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Trafalgar, el Rey y el Pacto

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Hay naciones que suelen quedarse cortas en el reconocimiento de su historia y de los hombres que la hicieron.

Hay naciones que suelen quedarse cortas en el reconocimiento de su historia y de los hombres que la hicieron.

Esto no es una virtud. Cada pueblo tiene la historia que supo o pudo darse, y en las buenas como en las malas siempre hay algo que rescatar, aprender, actitudes que valorar, ejemplos a emular, o no.

Siempre me ha caído mal la historia contada por ingleses y franceses sobre el combate de Trafalgar, y el análisis que han realizado tantos historiadores españoles, con la excepción de Manuel Marliani en “Combate de Trafalgar, vindicación de la Armada Española”, publicado en Madrid en 1850.

De ahí rescato el ejemplo de patriotismo, tenacidad, disciplina, fuerza de voluntad, y valor a toda prueba de los marinos Federico Gravina y Cosme de Churruca, quienes al frente de la escuadra española dieron la vida por su deber, a pesar de tener que obedecer las chambonadas marinas y militares de los franceses al mando del egoísta y corto de miras vicealmirante Villeneuve.

La historia española los recuerda, pero no lo suficiente. La estatua de Churruca en Mutriku, y el descanso de los restos de ambos en un lugar de privilegio son justo homenaje, pero mejor sería recordar que aquel día perdiendo una batalla, con su ejemplo ganaron la gloria para siempre. Eso podría inspirarnos a luchar sin medir costes por ideales más elevados, y mirar un poco más allá de las narices y de lo inmediato.

Recién se cumplieron 40 años de las primeras elecciones democráticas en España luego de la muerte de Franco. Es curiosa, atendiendo esta conmemoración desde los confines de Occidente, la pérdida de memoria de algunos jugadores del sistema político y de los medios españoles en la actualidad.

Aviso a los navegantes que excluyo adrede las tonterías de Pablo Iglesias acusando a Felipe VI de “equidistante entre demócratas y defensores de la dictadura” para no perder tiempo y espacio por razones obvias, pero no dejo de asombrarme por la ausencia de referencias justas y bien merecidas a Juan Carlos I en todo lo vinculado a este aniversario.

Desde Uruguay, y por nuestra tradición republicana a veces se nos hace difícil comprender el protocolo inherente a una monarquía, que indica, por ejemplo, que el Jefe de Estado es uno solo, y que por ende es lógico que el Rey Emérito no partici- pe de los actos realizados en las Cortes si está el Rey. Y punto pelota, que no es más que eso.

Ahora bien, es claro que una cosa es que se cumpla con esto, y otra que los políticos centren su atención y los medios enfoquen su cobertura (cholulismo puro) en la ausencia de Juan Carlos I en las conmemoraciones, y no en su trascendente y fundamental papel en la construcción de la España democrática y moderna que conocemos.

Aquí, para evaluar la historia no importa si a uno le va o no la monarquía; en la valoración del papel de Juan Carlos I en la transición de España a la democracia solo pesan dos aspectos: 1- la firme convicción democrática de Su Majestad frente a las presiones de los sobrevivientes del franquismo y de los otros; 2- el compromiso de construir un proyecto polí-tico de país que incluyera e integrara a todos, sin distinciones geográficas, de lengua, de color político, o de creencias, básicamente amalgamando a aquellas dos Españas en una sola. Esta es la España que hoy brilla (aún con algún defecto), como una democracia de vanguardia, con un vigoroso Estado de Derecho, ejemplo de respeto de los derechos humanos, modelo de bienestar. La nación más antigua de Europa, una que nadie va a destruir. ¡Entérate de una vez Puigdemont!

Es por esto que no importa si el Rey Emérito fue convocado o no a un acto, importa sí que se recuerde y valore su gesta democrática en la debida dimensión, y cuenta también que los españoles tengan presente a Adolfo Suárez, aquel hombre que nunca dio la espalda y siempre tendió la mano. En las más difíciles. Hasta a nosotros mismos aquí en el sur.

Es de bien nacido ser agradecido. Sería bueno recordarlos, y mucho.

Estos dos “olvidos” históricos que relaté, nos vienen al pelo a los orientales para mirarnos al espejo y ver como valoramos aquí hechos trascendentes de nuestra historia. Aún de la reciente, ya que es la que más nos pega.

Pongo un ejemplo no exento de picardía: ¿cree acaso el lector que nuestra sociedad no se ha quedado corta al juzgar en su verdadero contexto la historia del Pacto del Club Naval?

Mezquindad es avaricia, ruindad, o falta de nobleza.

¡Y vaya si esos fueron los pilares de dicho pacto!

Así como algunos españoles han olvidado a Gravina, Churruca, Juan Carlos I, y Adolfo Suárez, las nuevas generaciones de orientales ni siquiera conocen cómo se gestó el infame acuerdo. Ni siquiera saben qué papel desempeñaron los principales partidos de nuestro sistema en dichas negociaciones.

Nos vendieron la moto de que fue la mejor solución, o la única. ¿Será cierto?

Como decía Wilson: Fuerzas Armadas y “dialoguistas” (una de las definiciones más brillantes e irónicamente polite que ha dado nuestra política) han buscado una salida sin vencidos ni vencedores, pero el camino que escogieron transitar significaba elegir un vencido en el Partido Nacional.

Es una verdad tan contundente como que Dios es Cristo, que los blancos fuimos los únicos rebeldes, los únicos que no estuvimos de rodillas, los auténticos “Defensores de las Leyes” frente al atropello totalitario y la connivencia de algunos en la búsqueda de intereses personales y partidarios.

Es por esto que a la historia siempre hay que leerla con atención, y entre líneas. El relato oficial o el que se repite no siempre es el veraz.

Como en Trafalgar o como Wilson en la explanada, el heroísmo y las buenas intenciones superan y trascienden a la contienda. Pero hay que contar esas verdades para que no se olviden.

El principal factor de desarrollo de un país es el derecho. Si domina la legislación y no el derecho, el país va mal. Como nosotros. Así lo dice la historia. Por eso los blancos defendemos el derecho. Esa es la batalla que libramos hoy, como ayer.

Por esto importa conocer nuestro pasado para saber bien a dónde vamos.

Sin olvidarlo y con mucha fe, el futuro es nuestro.

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Tomás Teijeiro

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