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Estruendo del silencio

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El Bien y el Mal son omnipresentes. Con los años se relativizan. Está lo que se siente -sentimos- como más bueno y lo que se siente como más malo.

El Bien y el Mal son omnipresentes. Con los años se relativizan. Está lo que se siente -sentimos- como más bueno y lo que se siente como más malo.

Trátese de política internacional, gobiernos, empresas, sindicatos, familias, personas... Para un lúcido y más para un converso impenitente del Occidente libre, lo mejor es la democracia -poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial separados- la libertad, los derechos humanos, la elección de gobernantes; en economía, el derecho de propiedad y la libre iniciativa y empresa; y, socialmente, la construcción de una sociedad que eduque, que cuide la salud, que dé vivienda, que iguale desde el nacimiento. Hay sociedades que lo han logrado. Las tiranías terribles: fascismo, nazismo, comunismo, y la plaga de la internacional oligárquica, terrorista y corrupta digitada desde La Habana y sus seguidores, son parte de lo peor, representan lo malo, lo que uno no quiere para la sociedad a la que pertenece.
Tiranía, oligarquía, corrupción y esclavitud.

Colombia es un país con potencia mundial. Casi 50 millones de habitantes, su vasto territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados cuenta con petróleo, carbón, oro, platino, diamantes y agricultura, en la que resalta su conocido café. Es sede de inversiones de las compañías multinacionales más importantes del mundo. Tiene enormes zonas selváticas, y ganó fama internacional asociada necesariamente a la cocaína de la que es el mayor productor mundial con sangrientos episodios legendarios focalizados, vinculados a los cárteles de Cali y Medellín. En medio de estas circunstancias, el comunismo enraizado en conflictos y reivindicaciones sociales desarrolló las guerrillas conocidas por su acrónimo “las FARC” hace decenas de años atrás, las que hoy son la empresa de narcoterrorismo más grande y, probablemente, la más rica del mundo. Las atrocidades que las FARC han cometido enlistando niños y violando niñas en su reclutamiento, asesinando, torturando, poniendo explosivos criminales en objetivos civiles, ejecutando secuestros extorsivos como negocio (en una visita personal y oficial hecha en 1994, nuestra embajada me informó que tenían alrededor de 2.000 personas secuestradas tiradas y maltratadas en la selva, a liberar previo pago de rescate), en definitiva, viven en el alma del colombiano común.

Los datos de los acuerdos de paz plebiscitados el pasado fin de semana han tenido prensa abundante. Negociados por el gobierno actual a cargo del presidente Santos, con mediación de la satrapía castrista, conocieron divulgación extendida universal. Y respaldo. Que los delincuentes narcotraficantes se integraran a la vida civil y depusieran las armas implicaba, en medio de la negociación desarrollada, que tendrían muchos privilegios, entre ellos no ir a la cárcel por sus horrorosos crímenes, y en el paquete se les daban beneficios económicos personales y puestos parlamentarios asegurados sin respaldo de votos.

El repudio popular a los terroristas y los beneficios acordados, concuerdan los comentaristas más calificados, han sido responsables de la derrota popular de la propuesta plebiscitaria. Con un triunfador indiscutido, el ex presidente Uribe, líder del Centro Democrático, quien derrotó histórica y militarmente a los terroristas y encabezó ahora la oposición al proyecto rechazado. Hubo una abstención del 60% de los votantes. Estruendo del silencio. Voluntad popular que no amaina el deseo de paz en Colombia.

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Ricardo Reilly Salaverri

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