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Periodistas investigan

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La resistencia frentista a aceptar comisiones investigadoras en el Parlamento cierra toda posibilidad de saber que pasó respecto a hechos concretos. Por otra parte no siempre hay elementos que permitan ir a la Justicia, a veces porque el tiempo pasado hace que queden fuera de ese ámbito.

La resistencia frentista a aceptar comisiones investigadoras en el Parlamento cierra toda posibilidad de saber que pasó respecto a hechos concretos. Por otra parte no siempre hay elementos que permitan ir a la Justicia, a veces porque el tiempo pasado hace que queden fuera de ese ámbito.

Sin embargo son hechos relevantes que merecen ser conocidos. ¿A quién corresponde entonces hacer la investigación? Al final del camino, en una saludable democracia, esa es una función propia del periodismo.

Con técnicas rigurosas de investigación, verificando una y otra vez cada dato y pese a sus muchas limitaciones (no cuentan con las mismas potestades que una comisión o un juez), son los periodistas quienes deben abocarse a la tarea de trasmitirle a su público qué hacen los que gobiernan y administran el dinero pagado por el ciudadano con impuestos y tarifas.

En los últimos años (en particular durante la presidencia de José Mujica) se instaló en el país un clima de complacencia que contaminó al periodismo. Querible, simpático y popular, Mujica siempre tenía algo ingenioso que decir y cautivó a los reporteros con sus salidas que alimentaron los noticieros y las portadas de la prensa. Se registró todo lo que el presidente decía pero no lo que hacía. Recién ahora empieza a percibirse que de lo primero hubo demasiado y de lo segundo casi nada.

A aquella soterrada pero generalizada complacencia se refirió el periodista argentino Jorge Lanata, la semana pasada en una entrevista otorgada al programa “El Origen” que conduce Facundo Ponce de León.

Fue esa misma complacencia la que permitió un clima cómodo de trabajo y llevó a la convicción de que en este país no había problemas de libertad de prensa. En realidad, esta no había sido puesta a prueba. Basta ver como ahora, ante un par de investigaciones publicadas en forma de libro, las reacciones oficiales se tornan pesadas e intentan amedrentar a los colegas. No quiere decir que haya un cercenamiento a dicha libertad, pero la presión en nada se compara a lo visto en los años recientes.

Algunas irregularidades y desprolijidades de los últimos gobiernos comenzaron a filtrarse. Pero en la medida que las bancadas opositoras ven trabada la posibilidad de investigar esos hechos, la responsabilidad se volcó al periodismo que empieza a salir de su letargo. Diarios, semanarios e incluso programas radiales y televisivos, hurgaron en los casos más sonados, como el de Pluna en que comenzaron a destapar cada una las partes hasta que al final la suma desnudó un complejo operativo. No ocurrió así con Ancap: allí los medios corrieron detrás de la investigación parlamentaria.

Respecto al pasado reciente lo que se hizo público fue más el resultado de investigaciones periodísticas para libros que para medios. El resonante caso sobre la tupabandas publicado por María Urruzola es un ejemplo. La respuesta fue la de intentar descalificarla y desacreditarla, a lo que ella respondió con sabia y saludable indiferencia.

Ahora se repite con Raúl Sendic. Algunos medios fueron develando su forma de manejar las cosas, primero con sus cambiantes explicaciones sobre Ancap, que resultaron difíciles de entender, y luego con lo de una licenciatura que no era tal. El país percibió un patrón de conducta que resultaba, por decir lo menos, desconcertante. Por último vino lo de los gastos con la tarjeta corporativa que dieron a conocer Búsqueda y Radio Carve y que a los pocos días se informó con lujo de detalles en un libro publicado por dos jóvenes periodistas, Patricia Madrid y Viviana Ruggiero.

Con claridad, rigor y métodos clásicos de investigación las autoras presentan sus hallazgos en un destacable trabajo que hace pensar que el periodismo está volviendo por sus fueros.

La reacción no se hizo esperar. Al dejar de ser complacientes, el poder responde a los reporteros con inusitada dureza.

El vicepresidente Raúl Sendic amenazó con hacer un juicio por difamación a las periodistas. Todo indica que sus posibilidades de éxito son escasas. También anunció la existencia de una conspiración contra él diseñada en Atlanta. Luego se supo que se refería a un encuentro de expresidentes, muchos de ellos ya sin poder, donde se discutió la importancia de contar con una justicia independiente y una prensa libre. El libro nada tiene que ver con eso y se refiere a hechos concretos, acaecidos acá en Uruguay.

Tabaré Vázquez denunció que se estaba ante una situación de “bullying” en la que se golpeaba al caído una y otra vez, presentando a Sendic como víctima. Lo obvio es que en sus problemas, el vicepresidente se metió solito. De no haber hecho lo que hizo, no estaría en esta situación.

Las reacciones muestran que en el gobierno y en sectores oficialistas, no estaban preparados para estas investigaciones y por lo tanto se sentían impunes. Ahora reaccionan sorprendidos y enojados.

Lo que ocurre, sin embargo, es algo muy sencillo: el periodismo empezó a hacer su trabajo, tal como sucede en cualquier país democrático que se precie de serlo.

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Tomás Linn

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