Publicidad

Ramón Díaz

Compartir esta noticia

En los años finales de la dictadura yo era muy joven y trataba de asomarme a las complejidades de la vida colectiva. Me daba cuenta de que la economía era una disciplina que permitía entender muchas cosas y hacía esfuerzos por familia-rizarme con sus métodos de análisis.

En los años finales de la dictadura yo era muy joven y trataba de asomarme a las complejidades de la vida colectiva. Me daba cuenta de que la economía era una disciplina que permitía entender muchas cosas y hacía esfuerzos por familia-rizarme con sus métodos de análisis.

En esa época la prensa escrita era mucho más rica y variada que hoy, y yo intentaba leerlo todo. En particular, buscaba leer a los que tenían fama de inteligentes. Pero mis experiencias eran frustrantes. Leía, por ejemplo, al contador Danilo Astori, quien sostenía en un semanario llamado Las Bases que la salida económica del Uruguay consistía en tener aranceles altos y apostar al mercado interno. O leía al contador Couriel diciendo que la inflación y el déficit fiscal no eran problemas importantes. A mí me parecía raro que un país con tan poca población intentara generar riqueza encerrándose, y los argumentos de Couriel me resultaban difíciles de seguir. Pero mi conclusión era que me quedaba mucho por aprender.

Hasta que un día cayó en mis manos el semanario Búsqueda. Decidir leerlo no fue un paso fácil, porque ese medio de prensa tenía mala fama. Se suponía que era la voz de unos desalmados neoliberales que querían el mal para la sociedad. Pero al mismo tiempo ocurría un fenómeno curioso. El semanario Búsqueda era independiente e informaba sobre la interna de todos los partidos políticos, que empezaban a reorganizarse. En esa época la interna del Frente Amplio estaba muy agitada, pero los medios de prensa de izquierda no decían una palabra al respecto. Entonces se volvió común ver a aguerridos militantes de izquierda que llevaban bajo el brazo el semanario que editaba su fracción política, pero escondido entre sus páginas llevaban al semanario Búsqueda para enterarse de lo que ocurría en su propia casa. Tan malo no debía ser.

Cuando empecé a leer Búsqueda me encontré con los editoriales de Ramón Díaz, y fueron una revelación. Todo lo que decía me resultaba claro. Por ejemplo, decía que un país chico tiene que tener una economía abierta, porque esa es su única oportunidad de crecer. O decía que la inflación es el peor de los impuestos porque castiga a las personas de ingresos fijos, es decir, a los asalaria- dos, jubilados y pensionistas. De golpe descubrí que mis dificultades para entender ciertos textos económicos no se debían a mis propias limitaciones, sino simplemente a que eran confusos.

En aquellos años de formación, dos figuras públicas me enseñaron lo que significa pensar con claridad sobre los asuntos comunes. Uno fue Enrique Tarigo escribiendo sobre ideas e instituciones políticas, primero en la revista Noticias y luego en Opinar. El otro fue Ramón Díaz escribiendo sobre economía. La vida me permitió agradecerles a ambos.

En el caso de Ramón, tuve además otros privilegios: terminamos siendo amigos y en el año 2001 escribimos un libro juntos. Se llamó Diálogo sobre el Liberalismo, y fue un intercambio entre dos personas que tenían puntos de vista diferentes pero discutían con respeto y ganas de razonar.

Ramón y yo nunca nos pusimos de acuerdo. Pero creo que la sociedad uruguaya le debe un reconocimiento enorme porque nos ayudó a pensar con coraje y claridad. La calidad de nuestro debate económico es hoy bastante mejor que hace unas décadas, y en buena medida se lo debemos a él.

Descansa en paz, querido Ramón. Misión cumplida.

SEGUIR
Pablo Da Silveira

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad