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Feriado largo “¡nomá!”

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Una jerarquía universitaria -vernácula- lanzó al aire la idea de establecer un sistema de “renta universal” o algo parecido. La idea es simple: por el solo hecho de vivir en la sociedad todos debemos tener derecho a percibir del Estado un ingreso ¿No es definitivamente genial ? No trabajamos más, nadie produce nada, nos comemos todo lo que esté disponible y cuando se acabe… mejor no pensar. Ya habrá otro iluminado que imagine cómo nos comemos los alimentos de los vecinos. Si nos dejan. Pero… es un problema para mañana.

Una jerarquía universitaria -vernácula- lanzó al aire la idea de establecer un sistema de “renta universal” o algo parecido. La idea es simple: por el solo hecho de vivir en la sociedad todos debemos tener derecho a percibir del Estado un ingreso ¿No es definitivamente genial ? No trabajamos más, nadie produce nada, nos comemos todo lo que esté disponible y cuando se acabe… mejor no pensar. Ya habrá otro iluminado que imagine cómo nos comemos los alimentos de los vecinos. Si nos dejan. Pero… es un problema para mañana.

Reflexionemos. Llegado el punto en que todos estemos tirando migas de pan a las palomas en las plazas, pasará otro hecho notable: ¡el Pit-Cnt no organizará más huelgas! Hacer un paro en este caso sería al revés de ahora, consistiría en ponerse a trabajar y seamos sinceros, la palabra “laburo” no está en la agenda de la vanguardia sindical.

Los paros generales son folclóricos. Parte de la decadente América Latina. Van a contramano de lo que enseña la acción gremial de empleadores y empleados en los países de mejor nivel de vida. Allí (vengo por otra parte de presenciarlo personalmente), desde hace en algunos casos cientos de años -a veces incluso desde antes de la aparición de la máquina a vapor a fines del siglo XVIII- entendieron que el tema radica en juntar colectivamente esfuerzos y repartir inteligentemente los resultados. Reducir consensuadamente el accionar del Estado con excepción de algunas áreas, policía, ejército, salud, vivienda, educación, etc., manejar un mercado de trabajo flexible, y hacer que lo público y lo privado funcionen. Esto es parte de algo que suelen llamar socialdemocracia y que tiene raíces primero que nada en la experiencia de pueblos milenarios, como -por ejemplo- los escandinavos y los germanos, y luego en una inteligencia que se ha nutrido de valores judeo-cristianos y liberales, a partir de saber que en un país lo mejor es ayudarse entre todos a compartir y vivir mejor.

La corrupción populista latinoamericana y su anquilosada agitación gremial adicta, con el falso enfrentamiento con el imperio yanqui, las oligarquías hambreadoras, la lucha de clases y el mañana soñado de una cárcel igualitaria castrista dirigida, naturalmente por nuestros revolucionarios, son algo que suena como presencia alienígica en las naciones evolucionadas. Las que, por otra parte, suelen estar política y universalmente simbolizadas por monarquías normalmente poseedoras de riqueza económica, que cuentan con el respeto y el afecto de la población. Y, obviamente, por méritos y suceso hay quienes materialmente tienen más y quienes menos.

El paro de puños crispados contra otros compatriotas, el reclamo mecánico -6% para la educación- sin atender a la justificación de sus fundamentos, ni al saqueo que el actual gobierno ha hecho de nuestras finanzas públicas, son lo constante en nuestra república. Las huelgas generales, que se hacen parando el transporte y dejando a doña María y don José sin asistir al médico, o ir a ganar un jornal inapreciable, carecen de ética. Son una medida que solo se concibe como protesta ante una tiranía sangrienta, impopular y corrupta como la que castiga a Venezuela, no contra un pueblo tranquilo. Que se paraliza obligado, en Montevideo. Porque no hay transporte. Y se sabe que quien desafía a la decisión del fascismo sindical conoce la respuesta: ómnibus apedreados o incendiados y paliza patoteril a taximetristas.

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Ricardo Reilly Salaverri

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