en el que su exjefe, el vicepresidente de Venezuela, Tareck El Aissami, estaba involucrado.

Escalona fue primero a Ecuador, antes de encontrar refugio en Brasil hace tres años. Vivió en Fortaleza, pero estableció residencia en Sao Paulo. Como no consiguió empleo como periodista, trabajó como auxiliar de cocina en un hotel. De ahí vino la idea de abrir con su mujer, la profesora de geografía Marifer del Carmen Rangel, un buffet de comida típica de su país. En la nueva morada, se sorprendió con la pasión de los brasileños por el deporte.

“Me quedé impresionado porque aquí todo se paraliza, cierra, en la calle no hay nadie”, dice él, resignado. Probablemente, tendrá que trabajar durante algunos de los juegos, pero cuando oiga los acordes del himno nacional, esbozará una sonrisa.

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