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1776

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Sin lugar a dudas 1776 fue un gran año para la humanidad. El 10 de enero se publicó en Filadelfia “El sentido común”, obra en la que Thomas Paine exponía con gran claridad la necesidad de que las colonias británicas en América avanzaran hacia su independencia y la conformación de una república.

Sin lugar a dudas 1776 fue un gran año para la humanidad. El 10 de enero se publicó en Filadelfia “El sentido común”, obra en la que Thomas Paine exponía con gran claridad la necesidad de que las colonias británicas en América avanzaran hacia su independencia y la conformación de una república.

El 9 de marzo Adam Smith publicó en Londres su famoso libro “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”, base de la economía moderna y donde expone con claridad la íntima relación entre el interés individual y el bien común. Finalmente, el 4 de julio de 1776, el Segundo Congreso Continental aprobó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, donde por primera vez en la historia se consagraron los derechos humanos de vida y libertad. Esta declaración sentó las bases democrático - republicanas que serían ratificadas en la posterior Constitución de dicho país y sus respectivas enmiendas, y que con total justicia puede ser considerada uno de los documentos fundamentales que sustituyeron al antiguo régimen, e inspiró e inspira a las mejores constituciones liberales del mundo.

Pienso como Charles Beard, que es verdaderamente increíble y digno de envidia el hecho de que tantas mentes brillantes (como las del conjunto de los Padres Fundadores, Washington, Franklin, Madison, Hamilton, Jay, Jefferson, Adams, Paine, etc.) coincidieran en un mismo momento y en un mismo lugar. Solo así se comprende la arquitectura tan perfecta del mejor sistema de gobierno que ha visto la raza humana y cuyo fundamento se traduce en una sola palabra: institucionalidad.

Es por esto que no me preocupa Trump.

Y aclaro que si fuera americano no lo hubiera votado (tampoco a Clinton), por respeto a la memoria de Lincoln y de Reagan.

Pero estoy harto de los agoreros de la catástrofe, que ven calamidades atrás de cada hecho político puntual, y que no se detienen ni un instante a analizar el contexto histórico para poder comprender el incidente de moda antes de explayarse dando cátedra virtual de todo lo que pasa en 140 caracteres.

Aburrieron comentando las causas e inminentes apocalípticas consecuencias del Brexit, vaticinando catástrofes (que nunca llegaron) sobre el Reino Unido, sin pensar que quizá fue, en el error o en el acierto, el natural instinto de conservación de los ingleses lo que determinó este soberano resultado.

Parece que en este mundo globalizado es políticamente incorrecto no pertenecer a algún acuerdo de integración (¿o dominación?), y zafarse de los mismos una herejía. ¿Será por eso que nos bancamos el permanente bullying de nuestros hermanos mayores en el tan fraterno e ideológico Mercosur ampliado?

Trump no es un problema, ni para su país, ni para el resto. Para ver esto solo hay que pensarlo en el contexto histórico de los Estados Unidos. Hace 240 años los Padres Fundadores diseñaron una ingeniería de gobierno cuyo funcionamiento es tan regular y tan exacto, que un grano de arena (si es que al final lo es) no afectará al engranaje.

Con Trump serán 45 los presidentes que han pasado por la primer potencia, ¿a cuantos recordamos?

Reitero que no soy fan ni lo defiendo, pero no me asusta su histrionismo.

No me espanta porque no me resulta ajeno, y uno teme lo desconocido, no se le tiene miedo a lo habitual.

¿O acaso puede el histrionismo político resultarnos tan extraño a los orientales?

La verdad no veo tanta diferencia entre los exabruptos de Trump o su llamativo pelo rubio, con tildar de tuerto y vieja a dos mandatarios extranjeros, o con investir a un ministro en bermudas y chancletas.

Me preocupa la decadencia propia, no me preocupa la ajena.

Estoy cansado de oír todos los días el verso de lo democrática que es la Venezuela de Maduro, la Cuba de los Castro, y de cómo han machacado a la pobre víctima de Dilma.

¡No me importan todos estos!

¡Me importa el Uruguay!

Me importa vivir en un país seguro, me importa la educación de los orientales (la de verdad, no la del 6%), me importa que unos marxistas trasnochados no se lleven por delante las relaciones laborales del país toqueteando la economía en pos de un salario real obtenido en base a artificialidades sin sustento que pagamos todos.

Me inquieta saber que nuestro Estado de Derecho no es el que era, me preocupa pensar que el histrionismo de Trump que a tantos espanta por estas tierras, floreció aquí ya hace años en una bizarra y aplaudida versión tercermundista que vindica lo político sobre lo jurídico. Que festeja la conversación con un gorrión y defiende sus abusos, o que se moviliza por el centro de Montevideo en un acto de solidaridad del principal socio del gobierno con una ex mandataria extranjera que mina los intereses nacionales.

¿Qué nos pasa que perdimos el rumbo?

¿Cuándo perdimos el sentido común del que hablaba Paine?

¿Cuándo nos convertimos en unos perezosos que esperamos sentados la ayuda social para eludir el sacrificio individual que requiere la prosperidad?

¿Cuándo resolvimos darle vuelta la cara a los principios republicanos?

La verdad, me da envidia que nuestro país no esté blindado de estos riesgos como lo están los Estados Unidos, donde la fortaleza de sus instituciones relativizan la puesta en escena del Trump candidato, y aseguran y/o contienen la gestión del Trump presidente.

La razón fue el elemento común y amalgamador del pensamiento de los Padres Fundadores, aún con sus diferentes creencias y con sus diversas concepciones filosóficas. Esta primó sobre lo más pasional, sobre lo más mediato, y dio sus frutos en la Declaración de Filadelfia y en la Constitución.

Nuestro país también necesita de una nueva generación de políticos de todos los partidos que remplace a la generación agotada que nos gobierna, y que comulgue con el principio de razonabilidad en el gobierno.

Que hagan de la razón una política de estado y de una vez abandonen el dogmatismo, el talenteo, y el jugar para la hinchada.

Necesitamos instituciones que nos den seguridad. Que nos protejan de los gobernantes.

Ya es tiempo de devolverle la solidez que otrora tuvieron a nuestras instituciones, y también es tiempo que comencemos a construir las que nos faltan para transitar con paso firme por el siglo XXI.

Hagamos de cuenta que estamos en 1776, y empecemos. Pensando en la libertad, en la república, y en la felicidad de todos.

P.D. El mundo no está peor por el triunfo de Trump, lo está porque ha muerto Leonard Cohen.

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Tomás Teijeiro

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